La mente no es la única depositaria de la memoria, el cuerpo es su receptor primario y la danza su decodificación artística. Así lo explica Rafael Palacio, coreógrafo de profesión, al referir la importancia del movimiento como expresión cultural en Develaciones.

 

Por: Pompilio Peña Montoya

Foto: Cortesía

Rafael Palacio es el director y el fundador de la Corporación Sankofa Afro, creada hace 25 años. La palabra Sankofa significa ‘regresar a la raíz’. Para Rafael, ese regresar se hace con el cuerpo, con el baile, con la danza y con los gestos, movimientos creados a partir de vivencias y memorias generacionales.

La expresión Sankofa, en palabras de Rafael, es una filosofía que propone conocer el pasado como condición para entender el presente y proyectar un mejor futuro. Por eso, el artista entiende la expresión corporal de afrodescendientes, indígenas y campesinos como un archivo vivo y universal.

Esta idea fue clave en el trabajo de Rafael como coreógrafo de Develaciones: un canto a los cuatro vientos. En esta obra de teatro, impulsada por la Comisión de la Verdad, participan cerca de 100 actores y bailarines. Estos artistas representan en las tablas el drama de las víctimas de la violencia en su búsqueda por el reconocimiento.

Hacemos Memoria habló con Rafael para conocer más sobre esa relación íntima entre la danza y la memoria, expresada desde aquellas poblaciones históricamente excluidas y con una rica manifestación artística. La obra Develaciones fue presentada en el Festival Internacional de teatro de Bogotá realizado entre el 1 y el 9 de abril de 2022.

 

La danza tiene una relación profunda con la memoria, es decir, con el cuerpo ¿Cómo podemos entender esos lazos tan estrechos?

El cuerpo es el que baila y el cuerpo tiene un archivo. Ese archivo es la memoria, las vivencias que ha construido a partir de la opresión que ha recaído sobre él; bien sea por señalamientos de injusticia social o de injusticia cognitiva, que es cuando se denigra de alguien para crear imágenes negativas.

De manera que cuando el cuerpo baila devela la memoria del dolor. Pero, además, y es muy importante en el caso específico de las culturas afrodescendientes, indígenas y campesinas, el cuerpo también baila la memoria de la resistencia, de las victorias, de las luchas que han dado las personas para sobrevivir y evadir todo aquello que les ha coartado la existencia, todas esas estructuras sociales que les han negado humanidad.

Cada una de las culturas, de los pueblos y de los territorios que estuvieron en Develaciones, están narrando esas luchas y victorias. Ese diálogo fluye porque todos somos seres humanos, seres que en medio de la opresión logramos diversas maneras y estrategias para emanciparnos. Vea también: Corpografías: arte, cuerpo, memoria, paz y reconciliación

En ese sentido, la obra Develaciones busca una Colombia unida en contra de injusticias, políticas y estructuras que le quitan la humanidad a los pueblos.

La memoria hace parte de una historia o de muchas. ¿A través de qué formas el cuerpo exterioriza ese archivo que usted refiere?

Cuando hablamos de la danza no podemos olvidar que hay que alejarnos de la forma. No es la belleza con la que el cuerpo pueda bailar la que nos debe hablar e impactar en primer grado, sino el contexto social, político, geográfico, espiritual y humano que brota en el cuerpo para que baile de esa manera.

La danza urbana afrodescendiente, por ejemplo, más que unos cuerpos que bailan y encantan al público, es una manifestación artística que nace en los barrios más empobrecidos del Chocó. Esos jóvenes crean con la danza un entorno protector para poderle hablar al resto del mundo, para buscar la solución de problemas inmediatos cuando se encuentra con un Estado que le da la espalda al Pacífico colombiano.

Lo mismo pasa con las culturas indígenas y campesinas. Cuando los wayúu nos muestran su danza, vemos una danza sagrada y antigua que nos está diciendo que hay un origen que no es respetado en Colombia. Aquí la gente cuando se insulta lo hace con la expresión ‘este indio’, como si la referencia fuera peyorativa.

Por eso creo que las manifestaciones artísticas hacen un llamado a la dignidad humana, a recuperar lo que el ser humano crea con su propia espiritualidad, adaptada a su propia filosofía y maneras de ver el mundo.

La danza para nosotros en Sankofa es un lugar político. Es un cuerpo que es capaz de expresarse para reclamar justicia, para reclamar lo que le corresponde en esta sociedad.

A veces queda la impresión de que la danza es considerada en el gran espectáculo como una expresión secundaria carente de identidad cultural. ¿Qué clase de fuerzas mueven la danza autóctona en nuestras regiones? 

Lo que nos hace falta es entender el papel de la cultura en las comunidades y en los diversos pueblos que tenemos en el país. Yo creo que hay que derribar esos conceptos de ‘alta cultura’, que están anclados en un imaginario egocéntrico. Esa mirada provoca llamar a las manifestaciones locales e identitarias como folklor, cuando en realidad son conocimiento, son estrategias de vida. Vea también: “El arte es la gran herramienta para hacer memoria”: Gilmer Mesa

Las comunidades crean arte, cultura y conocimiento. Asuntos que no están en el museo o en las academias. El arte en las comunidades es una estrategia que les permite a los pueblos sobrevivir.

La espectacularización de las manifestaciones artísticas es un tema importante para mí. En Colombia estamos siempre creyendo que cuando las manifestaciones artísticas de los pueblos se estilizan, es cuando le pueden hablar al resto del mundo. Creemos que lo local no puede ser universal. Creemos que lo local no habla lo suficientemente fuerte. Cuando en realidad un bambuco o un currulao, un mapalé o una danza urbana, pueden hablarle al mundo de las realidades cotidianas que ese pueblo enfrenta.

Por eso creo que ahí está la fortaleza de Develaciones. Y es que nosotros no creemos que haya que estilizar las culturas para poder hablarle al resto del mundo. Nosotros creemos que el arte es un instrumento inherente a todos los pueblos, a todas las culturas. Y en una contemporaneidad no está por fuera del tiempo, del discurso de ese pueblo, de las luchas que ese pueblo está construyendo.

¿Cómo la danza, entendida como un componente de la obra, logra expresar un sentido político de reivindicación?

En esta obra se habla por ejemplo del reclutamiento de niños y niñas en el pacífico, y esa labor en la obra la tienen jóvenes del Chocó, con sus movimientos. Junto a Sankofa creamos una coreografía donde varias compañías interactuamos para llevar ese mensaje y lo hacemos con movimientos que tienen que ver con nuestra propia cultura. Es decir: le hablamos al mundo con nuestro propio lenguaje.

En cada una de esas coreografías hay implícito un discurso que es político. Esa danza no está por fuera de las necesidades que nosotros estamos intentando llenar. El público tiene que aprender a leer lo implícito.

Quiero añadir que creemos que la danza en este país ha sido menospreciada. Estamos en un país que piensa que la danza no es un oficio profesional. Aunque podemos encontrar personas que han dedicado toda su vida a ella. Esa es una forma de asumir la vida.

Esta es una tarea de educación, donde poco a poco los públicos tienen que ir deconstruyendo imaginarios de exotismo, de erotismo, por ejemplo, que son influidos en los pueblos afrodescendientes cuando bailamos. Es una oportunidad para que veamos que cuando las culturas indígenas bailan, nos están mostrando el legado ancestral. Pero también nos están mostrando cómo han podido enfrentar todas las dificultades que han tenido que soportar tras el descubrimiento de América.