El 30 de mayo se presentó en el Museo Casa de la Memoria el libro Cart(a)grafías de la memoria: tejidos de reconciliación, que recopila la experiencia epistolar de 17 jóvenes del municipio de Nariño, Antioquia, en un proceso de memoria intergeneracional. En Medellín, los protagonistas se participaron de un conversatorio en el que jóvenes, firmantes de paz y asistentes dialogaron sobre la construcción de paz y los impactos de la violencia del conflicto armado.  

Por Juliana Builes Aristizábal 

Fotos: cortesía Museo Casa de la Memoria

La escritura puso las cartas sobre la mesa, y lo que comenzó como un proyecto de investigación terminó siendo una forma de construcción de paz a través de la palabra, que se materializó en el libro Cart(a)grafías de la memoria: tejidos de reconciliación.   

Andrea Paneso es una de las 17 jóvenes que participaron en el proceso en Nariño, Antioquia. Tiene 17 años, es miembro del Consejo Departamental de Juventud y comenzó su camino de liderazgo hace ocho años en grupos infantiles; luego habitó espacios culturales y procesos juveniles que, como ella misma menciona, la enamoraron y la alentaron a cuestionar su entorno.  

“Buscando calma para las heridas de mi linaje” fue el título que le dio a la carta en la que relató la muerte de su tío Líber Antonio Paneso, quien murió a manos de la guerrilla de las FARC el 18 de diciembre del 2000, cuando Andrea aún no había nacido. En las partidas de Argelia fue asesinado por las mismas personas en las que alguna vez creyó. En su escrito, la joven cuestionó las razones del grupo armado para cometer este acto, que dejó a tres hijos sin padre y a una esposa que nunca pudo esclarecer los hechos por miedo a las represalias contra ella y su familia.  

Sin embargo, después de esta dolorosa narración, Andrea, con mucha fuerza y determinación, hizo un llamado en su carta a la reconciliación mediante el diálogo:   

Quizá usted, como yo, aún sigue buscando respuestas sobre esta guerra que de una u otra forma nos afectó a todos. Quizá esta carta sea una puerta para sanar de ambas partes, porque como bien dicen: “No hay paz si no hay verdad”. No le voy a pedir que trate de explicarme el porqué de una muerte o la razón del actuar de sus jefes, pero lo único que le pido es que jamás se cierre a hablar de la guerra; porque, así como tal vez a usted le duele hablar de su pasado, hay personas que fueron víctimas de este mismo y que aún no reciben una respuesta concreta que les dé tranquilidad.  

Andrea le apuesta a un Nariño diferente del que sufrió la guerra; ella desea aportar sus ideas a un municipio en el que, por medio del empoderamiento de niños y adolescentes, la zona páramo del Oriente antioqueño sea conocida en el país por su diversidad, su identidad campesina y su poder de trasformación. “Le quiero apostar a seguir construyendo memoria, pero no solo del conflicto, hay que hablar de nuestro territorio, de aquello que somos. Soy una líder que sigue en construcción y que quiere mostrar la otra cara de mi territorio”, afirma Andrea, quien se graduó como bachiller en el 2022 y hoy hace parte de la Consejo Municipal de Juventud en Nariño.   

Durante el evento de presentación del libro, el público interpeló a los firmantes de paz que participaron en el proyecto, en un llamado a contar la verdad sobre su participación en acciones violentas.

Otras formas de edificar la paz  

En el 2020, Mariana Palacio Chavarro y Daniel Posada Vélez, en ese momento estudiantes de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia, realizaban su trabajo de grado en el suroriente de Antioquia, en la zona del páramo. En una recolección de relatos de experiencias de los maestros de la zona, sobre la educación en medio del conflicto armado, comenzaron a recibir solicitudes por parte de los profesores que resaltaban la necesidad de llevar a cabo procesos de memoria con los jóvenes, para reflexionar sobre el pasado violento y buscar la no repetición de esos hechos.   

De forma simultánea, el 14 de febrero del 2020, Nariño, en la misma región, amaneció con las inscripciones del Ejército de Liberación Nacional (ELN). En varias vías que conducen a la entrada del municipio, aparecieron las siglas del grupo armado en pintas de color blanco. El comercio y el transporte se detuvieron de inmediato, y los recuerdos de la violencia vivida en los años 90 recorrieron todas las calles, paralizando el municipio. Un grupo de adolescentes fue responsable de los letreros: se trataba de una broma, más ingenua que peligrosa. 

Aquella travesura que revivió los temores de la población reafirmó las demandas de los docentes de la región y generó más interrogantes sobre el conocimiento que los jóvenes tenían de la historia y las memorias de su territorio, así como del significado de pintar esas iniciales en medio de un paro armado a nivel nacional.  

A partir de esto, los docentes, junto a la profesora Diela Bibiana Betancur, el apoyo de la Fundación Universidad de Antioquia y tras una sugerencia del enlace de víctimas de Nariño, iniciaron una búsqueda, para comprender cómo los recuerdos y toda esa historia cultural de los adultos de Nariño se estaba transmitiendo a sus hijos y nietos. Así fue como el 31 de marzo del 2022 comenzaron a realizar actividades en el marco de la investigación de memorias intergeneracionales, con los adolescentes de la Institución Educativa Inmaculada Concepción.  

