Natalia Duque

Vivía en una casita de corredor frontal en el corregimiento de Santa Ana, vereda El Oso, del municipio de Granada (Antioquia).

Era una de esas típicas casitas antioqueñas con paredes de colores fuertes, materas colgando, una mecedora en la parte de adelante y árboles a los que se subían Bárbara Otilia Yepes Giraldo y sus 4 hermanos mayores a coger mangos. Su mamá se dedicaba a las labores hogareñas y su padre procesaba la penca de cabuya. Bárbara, siendo una niña, le ayudaba a su papá a hacer costales y manualidades. En su tiempo libre hacía ollas y vasos de barro, muñecas de cartón y casitas de palos. “Mi hermana me las destruía porque a ella le quedaban feas”, cuenta Bárbara y añade una expresión que se hará común en adelante: “siempre me tocó resistir y volverlas a hacer. El que sabe desde dónde viene y pa’ dónde va, no come cuento ni se pierde en el camino”.

Ella creció en medio de los paisajes verdes del campo mientras su mamá le insistía que fuera una buena niña, que orara. Su papá, hombre de principios inamovibles, le gustaba que se pusiera faldas y tuviera, según recuerda Bárbara, “los pies bien puestos en la tierra” para que la velocidad del mundo no la tumbara. Con sus hermanos, todos más grandes que ella, armaba carretas y llegaba llena de lodo a la casa. Bárbara Otilia nació y vivió sus primeros años en una vereda de un municipio muy semejante a tantos otros en Colombia, uno de los tantos que no logró escapar a los avatares del conflicto armado.

Granada es un municipio del oriente antioqueño, ubicado a 2 horas de la capital del departamento, Medellín. En los años 80, el grupo guerrillero ELN (Ejército de Liberación Nacional) fue el encargado de ejercer la hegemonía en esta subregión. A finales de esa misma década incursionó el grupo armado ilegal Farc-EP, por lo que se comenzó a dar una pugna entre ambos actores que buscaban el control territorial. Sin embargo, no fue sino hasta el año 2000 cuando se recrudeció el conflicto con la llegada de los paramilitares. Entre los años 2001-2004 se vivió el periodo más violento en la región debido a los constantes enfrentamientos entre guerrillas y paramilitares.

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Es el año 2015. Bárbara vive ahora junto a un desvío de la carretera principal, a 5 minutos del casco urbano de Granada. Es una casa tradicional que cuenta con un corredor frontal, el pasto que no ha sido podado en meses, las paredes están siendo invadidas por la humedad y el tiempo se ha encargado de ir dejando en ellas un tono grisáceo. Esta casa se pareció en algún momento a la que habitó en su infancia.

Regresó a Granada hace pocos meses, cansada de esperar por años a que se diera un retorno con garantías. Decidió volver desde Envigado (Antioquia), lugar al que llegó luego de que la violencia la obligara a desplazarse cuando tenía solo doce años. Su nueva casa es un lugar donde el viento golpea fuerte y se cuenta con una vista privilegiada gracias a su ubicación en la ladera de la montaña. Tiene 3 habitaciones, cada una más pequeña que la otra.
¿Y cuándo vuelve el desaparecido?

bárbaraFue en 1992 cuando un grupo armado ilegal asesinó a su padre. Para esa fecha los paramilitares ya se encontraban en el oriente antioqueño, pero aún no habían llegado a Granada; en el municipio permanecían en conflicto las Farc y el ELN. “Lo recuerdo así, sonriente, con esa carita satisfecho. De él aprendí: pies en la tierra, la frente en alto y la consciencia libre y tranquila”. 8 años después uno de sus hermanos, Fernando, desapareció sin dejar rastro alguno. Una de sus hermanas, preguntando por el paradero de Fernando, fue desaparecida también 3 meses después. De ella ni de Fernando se volvió a saber nada.

