José Antonio Galán Zorro es recordado en la historia colombiana por su participación en el Levantamiento Comunero de 1781 y por la crueldad de su asesinato a manos de la corona española. Su historia ayuda a entender cómo se construyó la memoria oficial de Colombia como república.

Si es pecado defender la justicia y la libertad ¡Acepto el infierno, y no hablemos más!

Frase atribuida a José Antonio Galán.

 

Felipe Osorio Vergara[1]

En portada: Galán y los sublevados. (2022). Daniela Ríos Henao. Acuarela.

En plena Plaza Mayor de Santafé de Bogotá, ante una multitud de americanos y peninsulares se habría de cumplir la sentencia. Era viernes y José Antonio Galán, reo de la Corona, fue arrastrado del calabozo hasta la plaza. Allí, frente al cadalso, quizá recordó toda su vida, la misma que estaba por esfumarse. Vio la horca, era tan grande como los supuestos delitos de lesa majestad de los que se le acusaba. Vio también la leña, con la que se alimentaría el fuego que purificaría su presunta infamia contra el monarca. Lo sentaron en un banquito de madera. Primero le dispararon con un arcabuz. Después lo colgaron, exhibiendo en su cuerpo el poder colonial y demostrando con fiereza el escarmiento. Lo descuartizaron: su cabeza y extremidades las pusieron en cestos. Su tronco fue lanzado a las llamas. Los canastos fueron remitidos a las poblaciones protagonistas del levantamiento, con la orden de ser expuestos en plaza pública. La cabeza la exhibieron en una jaula de madera en Guaduas (actual Cundinamarca); su mano derecha remitida a El Socorro (Santander); la izquierda a San Gil; el pie derecho a Charalá, su tierra natal, y su pie izquierdo a Mogotes.  Era el 1° de febrero de 1782.

Doscientos cuarenta años han pasado desde el cumplimiento de aquella sentencia. Ya no hay colonia y la Nueva Granada ya no es Virreinato sino República, y se llama Colombia. Pero las preguntas siguen rondando: ¿Quién fue este hombre? ¿Por qué tuvo tan cruel muerte? ¿Por qué se sigue recordando su martirio?

Brazo de Galán expuesto en El Socorro. (1942). Pedro Nel Gómez. Acuarela sobre papel. Se encuentra en la Casa Museo Pedro Nel, en el barrio Aranjuez de Medellín. Foto: Felipe Osorio V.

 

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José Antonio Galán Zorro nació en las templadas tierras de Charalá (Santander) en 1749. Era hijo de Francisca Zorro, mestiza, y Martín Galán, español pobre. Se dedicó casi toda su vida a la labranza como peón, y así hubiera sido siempre de no haber sido por el Levantamiento Comunero de 1781. Este alzamiento fue una revuelta anti-tributaria originada por las disposiciones del monarca de entonces, Carlos III de Borbón, conocidas como las Reformas Borbónicas, que buscaban aumentar el recaudo en los Virreinatos para financiar las guerras españolas.

Galán participó del levantamiento en dos momentos: Primero, organizando una pequeña cuadrilla que patrulló las regiones cercanas al río Magdalena, buscando capturar al regente Francisco Gutiérrez de Piñerez, representante del rey. Segundo, protagonizando una segunda insurrección desde Mogotes (Santander), después de que las capitulaciones, firmadas en Zipaquirá entre los comuneros y la Real Audiencia de Santafé, fueran desconocidas por las autoridades coloniales.

 

Sin embargo, sus incursiones en algunas villas y poblados generaron el descontento de la administración colonial, pues liberó esclavos de algunas minas y declaró libres de tributo a los indígenas de los pueblos donde actuó. Por esto, muchos ven su figura como la de un caudillo de la libertad y lo comparan con la de su contemporáneo Túpac Amaru II, indígena peruano que lideró la “Gran Rebelión”, como se conoció la insurrección indígena y mestiza en Perú, también ocasionada por el alza en los impuestos.

El martirio de Galán. (1957). Ignacio Gómez Jaramillo. Óleo sobre lienzo. Se encuentra expuesto en el Museo Nacional de Colombia, en Bogotá. Foto: Felipe Osorio V.

Lo cierto es que Galán no fue como el inca Amaru, pero sus acciones, encaminadas a romper el rígido modelo colonial, bastaron para que se le diera una muerte ejemplar como la del inca. “Galán fue el chivo expiatorio, el muerto que había que mostrarle al rey de España para decirle que la rebelión había sido sofocada”, explicó Wilman Amaya, investigador y miembro de la Academia de Historia de Santander. Por eso no se le permitió acogerse a la amnistía general que había ofrecido Antonio Caballero y Góngora, arzobispo de entonces; al fin y al cabo, Galán era pobre, mestizo, apenas si sabía firmar. Era la persona perfecta para amedrentar a una población recién salida de una insurrección. De hecho, un fragmento de la sentencia de muerte llama la atención: “Sea declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esa manera se dé olvido a su infame nombre y acabe con tan vil persona, tan detestable memoria, sin que quede otra que la del odio y espanto que inspiran la fealdad y el delito”. Con esta sentencia, el régimen colonial buscó no solo atacar el cuerpo para intimidar, sino también atacar el legado de Galán, tanto el de su sangre, pues su descendencia estaba maldita, como también el de su memoria.

