Como en otros países de Latinoamérica, en esta nación las mujeres rurales han sufrido exclusiones que las han situado en roles de cuidado. Con la llegada de la pandemia se acentuaron las condiciones de trabajo dentro y fuera del hogar.

 

Por Hacemos Memoria

Imagen de portada: Piqsels

Giovanna Vásquez. Foto: cortesía.

Durante la pandemia quedó en evidencia la persistencia de paradigmas en los que la economía del cuidado y la distribución de las labores cotidianas continúan en manos de las mujeres. Así lo expresó Giovanna Vásquez, directora de  la Promoción de la Mujer Productora Agraria en Perú, quien reiteró la necesidad de que los actuales debates feministas tomen en consideración a las mujeres de la ruralidad en su integridad, de manera que se reconozcan sus contextos, realidades y posibilidades.

Hacemos Memoria habló con Giovanna Vásquez, quien trabaja en el Ministerio de Desarrollo Agrario del Perú, acerca de las realidades que viven estas poblaciones que requieren atenciones particulares y de cómo la pandemia afectó y profundizó sus problemáticas.

 

Giovanna, ¿cómo era la situación de las mujeres rurales peruanas antes de la pandemia?

En el caso peruano, la población rural, indígena y campesina no ha sido tomada en cuenta normalmente para las políticas públicas del Estado, es algo que lo puedes encontrar en los discursos de las distintas organizaciones rurales y ha habido un buen trabajo desde la sociedad civil para hacer que eso sea visible. Antes de la pandemia, la situación en el campo ya era crítica, sobre todo para el sector de lo que nosotros denominamos agricultura familiar (pequeña agricultura) que es más o menos el 98 por ciento de la agricultura en Perú.

En este escenario de territorios rurales, encuentras diferentes actores, entre ellos las mujeres, quienes son claves en estos contextos. Estas mujeres, además de que estaban en un sector de por sí excluido desde antes de la pandemia, tienen una propia exclusión de la sociedad rural y es que es importante que miremos que la sociedad rural, por lo menos en el caso peruano y en América Latina también, tiene presente en sus actores esa exclusión hacia las mujeres. Entonces, ya existía una situación crítica, como decimos en Perú: “ser pobre es un problema”, “ser indígena es un problema” “y ser mujer es un problema muchísimo mayor”, es decir, cuando uno tiene esas tres condiciones la situación es sumamente compleja.

¿Esta situación fue impactada o profundizada por las medidas que tomaron los gobiernos para contener la pandemia?

Sí, la pandemia agudizó de alguna manera esta situación, pero además complejizó el rol de las mujeres. Por ejemplo, en la parte educativa, además de tener todo el trabajo de casa y de chacra, también tuvieron que dedicarse a ver cómo sus hijos aprendían, lo cual aumentó la sobrecarga de trabajo para las mujeres. Además, se sabe que las mujeres son las que cuidan sus familias y se encargan de los problemas de salud, de modo que  los impactos que ha tenido la Covid-19 en la población también recayeron en muchos casos en las mujeres.

Considero que las medidas que se dieron inicialmente no fueron las correctas, pues no respondieron a las necesidades de las poblaciones rurales, ejemplo de esto fue la posibilidad de hacer llegar ayuda económica urgente al inicio de la pandemia, pero se consideró esencialmente las zonas urbanas y no a las poblaciones rurales. Entonce, creo que ahí hubo una gran dificultad de respuesta del Estado para esta población, que desde antes, en muchos casos, ha estado alejada de las políticas públicas. Ahora el esfuerzo que estamos haciendo es  ver cómo se logra esta incorporación.

¿Cuáles serían los retos para que efectivamente las mujeres rurales sean incluidas dentro de los planes de reactivación económica en Perú?

