En Bojayá, La Chinita y Cali, donde las Farc ya reconocieron sus responsabilidades, las víctimas coinciden en el poder de sanación que tuvo el arrepentimiento de sus victimarios, pero argumentan que quedaron asuntos pendientes como la verdad completa, el cumplimiento de las promesas hechas por esta organización, la protección efectiva del Estado y un proceso de reconciliación nacional.
Por equipo Hacemos Memoria
Fotografías: Oficina del Alto Comisionado para la Paz
Entre 2015 y 2016, en medio del proceso de negociación de La Habana, las Farc cumplieron con tres actos de perdón y reconocimiento de responsabilidad frente algunas de sus víctimas en el país. Estos actos hacen parte de las medidas de reparación simbólica contempladas en el punto 5, Víctimas, del Acuerdo Final. En los tres confluyeron el interés de las Farc y la exigencia explícita de las víctimas de participar en procesos de perdón, verdad y reconciliación.
El primero de estos actos ocurrió en Bojayá, Chocó, el 6 de diciembre de 2015. Trece años después de la masacre que acabó con las vidas de 79 bojayaseños, las familias de las víctimas y Pastor Alape, Isaías Trujillo, Benkos Biojó, Pablo Atrato y Matías Aldecoa, miembros del Bloque Noroccidental de las Farc, se reunieron en la iglesia destruida de la vieja Bellavista. El 30 de noviembre de 2016, otra delegación de las Farc, encabezada por Iván Márquez, regresó con un cristo negro esculpido por el cubano Enrique Angulo, como parte de un primer momento de reparación simbólica.
El segundo acto de perdón tuvo lugar en el barrio La Chinita, en Apartadó (Antioquia), el 30 de septiembre de 2016. Sus calles dejaron de ser llamadas ‘La Masacre’ y se convirtieron en ‘La Esperanza’, luego del encuentro en el colegio San Pedro Claver entre Iván Márquez, Pastor Alape y los familiares de las 35 personas asesinadas el 23 de enero de 1994.
El tercer y último acto se llevó a cabo el 3 de diciembre de 2016, en la iglesia San Francisco de Cali, Valle del Cauca. El encuentro comenzó con una eucaristía en la que participaron el padre Francisco de Roux y monseñor Darío de Jesús Monsalve. La delegación de las Farc, liderada por Pablo Catatumbo, reconoció su responsabilidad en la toma de la Asamblea Departamental del Valle, el 11 de abril de 2002, que terminó con la muerte del subintendente Carlos Alberto Cendales, el secuestro de 12 diputados y el posterior asesinato de 11 de ellos en cautiverio. Además de pedir perdón, las Farc reivindicaron el buen nombre de Sigifredo López, acusado de participar en el secuestro de sus compañeros asambleístas.
Hacemos Memoria conversó con víctimas de Bojayá, La Chinita y Cali que participaron en estos actos de perdón, quienes expresaron la importancia de estos ejercicios de reparación simbólica, las deudas que les dejaron y cómo éstos han transformado sus vidas y sus territorios.
Bojayá: la sanación del perdón y el temor al abandono
En una de los viajes que Leyner Palacios, líder de la Comité de Víctimas de Bojayá, realizó a La Habana para plantear sus recomendaciones al proceso de paz que adelantaban el Gobierno y las Farc, uno de los integrantes del secretariado de esta guerrilla lo abordó para decirle que la organización quería pedir perdón por la masacre de 79 personas ocurrida el 2 de mayo del 2002, cuando un cilindro bomba impactó la iglesia en la que se refugiaba la población, debido a los combates entre hombres del Frente 58 de las Farc y del Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia.
Pastor Alape, en nombre de las Farc, le pidió perdón a las víctimas de Bojayá. Foto: El País de Cali.
A su regreso a Bojayá, Palacios empezó un proceso de comunicación y preparación con las víctimas. Pero los bojayaseños cuestionaron cuáles serían los hechos por los que la guerrilla pediría perdón, pues desde 1985 han sufrido vulneraciones por parte de los actores armados. De ahí que el acto requiriera un componente de reconocimiento de responsabilidad por parte de las Farc. “Y eso ayuda a que se entienda que un acto de petición de perdón no es un acto mecánico, sino una serie de reuniones que implican que la comunidad exprese sus sentimientos”, explicó Leyner Palacios.
