Durante 31 años la comunidad universitaria pensó que este estudiante de Ingeniería Metalúrgica de la UdeA había muerto a causa de un atentado. Su nombre quedó inscrito en documentos conmemorativos a las víctimas de la violencia en 1987. Pero logró sobrevivir y, en 2021, desde el exilio dio su testimonio a Hacemos Memoria.

 

Por Hacemos Memoria

El miércoles 5 de agosto de 1987, cuando salía de su casa en el municipio de Marinilla, Oriente antioqueño, el estudiante de Ingeniería Metalúrgica y líder estudiantil de la Universidad de Antioquia, Gustavo Franco Marín, fue detenido por hombres armados que lo obligaron a abordar un vehículo y luego le dispararon en la cabeza.

“Ese día yo tenía clase de ocho de la mañana en la Universidad. Me levanté a las seis, me bañé, desayuné y cuando abrí la puerta de la casa, para salir hacia Medellín, había dos hombres armados, uno con subametralladora Mini Uzi y otro con un revólver. Me dijeron: ‘Somos DAS, queda detenido’. Me subieron a la parte de atrás del auto y me hicieron acostar”, relató Gustavo.

El Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) era un organismo de inteligencia que dependía de la Presidencia de la República. Fue suprimido por el Decreto 4057 de 2011, durante el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, luego de que se conociera que bajo la presidencia Álvaro Uribe Vélez había realizado seguimientos e interceptaciones ilegales a líderes políticos de oposición, periodistas y magistrados. En relación con la Universidad de Antioquia, el DAS estuvo involucrado, entre otros hechos, en el asesinato del estudiante de Economía Fernando de Jesús Barrientos, ocurrido el 8 de junio de 1973, y en la infiltración a una asamblea de estudiantes de la Facultad de Medicina, Veterinaria y Zootecnia, realizada el 22 de julio de 1987, justo dos semanas antes de que atentaran contra Gustavo.

Los recuerdos de esa asamblea estudiantil se fijaron en la mente de Gustavo mientras iba en el vehículo con sus captores: “Yo empecé a pensar en lo que habíamos hablado en la reunión ampliada de Veterinaria y Zootecnia. Pensaba que me iba a pasar lo mismo que les había pasado a otros compañeros estudiantes, que me iban a matar, que me iban a torturar… Como pude, me levanté de la parte de atrás. Adelante iban dos y atrás, conmigo, iban otros dos. Traté de agarrar la cabrilla para que el auto se estrellara en cualquier lado. Ellos iban perdidos, no sabían para dónde agarrar, iban por la calle principal, yo seguía peleando con ellos tratando de agarrar la cabrilla, hasta que pasando por la plaza de mercado uno de ellos dijo: matemos a este hijueputa de una vez. Ahí fue cuando me dieron el tiro en la cabeza, abrieron la puerta y me tiraron en la plaza”.

No pasó mucho tiempo para que las personas reconocieran a Gustavo y corrieran a auxiliarlo, pues en Marinilla él era un reconocido líder del Movimiento Cívico del Oriente Antioqueño, que estaba conformado por campesinos, comerciantes, obreros, estudiantes y maestros. Según el estudio Oriente antioqueño: análisis de la conflictividad, publicado en 2010, entre los años ochenta y la primera década del 2000 este movimiento se caracterizó por su oposición a la construcción de embalses para la producción de energía, por la formación de una generación de líderes independientes de los partidos tradicionales y por la valoración de las acciones colectivas.

Los vecinos que auxiliaron a Gustavo lo llevaron al hospital de Marinilla donde luego de estabilizarlo lo remitieron en una ambulancia al Hospital Universitario San Vicente de Paúl, en Medellín. Quien lo acompañó en la ambulancia fue su amiga Adriana Gómez, que había llegado al hospital tras enterarse del atentado: “en el fondo yo iba pensando que en el viaje a Medellín lo iban a matar. En el camino él empezó a vomitar y gritaba: ‘prendan la sirena es que yo no me puedo morir’. Cuando llegamos al hospital el lugar estaba lleno de policías y había un funcionario de la Universidad. Ya luego llegó la hermana”.

Aunque no podía ver, porque la bala se había incrustado cerca del nervio óptico, Gustavo llegó consciente al San Vicente donde “pudo contar detalles de lo sucedido a los médicos y a una de sus hermanas que lo acompañó, lo mismo que a la Juez de Instrucción Criminal que le interrogó posteriormente”, según informó el diario El Mundo en un artículo publicado el 6 de agosto de 1987, titulado: Baleado otro estudiante de la U. de A.

