Tercer Acuerdo es un café producido y comercializado por campesinos, indígenas y exmiembros de las Farc en los municipios tolimenses de Planadas, Ataco y Río Blanco. Con esta marca esperan aportar a la reintegración de excombatientes y a la reconciliación en la región donde nació el grupo insurgente.

Por: Juan Camilo Castañeda
Fotos: David Estrada

En la cédula dice que se llama es Luis Norberto Aguirre, pero él sigue presentándose como Anderson Rojas, nombre con el que era conocido en el frente 21 de las Farc, en el sur de Tolima. “En el Espacio Territorial Marquetalia, cuna de la resistencia y en Planadas, de dónde vengo, si usted pregunta quién es Norberto nadie le da respuesta, en cambio, todo el mundo sabe quién es Anderson”.

Hace unos días Anderson visitó Medellín por primera vez. Su equipaje estaba cargado de paquetes de café Tercer Acuerdo y Marquetalia, que quería promocionar en la Fiesta del Libro y la Cultura y en distintos espacios de la ciudad.

Anderson explica que, en la región de la que proviene, el café es uno de los productos agrícolas que tradicionalmente se han cultivado. Sin embargo, no generaba mayores beneficios para los campesinos e indígenas que lo sembraban, pues estaban a merced de los precios que impusieran los compradores del grano. Por eso, desde el año 2018, excombatientes de las Farc, con apoyo de la Agencia de Reintegración Nacional y la Universidad del Tolima, empezaron un diálogo con campesinos e indígenas que permitiera la creación de una alianza para la comercialización del producto agrícola.

La conversación que inició en 2018, en el sur del Tolima, permitió llegar a un acuerdo entre 317 personas entre campesinos, indígenas y excombatientes. “Queremos venderle al consumidor directamente, sin grandes intermediarios, vender el café en Europa y Asia. También, aprovechamos el beneficio del proceso de paz como publicidad, pues se muestra que tiene que ver con la reincorporación y con eso llamamos la atención de la gente que se interesa por nuestros productos”, comenta Anderson.

Aldair Charri, quien acompañó a Anderson en la gira por Medellín, recordó que el nombre del café Tercer Acuerdo surgió “como un homenaje a los anteriores acuerdos que han beneficiado la paz de la región”. El primero, que se firmó el 23 de junio de 1996, cuando las Farc y los indígenas Nasa Wes’x firmaron un pacto para poner fin a una confrontación armada que sostuvieron por lo menos 30 años en el sur del Tolima; el segundo, referido al que sellaron las Farc y el Gobierno en 2016; y el tercero, al que llegaron recientemente para comercializar el café.

El café Marquetalia es otra iniciativa que adelantan 270 personas en proceso de reintegración de la ETCR El Oso, ubicado en el municipio de Gaitania, Tolima, donde en un pequeño terreno cultivan el café y adelantan la instalación de una trilladora.

Sobre las características de los cafés Tercer Acuerdo y Marquetalia, Anderson explica que se cultiva entre los 1.650 y 2.150 metros sobre el nivel del mar. “Es un café con notas a chocolate, a cítricos, a panela, entonces, un café de acidez media que no le deja ese amargor en la boca”.

Oscar Torres, también excombatiente de las Farc, lidera otro proyecto de producción cafetera en su pueblo natal, Dolores, Tolima. Allí se encontró con la realidad de los caficultores. Según él, que creció en fincas cafeteras, la producción de una carga de café desde la recogida, la secada y el transporte cuesta aproximadamente 700 mil pesos, y en el comercio los grandes compradores pagan por ella 680 mil. “Como no es rentable, se hace necesario crear asociaciones para vender directamente el café”, explica. La Asociación Agropecuaria Agroindustrial Construyendo Paz, de la cual Oscar es vocero, ha producido hasta ahora 107 toneladas de café orgánico que han sido exportadas a Estados Unidos y Europa.

Marcas de café creadas por excombatientes en distintas regiones del país. Foto: David Estrada.

