En Colombia el aviturismo ha servido de excusa para historias de reconciliación como la de Diego Calderón Franco, un ornitólogo que hoy les enseña sobre pájaros a excombatientes de las Farc que hace 15 años lo secuestraron.

Por: Adrián Atehortúa
Foto de apertura: Marcos de La Oz

El chamicero Asthenes perijana es un pájaro cuyo plumaje abarca varios tonos de café, desde el castaño hasta el canela, vive en zonas de pasto abierto, mide cerca de 21 centímetros y emite un canto que comienza bajo y corto y se extiende emocionado en un final de algo que suena muy alegre. Habita en la misma zona que el colibrí Metallura iracunda, de plumaje negro, verde y rojo que a la luz del sol toma un tono de brillo metalizado, y hace un canto corto, sencillo como un breve timbre de finísima melodía. Ambas son especies casi endémicas de Colombia que solo se encuentran en la Serranía del Perijá, el ramal más septentrional de la cordillera de los Andes, una zona compartida con Venezuela de una riqueza natural desbordante que comprende páramos y bosque tropical.

El chamicero (Perija Thistletail – Asthenes perijana). Foto: David Ascanio

En 2004, siendo estudiante de Biología de la Universidad de Antioquia, a Diego Calderón Franco le encargaron una exploración para buscar a ambos pájaros porque no se tenían registros suyos desde hacía 50 años. Aceptó la tarea y partió en abril de ese año para el Cesar. Su misión tomó un rumbo muy diferente cuando, a poco tiempo de empezar su exploración, después de siete horas a caballo adentrándose en la serranía, Diego fue detenido frente a un campo de amapolas por hombres del frente 41 de las Farc que operaba en esa zona. Los guerrilleros huían constantemente de los ataques del ejército y los enfrentamientos con los paramilitares y en su travesía se lo encontraron binóculos en mano y no dudaron en retenerlo de inmediato. Por más que explicó que las razones por las que estaba en la zona eran meramente científicas, los guerrilleros no le creyeron ni le prestaron atención y, en el mejor de los casos, lo consideraron un infiltrado: los mapas, el GPS, los textos con nombres en latín y cualquier elemento que cargaba no le ayudaban a amortiguar la desconfianza de los guerrilleros. Así fue como terminó secuestrado por las Farc. “Prácticamente nos la pasábamos escondiéndonos del ejército. Recorríamos la serranía de un lado a otro de la frontera esquivando los ataques… Por momentos, veíamos paisajes increíbles… en las noches de luna llena, por ejemplo, podíamos ver los picos de la Sierra Nevada de Santa Marta brillando en medio de las estrellas… eso era increíble, hermano, una cosa brutal”, recuerda Diego.

En aquella ocasión, a pesar de no perder el ánimo por el secuestro y haber pasado tres meses recorriendo la Serranía del Perijá en manos de los guerrilleros, Diego no encontró los pájaros que había ido a buscar. Una vez liberado, aquella experiencia tampoco hizo que perdiera interés en las exploraciones por el riesgo que implicaban. Todo lo contrario. Hoy en día, cuando las Farc se han desmovilizado tras el proceso de paz y buscan formas de reincorporarse a la vida civil, Diego ha empezado una etapa de su carrera a la que nunca imaginó que llegaría: quince años después de aquella indeseable experiencia, ha vuelto a la Serranía del Perijá para capacitar a los exguerrilleros que lo secuestraron sobre cómo hacer ecoturismo dedicado al avistamiento de aves. Los que antes lo privaron de la libertad por querer ver pájaros, ahora quieren aprender todo sobre ellos. Diego lo entiende, lo comparte. Por eso no se niega.

El colibrí (Perija Metaltail – Metallura iracunda). Foto: Diego Calderón.

