“Hay tres grupos de migrantes: los que vienen a estudiar, los que vienen a refugiarse de la violencia y los que llegan a buscar mejores oportunidades. Yo hago parte del segundo y del tercer grupo”. Segunda entrega de una serie de testimonios de colombianos exiliados en Europa.

Por: Juan Camilo Castañeda*
Ilustración: Didier Pulgarín

Llegar a Francia no fue nada fácil, pero corrí con mucha suerte.

Antes tuve que hacer una escala de dos días en Santiago de Chile y desde allá pude contactar a una persona que me recogió en el aeropuerto de Paris, porque no sabía a donde ir, no conocía a nadie y tenía muy poco dinero, como 700 dólares.

Cuando llegué, el 1 de enero de 2009, esa persona me ubicó. Inicialmente le dije que me llevara a un hotel barato donde pudiera pasar los primeros días y descasar, y en el camino me dijo que conocía a una señora que alquilaba un cuarto y que tal vez me podía quedar ahí. Él llamó a la señora y todavía estaba disponible la habitación.

Al día siguiente, ese señor me buscó en la casa y me ofreció trabajo. Tuve mucha suerte porque en el primer día ya tenía casa y trabajo. Además, ya me había gastado los 700 dólares en pagar el alquiler y en comprar un teléfono.

Ese primer mes fue muy difícil por el tema de la comida, pero afortunadamente no tuve que pasar por situaciones como las que viven otras personas que migran como yo y que se ven obligados a dormir en la calle o en el metro.

El trabajo que me ofreció el señor era en renovación de apartamentos. Me tocaba tumbar muros, pintar, cambiar techos. Esa primera semana, de hecho, trabajé desmontando un techo y fue muy particular, porque ese invierno de 2009 fue uno de los más duros que recuerdo, con temperaturas de 13 grados bajo cero.

Recuerdo estar en ese techo casi sin protección: no tenía guantes, ni gorro, los labios y las orejas se me rajaron. Y este señor en vez de prestarme un abrigo, lo que se le ocurrió fue darme media de aguardiente antioqueño, que para que se me quitara el frío.

Con mi familia me pude comunicar como a los 15 días. A ellos les dije que todo estaba bien, pero no, la migración marcó un antes y un después en mi vida. En Santuario, Risaralda, quedaron mis dos hijos que estaban muy pequeños: Alexis tenía 11 años y Alejandro apenas 5. Yo ya estaba separado de la mamá de ellos, pero teníamos una buena relación. También se quedaron allá mi mamá y mis hermanos, uno de ellos murió y no pude asistir a su sepelio.

A mi hijo mayor lo volví a ver en el 2017, cuando me visitó. Él ya tenía 19 años y eso fue un choque muy fuerte, porque a pesar de que sabía que el tiempo corre, que los hijos crecen, que con la tecnología podía hablar con ellos todos los días, todavía guardaba en la mente la imagen del niño pequeñito que dejé, entonces, volverlo a ver fue complejo porque me di cuenta de que ese ya no era un niño, ya era un hombre, ya tenía una vida, ya tenía una forma de entender el mundo.

***

Como yo lo veo, hay tres grupos de migrantes: los que vienen a estudiar, los que vienen a refugiarse de la violencia o amenaza de algún grupo armado y los que llegan aquí a buscar mejores oportunidades económicas, que es el grupo en el que ubicaría a la mayoría de los colombianos que están en Europa. Yo hago parte del segundo y del tercer grupo.

En un principio me vine a este país para guardar mi integridad física, porque tenía serios problemas en Colombia. Mi familia fue víctima del paramilitarismo: a un grupo importante los desplazaron y nueve familiares fueron asesinados por ellos. Por otro lado, estábamos en una condición de pobreza muy fuerte. Entonces, fue una mezcla de las dos cosas las que me llevaron a dejar el país. Yo no solicité asilo porque no quería aceptar que la seguridad fuera la principal razón de mi migración, sino que prefería pensar fue por el factor económico. Pero evidentemente la falta de seguridad fue fundamental.

Yo crecí trabajando el campo, en plantaciones de café. Pero después de los 20 años empecé a hacer política y alcancé a ser concejal en mi municipio durante dos periodos por el Movimiento Comunal y Comunitario de Colombia. Era una actividad que alternaba con la de comerciante.

En Santuario hacía presencia un grupo paramilitar que se llamaba Héroes y Mártires de Guática, del Bloque Central Bolívar, que lideraba alias ‘Macaco’. Ellos tenían comandantes políticos que ejercían presión sobre nuestra labor. En dos oportunidades nos secuestraron y nos obligaron a todos los concejales a ir hasta su campamento. Frecuentemente, a nivel individual, nos llamaban para tratar de ejercer presión sobre las actividades que nosotros realizábamos.

Yo, a pesar de ser joven, tenía una voz fuerte en el Concejo. No era un revolucionario, pero sí tenía unas posturas críticas frente a los partidos tradicionales de la región. Por eso, para las elecciones de 2005, que eran atípicas porque en el municipio las elecciones siempre fueron así, presentamos un candidato alternativo y eso nos trajo grandes problemas. Empezamos a recibir amenazas, al candidato lo secuestraron los paramilitares y lo obligaron a renunciar y a mí me hicieron un atentado.