Un aporte a la reconciliación y a la reintegración

Anderson conoció a las Farc a principios de la década del 2000 en la vereda Berlín del municipio de Ataco, Tolima. Tenía 15 años cuando empezó a hacer los primeros “mandaditos” y unos años después ingresó oficialmente a la organización como miliciano clandestino.

Entre Ataco, Río Blanco y Planadas participó en la confrontación que se desató cuando el Ejército quiso entrar a una zona que históricamente había sido reivindicada como la cuna de las Farc, durante el gobierno de Álvaro Uribe. “Allá les costó ingresar. En esos años fallecieron muchos soldados y muchos compañeros. A los guerrilleros rasos, como yo, nos tocaba andar como al gato y al ratón por las montañas. A los jefes les tocaba esconderse en el páramo, allá yo subía de vez en cuando a dar partes de la situación y a recibir instrucciones”, relata Anderson.

A los 32 años, tras haber pertenecido diez a las Farc, de los cuales cuatro estuvo en la cárcel, Anderson tiene razones de sobra para no querer volver a las armas. En primer lugar, sus dos hijas de ocho y dos años; el querer evitar las situaciones que vivió durante la guerra, donde reconoce que el grupo insurgente cometió errores y los beneficios que trajo consigo el cese de la confrontación para los habitantes de la región en la que creció y en la que vive, “donde ya no hay una guerra entre personas pobres, que éramos quienes hacíamos parte de la guerrilla y del Ejército”, recalca.

Sin embargo, dice que mientras esté en el proceso defenderá el Acuerdo de paz, “pero críticamente, porque yo creo que la paz, como tal, está lejos”. Le preocupa el asesinato de sus compañeros, de los líderes sociales, la lentitud con la que avanza la implementación y el poco deseo que ve en el gobierno actual por cumplir a las Farc y a la sociedad colombiana. “Las causas de la guerra persisten: la injusticia, la desigualdad, la deuda con los campesinos. La mayoría de nosotros seguimos luchando para lograr las transformaciones que el país necesita, esta vez sin armas, pero el gobierno incumple, parece que nos quisieran cansar. Hay que esperar cuál es el camino que nos dejan”, comenta Anderson.

Por eso, al verse como integrante de Farc —como partido político—, inmerso en actividades de la reincorporación, como la comercialización de Tercer Acuerdo y comprometido con las ideas políticas que en algún momento lo llevaron a tomar las armas, Anderson asegura que continúa en una lucha política. De ahí que no le gusta que le llamen excombatiente: “decir que somos excombatientes es decir que no nos importa el proceso, sino que me fui a gozar. Nosotros ahora seguimos en combate, en lucha, pero sin armas”, anota.

Para él, su responsabilidad en la comercialización del café es una muestra de ello. “Cuando la gente se acerca, se interesan por nuestro proceso y podemos contarles nuestra realidad, que es distinta a cómo nos pintan, y compran el café, eso sube el ánimo”, comenta Anderson. Por otro lado, considera que el contacto con los campesinos, los indígenas, las empresas que ayudan en la comercialización y con los académicos que los acompañan es una forma de restablecer unas relaciones con la sociedad. “Esto no es un proceso nuestro, sino de toda la comunidad”, asegura.

La misma posición sostiene Oscar Torres, quien considera que la relación que se establece con los distintos actores que participan en la producción y en el mercado del café, permite estrechar lazos sociales que van sanando heridas del pasado y que empiezan a disipar la estigmatización que recae sobre los excombatientes. “Los que han visto nuestro trabajo se dan cuenta de que ahora somos personas del común que vivimos entre la sociedad y que estamos en camino a la reincorporación. Que estamos con la disposición de aportar a mejorar las condiciones económicas y de vida de los campesinos caficultores y queremos aportarle a la paz”, comenta.

Por eso, Anderson cree que cada taza del café Tercer Acuerdo y Marquetalia que se toma una persona, es un aporte a la paz en el país, que es el reconocimiento a su trabajo y al compromiso de la mayoría de excombatientes de las Farc —cerca de 13.200 según la Agencia de Reincorporación Nacional— que a pesar de las dificultades han decidido no retomar las armas.