El excomisionado de paz dijo que siente una confianza creciente en la capacidad de Colombia de reconocer lo que pasó y que la Comisión debe ser una plataforma para que otros “cojan la antorcha” y sigan trabajando por el reconocimiento y la convivencia.

 

Por: Comisión de la Verdad

Foto: Oficina del Alto Comisionado de Paz

El excomisionado de paz Sergio Jaramillo dijo que las recomendaciones para la no continuidad y no repetición del conflicto armado, que haga la Comisión de la Verdad, deben ser útiles para la situación actual, y habló sobre la necesidad de esclarecer la relación entre violencia y política. Con este filósofo y filólogo, exembajador de Colombia en Bruselas y actual asesor del Instituto Europeo para la Paz, terminamos las entregas del primer ciclo de entrevistas de #HablemosDeVerdad.

Hablemos de Verdad es un espacio que amplía las conversaciones necesarias alrededor de la tarea de la Comisión de la Verdad. En este espacio, diferentes voces nacionales hablan sobre lo que espera el país del informe final, las verdades que se necesitan, los retos para construir un relato nacional sobre el conflicto armado y la verdad para otros futuros posibles. Si bien las personas entrevistadas contribuyen a un debate amplio y pluralista, sus respuestas no son reflejo de la posición de la Comisión de la Verdad.

 

¿Cómo se imaginaba esta comisión de la verdad cuando estaban en las negociaciones y en qué difiere o en qué coincide con lo que está pasando?

Esta comisión tiene dos particularidades. La primera es que se acordó como parte de un sistema integral. Es la primera vez que en un acuerdo de paz se construye toda una serie de instrumentos para que actúen coordinadamente: tribunal, comisión, unidad de búsqueda y el programa de reparaciones, que ya venía funcionando. La segunda es que ya se venían haciendo unos esfuerzos de verdad muy importantes, como pudo haber sido el proceso de Justicia y Paz, la Ley de Víctimas o el Centro de Memoria Histórica. Es una comisión que comienza a trabajar sobre la base de una cantidad de conocimiento muy importante. Esas dos consideraciones hay que tenerlas en cuenta cuando uno piensa cómo debería funcionar la Comisión de la Verdad.

Entonces, ¿en qué coincide o difiere de lo que se imaginaron en ese momento?

El mandato es esclarecer lo ocurrido, pero también promover su reconocimiento y la convivencia. Yo creo que la Comisión está haciendo un trabajo muy intenso en lo primero y que lo que le llegará por parte de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) es muy importante. Es una innovación de Colombia que haya esa armonía en el intercambio de información. Tengo algo de preocupación en lo segundo: la capacidad de promover el reconocimiento y la convivencia. Es cierto que la Comisión ha enfrentado condiciones desfavorables, como la pandemia, que hace muy difícil que uno haga eventos en las regiones para promover reconocimientos, y también es cierto que, tristemente, en varias partes de Colombia la situación de seguridad dificulta la participación, pero sería trágico que terminara su trabajo sin un esfuerzo mayor de promoción de reconocimiento y de convivencia y sin que en la mente de los colombianos queden las imágenes de estos esfuerzos. Con eso le contesto su pregunta original. ¿Cómo me imaginaba esto? Pues sí, me imaginé que iban a producir un informe como hacen todas las comisiones, pero, sobre todo, que íbamos a ver a la Comisión actuando en los territorios, abriendo espacios, promoviendo interlocución, promoviendo convivencia y abriendo caminos hacia la reconciliación.

Y, en ese sentido, ¿cómo evalúa lo que se viene haciendo?

Es curioso que a pesar de las dificultades para que la Comisión haga su trabajo en terreno, al mismo tiempo se hayan establecido hitos que llaman cada vez más la atención y que se esté mostrando que es posible ver cosas que antes no se veían, que antes no se decían, como esa entrevista extraordinaria a Íngrid Betancourt o los reconocimientos que han hecho recientemente las antiguas FARC-EP. Se siente una confianza creciente en la capacidad de Colombia de reconocer lo que pasó, y tenemos que ver cómo, en el corto tiempo que queda, esa fuerza que está creciendo se aproveche al máximo.

¿Qué comparaciones haría con otras comisiones del mundo?

En el caso de Sudáfrica, lo único que había era una comisión de la verdad con una subcomisión encargada de los asuntos legales y de amnistía. Es una situación muy distinta. En Colombia tenemos un estándar mucho más alto de lo que se espera en términos de respuesta a las víctimas, porque hay un sistema de incentivos mucho más poderoso, y de exigencias también.