La desaparición forzada fue una dinámica que se incrementó con la llegada de los paramilitares al sector en el 2000. Así como los seres queridos de Bárbara, se calcula que en Granada hay aproximadamente 400 desaparecidos; sus retratos se han ido reuniendo de manera paulatina, de acuerdo con el deseo de las familias, en el Salón del Nunca Más. Este es un espacio que fue creado por los mismos granadinos con el objetivo de sensibilizar y, más importante aún, no olvidar los años de violencia por los que tuvieron que pasar muchos de ellos. Las palabras del músico panameño Rubén Blades parecen recuperar el sentir de los granadinos:

“¿Adónde van los desaparecidos?
Busca en el agua y en los matorrales.
¿Y por qué es que se desaparecen?
Porque no todos somos iguales.
¿Y cuándo vuelve el desaparecido?
Cada vez que los trae el pensamiento”.

Bárbara no se ha quedado atrás en este proceso de reconstrucción de memoria. A pesar de que ha vivido en Medellín y Envigado gran parte de su vida, nunca ha sido ajena a los procesos de reconstrucción que se realizaron en su municipio. “Venía y estaba mucho con los procesos aquí porque la incidencia como líder social, como defensora de todos los seres vivos, siempre la he tenido a nivel local, departamental y nacional”, dice. Su participación más destacada ha sido en Granada, donde ha colaborado con diferentes asociaciones derivadas del Salón del Nunca Más, entre ellas: Asovida, Asodesplazados y Asocomunal.

barbara otilia_salon del nunca masAsovida es una asociación de personas que han sido víctimas de la violencia en Granada. Su finalidad está en la creación de una memoria colectiva acerca del conflicto armado. Bárbara ha hecho parte activa de ella y ha logrado dar apoyo a los granadinos a través de una conversación constante y capacitación a algunas personas en la formación de líderes sociales. Ejemplo de ello es su participación del ritual que se realiza mes a mes en el Parque de la Vida, un espacio del pueblo donde se encuentran incrustadas piedras de distintos colores, cada una con el nombre de una persona asesinada o desaparecida. Fue construido por la misma comunidad de Granada como una forma de resistencia, de persistencia de la memoria.

“La gente no quería hablar nada de eso, entonces hicimos unas dinámicas en donde les preguntábamos: ‘¿ustedes quieren olvidar?, venga pues yo le compro los recuerdos’. La gente los vendía y después les preguntábamos: ‘¿quién va a recordar a sus seres queridos entonces?, ¿quién?’. La gente empezó a decir que entonces no, que no vendían nada. Ese fue el proceso número 1. Ya estamos en el proceso número 2, que consiste en recordar sin dolor. Esa es una forma de resistir“.

El ritual consiste en que los primeros viernes de cada mes se realiza la “Jornada de la luz”. Después de la eucaristía, las personas se van en caminata, con velas prendidas, hasta el parque. Allí hacen un canelazo, una fogata, a veces leen poesía o invitan agrupaciones musicales. Bárbara se ha encargado de gestionar en muchas ocasiones este espacio, e incluso de dirigir públicamente algunas palabras a las familias víctimas del conflicto. “Mi historia y mi dolor no es lo que me ha pasado a mi individualmente, es todo el conjunto de los granadinos que hemos padecido”.
Mujer con escudo de colores

Su nombre es Bárbara Otilia Yepes Giraldo. “Mi nombre está dividido en dos: Bárbara, de algo que es muy bueno; y Otilia, de alegre”. Ambos describen lo mismo: una amante de los colores. En Granada es conocida como ‘Oticinco’, por su fijación con el número 5. Es una mujer inquieta y recursiva. “Yo creo cositas con lo que a la otra gente ya no le sirve, todo eso que la gente deshecha. Las semillitas de los árboles, cualquier cuerdita, todo eso sirve”. Sobre una mesa acomoda la manta grande y roja en la que guarda todas sus cosas, y sobre ella ubica cada una de sus creaciones.

P: Otilia, ¿por qué esa manta?
R: Esto es lo que nos deja la guerra, solo lo que tenemos encima.