El pedido de perdón de las Farc a las víctimas de Bojayá empezó a gestionarse en un momento en el que el grupo guerrillero seguía activo militarmente en la región del Bajo Atrato. Por eso una de las exigencias de las víctimas fue que frenaran comportamientos violentos como el reclutamiento, el cobro de extorsiones y la instalación de minas antipersonas.
El 6 de diciembre de 2015, cuando las exigencias se cumplieron, la comisión de las Farc arribó a Bojayá para reconocer sus crímenes y pedir perdón frente a las víctimas. El grupo teatral del pueblo, liderado por Boris Velásquez Vásquez, abrió el evento con una obra que hace memoria de lo que sucedió aquel 2 de mayo de 2002 y con la que recordaron los nombres de las personas que fallecieron en la iglesia, pero que al tiempo habla de los sueños que tienen las víctimas de la masacre.
Boris Velásquez asegura que la obra despertó emociones y recuerdos dolorosos, pero al finalizar el acto de perdón y reconocimiento se sintió aliviado, sobre todo porque en las
palabras de los guerrilleros pudo reconocer un acto sincero y un aporte a la verdad: “así uno deja de vivir con rencor y con odio”, comentó.
Además, dice que para la comunidad fue un alivio que uno de los actores de la guerra se comprometiera con parar los homicidios y el reclutamiento. Sin embargo, considera que el perdón de un solo actor no es garantía para la no repetición, pues “ahora tenemos la zozobra de que otros grupos al margen de la ley ingresen al territorio y, por eso, esperamos que ahora la sociedad no nos abandone, no nos deje solos”, explicó Velásquez.
El impacto del acto de perdón y de reconocimiento de responsabilidad de las Farc se constató el 2 de octubre de 2017 en las votaciones del plebiscito, pues en Bojayá el 95% de los votantes le dijeron sí al Acuerdo de Paz que se firmó en La Habana. Para Leyner Palacios, “eso demostró que, después de que las Farc pidiera perdón, la gente confió más en el proceso de paz porque vieron una posibilidad de reconciliación, un arrepentimiento real de la guerrilla y una dignificación de las víctimas”.
Leyner Palacios y Boris Velásquez dicen que en Bojayá todavía esperan que los paramilitares y el Estado también les pidan perdón y reconozcan sus responsabilidades en la guerra, pues “si estamos intentando avanzar en una fiesta de reconciliación del país, no podemos concebir que un solo actor reconozca su responsabilidad”, concluyó Palacios.
La Chinita: el perdón y la expectativa insatisfecha
Ciro Abadía es el representante legal de la Asociación de Víctimas de Antioquia, una organización que agrupa a miles de víctimas del Urabá antioqueño y que gestiona la reparación colectiva del Barrio Obrero de Apartadó. Esta organización reclamó durante varios años, especialmente en medio de los diálogos de paz en La Habana, que integrantes de las Farc fueran hasta este territorio a pedir perdón por masacres como las de La Chinita, Osaka, Bajo el Oso, Churidó y Pueblo Bello, entre otras.
Iván Márquez, miembro del secretariado de las Farc, y Sergio Jaramillo, excomisionado para la paz, en el acto de perdón en La Chinita.
El 30 de septiembre de 2016 a Ciro Abadía se le cumplió el anhelo y vio a Iván Márquez, miembro del Secretariado de las Farc, dándoles la cara a las víctimas en el Barrio Obrero, pero solo pidiendo perdón por la masacre de La Chinita, donde asesinaron a 35 personas el 23 de febrero de 1993.
A un año del pedido de perdón, Abadía evalúa el acontecimiento como un punto de partida para el proceso de reconciliación que se debe dar en toda la región y, en lo personal, dice que “es mejor perdonar que odiar, nosotros los perdonamos para que ellos nunca más vuelvan a repetir el error que cometieron”.
Algunas de las víctimas de la masacre de La Chinita eran miembros del movimiento político Esperanza, Paz y Libertad, fundado tras la desmovilización del EPL en 1991. Por eso Mario Agudelo, quien fue líder de este movimiento y a quien las Farc le asesinaron un hijo, estuvo presente en el pedido de perdón en Apartadó. Él reconoce que el acto le revivió recuerdos dolorosos, pero en el fondo sintió que perdonar “ayuda a sanar heridas, a restablecer el tejido social y a aliviar las almas de los familiares de las personas asesinadas”.
Mario Agudelo considera que el pedido de perdón en el Barrio Obrero fue un primer paso para promover la reconciliación en Urabá. Él, personalmente, a partir de ese momento se involucró decididamente a compartir sus conocimientos sobre la reintegración con los integrantes de las Farc, para que esa organización aprenda de los errores y aciertos que se dieron tras la desmovilización del EPL en 1991.
