El fin de semana del 7 y 8 de noviembre de 1992 estuvo marcado por los artefactos explosivos que sembraron el terror en ocho departamentos de Colombia. En La Ceja, Antioquia, las bombas buscaban atacar sedes bancarias y confrontar el poder estatal.  

Por Emmanuel Zapata Bedoya
Foto: Archivo El Colombiano

Primero una, luego otra, otra y otra. Cuentan algunos cejeños que a eso de las siete de la noche se escucharon explosiones. Cuatro bombas que, según El Colombiano, “contenían entre dos y cinco kilos de dinamita gelatinosa y amoniacal” y que fueron dejadas dentro de tarros de metal y cajas de cartón al frente de las sedes del Banco Industrial Colombiano, el Banco Comercial Antioqueño, el Banco Ganadero y La Caja Agraria, ubicadas en el parque principal de La Ceja. Ese fin de semana de noviembre de 1992, el miedo se tomó los diferentes rincones de Colombia y La Ceja no fue la excepción.  

Luz Elena Giménez era esposa de Orlando de Jesús Marín. Ese sábado 7 de noviembre pasó la mayor parte del día en cama, “estaba acostada porque me sentía enferma”, recuerda. Orlando era taxista y siempre comía en la casa. Ese día no fue la excepción. Aún enferma, Luz Elena le sirvió el almuerzo. Él comió y se fue. “A las siete de la noche se escucharon unos estruendos muy malucos. Bombas, pensé, porque en ese tiempo la violencia era mucha, entonces supuse que eso era”, siguió relatando.  

Y Orlando, que acostumbraba a llegar temprano no aparecía. Luz Elena pensó: “¿Por qué será que no llega?, ¿será que le salió alguna carrera para una vereda o para otro pueblo?”. Cuando a eso de las nueve de la noche los vecinos tocaron la ventana y le preguntaron si su esposo ya había llegado. “No, nada que llega”, dijo. Y uno de ellos le respondió: “Lo que pasa es que el taxi de él estaba en el parque, pero él no aparece por ningún lado”. 

Cuando escuchó lo que su vecino estaba diciendo se organizó lo más rápido que pudo y salió en dirección al hospital del pueblo. “Yo me fui de inmediato a ver si estaba allá. Estaba muy nerviosa. Mi cuñado Fernando Muñoz me acompañó. Cuando llegamos la enfermera de la recepción me dijo que Orlando no estaba. Yo le pedí que revisara la lista otra vez, que mirara bien que él debía estar ahí. Le dije que tenía que estar allá porque dónde más. Ella volvió a revisar la lista y me dijo que sí, que lo habían trasladado para Medellín”, relató Luz Elena.  

Orlando estaba mal, “pero no tan mal. Está inconsciente”, le respondió la enfermera a Luz Elena. Ella regresó a su casa, organizó unas cuantas mudas de ropa y en el carro de su cuñado se fueron al Hospital San Vicente, en Medellín, pues le dijeron que para allá habían trasladado a su esposo. “Cuando llegamos era como la una de la mañana. Allá no nos daban razón. Tuve que enojarme para poder que me diera razón de mi marido. Era hasta indignante. Algo muy extraño que pasó fue que cuando nos preguntaron por el parentesco, dejaron entrar a mi cuñado, pero a mí no. Entonces Fernando fue y cuando salió me dijo que no lo veía nada bien, que estaba inconsciente. Me tocó rogar para que me dejaran entrar a mí, a su esposa. Y cuando por fin lo vi, estaba muy lleno de sangre”, recordó Luz Elena.  

Más de una semana estuvo Luz Elena cuidando a su marido en Medellín. De acuerdo con la explicación de los médicos, a Orlando lo hirió una esquirla en un costado de la cabeza. El fragmento llegó al cerebro y lo dejó sin conocimiento. “Yo lo acompañé mucho, pero él nada que mejoraba. No respondía. Le hicieron un TAC cerebral y lo operaron. Al otro día de la cirugía él despertó, pero muy desorientado. ‘¿Esto no es un seminario?, ¿un colegio?’, decía desubicado. Lo único cierto que dijo fue que tenía una hija de cuatro años, Jhoana”, narró Luz Elena.  

Y con el tiempo Orlando no mejoraba ni recuperaba su memoria. “Él quedó muy desorientado. Cuando le dieron de alta fue muy duro para mí, porque ¿yo cómo iba a tratar con él? Él perdía la memoria, se le olvidaban las personas que lo visitaban. A él había que bregarlo porque no era capaz de caminar ni hacer muchas cosas por su cuenta”, recordó con tristeza Luz Elena. “Él nunca volvió a ser el mismo. Quedó con problemas para caminar, pero al menos camina”, finalizó diciendo.  

Así como Orlando, de acuerdo con El Tiempo y El Mundo, esa noche otras quince personas resultaron heridas: León Darío Álvarez, Danilo Cardona, Luis Alberto Saldarriaga, Henry García, Andrés Patiño, Marcela Gutiérrez, Álvaro Henao, John Restrepo, Arturo Bedoya, José Arley Bedoya, Jorge Castañeda, Juan Fernando Mejía, Vicente Maldonado, Claudia Ortiz, Yamile Ramírez. Mientras que dos personas perdieron la vida y fueron identificadas como Juan de Dios Ocampo Chica, de 32 años, y Luz Mar Gutiérrez Patiño, de 20.  

Sí, ese fin de semana de noviembre de 1992, el miedo se tomó los diferentes rincones de Colombia, y La Ceja no fue la excepción: 26 policías fueron asesinados en Putumayo y 21 en Medellín; más de veinte petardos explotaron en Magdalena, Cesar, Risaralda, Quindío, Caldas, Norte de Santander y Antioquia. Solo en este último departamento, la guerrilla atacó sucursales bancarias de La Ceja, Medellín, Bello, Rionegro, Cisneros, Barbosa, Guarne, San Carlos, Cocorná, Turbo y Apartadó. Frente al número de víctimas, no hubo claridad: El Tiempo dijo que fueron 43 heridos; El Mundo reportó 53, y El Espectador afirmó que fueron 60. Solo coincidieron en que fueron cinco los muertos. La respuesta a la escalada guerrillera de ese fin de semana fue la declaratoria de “estado de conmoción interior” que, por segunda vez, decretó el entonces presidente César Gaviria Trujillo.  

 


Esta crónica, parte del trabajo de grado de Periodismo de la Universidad de Antioquia “Algunas primeras veces: Relatos de víctimas del conflicto armado en el municipio de La Ceja, 1990-2008”, de Emmanuel Zapata, reconstruye cómo se vivió aquella escalada de violencia que determinó la declaratoria del “estado de conmoción interior”.