En este hospital fue atendido por un compañero de militancia, el médico Rodrigo Guzmán, vicepresidente de la Asociación de Médicos Internos y Residentes, quien fue asesinado el 17 de octubre de ese mismo año. “El loco se puso pilas conmigo, no me desamparó en ningún momento. Por la tensión que yo tenía no me podían intervenir, así que estuve ahí tirado en la camilla con Rodrigo mucho tiempo hasta que me bajó la tensión y, en horas de la noche, me pudieron limpiar la herida y coserme, porque no se podía hacer nada. La bala estaba adentro y no me la podían sacar”, recordó Gustavo.

En el hospital San Vicente estuvo internado por casi cuatro meses. Tenía vigilancia permanente de la policía, lo custodiaban un teniente y seis oficiales. Además, siempre estaba acompañado por familiares, amigos y compañeros de la universidad. El médico Héctor Abad Gómez lo visitó en varias ocasiones, recordó Gustavo. Iba en las mañanas a preguntarle cómo estaba. Trataba de ayudarle con el exilio, buscaba la posibilidad de enviarlo a Suecia con un amigo suyo que era periodista, pero a Héctor Abad lo mataron el 25 de agosto de ese mismo año y esa posibilidad quedó truncada.

“La otra opción que tenía era irme para donde una familia que yo tenía en Londres, pero necesitaba sacar el pasaporte, la cosa se fue dilatando, hubo más muertes de dirigentes políticos y estudiantiles. Y yo me fui quedando en el hospital”, recordó Gustavo, haciendo alusión a la violencia que vivió la Universidad en 1987. Ese año, en un contexto de violencia política, fueron asesinados 16 miembros de la comunidad universitaria entre estudiantes, profesores y egresados. Ver: En memoria de nuestros mártires universitarios

En noviembre, la Universidad de Antioquia gestionó los pasajes para que Gustavo viajara a Londres. El vuelo tuvo lugar la primera semana de diciembre, pero cuando llegó a esa ciudad fue deportado porque no tenía visa. Regresó a Colombia y se quedó en Bogotá desde donde nuevamente le pidió ayuda a la Universidad. La institución buscó entonces el apoyo de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Antes de que finalizara diciembre ese organismo logró sacar a Gustavo de Colombia.

Contra todo pronóstico, Gustavo recuperó la mayor parte de su visión, lo que le permitió conseguir trabajo en un taller. Tiempo después conformó una familia y al final decidió quedarse a vivir en el país que lo acogió. Pero mientras rehacía su vida, en Colombia la mayoría de las personas que lo conocieron lo daban por muerto. Fue así como su nombre comenzó a aparecer en diferentes listados de los miembros de la Universidad asesinados en 1987. Su conclusión es que en la espiral de violencia de ese año él dejó de ser noticia, porque “la noticia era el muerto siguiente y nunca se supo que estaba vivo. Yo quedé sorprendido porque incluso en el libro de Héctor Abad Faciolince —El olvido que seremos, donde el autor narra la historia de su padre Héctor Abad Gómez— aparezco como estudiante asesinado”.

 

Del movimiento estudiantil al movimiento cívico

Gustavo nació en el municipio de San Vicente, en el Oriente de Antioquia. Allí vivió hasta los 12 años cuando su familia se trasladó al vecino municipio de Guarne. En esa población ingresó al Liceo Santo Tomás de Aquino donde, según él, hizo sus “primeros pinitos en el movimiento estudiantil, porque en sexto de bachillerato pretendimos cambiar a un profesor que daba matemáticas, aunque por supuesto la lucha no dio resultados”.

Donde sí hubo resultados fue en la Universidad de Antioquia, a la que ingresó en 1978 al pregrado de Ingeniería Metalúrgica. Finalizando el primer semestre de ese año Gustavo integró un movimiento estudiantil que exigió reprogramar los exámenes de varios cursos, afectados por un periodo de protestas y asambleas estudiantiles que inició en el mes de mayo y se extendió hasta junio. Ante la acción de este movimiento, el 13 de julio de 1978 el Consejo Académico de la Facultad de Ingeniería presentó la programación académica de dicha facultad, la cual definió como fecha de terminación de clases el 29 de julio, según documento anexo en el acta 2160 del Consejo Directivo de la Universidad expedida el 17 de julio de ese año.