A pesar de las bondades que pudo traer el perdón en La Chinita, Mario Agudelo considera que uno de los errores de las Farc en el acto simbólico fue el de comprometerse con acciones de reparación que no pueden cumplir, situación que dejó un sinsabor en algunas víctimas. Entre ellas, Ciro Abadía, quien desde antes de que Alape y Márquez fueran a Apartado, exigía que además del pedido de perdón las víctimas conocieran la verdad, pudieran acceder a la justicia y fueran reparadas: “Nosotros a las Farc les pedimos que se comprometieran con el apoyo a proyectos que buscan reparar al Barrio Obrero, pero hasta ahora no ha pasado nada”.
Cali: sanadas y señaladas por perdonar
Luz Marina Cendales es la hermana del subintendente Carlos Alberto Cendales, asesinado por las Farc el 11 de abril de 2002 durante la toma de la Asamblea Departamental del Valle, en la que fueron secuestrados 12 diputados. Carlos fue la primera víctima de la toma y también el primero en ser olvidado, por eso Luz Marina se empeñó en que al menos las Farc supieran quién era el hombre que había detrás de ese policía que solo cumplía con su deber, y que lo reconocieran como una de sus víctimas, pese a que por ser integrante de la fuerza pública era considerado por ellos como su enemigo.
Familiares de los diputados del Valle. El 18 de junio de 2007, guerrilleros de las Farc asesinaron a once de los doce diputados del Valle del Cauca que fueron secuestrados cinco años atrás en la sede de la Asamblea del Departamento, en pleno centro de Cali.
Del grupo de hermanos de Carlos, Luz Marina es la única que siempre ha estado dispuesta a perdonar a sus victimarios, incluso por iniciativa propia les envió una carta de perdón a las Farc; sin embargo, cuando se planeó el encuentro entre las familias de las víctimas de la toma de la Asamblea del Valle y miembros de la guerrilla en La Habana, no fue invitada.
La presión de los medios le ayudó a visibilizar su situación y terminó viajando con los familiares de los diputados. En La Habana, cuando Pablo Catatumbo reconoció a Carlos Alberto como víctima y asumió que su muerte fue innecesaria, Luz Marina sintió que pudo liberarse, despojarse de todo lo horrible que vivió durante tanto tiempo y conservar solo los recuerdos bonitos de su hermano.
El 3 de diciembre de 2016, en el acto de perdón público que las Farc realizaron en la iglesia San Francisco de Cali por petición de las mismas víctimas, Luz Marina terminó de convencerse del arrepentimiento verdadero de los miembros de las Farc y de sus propósitos de cambio. Con el reconocimiento de su hermano como víctima encontró la sanación mental que tanto buscaba y, ahora, espera que su alivio espiritual repercuta en su salud física, deteriorada por dos enfermedades autoinmunes contraídas después de la muerte de Carlos Alberto. En medio del acto de perdón solo hubo un detalle que para ella empañó el momento de reconciliación que vivieron en Cali: el hecho de ser señaladas como “víctimas vendidas”, por haber querido, de corazón, perdonar a sus victimarios.
La otra cara de esta tragedia -y las más visible para el país- es la de las familias de los 12 diputados del Valle secuestrados, de los cuales 11 fueron asesinados en cautiverio en junio de 2007. Fabiola Perdomo es la viuda de Juan Carlos Narváez y actualmente es la directora de la Unidad de Víctimas del Valle del Cauca. Para ella, el acto de reconocimiento de responsabilidad de las Farc en el caso de los diputados, les permitió a las víctimas confrontarse con quienes les hicieron tanto daño, exigirles la verdad completa de lo que ocurrió y exteriorizar todo el dolor y la rabia que tenían acumulados durante tantos años.
“Desde que ocurrió este acto de perdón mi vida cambió –cuenta Fabiola–, hoy le encuentro sentido, hoy puedo decir que me siento reparada y que puedo mirar sin ningún sentimiento dañino a los miembros de las Farc. Y creo que es necesario que las demás víctimas de este país se encuentren con sus victimarios para que puedan sanar, porque de nada nos sirve que hayamos desarmado a las Farc si seguimos llenos de odio, de venganza y de miedos en nuestros corazones y en nuestras vidas, y esto aplica tanto para quienes fuimos afectados directos por el conflicto como para la sociedad colombiana en general, que debe también dar el paso de la reconciliación para que logremos una paz completa”.