En la conmemoración del Día Internacional por los Derechos de las Mujeres, resalto el trabajo de las mujeres víctimas del conflicto armado, quienes con sus luchas expresadas a través de la acción colectiva, innovadora y transgresiva, han aportado a la reconstrucción de una sociedad destruida por la guerra.

 

Por Daniel Botero Arango

Las protestas públicas contra el maltrato, los abusos y los feminicidios, y las manifestaciones a favor de leyes que protejan los derechos de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y sus proyectos de vida, representan algunas de las luchas actuales que lideran los movimientos feministas en su proceso de reivindicación por la igualdad de género y por la exigencia de sus derechos individuales y colectivos. Esa lucha, que está principalmente asociada al campo de lo cultural, lo social, lo económico y lo político, también ha sido ejercida por las mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia que, desde su trabajo de movilización social y exigencia de sus derechos a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición, han logrado incidencia social y política suficiente para transformar, por un lado, la realidad que debieron vivir a causa de la violencia y, por otro, la estructura del Estado a través de su reconocimiento legal.

Ellas, las madres, hermanas, hijas y viudas, con su trabajo decidido e incansable, han sido buscadoras, gestoras y guardianas de memoria. También emprendedoras de la denuncia, acompañantes del dolor y ejemplo de reconciliación. Además, haciendo uso político de su condición subalterna y sin renunciar a su identidad, construyeron a pulso un discurso propio, a partir de procesos de memoria, y desplegaron repertorios de acción alrededor de sus reivindicaciones, como herencia de una tradición de rupturas nacidas en el cono sur de América Latina, con experiencias como la de las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina.

Si bien, el mejor reconocimiento que puede hacerse a su trabajo es la satisfacción y el restablecimiento pleno de sus derechos —hace muchos años exigidos—, en el marco del Día Internacional por los Derechos de las Mujeres hay que rendirles un homenaje por sus luchas y logros, porque con sus vidas, entregadas al esclarecimiento de lo sucedido, abrieron puertas para la centralidad de sus demandas en la transición que vive el país.

En el departamento de Antioquia, los trabajos de organizaciones y colectivos como la Asociación Regional de Mujeres del Oriente (AMOR), la Asociación de Víctimas del municipio de Granada (Asovida), las lideresas del Centro de Acercamiento para la Reparación y la Reconciliación (CARE) en San Carlos, el Costurero de Tejedoras por la Memoria de Sonsón, la Ruta Pacífica de las Mujeres,  las Madres de la Candelaria, la asociación Mujeres Caminando por la Verdad, entre otras, han sido vitales para propiciar escenarios de encuentro solidario (sororidad), acompañamiento, sosiego, apoyo y denuncia. Su labor además acrecienta ese grito que exige parar la guerra en Colombia, posibilita el diálogo entre improbables, vuelve colectivos los recuerdos individuales, y contribuye a demostrar que la paz y la reconciliación son caminos posibles.

Foto: Daniel Botero.

Aunque el conflicto armado y los ejércitos que participaron en él estuvieron integrados en su mayoría por hombres, hoy el camino de la reconstrucción de un país escindido por la guerra, el odio, el rencor y el poder, está en manos de mujeres valientes que lo remiendan con sus manos, su palabra y su acción política. Ellas le recuerdan constantemente a la sociedad que no hay otro camino para salir de la guerra más que el del perdón, siempre y cuando este sea conseguido a través de un proceso de verdad y del sometimiento a la justicia de los responsables, directos e indirectos, de aquellos hechos atroces.

En esa vía, un buen terreno de la oportunidad histórica que tiene Colombia en la actualidad lo han labrado, desde los territorios, aquellos grupos de mujeres víctimas del conflicto que no renunciaron a la vida tras haber perdido parte de ella. Hoy continúan de pie, siguen luchando para que otras mujeres no tengan que parir hijos para la guerra y para construir un mejor país, porque aunque en muchas ocasiones Colombia las hirió y les dio la espalda, no están dispuestas a dejar a Colombia a su suerte. Por eso, el trabajo de las mujeres víctimas del conflicto armado es patrimonio de una sociedad que busca su destino perdido.


Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.