Alejandro Castillejo siguió de cerca los procesos de esclarecimiento de la verdad en Sudáfrica y Perú. Partiendo de esas experiencias, habla de las dudas que le genera la Comisión de la Verdad en Colombia y de los retos que tendrá la misma para construir una narrativa oficial sobre el conflicto armado.

Por Elizabeth Otálvaro
Foto: archivo particular

El antropólogo y profesor Alejandro Castillejo conoce de cerca la difícil tarea que les espera a los miembros de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición (CEV). Él, entre el 2001 y el 2004 trabajó en el Instituto para la Justicia y Reconciliación, y en el Centro de Acción para la Paz y la Memoria, en Sudáfrica. Asimismo, fue consultor para la Comisión de la Verdad en el Perú, y para el Grupo de Memoria Histórica, de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación de Colombia. Actualmente, es director del Programa de Estudios Críticos de las Transiciones (PECT), de la Universidad de los Andes.

La CEV tiene como mandato contribuir al esclarecimiento de lo ocurrido durante el conflicto armado ¿qué camino debe tomar para lograrlo?
Normalmente, las comisiones son minimalistas, se basan en una definición de violencia que es el concepto de grave violación a los derechos humanos. Esa visión minimalista lo que hace es contar cuántas violaciones hubo en un país por aquellos que estuvieron involucrados. El problema de una definición como esas, que fue la que se usó en Sudáfrica, es que deja mucha información de contexto por fuera y rompe las causalidades históricas detrás de esas violaciones. En Sudáfrica había una definición muy pequeña, en Colombia tendrá que ser muchísimo más grande y además se le suma esa pretensión estructural de tratar de entender la violencia.

Se lo he dicho al padre Francisco de Roux, creo que para comenzar hay que tener un paneo histórico de cifras y tendencias, de casos de violación a los derechos humanos en los últimos 40 o 50 años. ¿Cómo emerge ahí el contexto histórico? Es difícil porque se necesitan unos grandes relatos que se entrecrucen históricamente y hay muchas cosas que todavía falta, me parece a mí, por aclarar. Creo que en las relaciones de muertos y procesos históricos macros hay unas grandes responsabilidades que no son del todo claras, por ejemplo, el tema del paramilitarismo, nosotros podemos contar miles de muertos pero no explicar la relación entre el paramilitarismo y el Estado, a pesar de que hay investigaciones que hablan de eso. El problema con la Comisión es que debe coger toda esa información, ordenarla y convertirla en una narrativa que se convierta en narrativa oficial.

De la experiencia sudafricana y de otras que ha estudiado ¿qué aprendizajes podría considerar la CEV en Colombia?

Iluminan tanto como oscurecen. Las arquitecturas de las comisiones permiten investigar una serie de cosas, pero también corren el riesgo de invisibilizar otras. Depende mucho de las arquitecturas conceptuales que se utilicen, para dar un ejemplo, si se dedica a investigar el tema de los jóvenes combatientes, clarísimamente tendrá el brazo inclinado contra las Farc; si se dedica a estudiar el caso de la tortura, hay un balance distinto, están las Farc pero también una responsabilidad de las Fuerzas Armadas. Siempre he planteado que en Colombia debe ser itinerante, no debe ser como en Perú o Sudáfrica que lo que hacían era abrir oficinas. Yo pienso que la Comisión se debe mover por todo el país en un bus haciendo cosas y tomando decisiones de selección de información que para nada son sencillas.

¿Qué puede decir de la idoneidad de nuestra Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad?

De las personas no puedo decir nada porque fui parte de la lista final, sonaría indebido. Yo no conozco a la mitad de la gene que está ahí. Sí me hace pensar en cosas, por ejemplo, de cómo van a asumir el tema del esclarecimiento histórico, porque entre los miembros no hay historiadores.

Sí, se dice que su corte es más cercano a las regiones que a la academia…

Sí, y me parece muy importante. Pero ahí sí hago un comentario: hay una cantidad de temas técnicos por resolver allá adentro. En términos de recabar testimonios, deben estar discutiendo cómo se acercan a las regiones, qué metodologías tienen y qué protocolos utilizan, pero hay unos temas gruesos como ¿qué quiere decir esclarecimiento histórico dentro de la comisión? Considerando las hojas de vida se pone uno a pensar, ¿cómo será esa pregunta del esclarecimiento histórico? ¿cómo será la pregunta hacia el pasado?

¿Y para eso serán suficientes los tres años que tiene de plazo para operar?

Normalmente se demoran dos o tres años. Cinco años suena a mucha burocracia, es decir, ya el tema transicional produce casi un paraestado. Tres años pueden ser poco dependiendo de las decisiones que tomen adentro. Siempre he dicho que cualquier cosa que digamos sobre eso es hipotético y hay que decir que en Colombia no hemos tenido una reflexión seria sobre esos temas.

En términos del proceso de recabar información, nunca le hemos hecho un análisis serio al Grupo de Memoria Histórica, nunca le hemos hecho un análisis constructivo, pero también retrospectivo, al Centro Nacional de Memoria Histórica. Hemos pasado quince años construyendo relatos de memorias, instituciones, procedimientos, protocolos y nunca nos hemos sentado a hablar de eso. Hablar de memoria siempre pone a aquellos que hablan de la memoria en una especie de jerarquía moral que está por encima de los demás y a aquellos que criticamos de manera constructiva todo esto, nos ponen en una situación un poco compleja como si fuéramos enemigos de la nación y a veces hasta de la paz.

