Los testimonios de las víctimas son fundamentales para esclarecer la verdad de los conflictos, pero ¿tiene consecuencias en la salud mental de quien recuerda? Hablamos con la psicoanalista Fabiana Rousseaux, quien ha trabajado con víctimas de violaciones a los derechos humanos en Argentina, Uruguay y Brasil.

Por: Esteban Tavera

Desde que iniciaron las negociaciones entre el Gobierno Nacional y las Farc-EP se dijo que en el centro del acuerdo de paz debían estar las víctimas. Y uno de los elementos que emergieron como claves en el proceso es que las víctimas fueran escuchadas por sus victimarios, por el Estado y por la sociedad en general. Pero ¿qué pasa con las víctimas cuando son llamadas a dar testimonio ante las instituciones que se entran funcionamiento en contextos transicionales? ¿Se puede hablar sobre el dolor que produjo una acción violenta sin que tenga efectos en la salud mental de las personas?

De esto hablamos con la psicoanalista argentina Fabiana Rousseaux, quien es directora del Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos, Fernando Ulloa; y directora de la Asociación Territorios Clínicos de la Memoria, a través de la cual ha asesorado políticas de atención a víctimas de violaciones a los derechos humanos en Argentina, Uruguay y Brasil.

En abril usted fue invitada por la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad a participar de un encuentro, en Barcelona, con víctimas colombianas exiliadas en Europa, ¿cómo se dio ese acercamiento?

La invitación me la hicieron por la experiencia que desarrollé sobre la toma de testimonios para los juicios de lesa humanidad en la Argentina y Uruguay, y para la Comisión de Amnistía de Brasil.

La Comisión está instaurando nodos de trabajo en distintos países de Europa donde están exiliados muchos colombianos, para que se puedan recoger los testimonios de esas víctimas. Allí pudimos conversar con personas que salieron exiliadas de Colombia en distintas épocas y con los hijos de esas personas que ya han hecho toda una vida en Europa. Es muy interesante porque se puede ver en muchos de ellos cómo dieron un paso de lo meramente testimonial a lo académico, pero siempre atravesados por esa historia.

En clave de aprendizajes, ¿qué se debe tener en cuenta en Colombia en el proceso de recolección de testimonios que nutren el Sistema de Verdad, Justicia, Reparación y Garantías de No Repetición?

Desde el psicoanálisis planteamos que hablar siempre tiene efectos. No se puede pensar que volver a pasar por toda esa construcción testimonial es sin consecuencias para el testigo. Esto, en el sentido de todo lo que se pone en marcha a nivel subjetivo: los fantasmas que se reviven, la angustia que vuelve a aparecer, la reactualización de los hechos, todo esto. Entonces, aquí también es importante evaluar para qué se hace, porque tomar un testimonio que va a tener resultados penales trae unas consecuencias en las víctimas; y tomar testimonios que van a parar a comisiones de la verdad, tiene otras. Ni siquiera la retórica de ese testimonio es la misma. Es decir, hay cosas que se dicen de los hechos que, si van a derivar en sanciones, son importantes para los testigos, pero no tienen valor jurídico porque no agregan ni restan a la justicia penal y, sin embargo, existe la necesidad de decirlo por parte del testigo. En el caso de las comisiones de la verdad hay otro estatuto de ese relato, es como una dimensión reparatoria de este.

Uno de los ejes de esa conversación fue la pertinencia o no de que las víctimas hagan parte de los equipos que compilarán los relatos de los testigos. Basada en su experiencia, ¿usted cree que es importante que las víctimas hagan parte activa de esos mecanismos de recolección de verdad?

No porque se es víctima se escucha mejor, se entiende mejor, se puede disponer mejor. Ese debate en Argentina fue muy profundo. Cuando nosotros intentamos acercar el trabajo de toma de testimonios en algunas provincias, las víctimas nos decían que conocían a algún psicólogo, médico u otro tipo de profesional que los atendía porque también era sobreviviente y entendía muy bien la temática. Pero cuando uno se entrevistaba con esos profesionales, cuyo rasgo fundamental era que eran víctimas, había una confusión total en la función. Es decir, no porque alguien haya pasado por ese lugar puede entender mejor esa temática.

En su caso personal, que es hija de personas desaparecidas, pero también una psicoanalista que trabaja estas temáticas, ¿debió dejar de lado su condición de víctima?

Yo no me interesé en trabajar estos temas sin haber terminado antes mi propio análisis y poder renunciar a esa condición. Es decir, precisamente por ser alguien que había sido tocada por esa experiencia, es que durante muchas décadas estuve convencida de que yo no podía meterme de lleno en este terreno.

Entonces me puse a trabajar desde otras perspectivas vinculadas a la cuestión del cruce de lo social, lo político y el psicoanálisis, pero no podía autorizarme a escuchar estas temáticas como profesional si no había una frontera que me pusiera en un lugar distinto de escucha. Hay casos de colegas que, incluso hasta abiertamente han dicho, pueden escuchar de esta temática porque su historia lo une a la del paciente.

¿Cómo dio el salto hacia estas temáticas?

Fue hasta el año 2000 que me permití a mí misma escuchar sobre estas problemáticas. Primero, escribiendo mucho sobre la cuestión clínica, sobre qué y de qué manera puede aportar el psicoanálisis a esto, y sin sentir que mi condición me autorizaba más porque, por el contrario, yo creo que mi condición me ha autorizado menos.

Por ese entonces ocurrió que el presidente Néstor Kirchner entró a la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), acompañado de muchos de los sobrevivientes que estuvieron detenidos y desaparecidos, o que fueron torturados en ese lugar, y escuchó sus relatos. Yo creo que ahí se produjo un hecho muy simbólico porque esas personas fueron víctimas del Estado y ahora era el mismo representante mayor del Estado el que les hacía un reconocimiento.

Allí fue que yo encontré todo el sentido por escuchar la dimensión íntima de las víctimas, porque faltaba una pata que era pensar que la asistencia terapéutica no es solamente que cualquiera las puede escuchar, sino que se agregaba un nuevo sentido reparador a partir de que quien escuchara fuera el Estado. Y lo interesante de esto es que logramos agujerear la estructura burocrática para introducir al sujeto singular. No es la lógica de programas que se escriben para nadie en particular y que luego se piensa con una lógica burocratizante donde todos tienen que venir a hacer lo mismo y donde ya se aplican evaluaciones para todos por igual.