En Colombia, por ejemplo, cosas como la ornitología (la rama de la biología que estudia a las aves) no se han desarrollado en una amplia trayectoria, en gran parte por los problemas que durante más de cincuenta años ha traído el conflicto. En muchos países sin guerra también ocurre lo mismo, y el tema no tendría mayor relevancia de no ser por un dato paradójico: Colombia es el país con mayor diversidad de aves en el mundo. La cifra no es completamente exacta, pero según cálculos oficiales, se estima que en el país se han registrado alrededor de 1.930 especies diferentes, que equivaldría casi a un 18 por ciento de todas las especies de aves del planeta. En otras palabras, en el país más rico en aves se sabe muy poco de ellas.

La fascinación de la humanidad por las aves ha sido casi siempre inmediata, no requiere mayor explicación y por eso tiene una larga historia. Primero está lo obvio: las aves son animales con habilidades que remiten a cualquier sinónimo de belleza para los humanos: cantan con música propia hasta desarrollar melodías y sonidos que difícilmente los humanos hemos logrado imitar, bailan con movimientos complejos que nos recuerdan nuestros propios rituales de cortejo, hacen construcciones de enorme complejidad para encontrar el refugio propio y el de los suyos, tienen plumajes vistosos y multicolores que hemos perseguido durante siglos para adornar nuestras propias indumentarias, algunas incluso han podido llegar a imitar la voz humana, otras nadan a grandes velocidades y pueden llegar a sumergirse a profundidades considerables… y, por supuesto, vuelan. Y, además, todo eso lo hacen especies que no superan los tres centímetros –algunos colibríes no llegan a pesar más de 25 gramos- hasta algunas que llegan a los tres metros de envergadura. Y también está lo no tan obvio: exceptuando los insectos, tal vez no hay otra especie animal que el hombre pueda contemplar con mayor facilidad que las aves. Ya sea en el campo o en la ciudad, no es lo mismo salir a observar aves que mamíferos o reptiles. Cualquier colombiano que salga a la esquina podría ver cuatro, cinco, seis especies diferentes en una o dos horas sin esforzarse demasiado. Ver un jaguar, una serpiente, una ballena puede tomar jornadas enteras. Las aves nos resultan tan universales a la humanidad como el aire mismo que respiramos y que ellas surcan. Basta con levantar la mirada al cielo y detenerse a contemplar.

Diego Calderón Franco, biólogo egresado de la Universidad de Antioquia. Foto: Marcos de La Oz.

Eso no quiere decir que siempre se les haya estimado. Se sabe que la relación de la humanidad con las aves data desde la prehistoria y durante casi todo ese tiempo esa relación se ha basado en una dinámica en la que las aves terminan siendo presas de los humanos. Algunas variaciones se han presentado con el tiempo y han virado generalmente hacia la domesticación: las gallinas, por ejemplo, han sido domesticadas por la humanidad desde hace 6.400 años, pero en ese caso también, de alguna forma, las aves terminan siendo presas de los humanos.

Las aves como ornamento tienen también una historia amplia, siendo el caso más expandido el de los canarios, que han sido domesticados y puestos en cautiverio desde el siglo XVII, aunque esas cosas ya pasaban antes. Son más esporádicos, pero no menores, los casos en los que esa relación beneficia a ambas especies, como lo es el ancestral y aún vigente caso de los Indicatoridae una especie de pájaros comunes en África que desarrollaron una habilidad para guiar a los humanos hasta la ubicación exacta de las colmenas y así los humanos obtienen la miel y las aves obtienen las larvas que quedan una vez se destruyen los panales. Sin embargo, en esa escala de tiempo, la observación de aves como finalidad específica ha sido un fenómeno muy reciente.