A partir de esa experiencia, Gustavo se vinculó a los comités de base, que agrupaban dirigentes estudiantiles de todas las facultades y que dos años después liderarían las movilizaciones contra el decreto 080 de 1980, el cual pretendía reformar la educación pública en Colombia.

En 1979 Gustavo, a quien en la universidad sus compañeros le decían ‘El Marinillo’, comenzó a militar en los círculos de estudio y trabajo del Partido Marxista Leninista. Para ese momento ya vivía con su familia en el municipio de Marinilla donde conformó gremios de estudiantes y, en 1980, participó en una toma estudiantil al Liceo Nacional San José. La acción terminó con un desalojo por parte de la Policía que lo capturó junto a otros manifestantes.

En 1981 Gustavo se sumó a la iniciativa de un reconocido líder social de Marinilla llamado Ramón Emilio Arcila, quien era su amigo y tuvo la idea de crear una junta cívica en su municipio para poner en el centro de la discusión el problema de los embalses y el costo de la energía en el Oriente antioqueño. Las primeras reuniones tuvieron lugar en el café Ceilán y en la Hostería del Camino Real. Allí prepararon las asambleas municipales que se realizaron en el teatro local con una masiva participación de ciudadanos, quienes respaldaron acciones como no pagar las facturas de energía y armar una brigada de reconexión en caso de que las Empresas Departamentales de Antioquia (EDA) desconectaran el servicio.

Así estuvimos un par de años en que la gente no le pagaba la luz a EDA y nosotros mismos, con escalera, destornillador y alicate reconectábamos al vecino que le cortaban. Eso nos causó muchos problemas porque fuimos detenidos y llevados a la inspección municipal”, relató Gustavo, quien agregó que esa junta fue el origen de lo que años más tarde sería el Movimiento Cívico del Oriente Antioqueño.

Gustavo recordó que entre sus compañeros de la Universidad de Antioquia encontró aliados para impulsar la creación de este movimiento: “me acuerdo de que había gente de San Vicente, de La Unión, de Guarne y de El Retiro, todos estudiantes. Nos reuníamos en el bloque de Química y en el bloque 10, les planteé lo que era el movimiento cívico y les pregunté qué posibilidades había de que se pusieran al frente de las juntas cívicas en cada municipio y convocaran una asamblea que vinculara el mayor número de gente posible de diferentes sectores: campesinos, obreros, maestros, amas de casa, curas… Eso dio buen resultado porque inmediatamente se armó la junta cívica en Guarne, la de San Vicente donde yo ya tenía más conocimiento, la de La Unión, la de Rionegro, la de El Peñol. También me tocó viajar a Cocorná, a San Luis y a Sonsón a impulsar las juntas cívicas. Ahí el movimiento despegó y armamos lo que se denominó la Coordinadora Cívica del Oriente Antioqueño, entonces ya hicimos grandes movilizaciones y paros, como el gran paro departamental de 1982”.

Pero la historia del Movimiento Cívico del Oriente Antioqueño terminaría marcada por la violencia, porque sus dirigentes fueron asesinados de manera sistemática, siendo la primera víctima el médico Julián Conrado David, quien fue atacado por sicarios el 23 de octubre de 1983 en el municipio de San Carlos, según relató Carlos Hernando Olaya Rodríguez en el artículo “El exterminio del movimiento cívico del Oriente de Antioquia”, publicado en la revista El ágora usb. Ramón Emilio Arcila también fue asesinado, lo mataron en Marinilla el 30 de diciembre de 1989 siendo candidato a la alcaldía de ese municipio. Junto a él también murió Saturnino López Zuluaga, estudiante de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Nacional de Medellín. Por los hechos de violencia que sufrió este movimiento entre 1982 y 2017, el Estado colombiano lo reconoció como sujeto de reparación colectiva ante la Unidad Nacional de Víctimas, en 2018.

 

Los riesgos de la militancia

Por su participación en acciones de protesta Gustavo fue detenido por las autoridades al menos en cinco ocasiones. La primera vez en 1979 durante un tropel en el centro de Medellín, luego de una asamblea en la Universidad de Antioquia. “Salimos a golpear objetivos en el centro, almacenes, buses… Yo me estaba retirando hacia Guayaquil, que allá estaba la terminal de buses de Marinilla y, en una batida, la policía me detuvo junto con otros tres compañeros. En la mochila yo llevaba un libro: Educación y lucha de clases, ya con eso me llevaron para el F2. Me iban a condenar acusado de tener material subversivo, pero tuve la suerte de que tenía un amigo que era Sargento en el F2 y el loco me sacó”.

