Lo que comenzó como un proyecto que pretendía articular la clase de literatura con la cátedra para la paz, hoy es un laboratorio de escritura y arte que permite a los estudiantes sanar las heridas de la guerra, sensibilizarse ante el dolor ajeno y construir memoria en un pueblo que trata de ignorar su historia.

Por: Alejandra Machado

Confieso,
soy hija de la guerra,
a mi familia le arrancaron la paz.

Soy sobreviviente desde otras vidas hasta acá.
Me encuentro pagando penas de muertes ajenas.

Entonces… fusil, balas,
víctimas
y nace otra guerra.

Confieso que quiero liberarme
pero mi gente no puede,
por eso, hoy tengo una cita
con la bella muerte.

El poema es de Yesica Herrera, una de los 800 alumnos que han pasado por la Escuela de Paz y Poesía de la Institución Educativa Normal Superior de Fredonia, un municipio del Suroeste antioqueño que tiene tantas historias como víctimas del conflicto armado, pero que poco o nada habla de sus memorias.

Fredonia es el pueblo natal del maestro Rodrigo Arenas, del cuentista Efe Gómez y el escenario del polémico relato de La Bruja que nos contó Germán Castro Caycedo en su libro. Es un territorio con más de mil 300 víctimas del conflicto armado registradas, incluyendo desplazados de otros municipios. También fue la cuna de los Grupos Armados de Vigilancia Rural, un proyecto paramilitar que surgió en los 80 para controlar políticamente esa región y sus tierras cafeteras para convertirlas en esteras del narcotráfico.

Fredonia es un municipio del suroeste antioqueño, ubicado a 55 kilómetros de Medellín. Foto: Alejandra Machado.

Pero con todo eso, este pueblo no llegó a ser un lugar de “copamiento” para grupos armados ilegales en la misma medida que lo fueron o lo son otros municipios del Suroeste como Andes, Caramanta, Venecia, Concordia y Urrao. Fredonia fue más bien un corredor estratégico y el escenario de preparación política y militar de grupos paramilitares, así lo explica el profesor Fernando Cifuentes, filósofo y conocedor de esa historia del territorio en la que también hay líderes sociales asesinados durante el exterminio contra la UP, como Piter Atehortúa y Darío Henao.

“No ha habido hechos violentos de gran magnitud, pero sí hubo un daño estructural en la década de los 70 con la llegada del narcotráfico y más tarde la crisis del café —en los 90—. Cuando aparece Jaime Builes —narcotraficante famoso y recordado en Fredonia—, esa ética del trabajo agrícola, cafetero, se empieza a desdibujar y se siembra la semilla de lo narco”, explica el historiador Luis Fernando Sierra, quien también es profesor de la Normal y promotor de la Escuela de Paz y Poesía.

Foto: Alejandra Machado

El no tener un conteo de grandes masacres o tomas armadas ha desdibujado de la memoria de los fredonitas esa imagen de uniformes camuflados o actores armados que de alguna manera estuvieron presentes en su territorio y que hacen parte de su historia. “La mayoría de las personas cree que este pueblo no tiene víctimas y que no hay que hablar de paz porque no tenemos unos hechos grandes de violencia. Pero los niños han podido tener esa conciencia que nosotros los adultos no tenemos”, asegura Gloria Pino, lideresa social del municipio.Y esa sensibilización de la que habla Gloria se debe en gran parte a la Escuela de Paz y Poesía, un proyecto liderado por el profesor Edwin Rendón que pretendía articular la clase de literatura con la cátedra para la paz y que hoy es un laboratorio de escritura y arte que permite a los estudiantes sanar las heridas del conflicto, sensibilizarse ante el dolor ajeno y formar pensamiento crítico a través del diálogo.

Una guerra que no era nuestra
nos separó.

Padre, donde estés,
sabes que he sufrido
y ves la guerra que enfrento todos los días,
ves cómo me juzgan, como me etiquetan.

El conflicto armado me arrebató a mi padre
por el solo hecho de tener el apellido González.
El conflicto enfrentó a mi niñez con la soledad (…).

Henry González

La Escuela de Paz y Poesía lleva más de cuatro años. Hace parte del proyecto educativo de la Institución Educativa Normal Superior y surgió de esa necesidad de construir memoria en un municipio que pareciera querer ignorar su historia. El objetivo es propiciar la construcción de paz desde el ejercicio poético y usar la escritura para reconocer a las víctimas del conflicto y para “desgarrar el silencio a través del poema”.

La Escuela es un espacio en el que los niños y jóvenes que han padecido el conflicto armado encuentren una alternativa en la poesía, pero también para que quienes no han vivido la guerra entiendan su historia y se apropien de ella. La Escuela también realiza encuentros con los abuelos para rescatar la memoria oral, las tertulias; escriben sobre el barrio o la vereda, investigan sobre diversos temas y construyen la historia entre todos.
“Una vez tuve una alumna a la que le mataron a sus padres, un grupo de hombres armados entró a su casa y los asesinaron frente a ella. A los cuatro días la niña estaba de nuevo en el colegio, yo supe que la clase ya no podía ser la misma. A todos les pasaban demasiadas cosas como para que yo solo me dedicara a dar temas, como si esto fuera Suiza”, cuenta Rendón.

Esa experiencia fue el detonante para la creación de este proyecto. Y días después la idea fue madurando en compañía de Luis Fernando Sierra y Fernando Cifuentes, en conversaciones mediadas por tazas de café y, a veces, una que otra copa de ron. En esas charlas, donde la indignación siempre era protagonista, los tres profes de la Normal comenzaron a preguntarse cómo debería ser y funcionar un proyecto pedagógico que le hiciera frente a la indolencia y la indiferencia ciudadana. Un proyecto pensado para niños.

¿Cómo es una clase?

Funciona como una experiencia de viaje, una metodología que el proyecto ha nombrado como “La travesía literaria”. Comienza con un acertijo, una cita de un autor que debe ser descifrada antes de comenzar el viaje. Luego viene el preludio de la aventura: presentan un cortometraje, leen un poema o ponen una canción, generando un ambiente de diálogo y escucha. Después se sumergen en la expedición por el conocimiento, donde se propone la pregunta a resolver o el objeto de investigación. Seguido por el reto de la travesía, que es “el momento del hacer”, en donde hay un desafío creativo para el estudiante, un espacio para la escritura. Y finalizan con la socialización de la experiencia personal.

Este proceso “tiene como propósito aportar a la construcción de paz desde el ejercicio poético. Se cumplen todos los requerimientos del pensum de lengua castellana, pero con temas de memoria histórica, del territorio, de pluralidad, de resolución de conflictos”, explica Rendón, un profe que ha sido tan alabado como criticado por defender su apuesta por la paz. Pero sabe que todo vale la pena cuando escucha a sus estudiantes liberar su dolor y sentir empatía con las víctimas.

Yesica Londoño es una de las estudiantes de la escuela. Es ciega y con sus poemas escritos en braille pudo hacer el duelo por el asesinato de su hermana: “Fue expresar mi dolor mediante las letras, me inspiré en el dolor que estaba sintiendo”, comenta.

“Hacer memoria, desahogarse, sensibilizarse con el dolor ajeno, hacer duelo y salvarse de la guerra”, estas son algunas de las palabras que los estudiantes de esta Escuela de Paz y Poesía utilizan para describir el impacto del proceso en sus vidas.

La plaga que azota a la humanidad,
un juego en el que todos
perdemos la partida.
La enemiga de la paz,
la guerra y su dolor.
La destrucción de la belleza.

Alexandra Jaramillo