Ese es el gran reto, creo que Perú en ese sentido está avanzando. Se están discutiendo y dándole a medidas concretas de lo que hemos denominado la segunda reforma agraria. En el país tuvimos una primera gran reforma agraria que esencialmente consistió en la repartición de la tierra, que estaba concentrada en grandes propiedades de personas que tenían muchísimo poder en el territorio. Esa reforma logró hacer una redistribución relativamente más equitativa para hacer que aquellas personas que no tenían tierra y que trabajaban en las haciendas pudieran tener acceso a ese bien. Esa fue la primera reforma agraria peruana que fue importante, en términos no solamente de repartición de tierras sino también de un debate y de un reconocimiento real de una población rural que vivía en un régimen de esclavitud, y no te estoy hablando de hace 50, 60 o 100 años, te estoy hablando de hace unos 30 o 40 años.

En cuanto a esta segunda reforma agraria, ¿de qué se trata y en qué está actualmente?

Ahora estamos en el proceso de hablar y darle contenido a esta segunda reforma agraria porque la evidencia muestra que la tierra es importante, pero si tú no tienes políticas públicas que tengan que ver con crédito, asistencia técnica, promoción y acceso a mercados, tener tierra no es una posibilidad real para superar las dificultades que se enfrentan, porque lo que estamos viendo es que no hay ninguna posibilidad de acceder a créditos o de trabajar. Así que la tierra se reparte, se vende y se vuelve a concentrar nuevamente. Entonces, se trata de una propuesta que sea acorde a las dificultades que enfrenta hoy el campo. Estamos en un proceso de construcción que, por lo menos desde el Ministerio, se está tratando como una construcción colectiva, que no venga desde el Estado sino que sea una construcción que incluya a las principales organizaciones sociales que están discutiendo el tema.

¿Cómo vincula a las mujeres esta segunda reforma agraria?

En esa construcción de la narrativa y de las medidas concretas de esta segunda reforma agraria las mujeres tienen que tener una presencia y ese es hoy el gran desafío. Como les decía a mis colegas en una reunión, “no hay reforma agraria sin mujeres”, eso ya lo sabemos y es un planteamiento que hacen organizaciones como Vía Campesina.

Entonces creo que el gran reto ahora, aparte de construir esas medidas de forma colectiva, va a ser que las mujeres rurales realmente sean incorporadas en este proceso. Pero el reto no debe partir sólo de que discutamos el contenido de la reforma agraria, mi interés es impulsar lo que hay ahora y que pueda tener mínimamente una cuota de mujeres, es decir, los programas del Ministerio deberían tener una cuota de mujeres y también una cuota de mujeres indígenas, una población que es importante visibilizar en la discusión y cuya agenda va más allá de la tierra para la producción.

A parte de lo anterior, ¿qué necesidades hay en cuanto a la economía del cuidado y la redistribución de las labores, justamente en momentos en que se está reactivando la economía?

Creo que esta discusión se presenta mucho en la parte urbana y no llega a las mujeres de los territorios, a las mujeres rurales, pero estoy convencida de que tenemos que hablar de sistemas de cuidados adaptados a las necesidades de las mujeres en los territorios rurales. Ese es el gran desafío que las compañeras en las ciudades están propiciando; una formación política de cuidado tan importante que va a liberarnos a nosotras las mujeres, a llenarnos de poder, para ejercer realmente nuestra autonomía económica y políticas. En ese sentido, creo que ahora desde muchas corrientes y desde muchos debates, desde el propio debate feminista hay que mirar a las mujeres rurales en su integralidad y reconocer también sus posibilidades y sus situaciones.

También hay que reconocer su propia reflexión política en esos términos, en términos de la disputa del poder y ahí tienes por ejemplo el avance de Vía Campesina en esta discusión de feminismo campesino y popular. Además, otro reto es la promoción de organizaciones de mujeres. Las organizaciones mixtas son importantes, yo provengo gremialmente de una, pero tengo claro que si la voz de la mujer no está en la junta directiva o en el consejo directivo o en donde se toman las decisiones, pues no va haber agenda para las mujeres. Ese es un gran reto para mi país.