Todo comenzó a finales del siglo XVIII en Gran Bretaña, cuando empezaron a realizarse los primeros estudios etológicos de aves con fines científicos. A lo largo del siglo XIX el interés se extendió a Estados Unidos, donde era popular la costumbre de hacer competencias de cacería de aves en Navidad llamadas Christmas Side Hunts, en las cuales cientos de cazadores salían a disparar a cuanta cosa volara para al final de la jornada ver quién había logrado matar más pájaros. Esa costumbre no le gustaba a Frank M. Chapman, un banquero entusiasmado por la naturaleza que se había ofrecido a ser asistente en el Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York, donde pronto se convertiría en un experto en aves y taxonomía. Chapman propuso que las jornadas navideñas de cacería fueran reemplazadas por carreras navideñas de conteos de aves. Con cada Navidad la idea tuvo más acogida y fue creando un público al que le gustaba más observar aves que matarlas. Con el tiempo, la base de datos de aves observadas y de observadores era suficiente como para un libro, y así surgieron las primeras guías ilustradas, que hoy son la biblia de todo observador de aves. La vocación de Chapman por las aves lo llevó a explorar las de otras geografías una vez contabilizadas las de su país, y entre sus misiones llegó a hacer lo propio en Colombia al final de la segunda década del siglo XX. Así comenzaron a tenerse las primeras nociones de la riqueza de aves en el país.

Actualmente, esa pasión que empezó como una iniciativa para que un grupo de gringos dejara de matar aves porque sí, ha llegado a niveles económicamente nada despreciables. La observación de aves ha generado un turismo de cifras desproporcionadas. Según la Organización Mundial de Turismo, se calcula que cien millones de personas se dedican a este tipo de actividad y en países como Reino Unido se estima que la gente interesada en el avistamiento de aves es tanta como la gente interesada en el fútbol. Por otro lado, según las Naciones Unidas, solo en Estados Unidos el turismo de observación de aves deja ganancias anuales que llegan a los 32 mil millones de dólares que, en otras palabras, equivale al Producto Interno Bruto de países como, por ejemplo, Costa Rica. Solo en Perú, donde el turismo ha llegado a tener todo tipo de ofertas, se estima que al año llegan cerca de 40 mil personas interesadas en ver aves, que dejan en ese país cerca de 90 millones de dólares en divisas. Un estudio de 2016 del Ministerio de Comercio de Colombia en alianza con Conservation Strategy Found y National Audubon Society, de Estados Unidos, revela que el turista promedio de ese país interesado en observar aves supera los 40 años, es en su mayoría profesional o jubilado y tiene capacidad e intención de gastar entre tres mil y cuatro mil dólares a la semana para observar aves. Y, además, que podrían ser 280 mil las personas que anualmente lo harían. En otras palabras, un mercado nuevo.

La Expedición BIO fue un proyecto del Estado impulsado desde Colciencias. Foto: Robinson Henao.

—¿A vos por qué te gustaría dedicarte a los pájaros?

— A mí siempre me han gustado los pájaros. Son animalitos que siempre he admirado ¡son tan hermosos y diversos! Cuando llegamos aquí fue que nos surgió la idea de que debíamos cuidarlos y protegerlos. En un país con tantas aves, que significan tanto para el sostenimiento del medio ambiente… Es una oportunidad para poder seguir con nuestros proyectos de vida— dice Cecilia Rodríguez.

En los últimos dos años, la vida de Cecilia ha cambiado drásticamente. Desde que dejó las armas tras el proceso de paz, ha buscado la forma de hacer efectiva su reincorporación a la vida civil. Tiene 35 años y durante casi veinte combatió en los frentes 19 y 41 de las Farc en las zonas del Caribe colombiano, en cuyos dominios se encuentran la Sierran Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá. Entre los proyectos que ella y sus compañeros han emprendido, se encuentra uno de ecoturismo. En esa dinámica, se plantearon estrategias que tuvieran fuerza en la zona y una de ellas fue, cómo no, el avistamiento de aves. Fue entonces que crearon un club de observación de aves.

La idea de que un grupo de excombatientes quisiera dedicarse a algo tan poco convencional no tuvo una resonancia menor. Pronto fueron invitados a la Feria Internacional de Aves, en Cali. Allá conocieron mucho más de ornitología y, por supuesto, de pajareros. Pero Cecilia y sus compañeros nunca imaginaron que en ese lugar terminarían compartiendo con uno de los exsecuestrados del frente en el que militaban. Muchos años después, Diego Calderón estaba también en aquella Feria dando su conferencia «Pajariando con las Farc», en la que hablaba, entre otras cosas, de las expediciones del proyecto Colombia BIO, promovidas por el Estado colombiano.

