San Juan lee es el programa de lectura que dirige Sandra Clavijo en San Calixto, Norte de Santander. Con su iniciativa busca proteger a los niños de la guerra.

 

Por: Ángela Martin Laiton – Pacificultor

Foto: Pixabay

Aunque la vereda de San Juan pertenece al municipio de San Calixto, en Norte de Santander, el acceso más cercano está por el corregimiento de San Pablo en Teorama. Desde la parte alta del Catatumbo, las montañas se ven en todos los verdes y amarillos, las trochas son pedregosas y en muchos lugares las atraviesan quebradas cristalinas.

Los municipios de la zona alta tienen climas templados y algo fríos en madrugadas y noches, el conflicto se ha vivido en distintos niveles y la coca se dibuja por las laderas infinitas de las montañas, cientos de kilómetros que hacen ver mínimos los cultivos de piña u otros productos. En ese lugar, todos los jueves, a veces con la amenaza de quedar en medio del fuego cruzado de los actores, o bajo el sol implacable de las tardes, Sandra Clavijo se reúne sin falta con más de 20 niños a leer. “Me armo de libros y me libro de armas” es la premisa del programa, resistirse a la guerra con la ternura.

Sandra es oriunda de San Calixto, estudió la primaria en el colegio de San Pablo y terminó el bachillerato en Cúcuta, puesto que se mudaron con su familia a Ureña, Venezuela. «En ese tiempo trabajaba en un restaurante lavando platos y en la noche estudiaba. Terminé en el 2001. Somos cuatro hermanos de parte de mamá, mi papá tiene otros cinco hijos, seríamos nueve. La única que no tiene hijos soy yo, y soy la mayor”, me dice riéndose.

Cuando tenía 17 años se fue a vivir a Fortul, Arauca, y después de pasar por varios empleos terminó convirtiéndose en la bibliotecaria del lugar. En la Biblioteca Municipal Seferino Cotrina empezó a familiarizarse con los libros y la lectura, cuando los niños llegaban a consultar sus tareas ella debía saber cuál era el área del conocimiento en la que debía investigar y cuál era la ubicación del libro en la estantería. «Desde ese momento empecé a leer a diario, en la mañana me levanto y mientras llegan los obreros me pongo leer. Ahorita estoy leyendo El olvido que seremos», me cuenta.

La experiencia en la biblioteca cambió por completo la vida de Sandra, no solamente se formó con los libros, sino también junto a la comunidad. «Ese trabajo me gustaba mucho, me capacitaban constantemente, hacía muchos programas de lectura para todas las edades, en colegios, casas de paso, hogares geriátricos. Después, mi esposo tuvo la oportunidad de comprar una tierrita aquí en San Calixto, entonces él se vino solo un año y luego me regresé para estar con él. De ahí nació la idea del programa San Juan lee«.

A su regreso, Sandra se dedicó al trabajo en la finca que había adquirido junto a su esposo y una tarde, mientras pasaba frente a la cancha de la vereda, vio a los niños jugando. Se acercó y les preguntó si se animaban a armar un club de lectura, todo comenzó ahí. «Le dije a mi esposo: bacano armar un grupo de lectura como el que teníamos en Arauca. Entonces bueno, los cité y para el primer encuentro me llegaron como 7 niños. El siguiente fin de semana ya llegaron como de 10 a 15 y un promedio de 25 niños empezaron a venir desde la tercera. Tienen desde 4 hasta 16 años, como son tan variadas las edades entonces tengo que dividirme y hacer varias actividades. He diseñado un programa en el que hagamos mucho más que la lectura para que no se aburran, hacemos concursos de palabras, leemos por grupos, dependiendo de las edades y luego compartimos las apreciaciones, hacemos lectura de relevos».

El primer libro que compartieron en 2019, cuando se formó el grupo, fue Cien años de soledad, el mismo que inició a Sandra en las tertulias literarias en Fortul. Una tradición que heredó de doña Patricia y don Álvaro Blanco, grandes líderes de la tertulia literaria del municipio. Así, desde febrero de ese año, todos los jueves faltando quince minutos para la una, Sandra llega a la casa del presidente de la Junta de Acción Comunal, ahí guarda las cajas de los libros que ha recibido por donaciones, organiza las lecturas pendientes y el material por edades y lo lleva todo a la cancha. A medida que van llegando les entrega un lápiz y un cuaderno para las actividades de la tarde. «Hay niños que están a una hora de camino, tres niños que vienen en bestias y el camino es pura cuesta. Vienen solitos, la mayor tiene 14, el niño tiene 9 y la otra niña tiene 7. Hay varios niños que siempre tienen que cruzar una quebrada, entonces, por lo general, las mamás vienen para acompañarlos y hacen parte del programa. Ellas se animan, me colaboran, leen. Nos gustaría construir un lugar para poder contar con el espacio físico donde resguardarnos del sol y la lluvia, o por ejemplo que los lunes los niños vinieran a buscar sus tareas, que los papás vengan a leer, que sea un espacio para todos», expresó.

Dentro de las actividades extra que realizan los participantes del programa San Juan lee, están la siembra de árboles y campañas de reciclaje en las que visitan familias para enseñarles a separar residuos, a trabajar el plástico para hacer materas, canecas y cestos. Además, los niños de San Juan lee han visitado a los fundadores de la vereda, quienes les cuentan cómo nació San Juan, quiénes fueron los primeros habitantes, cómo eran las trochas y los procesos de memoria histórica. Las mamás son las encargadas de llevar panes, galletas, jugo o avena para pasar la tarde. Sandra, en las fechas especiales, prepara tortas para compartir. «Los libros los donan amigos o conocidos de distintos lugares. De donde me llaman, pues trato de ir. Me siento muy orgullosa de lo que hago, primero me lo enseñaron y ahora trato de dejarlo aquí. Inculcar la construcción de paz en este territorio­».

Todos los jueves, en la vereda de San Juan, Sandra reúne casi treinta niños para soñar un país como el que imaginó alguna vez García Márquez en su texto «Por un país al alcance de los niños», con una educación que “canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños”.

 


*Este texto fue publicado originalmente en la segunda edición del periódico Pacificultor, en abril de 2021.