Cuando me vine para Francia me distancié de todo el activismo político porque quería como… cerrar ese capítulo de mi vida, tenía frustración y rabia por las cosas que me habían ocurrido y pensaba que no valía la pena seguir luchando, porque luego todo se lo arrebatan a uno los cobardes que manejan las armas.

Solo hasta el 2017, cuando iniciaron las campañas para de las elecciones presidenciales que se desarrollaron en 2018, es que volví a activarme políticamente. Retomé ese camino porque decidí apoyar a Gustavo Petro desde Francia. A él lo había conocido en Bogotá cuando era Representante a la Cámara y guardaba una buena imagen.

En Paris encontré un grupo de personas que lo apoyaban y me vincularon a diferentes procesos. Fue en ese momento en el que me reconecté con lo que era mi esencia, con ese amor por Colombia, y se despertó en mi nuevamente la efervescencia y las ganas de luchar.

En medio de la campaña me reconecté también con todos los problemas del país y vi que desde el exterior también era necesario movilizarse para cambiar esas realidades, entonces volví a sentir ese deseo de movilizarme, de salir a las calles y plazas públicas como único escenario donde se pueden reclamar y hacer valer los derechos.

Después de la campaña decidí seguir trabajando con un grupo de amigos por la defensa de los derechos humanos en Colombia, de los acuerdos de paz y por visibilizar aquí la situación de los líderes sociales. En este trabajo han sido muy importante las redes sociales para contar todas las acciones que realizamos y para tejer lazos con colombianos en otros países de Europa y del mundo.

En París tenemos una organización que se llama Ciudadanías por la Paz. Ahí participamos personas de varias vertientes políticas: liberales, verdes, de la Colombia Humana… Desde este espacio fue que se nos ocurrió la idea de realizar una marcha desde París hasta La Haya.

Esa marcha fue una de las acciones más importantes que se han realizado internacionalmente, como una acción que buscaba visibilizar la situación del acuerdo de paz, de los derechos humanos y especialmente de la persecución y asesinato de los líderes sociales.

La marcha desde París la hicimos como una estrategia para que la movilización del 5 de abril de 2019, en La Haya, tuviera más repercusión, pues ese día un grupo de ciudadanos colombianos entregó a la Corte Penal Internacional un informe de graves violaciones de derechos humanos que no han sido juzgados en el país.

En Colombia todo el mundo sabe que están matando a los líderes sociales, pero nosotros nos acostumbramos a vivir con esa muerte, entonces, todos los días vemos en las noticias que mataron a uno o mataron a dos, y se normalizó.

Lo que nosotros queríamos era que la comunidad internacional, por medio de la manifestación en La Haya, se enterara de lo que estaba pasando y así pudiéramos generar una presión mediática a nivel internacional sobre el Gobierno, que es el principal responsable de la protección de los líderes.

Esa fue la primera vez en que un grupo de ciudadanos colombianos marcharon atravesando tres fronteras. Tomamos la decisión de hacerlo con dos, con tres, con cuatro personas, con los que quisieran ir, así empezamos unas 30 a caminar el 28 de marzo y terminamos más de mil 200 personas el 5 de abril, en La Haya. A esta marcha vinieron personas de todo el mundo: de Rusia, de Sudáfrica, de Canadá, de Argentina, de Costa Rica, de todos los países europeos. Yo creo que fue un logro muy importante. Pudimos hacer una denuncia clara ante la fiscal de la Corte, dejamos unos dosieres sobre los casos completos de Colombia. Además, un compañero pudo dejar una memoria con miles de pruebas sobre la injerencia de algunos políticos dentro del conflicto armado y se presentó información sobre las ejecuciones extrajudiciales.

Fueron denuncias importantes que se lograron ese día y yo me atrevería a decir que desde entonces el mundo está mirando a Colombia con otros ojos. Por eso, cuando el presidente Duque vino a Europa, hubo parlamentarios en los países que visitó que lo cuestionaron, que le reclamaron por la desprotección de los líderes.

A raíz de esas movilizaciones y de mi activismo en las redes sociales, me volví a sentir presionado. Cuando mi mamá me preguntó: “Mijo, son diez años sin verlo ¿Cuándo va a volver?” Yo no le pude decir si será dentro de diez meses o un año, porque sé que ahora no puedo regresar. Me da miedo correr la misma suerte de todos los líderes de Colombia, entonces hay una alegría muy grande por este trabajo que estamos haciendo, pero al mismo tiempo una impotencia por haber tenido que dejar a los amigos, la tierra, el olor a café.

Me duele mi país, me gustaría mucho tener la posibilidad de hacer el activismo allá, porque considero que en Colombia hay mucho trabajo por hacer y necesitamos personas que realmente tengan el deseo de construir.

 

*Este trabajo fue realizado por Juan Camilo Castañeda, como parte de sus prácticas en el Máster de Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos, de la Universidad de Granada (España).