Billete de mil pesos oro de 1979 dado en su honor. Cabe resaltar que la emisión de este billete estuvo ligada a los 200 años de la conmemoración del movimiento comunero que se dio entre 1980 y 1981. Foto: Felipe Osorio V.

Como acotó la investigadora social, Elizabeth Jelin, en su libro Los trabajos de la Memoria, se trataría de un silencio impuesto por temor a la represión de un régimen. Se buscó que nadie hablara sobre Galán, o que solo se lo recordara como un infame bandido. Sobre esto último se ancló Francisco Ortega, historiador y docente de la Universidad Nacional, para analizar la ejemplarizante muerte de Galán. En el artículo titulado Memoria y crisis: Aproximación a la cultura política de finales del siglo XVIII, publicado en 2005, el historiador concluyó: “Una vez proscrita su memoria, las autoridades simultáneamente van a construir una versión de los eventos. (…) Los edictos, proclamas, comunicados, sermones y cartas de las autoridades rebosan de imágenes truculentas en las que los comuneros aparecen como una turba desordenada, intemperante, violenta, fuera de control y Galán y sus secuaces emergen como la encarnación de la inmoralidad e indecencia”.

Detalle del Monumento a la santandereanidad en el Parque Nacional del Chicamocha. Este monumento se inspira en la gesta comunera. Muchos de los personajes representan a personas asociadas con este levantamiento: José Antonio Galán, Manuela Beltrán (que rompió el edicto), Juan Francisco Berbeo (capitán general de los comuneros), el arzobispo de Santafé Antonio Caballero y Góngora, el fray Ciriaco de Archila (sacerdote dominico que apoyó a los comuneros). Foto: Felipe Osorio V.

No obstante, tal y como también afirmó la investigadora Jelin, al haber un cambio de régimen, los silencios se quiebran y son expresados. Entrada la república y en medio de las tareas de construcción de la identidad nacional, diferentes políticos y académicos se remitieron al panteón de mártires y rescataron la memoria de Galán, ya no como un bandido que se levantó contra la Corona, sino como un prohombre, pionero de la emancipación colombiana.

El siglo XIX fue la época de los libros y las biografías sobre Galán, y su inclusión en la memoria oficial. Ya en el siglo XX llegarían los homenajes en bronce y concreto, con estatuas en El Socorro y Charalá, nombres de colegios, parques, barrios, un municipio (Galán, Santander), pinturas y hasta un billete de circulación nacional. “La historia de Galán se rescató para despertar en los colombianos el espíritu nacionalista. Porque cuando ya se tiene bandera, himno y escudo, se necesitan también los héroes”, expuso el investigador Amaya. Y así es como Galán pasó de ser condenado al olvido, a recibir homenajes póstumos que, en vida, nunca se hubiera imaginado.  De hecho, en el primer capítulo de la serie documental estatal de 1993 Crónicas de una generación trágica, se narra el Levantamiento Comunero y se le da especial protagonismo a este histórico personaje.

 

 


Nota: Se conoció como Levantamiento Comunero porque, aunque los líderes eran criollos, la mayoría del movimiento lo conformaban campesinos, peones, pequeños ganaderos, artesanos, en general la masa popular. De ahí que se denominaran como “El Común”.

Anécdota histórica: el 14 de junio de 1781 en el pueblo de Santo Domingo de Silos (hoy Norte de Santander) se proclamó al inca Túpac Amaru como rey. Tal y como señaló el historiador español Manuel Lucena en su artículo, este era un pequeño pueblo de indígenas lejos de los epicentros comuneros. Es posible que hicieran la proclamación sin saber que el inca ya había sido ajusticiado por los españoles, el 18 de mayo de 1781. Henao y Arrubla (1917) añadieron que, después de proclamar su fidelidad a Amaru, los naturales de Silos se amotinaron y desconocieron la autoridad del rey de España.

Fuentes consultadas:

* Jesús María Henao y Gerardo Arrubla. (1917). Historia de Colombia.

* Manuel Briceño. (1977). Los Comuneros. Segunda edición.

* Wilman Amaya. (2020). Insurrección comunera 1781. Memorias del siglo XIX.

* Entrevista telefónica con el investigador santandereano y miembro de la Academia de Historia de Santander por El Socorro, Wilman Amaya.


[1] Felipe Osorio Vergara es estudiante del pregrado en Periodismo de la Facultad de Comunicaciones y Filología de la Universidad de Antioquia. Este texto fue elaborado en 2022 como actividad de clase en el curso Periodismo y Memoria a cargo del docente Víctor Casas, coordinador de Hacemos Memoria.