A mediados de los años noventa, en la zona noroccidental de Medellín, el artista Guillermo Villegas Mejía fundó Tallearte, un proyecto cultural, artístico y de memoria, un espacio en el que niños, jóvenes y adultos pueden crear y liberar sus emociones a través de la escultura.

 

“Autonomía, seré idólatra total, idólatra como el hombre de la más remota antigüedad. Por contradicción, libremente idólatra. A partir de hoy adoraré cada nuevo día a pachamama, nuestra verde azul tierra madre, cuyas empinadas, redondeadas y arboladas tetas, cantando y musicando y retozando brotan dichosos manantiales que luego se hacen raudales y a la vida, a la esperanza y a la utopía, a la luna, al padre sol”.

Guillermo Villegas Mejía[1]

 

Por Alba Lucía Gañán Pérez – Ciudad Comuna*

Una mañana, una fuerte algarabía que provenía de la calle hizo que Camila Flórez, quien para ese momento tenía 7 años, abriera la puerta de su casa para echar un vistazo. Entonces, presenció como un conductor de bus, que acaba de ser degollado, se desplomaba sobre el asiento del vehículo. Transcurrían los años noventa, una ola de violencia azotaba a Medellín y en lo alto de la Comuna 6 (Doce de Octubre), donde vivía Camila, distintos grupos armados se disputaban el territorio.

Conmocionada, la niña entró a su casa, terminó de organizarse y salió para Tallerarte, el lugar que la acogió durante su infancia. Cuando llegó, tomó un trozo de arcilla y plasmó aquella escena que había vivenciado. Así, “pude exorcizar esa imagen que tenía tan fuerte y siendo tan niña”, narró Camila, quien hoy es artista plástica y lidera procesos de formación y creación en Tallerarte.

 

Un territorio de paz

El taller de arte Las Utopías, como fue nombrado inicialmente, transitó durante varios años por distintos lugares en los que Guillermo Villegas Mejía estuvo como docente hasta que, en 1994, “Guillo”, como le decían cariñosamente, llegó a la institución educativa Progresar en el barrio Doce de Octubre, noroccidente de Medellín. Allí Tallerarte empezó a ocupar un lugar relevante en la institución educativa y, sobre todo, en la memoria viva de los habitantes del sector.

Durante los primeros años el taller funcionó en medio de los enfrentamientos entre actores armados que ocurrían en el territorio y, como una apuesta por ser un escenario de paz, tuvo apertura a la participación de jóvenes que hacían parte del conflicto. Algunos de esos adolescentes “fueron los que iniciaron haciendo escultura, cuando este salón estaba completamente vacío en 1994 más o menos”, contó Camila Flórez, al agregar que “Guillo tenía un principio: si usted quiere venir al taller, si usted quiere venir a trabajar con otros – abría un cajón y les decía – me dejan aquí las armas y, los pelaos, como que tuvieron un voto de confianza con él, porque ellos dejaban las armas en el cajón y entraban al taller”.

Así comenzó Tallerarte, como un territorio abierto y pacífico en el que podían encontrarse jóvenes de distintos grupos en disputa. Al interior del taller, estos jóvenes dejaron obras que hoy son consideradas como patrimonio no solo por su construcción anatómica y plástica, sino también por su contenido político. Muchas de ellas son el legado de aquellas personas a las que el conflicto no les perdonó la vida.

 

De puertas abiertas

La escultura en el medio artístico es considerada una de las técnicas más costosas y menos accesibles. Hacer este tipo de arte en un contexto donde la violencia no solo está representada en enfrentamientos armados, sino también en el hambre, la pobreza y la falta de oportunidades, es, por decirlo de algún modo, algo revolucionario. Significa poner esos valores de expresión, conexión, sentido, construcción y transformación, que connota el arte, al alcance de todos. Significa realizar un arte para la resistencia, un arte que libera.

Guillo y quienes acompañan el taller, siempre lo pensaron como un espacio de puertas abiertas para todos: niños, niñas, jóvenes, mamás, abuelas, abuelos. Un lugar para la comunidad, dispuesto para ser habitado y al que no es necesario llevar nada más que las ganas de querer hacer.

También, en abierta crítica a esa educación tradicional que mide, califica, homogeniza e individualiza, Tallerarte buscó ser un espacio para la creación y la liberación del espíritu, un lugar en el que se pudieran canalizar cosas que, muchas veces, no era posible tramitar en las escuelas. “En el taller, si un niño quiere pegarle a la arcilla lo hace, nosotros posibilitamos que lo haga, porque muchas veces hay como unas ganas, una rabia, que no se sabe dónde poner. El hecho de tener un pedazo de arcilla, que me confronte con eso y lo transforme, se da por unas motivaciones, por unas alegrías, por unas angustias, por algo que hay dentro de la persona y por las experiencias que ha vivido”, explicó Camila.

Producto de esas vivencias y transformaciones, hoy las estanterías de Tallearte constituyen un repositorio de “documentos” que fueron son esculpidos por las manos de los habitantes del barrio. En estas obras se manifiestan preguntas alrededor de las experiencias, los cuerpos, las prácticas culturales y las realidades sociales. Su proceso de creación es una posibilidad para la construcción y deconstrucción de las identidades de los sujetos, una forma de “tallerarse”.

 

Sostener la esperanza

A punta de voluntades y de amor se ha tratado de sostener ese gran legado que ha dejado Tallerarte en sus más de 25 años en el territorio. Aunque a veces no es fácil, los integrantes de este colectivo tratan de que el principal elemento que da vida al taller, la arcilla, esté disponible. Este material noble que puede reutilizarse y que se transforma por las manos de los niños, niñas, jóvenes y adultos que frecuentan el lugar, constituye el principio fundamental del accionar colectivo: hacer arte para la (de) construcción de los seres humanos.

“La posibilidad del taller es saber que no somos seres construidos completamente por más que estudiemos, por más que se haga, se vaya y se venga; nunca estamos terminados, siempre nos estamos haciendo, siempre nos estamos construyendo. Entonces, ‘tallerarnos’ juntos es lo bonito y pedagógico que Tallerarte quiere hacer”, apuntó Camila.

Es así como esta apuesta transformadora que genera un proceso creador, se constituye en una esperanza que hace que las personas continúen caminando entre las utopías y los sueños de este territorio, dando continuidad al legado que dejó Guillo luego de su muerte en 2017.

 


* Esta crónica es producto del trabajo realizado por la autora durante el proceso de asesoría del proyecto Hacemos Memoria de la Universidad de Antioquia, con apoyo de DW Akademie, a un grupo de medios comunitarios de Medellín entre 2017 y 2018.

[1] Memoria e identidad, declaración de principios, tomado del libro Cuando maduren las piedras de Guillermo Villegas Mejía.