La Comisión de la Verdad tenía como parte de su mandato la misión de esclarecer las responsabilidades colectivas, más no individuales, en el conflicto, y propiciar su reconocimiento en actos públicos y privados. Así lo hizo en varios casos, exceptuando el del periodismo. Sin embargo, algunos periodistas cuyos testimonios y reflexiones están incluidos en el Informe reconocieron en privado ante la Comisión sus responsabilidades o las de sus colegas y eso tiene un valor incalculable.

Por: Nubia Rojas*
Imagen: archivo Comisión de la Verdad

Hace seis meses, en agosto de 2022, la Comisión de la Verdad concluyó definitivamente su mandato y publicó la totalidad del Informe Final en el que trabajó durante tres años largos. Tuve la oportunidad de contribuir como una de las investigadoras del capítulo sobre las violaciones a los derechos humanos y el Derecho Internacional Humanitario (DIH), coordinado por el comisionado Alejandro Valencia Villa. Meses después de finalizar mi trabajo dirigía e impartía, desde la Fundación Gabo, una serie de talleres a colegas periodistas de varios lugares del país con algunas claves para el cubrimiento del Informe, cuando recibí la llamada de Valencia invitándome a volver asumiendo una labor muy específica: escribir, para el mismo capítulo, el caso sobre el rol del periodismo en el conflicto y los periodistas como víctimas.

El tiempo apremiaba, pero no tuve que pensarlo mucho antes de aceptar. Él sabía de mi experiencia de años en el tema y que, reiteradamente, había insistido, dentro y fuera de la Comisión, en que el Informe no podía eludir un asunto tan importante. Incluso había escrito en El Espectador, en octubre de 2020, que “un relato que pretenda explicar el por qué de la violencia estaría incompleto sin un análisis juicioso del papel de la prensa que, a su vez, señale y exija responsabilidades y contribuya a una profunda reforma de los medios como uno de los pilares de la transformación cultural y social necesaria para superar buena parte de las causas estructurales del conflicto (…) Pero ese relato también estaría incompleto si no se reconociera que muchos periodistas también han sido víctimas por llevar hasta las últimas consecuencias su compromiso con la verdad, que es lo que define su oficio”.

Pese a su importancia, la Comisión no había asumido con claridad el tema ni lo había abordado en la profundidad que merecía. La Dirección de Diálogo Social organizó juiciosamente algunos Espacios de Escucha y otros encuentros públicos y privados con periodistas; la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) produjo algunos documentos y aportó información de gran relevancia; varios investigadores de la Comisión en todo el país, con mucho olfato, aprovecharon las entrevistas con víctimas, actores armados y testigos para indagar sobre el asunto y hablaron, también, con varios periodistas. Había esfuerzos dispersos, pero valiosos, y fue gracias a la lucidez del comisionado Valencia, a que se echó el tema al hombro y decidió incluirlo en el capítulo que coordinó; a su convicción de que era importante y no podía ser excluido, que pudimos aprovechar la información de fuentes propias con la que contábamos. Para mí fue un privilegio asumir esa responsabilidad, contrastar los testimonios con otras fuentes, y aprovechar la tarea tanto como fuera posible para propiciar el análisis, sin la pretensión de agotarlo, sino de generar unos nuevos.

No voy a resumir el documento aquí, pero quisiera aprovechar la conmemoración del Día del Periodista para invitar a colegas y no colegas a leerlo. Comienza con un breve recuento histórico que no ahonda en lo ya dicho en otros capítulos del Informe o en otras fuentes, sino que pretende dar un contexto que haga comprensibles las reflexiones posteriores. Siguiendo la metodología de la Comisión -que fue muy parecida, en muchos sentidos, a la producción periodística-, se privilegió el reconocimiento de ciertos patrones, impactos, factores de persistencia y responsabilidades, tanto en los ataques recibidos por los periodistas en el ejercicio de su profesión, como en los casos en los que su rol en el cubrimiento del conflicto ha sido relevante, mencionando casos y ejemplos concretos, con especial énfasis en el periodismo regional, por su contacto directo con el conflicto.

Pero el valor agregado es poner sobre la mesa, de la manera más honesta posible y contando con el testimonio de los propios periodistas, actores armados, víctimas y testigos, el debate y la evidencia de las responsabilidades de algunos medios y profesionales en el escalamiento de la confrontación, que no riñe con el reconocimiento de la victimización, ni equivale a desconocer su trabajo, ni a equipararlo con los actores armados, ni a decir que el periodismo lo ha hecho todo mal siempre. Desde los años 90, cuando los actores armados y el narcotráfico arreciaron sus ataques e incluyeron a los periodistas entre sus objetivos, convirtiendo a Colombia en uno de los países más peligrosos del mundo para informar, se han suscitado muchos debates y reflexiones y surgieron importantes organizaciones periodísticas que no han cejado en el empeño de cualificar el ejercicio periodístico, a la vez que protegerlo.

Sin embargo, algunos de esos debates llevan treinta años sin muchos cambios, no sólo porque el conflicto no ha cesado, sino porque a él se suman otras condiciones, como la precariedad laboral y salarial de los periodistas, falencias graves en la preparación de muchos de ellos, prácticas contrarias a la ética, la primacía de los intereses económicos por encima del deber de informar, entre muchas otras que siguen sin superarse y que sería muy largo enumerar aquí. El gremio periodístico es poco dado a la autocrítica y alérgico a la crítica externa, que a veces confunde con alguna forma de censura. Pero le haría mucho bien revisarse, escuchar las críticas de otros, reconocer con humildad sus fallos y, lo que es más importante, corregirlos.

La Comisión de la Verdad tenía como parte de su mandato la misión de esclarecer las responsabilidades colectivas, más no individuales, en el conflicto, y propiciar su reconocimiento en actos públicos y privados. Así lo hizo en varios casos, exceptuando el del periodismo. Sin embargo, algunos periodistas cuyos testimonios y reflexiones están incluidos en el Informe reconocieron en privado ante la Comisión sus responsabilidades o las de sus colegas y eso tiene un valor incalculable.

El reconocimiento público de responsabilidades de medios y periodistas por su rol en el conflicto sigue pendiente. Es un proceso que debería incluirlos no sólo a ellos, sino a los propietarios, directores, editores, anunciantes, y a los jefes de prensa de las entidades públicas como terceros civiles involucrados. Las audiencias también tienen una cuota de responsabilidad, por la información que demandan y consumen. Pedirle al periodismo que reflexione y corrija el rumbo para aportar a la no continuidad y a la no repetición del conflicto no es pedirle que se convierta en activista, sino en un aliado de la paz y no en uno más de los actores de la guerra.


Nubia Rojas

Periodista, investigadora y consultora independiente, especializada en el análisis de temas políticos y sociales, sobre todo, relacionados con la paz y el conflicto. Fue investigadora de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad. Esta columna fue publicada originalmente en el blog de Nubia Rojas.

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.