Para Tálaga la UdeA es su vida. Allí empezó su sueño de convertirse en pintor, por sus pasillos vio pasar a generaciones de estudiantes de todas las disciplinas y fue testigo de sus resistencias ante la violencia.

Por: Pompilio Peña Montoya

Eddier Tálaga parece un hombre corriente, de vida austera y sencilla. Tiene 51 años y desde hace 27 trabaja en la Universidad de Antioquia, donde se le ve subir y bajar escalas irguiendo su baja estatura.

Durante el día limpia escritorios y trapea pisos en silencio. Por momentos, encerrado en su cuarto de servicio, escucha música clásica y anota en una librera ideas que surgen de lecturas desordenadas o bocetea un recuerdo de su infancia.

Lo que muchos no saben es que Tálaga sobrevivió a la tragedia de Villatina. Aquel 27 de septiembre de 1987, cuando una ladera del cerro Pan de Azúcar se desprendió sobre el barrio ubicado en el centroriente de Medellín, él fue una de las quinientas personas que quedaron sepultadas bajo miles de metros cúbicos de tierra. Cuatro de sus hermanos perdieron la vida. A él lo rescataron, pero estuvo inconsciente durante diez días.

Muchos también desconocen que Tálaga es todo un artista, que ha expuesto sus pinturas en Italia, España, Israel, Cuba, y en otra decena de países.

En Bello tiene una casa taller en un segundo piso, a treinta metros de la parroquia Nuestra Señora del Rosario. Allí vive con su niña, orgullo de sus ojos, quien promete ser una gran nadadora y jugadora de ajedrez. Además de su compañera, traductora de profesión, pilar de su vida desde hace doce años.

La casa de Tálaga es como una galería atiborrada de pinturas, pinceles de todos los tamaños, oleos y paletas. De sus cuadros se desprenden los sonidos de un bandoneón, una guitarra, una multitud, niños jugando, un tráfico difícil o el rumor alcoholizado de una cantina.

Tálaga nació en el municipio de Frontino en 1968. Antes de los siete años su familia se desplazó a Medellín. Junto a su padre y un hermano, lustró zapatos y encendió los cigarrillos de los parroquianos que se paseaban por Guayaquil en busca de amores fugases. Por casi diez años ese fue su universo, y comprendió lo injusta que la ciudad podía ser. Conoció el dolor que produce el desprecio, la humillación, el hambre. Fueron años de largas jornadas recorriendo el centro de Medellín bajo el sol y la lluvia. Solo cuando regresaba a casa podía permitirse trazar su propio mundo, uno que sí podía dominar.

Para entonces, el joven Tálaga no poseía estudios. Luego de la tragedia de Villatina, empezó a trabajar en una fundidora. La gerente de la empresa conoció su historia y su precoz ingenio y una tarde le dijo: “Eddier, no te enojes por lo que te voy a decir, pero debes ponerte a estudiar. Sin estudio no serás nadie”. Esas palabras resonaron en su mente. Quince días después se inscribió en un colegio nocturno y tres años más tarde, con ayuda de la archivista Berenice Jaramillo, consiguió un empleo en la UdeA.

“Sin el apoyo de la U no sería el artista que soy. Primero entré a los talleres del maestro Carlos Mejía Mesa, mi mentor, a principios de los noventa. Trabajaba, pintaba e iba a estudiar a la nocturna; dormía tres horas. Luego pasé a Bellas Artes y estudié a los grandes maestros del arte: Miguel Ángel, Leonardo, Rafael, Rembrandt, Velázquez, Murillo… He viajado por el mundo y he visto con mis propios ojos las obras de los mejores”, comenta Tálaga, quien en la actualidad expone en una galería de Miami, Estados Unidos.

En los últimos 27 años, como muchos otros trabajadores de la universidad, Tálaga ha sido testigo de decenas de hechos violentos ocurridos dentro de la Alma Máter: “muchos de estos sucesos hoy los tengo plasmados en mis obras. Por ejemplo, nunca olvidaré cuando vi a un estudiante asesinado en un pasillo del bloque de Derecho, en 2009. Me pareció increíble que esto sucediera en un lugar que se hizo para estudiar”, comenta el artista, quien ha recibido varios reconocimientos y ha expuestos en bibliotecas, salones y galerías del país.

Ahora que goza de cierto reconocimiento, el sueño de Tálaga es seguir creciendo como artista junto a su colectivo de amigos del municipio de Bello, “y seguir dando mi vida a la universidad que me ha hecho crecer y me ha brindado la amistad de personas a las que les debo mucho”, comenta el pintor, quien lanzó en los últimos días el libro Tálaga, todavía se puede soñar, que recopila algunas de las mejores pinturas de sus series.