Durante casi tres décadas, Juan Manuel Echavarría ha estado inmerso en la violencia de Colombia, le ha seguido los pasos en muchas partes, ha escuchado a muchas personas: víctimas, victimarios, testigos. De este quehacer y gracias a estos encuentros ha realizado trabajos que se reúnen en la exposición Cuando la muerte empezó a caminar por aquí…, disponible en el Museo de la Universidad de Antioquia hasta mayo de 2024.

Por Carlos Olimpo Restrepo S.

«Yo veré aquel elocuente fantasma mientras viva, de la misma manera en que la veré a ella, una sombra trágica y familiar, parecida en ese gesto a otra sombra, trágica también, cubierta de amuletos sin poder, que extendía sus brazos desnudos frente al reflejo de la infernal corriente, de la corriente que procedía de las tinieblas».

Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas

A lo largo de los siglos, la humanidad ha buscado exorcizar sus pesadillas con el arte. En muchas obras, desde la prehistoria hasta hoy, encontramos testimonios sobre las atrocidades del ser humano contra sus semejantes o contra otros seres vivos y nos damos cuenta de que nunca hubo paraíso, de que siempre hemos caminado por el borde del precipicio. Pero estas manifestaciones artísticas nos confrontan, golpean y conmueven; nos instan a reflexionar y a hacernos conscientes de lo que somos, como sociedad o como individuos, para abrir un poco la puerta a la esperanza.

Eso es lo que ha hecho Juan Manuel Echavarría. Durante casi tres décadas ha estado inmerso en la violencia de Colombia, le ha seguido los pasos en muchas partes, ha escuchado a muchas personas: víctimas, victimarios, testigos; ha compartido con ellas, a lo largo de procesos diferentes que han dejado como resultado una serie de trabajos que se reúnen en la exposición Cuando la muerte empezó a caminar por aquí…, que estará en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia hasta mayo de 2024.

Es una obra antológica que se extiende por todos los pisos y el sótano del MUUA; obra que se empezó a construir con unos maniquíes rotos en 1996, gracias a los cuales Juan Manuel se sacudió de su indiferencia ante la normalización de la violencia en su vida y en la de muchos otros, y encontró en la fotografía y otras técnicas un camino diferente a la literatura, que hacía poco había dejado de lado, y desde entonces recorre el país en busca de las huellas o las manifestaciones de ese odio visceral que muchas veces dejamos salir los seres humanos.

La que expresa Echavarría es una historia construida con la rigurosidad de un artista que indaga en los lugares, los objetos, las personas, para lo cual se ha desplazado por el país, ha mirado con detenimiento, ha compartido con otros, para acercarnos a una realidad incómoda, muy violenta, que nos pone en el lugar de los otros y nos hace palpable el terror que vivieron en esos momentos que relatan.

Pinturas, videos, fotografías, audios y proyecciones muestran el conflicto descarnado, como es y ha sido siempre la guerra, nos ponen frente al dolor de mucha gente en demasiados momentos y circunstancias, nos cuentan las atrocidades causadas por unos a otros o las vividas por algunos. Aquí se diluye la discusión sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos, para ser todos humanos e inhumanos al tiempo, con sus matices, y con una belleza que conmueve quizá más que los mismos horrores de los que son protagonistas quienes, guiados por el artista —el autor intelectual—, construyeron esta obra.

Las manos que matan también pintan, con colores muy vivos muestran sangre y explosiones, esbozan sonrisas en algunas de las personas de sus cuadros, se preocupan por los detalles del escenario y de los hechos, de tal manera que el espectador se adentra en esos lugares, como también se puede sentir dentro de un cementerio deteriorado o en un campamento abandonado en un monte, con la tranquilidad de saberse dentro de un museo.

Las voces que dieron órdenes o maldijeron cuentan hoy, desde la tranquilidad de estar lejos de las armas y de los acontecimientos, esos momentos terribles, sin matices, y ponen en nuestros oídos relatos difíciles de digerir. Asombra la calma con la que algunos relatan hechos atroces. Pero hay otras voces que reclaman, denuncian o cantan sobre su dolor y abandono, que nos hacen más suave el camino por esta exposición, por este país; voces de quienes no se han levantado contra los otros, pero a las que han tratado de callar y que aquí encuentran una tribuna para expresar su dolor y la esperanza de una vida diferente.

Hablar, pintar, cantar, mostrar como catarsis para quienes construyeron esta obra y para una sociedad que necesita profundizar sobre las razones de una violencia pasada, reciente y presente, una constante en nuestras vidas, tan cotidiana que casi olvidamos que está aquí.  Pero trabajos como este, que oxigenan la memoria, pueden ampliar la conciencia colectiva y ayudar a construir las bases para llegar a una sociedad diferente.

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Unidad Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


*Carlos Olimpo Restrepo S. es comunicador social – periodista de la Universidad de Antioquia y magíster en Estudios Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Correo: olimpo.restrepo@udea.edu.co