Roberto Fernández Droguett, profesor e investigador de la Universidad de Chile, señala que en los procesos de construcción de memorias se deben abordar los hechos violentos, pero también aquellos asociados a la resistencia y a la transformación de la sociedad.

Por: Juan Camilo Castañeda

Foto: Paul Lowry

Fernández Droguett es psicólogo social, doctor en Arquitectura y Estudios Urbanos y hace parte del grupo de investigación de Psicología Social de la Memoria. El profesor participará en el tercer Coloquio de Investigación: Narrativas, representaciones y lugares de la memoria, que se realizará el 8 y 9 de agosto en Medellín.

¿Cómo define usted un «lugar de memoria»?

Hay mucha discusión respecto a qué son los lugares de memoria y cómo funcionan. Nosotros —su grupo de investigación—entendemos los lugares de memoria como espacios. Como dice Nora, donde trabaja la memoria o donde se hace memoria. En ese sentido, decimos que un lugar que tenga alguna relevancia histórica no necesariamente es un lugar de memoria. Entendemos los lugares de memoria como espacios donde las personas, los grupos, los colectivos, los utilizan para algún fin conmemorativo, para recordar, etcétera. Y dentro de las clasificaciones que existen están los lugares de memoria que se construyen para recordar, como lo son los memoriales y monumentos. También están los lugares donde ocurrió algún hecho significativo y que se recuperan. En Chile, pero sobre todo en Santiago, hemos estudiado lugares, edificios o casas que fueron centros de detención, tortura o asesinato, y esos lugares han sido recuperados por organizaciones de derechos humanos. También existen otros lugares de memoria, como cuando en las universidades hay alguna sala de alguna persona que fue ejecutada o desaparecida durante la dictadura.

Roberto Fernández Droguett, académico de la Universidad de Chile. Foto: archivo particular.

En un país como Chile que vivió un régimen militar, ¿cuál es la importancia de los lugares de memoria?

En nuestras investigaciones, las organizaciones de derechos humanos han planteado que los lugares de memoria juegan un rol de reparación simbólica para las familias y las víctimas, de recordatorio del pasado y, como dicen algunos autores, son una especie de proclamación del nunca más.

Sin embargo, yo diría, y esto marca una diferencia con otras investigaciones, que para nosotros los  lugares de memoria y el estudio de los mismos no deberían restringirse solo al momento de la dictadura. Nosotros asumimos que la violencia política se ejerció de manera sistemática durante la dictadura, pero después el Estado ha seguido ejerciéndola contra ciertos sectores, por ejemplo, el pueblo mapuche o en manifestaciones contra los estudiantes. Tras la caída de la dictadura en 1990, han sido asesinadas en distintas circunstancias 50 personas por las fuerzas policiales. Evidentemente no estamos hablando de los grados de violencia sistemática que ocurrieron en la dictadura, pero la violencia política sigue siendo importante.

En general, los estudios de la memoria han estado centrados en la violencia, en las violaciones sobre los derechos humanos, pero también creemos que la memoria tienen que contribuir a la politización de la sociedad, entonces, nosotros hemos abordado otras memorias como las de la resistencia y las de los proyectos de transformación política y social.

¿Cómo han aportado los lugares de memoria a la reparación simbólica y al reconocimiento de las víctimas en Chile?

Diría que ahí hay un efecto bastante importante. Los lugares de memoria han hecho efectiva la reparación simbólica y la recordación de las víctimas. El primer memorial que se construyó en 1994, en Chile, está en el principal cementerio de la ciudad y es un muro donde se encuentran los nombres de todos los desaparecidos y ejecutados políticos. Es muy importante. Luego, la mayoría de los memoriales han seguido un poco ese estilo de construcción de muros o algún tipo de objetos donde están los nombres de las víctimas.

Usted ha sido crítico con la posición que se le ha dado a esos lugares de memoria dentro la ciudad ¿Por qué?

La crítica que yo hago es que el emplazamiento de esos lugares no es el más significativo. El Memorial del Detenido Desaparecido y del Ejecutado Político se encuentra en un cementerio de la ciudad, en una zona relativamente periférica, y nosotros decimos que dada la importancia de ese memorial, debería estar en el centro de Santiago.

Aquí podemos decir que sí hay una memorialización de las víctimas en el espacio público, pero que no tiene la visibilidad que debería tener. Cuando uno va al centro de Santiago se encuentra con la estatua de los grandes próceres de la independencia, pero prácticamente no se encuentra con las figuras del pasado más reciente. Ahí creemos que hay una insuficiencia que tiene que ver con una cierta tendencia a evitar el conflicto.

De todas maneras, es positivo que los lugares de memoria activen esta conflictividad, porque están recordando hechos conflictivos del pasado. Lo que postulamos es que el problema no es la conflictividad de los lugares de memoria, sino que el desafío es cómo nosotros gestionamos esa conflictividad en un marco democrático que permita el debate, la diferencia y el reconocimiento para avanzar en esa democratización de la sociedad.

En Colombia, distintos procesos llevaron a la instalación de monumentos de memoria, museo o lugares construidos por las mismas organizaciones, ¿cómo hacer pedagogía para que no se quede en mera infraestructura?

Lo que hemos visto en nuestras investigaciones es que el mero lugar de memoria no asegura nada, por eso es importante que en los lugares de la memoria se active la memoria, y en ese sentido hay una función pedagógica bastante importante, pero deberíamos hacerlo bajo una metodología participativa e inclusiva. Muchas veces en estos espacios se lleva a las personas a mostrarles lo que ocurrió en el pasado y lo que ocurre es que se convierten en espectadores de la memoria.

Nosotros lo que planteamos es que tenemos que encontrar estrategias pedagógicas donde las personas se transformen en actores de la memoria y se puedan involucrar de manera activa. Creemos que una manera de hacerlo es establecer una relación entre pasado y presente, pues lo que a nosotros nos interesa no es solo que conozcan el pasado, sino que a partir de la reflexión sobre lo que ocurrió puedan pensar sobre el presente y sobre el futuro.

Lo que ha ocurrido en Chile en algunos lugares de memora ha sido muy interesante, por ejemplo, la vinculación entre organizaciones de memoria y de derechos humanos con organizaciones sociales y políticas que actúan en el presente. En esa relación se establece un debate entre pasado, presente y futuro. En ese sentido, somos muy insistentes en alejarnos de la idea de la memoria como historia. Para nosotros la memoria es una práctica que se realiza en el presente, que tiene que ver con el pasado y tiene que ver con el futuro que somos capaces de construir en lo político.

Aunque en Santiago de Chile existen cerca de 250 lugares de memoria que recuerdan a las víctimas de la dictadura militar de Augusto Pinochet, Fernández Droguett asegura que la memorialización de los hechos violentos del régimen es incompleta, porque lugares de memoria que recuerdan las violaciones de derechos humanos del régimen militar, no tienen la visibilidad y el protagonismo que deberían tener. Foto: archivo particular.