Las artesanías son una herencia de su padre, del trabajo que le hacía a la cabuya. Comenzó a hacerlas junto con sus hijos cuando estaban pequeños para luego visitar pueblos en busca de compradores. Desde ese momento han sido indispensables en su día a día; basta con que encuentre un cordón, unos brillantes o unas bolas de colores para que ponga a volar su imaginación. Intenta formar hileras de a 5 nudos y lee uno de sus escritos:

“Fui creada para luchar; dura será la carrera pero la he de alcanzar. Muchos me dicen que me rinda, porque en Envigado, Antioquia y Colombia no se puede triunfar; yo la verdad les contesto: ¿mi tierra colombiana? Izaré sus banderas, dios y yo, amando a Colombia entera, liderando y levantando sus banderas”.

Sus artesanías, además de ser elementos de catarsis personal, han sido un puente hacia las mujeres de Granada, a quienes espera poder enseñar su arte. De allí viene su participación en el nuevo proyecto “Mujeres con sentido de libertad”. Este es un grupo de mujeres víctimas del conflicto, en su mayoría con algún familiar o amigo que sufrió la desaparición forzada. Se reúnen para hablar sobre sus seres queridos o sobre cualquier otra cosa; hacen caminatas, ágapes, entre otras actividades, todo con el propósito de fortalecer los vínculos femeninos que han sido rasguñados por la violencia.
¿Por qué regresar?

Cuando Bárbara habla es fácil ver cómo se le llenan los ojos de lágrimas, pero no es por tristeza, malestar o impotencia. “Cuando se me encharcan los ojos de lágrimas”, dice, “no son de dolor ni de miedo, sino de gratitud por la fortaleza que dios me ha dado”. Tiene unos ojos grandes y grises, felices porque casi siempre está riendo. Es de contextura delgada y baja de estatura.

Bárbara también habla fuerte y claro. No se queja, pero tiene una posición clara: “Nos han puesto es a pelear por un ladrillo, por una indemnización que quién sabe si llegue; como si eso resucitara a nuestros seres queridos, como si los hubiéramos vendido o los hubiéramos fiado. Eso ni es paz, ni es justicia, es una obligación que tiene el Estado”. Por eso no esperó más y decidió regresar a Granada.

P: ¿Por qué volver a éste lugar si de igual manera colaborabas con los procesos desde otra parte?
R: Decidí venirme para Granada otra vez porque desde aquí podía estar más pendiente de mis seres queridos. No me esclaviza el factor dinero ni reparación material, sino esos seres queridos que no se dónde están y tengo la incertidumbre.

P: ¿Aunque haya pasado tanto tiempo?
R: Claro. Si no lo hago yo, ¿quién? Mis sobrinos, los hijos de mi hermano desaparecido, tienen su propio dolor. Uno de ellos siempre me dice: “ayúdeme a saber dónde están los restos de mi papá.” Ya sea en huesitos, en tierrita, en lo que sea pero que lo encontremos en algún lugar para poder elaborar ese duelo. Al menos de papá ya sabemos que su última morada fue allá, en Santa Ana, y tenemos los restos. Pero los que están en desaparición forzada son una tortura.

P: ¿Por qué buscarlos?, ¿no trae más dolor?
R: Prefiero tener el recuerdo vivo. Quiero recordar, pero recordar sin dolor. El perdón no es el olvido, ni la negación, sino que es recordar sin dolor y sin ansias de venganza.

P: ¿Cómo hacer para recordar sin dolor luego de todo lo que le pasó?
R: ¿Para qué sufrir si lo que teníamos que sufrir ya pasó? El fuego del amor a absolutamente todo le da a uno una resistencia infinita y seguiré resistiendo mientras palpite y respire. Junto a la corresponsabilidad en la que Estado y sociedad civil estamos inmersos a no perder el tiempo buscando culpables sino para reparar los daños, si es que nos queda fácil, si es que no nos cogió el tiempo.