El futuro no se encuentra necesariamente adelante, sino que en realidad está es habitando nuestra relación con el pasado.

En sus textos usted habla de la idea de la imaginación social del porvenir en escenarios transicionales como los que atraviesa Colombia ¿Cree que la Comisión de la Verdad podría ser un mecanismo para imaginarnos una sociedad y un futuro distintos?

En medio de estas transicionalidades, de esas promesas de futuro y esas relaciones con el pasado, la pregunta es ¿cuáles son los recursos sociales y culturales que una sociedad tiene para imaginar otra cosa? y esa otra cosa es un porvenir. Siempre he dicho que el futuro no se encuentra necesariamente adelante, sino que en realidad está es habitando nuestra relación con el pasado. Para dar un ejemplo un poco más obvio sobre esto, el futuro de la Farc como partido político y el escenario de lo político de aquí a diez años: algunos de ellos estarán en el Congreso y eso es una eventualidad del Acuerdo; pero el futuro de la Farc en realidad como partido, se sitúa más en el vínculo que la Comisión de la Verdad va a establecer con el pasado y la responsabilidad que las Farc o el Estado puede tener con relación a eso. Es decir, si las Farc resultan ser los grandes desangradores del conflicto en Colombia, que es en sí mismo una relación con el pasado, pues la Comisión tendrá que dar un concepto al respecto. Ahí es dudable y dudoso que las Farc como partido tengan futuro. La idea es que lo que llamamos “imaginación social del porvenir”, es cómo la sociedad se imagina en el futuro y cuáles son los recursos y mecanismos que tienen para ellos. Y la memoria es tan solo uno.

¿Y la Comisión de la Verdad sí puede permitirlo?

Yo en eso siempre he sido muy realista, las comisiones por más de que la gente piense que son una especie de autoridad suprahistórica, son primero que todo procesos de investigación, son seres humanos con poco, mucho o nada de conocimiento sobre una serie de temas, que habitan paradójicamente una visión retrospectiva, porque como es de esclarecimiento, mirarán para atrás. Pero al mismo tiempo tiene un compromiso de mirar para adelante y esa tensión entre el adelante y el atrás es bien complicada. He pensado que hay que poner los pies en la tierra. La de acá me parece que es excesivamente ambiciosa, por no decir, incluso, confusa. Como grupo de investigación, emerge de un contexto de luchas y confrontaciones de poder concreto. No es un grupo de investigación neutral, habrá cosas que podrá hacer y no hacer porque es un artefacto histórico. El problema es que tiene una serie de conceptos y metodologías que le permite ver unas dimensiones de la guerra y otras no y cuando eso sucede, pues hay un desbalance en la narrativa final, cosa que también ha ocurrido en otros lados.

¿Cómo se sitúa un proceso de esclarecimiento si se fija un futuro imaginado y un pasado que ya pasó, cuando tenemos un presente que está cargado de contradicciones y de continuidades de guerras que no han pasado? Aquí parece que el nuevo país está en entredicho.

También dice que en Colombia el peso ha recaído sobre el recabo de las narrativas más que sobre el esclarecimiento histórico ¿qué implicaciones trae eso en este nuevo proceso de comisionar la verdad?

Lo primero que diría es que yo la palabra memoria jamás la uso. Reconozco que es un término coloquial en Colombia, que con frecuencia, salvo el Centro de Memoria o alguna otra institución que tiene una definición, me parece que lo usamos de manera vaga. En el país memoria casi es igual a relato. Lo que digo es que una sociedad construye muchas relaciones con el pasado, una de esas relaciones nosotros le ponemos en Colombia un nombre y es el de memoria.

Y en medio de eso ¿cómo es que hemos “domesticado” el testimonio?

En los últimos años nosotros nos hemos convertido en unos grandes recabadores de relatos. Se producen instituciones que recaban relatos; por ejemplo, Justicia y Paz, estaba centrado en el origen de los grupos armados ilegales, se encargó de recabar datos y testimonios, pero la palabra grupo armado ilegal es una palabra revisionista, porque habla de la guerra como si fuera responsabilidad de aquellos que estaban por fuera de la ley, entonces se olvida de aquellos que estaban dentro de la ley y que también hacen parte del conflicto armado, como las fuerzas de seguridad.

Cuando en Justicia y Paz comenzaron a recabar relatos lo único que consiguieron fue testimonios de un lado. Uno ve los archivos de Justicia y Paz y rara vez encuentras investigaciones de largo aliento sobre la responsabilidad de grupos armados legales, que no estaban al margen de la ley y que, salvo los falsos positivos, quedaron por fuera. En últimas, cualquier proceso de esclarecimiento requiere la certificación del pasado a través del testimonio de alguien, pero también los testimonios se extraen dependiendo de los conceptos que se estén usando y las necesidades de certificación que se tengan. Esas certificaciones, al mismo tiempo, es posible que oscurezca otras violencias específicas, sencillamente porque no son certificables por testimonios que no existen, porque nunca fueron levantados.

Lo que pienso es que en los últimos 15 años hemos sido unos recabadores monumentales de historias, a veces sobre grupos armados ilegales, a veces sobre las fuerzas militares, aunque con muchísima timidez. Y me parece que todo el andamiaje está es inclinado para un lado y hemos ignorado lo que uno podría llamar esclarecimiento histórico.

Lea también:
Mitos y verdades sobre la Comisión de la Verdad
Líderes de Medellín y Antioquia entregaron sus primeras propuestas a la Comisión de la Verdad