La indagación inició con la identificación de los actores armados que estuvieron en el territorio. En este contexto, se evidenció que la mayoría de los jóvenes no podían distinguir entre los grupos que habitaron el lugar. La idea original de la investigación buscaba desarrollar un proceso de memoria a través del arte, por lo que los encuentros posteriores se enfocaron en la pintura, el porcelanicrom y la literatura, acompañados por Juan Camilo Gallego, periodista, autor de varios libros que abordan el conflicto armado en el departamento de Antioquia y editor en el Instituto Popular de Capacitación (IPC), entidad que se adhirió al proyecto.   

A través de la mediación didáctica de la literatura, los 17 participantes comenzaron a realizar un ejercicio de autorreconocimiento a partir de una foto de sus familias. Después de describir lo que creían que estaba sucediendo en esa imagen, se acercaron a sus padres y abuelos para confirmar sus suposiciones y escuchar las historias relacionadas con el conflicto armado que los había afectado. Finalmente, surgió la idea de escribir unas cartas dirigidas a los firmantes de paz de los frentes de las FARC que habían tenido incidencia en la región, lo cual se convirtió en la columna vertebral del proceso. Para la profesora Diela el ejercicio cumplió una doble función: “Los jóvenes se cuestionaron por su propia historia familiar e hicieron preguntas a los firmantes de paz, indagaron por la verdad. Fue un ejercicio de comprensión de todo su entorno”.  

Fueron 18 epístolas que, al igual que la escrita por Andrea, exigían respuestas de los excombatientes de las FARC y la apertura de un diálogo sobre la guerra. Estas cartas planteaban preguntas difíciles pero necesarias cuando se decide abordar la verdad: ¿De dónde salían esas listas con las que iban de vereda en vereda matando gente? ¿Por qué si decían ser “del pueblo” causaron tanto daño a los habitantes? ¿Qué se siente tener al frente a los familiares de las personas a las que les arrebataron la vida? ¿Mientras hacían todo eso pensaban en su propia familia?  

En esa instancia del proceso apareció Alejandro Posada, firmante de paz, quien se comprometió a llevar las cartas y que estas fueran respondidas una a una por los exguerrilleros que pudieran tener conocimiento de los hechos cuya información se demandaba en los textos.  

El mismo Alejandro fue quien respondió la carta que Andrea escribió. En esta contestación expresó más dudas que respuestas sobre la muerte del tío Líber, pero en un fuerte fragmento expuso la pérdida de su familia por causa de su militancia en las FARC: “Yo renuncié a mi familia al entregar mi vida a la organización guerrillera y, aunque suene duro, fue una decisión correcta”. El resto de las cartas recibieron repuestas de diferentes exguerrilleros, pero muchos de estos no habían tenido incidencia en el territorio, por lo cual los textos se orientaron más al dialogo, a reconstruir la memoria de su participación en el conflicto y a expresar su voluntad de reincorporación a la sociedad.    

El siguiente paso en el proyecto intergeneracional surgió como una duda entre los investigadores. “Tras las preguntas de los participantes nosotros decíamos: ¿por qué no realizar un encuentro con los firmantes de paz y los jóvenes?”, cuenta la profesora Diela. Después de pasar casa por casa para buscar la autorización de los padres de los participantes, en agosto del 2022 siete firmantes de paz se encontraron con el grupo que reclamaba verdad en la Biblioteca Central “Carlos Gaviria Díaz” de la Universidad de Antioquia, en Medellín.  

Seis de los siete exguerrilleros que asistieron a la cita tuvieron incidencia en el suroriente de Antioquia, y varios de ellos participaron de la toma de la estación de policía de Nariño. Ataque que fue perpetrado entre el 30 de julio y el 1 de agosto de 1999. Con un carro bomba, morteros, cilindros bomba y de gas, destruyeron la Alcaldía municipal, la estación de policía y las viviendas contiguas. El hecho dejó 16 personas muertas, 16 heridos, 8 policías retenidos y el 50 % de la población se tuvo que desplazar del municipio.   

En el encuentro en la biblioteca se leyeron de nuevo algunas de las cartas y las respuestas, para instaurar un diálogo en el que estos jóvenes se convirtieron en un puente para abrir y empezar a sanar las heridas de sus padres y abuelos, a través de la reconciliación. Este evento se consideraba como el cierre de la investigación, pero tras las inquietudes de los padres de familia, así como la solicitud de los firmantes de paz por volver al municipio y encarar a sus víctimas, el 27 de mayo se llevó a cabo una reunión entre padres y firmantes en la Institución Educativa Inmaculada Concepción, en Nariño; un momento de escucha y verdad.   

Para cerrar el proyecto y con el apoyo de la Gobernación de Antioquia y el Centro Nacional de Memoria Histórica, se realizó un conversatorio abierto al público en el Museo Casa de la Memoria de Medellín, el 30 de mayo, donde además de la presentación del libro, se proyectó el documental No había nacido, pero escuché la bomba, realizado por el Instituto Popular de Capacitación, que resume la experiencia de los jóvenes, los firmantes y los investigadores alrededor del proceso.