Son misiones científicas realizadas bajo una premisa apenas lógica: con la dejación de armas de las Farc, en Colombia empezaron a ser accesibles territorios que por décadas fueron inexplorados por la ciencia y por cualquier otro interés humano distinto a la guerra. La idea consistía en formar grupos integrados por científicos que se apoyaran en excombatientes de la zona, porque nadie en Colombia conoce tanto esos lugares como ellos. En otras palabras, los científicos buscaban apoyarse en el conocimiento de los exguerrilleros para redescubrir zonas prácticamente vírgenes en el país. “Es como revivir las exploraciones de Darwin, pero en el siglo XX”, dice Diego Calderón. Solo en una de ellas, en Anorí, Antioquia, Calderón y sus compañeros (científicos y excombatientes) registraron para la ciencia 14 especies de las que antes no se había tenido registro.

Sobre eso hablaba en la Feria Internacional de Aves de Cali. “En Colombia hemos avanzado… Hace unos cinco años que hemos venido siendo serios como país en el mejoramiento de temas básicos para el avistamiento de aves: infraestructura, capacitación, rutas… como buenos colombianos, habíamos ensillado sin tener las bestias, pero ahora sí podemos ver que hay más posibilidades”, dijo Diego al respecto. Al final de aquella conferencia, un hombre se le acercó y se presentó como Germán Gómez, que antes y durante casi treinta años fue conocido como ‘Lucas’, cuando aún era guerrillero en armas del frente 41 de las Farc. Las palabras sobraron. Los reinsertados le explicaron al biólogo, que alguna vez fue su secuestrado, el plan que tenían ahora para su reincorporación y lo invitaron a esas tierras que ya había conocido en circunstancias no tan gratas. Él aceptó de inmediato. Sabe que el suyo es un acto de reconciliación.

Diego y Cecilia han pajareado juntos. Ha sido una de sus alumnas más aplicadas. Se esfuerza en aprender los nombres científicos de los pájaros que siempre vio en el monte sin mayor conocimiento que el de su evidente belleza. Su esfuerzo por ser guía dedicada al avistamiento de aves es una de las tantas cosas que ahora emprende desde cero para que su vida tome un rumbo estable. A la vez, está validando el bachillerato y piensa seguir luego con alguna carrera universitaria; también trabaja en el proyecto en común con sus compañeros y además está a punto de ser madre. “En este proceso de reincorporación nos enfrentamos a muchos retos y tenemos que prepararnos al tiempo para cada uno de ellos. No sé qué tanto pueda darse la posibilidad de ser guía de avistamiento de aves… pero si se pudiera, sería maravilloso”.

Eso mismo, en palabras de Diego, es expresado así: “Yo lo hago para enviar un mensaje que incomode como con cariño… decirle a la gente que solo ha visto la guerra por el televisor que hay que reconciliarnos para que estás cosas tan bonitas pasen. Falta poco para que por fin tengamos ese lugar ideal en el que ellos puedan dedicarse de lleno al avistamiento de aves, pero falta. Yo siempre he sido más bien de la gente pesimista: pienso que la situación del planeta está muy difícil, que ya somos demasiada gente en el mundo. Pero este tipo de cosas son las que hacen que me dé esperanza”. Cosas de paz y guerra.

Atrás el secuestro y los fusiles, Diego y Cecilia coinciden, cada uno a su manera, en lo mismo: les gustan las aves y en el país que cuenta con más especies —y que, seguramente, tiene muchas por descubrir— hay un potencial negocio, ya sea por paz, ya sea por plata, ya sea por ciencia, ya sea por gusto. Una prueba: ambos ya han tenido el tiempo y la tranquilidad de poder ver, de nuevo y para el mundo, el chamicero Asthenes perijana y el el colibrí Metallura iracunda. Antes eso implicaba muchos riesgos innecesarios. En otras palabras, es como matar dos tiros de un solo pájaro.