La segunda vez que detuvieron a Gustavo fue en 1980 durante el desalojo al Liceo Nacional San José en Marinilla. En esa ocasión fue condenado a un año de prisión en la cárcel Bellavista, donde finalmente solo estuvo dos meses. Su condena se dio en un consejo verbal de guerra realizado por la Justicia Penal Militar en la IV Brigada del Ejército, ubicada en Medellín. Esos juicios hacían parte de las medidas contempladas en el Decreto 1923 de 1978, más conocido como Estatuto de Seguridad, un régimen penal de excepción decretado al inicio del gobierno del presidente Julio César Turbay Ayala.

“En aquella época el ejército y los organismos de seguridad nos tenían marcados como agitadores profesionales, éramos a los que más perseguían, éramos los más peligrosos porque convencíamos a la gente y a todo el que tenía el rótulo de agitador profesional había que bajarlo de un tiro en la cabeza”, dijo Gustavo refiriéndose a la persecución por parte de los organismos de seguridad del Estado.

Las otras detenciones estuvieron asociadas a las protestas del Movimiento Cívico del Oriente Antioqueño, liderazgo que además le acarreó amenazas de muerte. “A medida que el movimiento fue creciendo y que nosotros movilizamos más al Oriente, las persecuciones y las amenazas se incrementaron. Entonces aparecieron los sufragios, llegaban por debajo de la puerta, te amenazaban: ‘o te vas o te matamos’”.

Sin embargo, Gustavo nunca midió las consecuencias. Era un tema de inconsciencia, dijo, pues continuó ejerciendo su militancia, viajando a zonas con presencia de grupos paramilitares como el corregimiento La Danta, del municipio de Sonsón, en el Oriente, y el corregimiento de Doradal, en el municipio de Puerto Triunfo, en el Magdalena Medio antioqueño, a donde llegaba a compartir las propuestas del movimiento cívico, a regalar el periódico Revolución o a reclutar adeptos para el Partido Marxista Leninista.

En 1984 Gustavo se convirtió en vocero del Ejército Popular de Liberación, durante el cese al fuego pactado entre esa guerrilla y el gobierno del presidente Belisario Betancur. “Fui vocero sin haber sido guerrillero, simplemente por el conocimiento que tenía del Oriente antioqueño. Dentro del partido había una discusión política, era salir a la plaza pública a pedir una reforma a través de una asamblea nacional constituyente y derogar la Constitución de 1886. Por eso, se escogieron dirigentes de diferentes zonas, que fueran representativos y que estuvieran allegados al partido”. Pero la tregua del gobierno y el EPL se rompió luego del asesinato de Óscar William Calvo, el vocero nacional de ese grupo insurgente, ocurrido el 20 de noviembre de 1985 en Bogotá, y de varios de sus dirigentes.

A pesar del contexto de violencia política y guerra sucia que vivía el país en aquella época y del hecho de que seguía recibiendo amenazas, Gustavo continuó su militancia sin medir las consecuencias. “Yo aparecí en varias listas y ese fue mi error, que al haber aparecido y al haber sido boleteado varias veces, seguí militando en la zona, seguí recorriendo el Oriente antioqueño hasta lo del atentado. Muchos de los dirigentes políticos de las fuerzas insurgentes al sentir el acoso de los paramilitares, de los escuadrones de la muerte, optaban por irse para la guerrilla. A mí, a pesar de sentirme acosado y de ver que aparecía en las listas de la muerte, nunca se me ocurrió. Me lo plantearon varias veces, pero yo veía que mi participación era la lucha política legal y abierta”, relató.

Ni si quiera el exilio lo alejó de ese ideal, en la ciudad donde vive actualmente fue el concejal más votado en las elecciones a los Consejos Vecinales en 2013. Su entusiasmo por la política es parte de su esencia, así como su pasión por el fútbol y, particularmente, por el equipo colombiano Atlético Nacional. Por eso, aún en la distancia, asuntos como el Acuerdo de Paz con las Farc, las elecciones presidenciales en Colombia y los partidos de su equipo favorito, siguen removiendo sus emociones.