Una de las cosas que van a llamar la atención del caso colombiano, en materia de verdad, tanto en el caso de la JEP como de la Comisión, es la participación de agentes del Estado, que ha sido muy fuerte. Vaya y mire usted cómo fue la participación de agentes del Estado en la famosísima Comisión de Sudáfrica y va a encontrar que fue, prácticamente, inexistente. Quiero aprovechar este punto para decir, a propósito de los informes que ha entregado el Ejército, que siempre hay que subrayar que a la Comisión se le pide un recuento histórico de toda la complejidad del conflicto; no es señalar un responsable, es crear un marco de comprensión de lo ocurrido. Además, se le pide que reconozca los esfuerzos de quienes estaban involucrados en las hostilidades, como nuestro Ejército, para la incorporación de doctrina de derechos humanos. Es una visión hacia adelante. Estos procesos se tratan no solamente de mirar hacia atrás; también de crear plataformas para poder mirar hacia adelante.

¿Cuál cree que es el desacuerdo central de los colombianos en torno a lo relacionado con el proceso de paz?

No vale la pena que nos detengamos en ese asunto de la ‘polarización’, salvo para decir que la llamada ‘polarización’ política —interprétese como se quiera— y todo el proceso de oposición que hubo por parte de un sector político al Acuerdo crearon un ambiente difícil para el trabajo de la Comisión y del resto del sistema transicional. Y ahí continúo lentamente contestándole su primera pregunta. ¿Cómo me imaginaba que iban a ser la cosas y cómo son? Un ambiente donde todo sale correctamente, desde el punto de vista nuestro, es un ambiente donde la gente ve que se terminó la guerra, que las FARC entregaron sus armas y se abren unos espacios, un ambiente en el que hay, como dice el Acuerdo sobre la Comisión, un nuevo escenario donde pueden hacerse cosas que antes no eran posibles. Ese nuevo escenario apareció parcialmente. Apareció porque, en efecto, se terminó la guerra y porque hay disposición de actores de primera línea de la guerra a reconocer cosas que ocurrieron. Pero apareció en medio de una situación política tremendamente desfavorable para el diálogo, para la posibilidad de tener una interlocución entre quienes normalmente no se hablan, lo cual era parte de lo que siempre habíamos querido que ocurriera en el marco de la Comisión: una creación de espacios donde la gente que más padeció el conflicto pueda oírse mutuamente y discutir qué sigue. Yo siempre me imaginé, por ejemplo, que la Comisión iba a tener un capítulo —por tomar un ejemplo clásico— en Apartadó durante un tiempo prudente; que iba a facilitar que la misma sociedad regional viera más claramente lo que ocurrió; que las víctimas pudieran dar un paso adelante, dieran su visión, fueran —como pide el mandato de la Comisión— dignificadas por ese proceso; pero, sobre todo, que se creara un espacio de reconocimiento mutuo y que la gente dijera: “bueno, ¿y ahora qué vamos a hacer?” La Comisión no es la que va a darle la respuesta a la sociedad de Apartadó, pero sí puede crearle el espacio, una plataforma para que otros cojan la antorcha para continuar una vez termine el periodo de la Comisión.

Eso está pasando. Hay una casa de la verdad en Apartadó; hace un par de semanas tuvimos una jornada tal cual usted lo describe en el oriente de Antioquia, donde 13 excombatientes y firmantes de los acuerdos, que reconocieron tomas guerrilleras y reclutamiento de niños, pidieron perdón a las víctimas e hicieron acuerdos…

Muy importante eso. Pero fíjese, si estamos hablando de los retos que le quedan a la Comisión, que uno de los más importantes es el de la comunicación. No es que la Comisión no esté haciendo estas cosas; hace muchísimas. Incluso, corre el riesgo de que se disipe el mensaje, no solamente por tener muchos esfuerzos andando al tiempo, sino porque hoy en día la comunicación es muy difícil; hay muchas cosas ocurriendo y muchas fuentes de información. No vamos a hablar de lo obvio, pero sí creo que hay que buscar la manera de que estos hechos impacten más. Hay que hacer más para que la gente palpe eso. Cuando las víctimas fueron a La Habana, no las grabamos para que tuvieran plena libertad y no quedara la idea de que los testimonios iban a ser instrumentalizados por nadie y, posiblemente, eso contribuyó a que fueran tan extraordinarios. Y aunque no fue un error, porque fue una decisión consciente que tomamos, a veces me pregunto ¿si Colombia hubiera visto lo que dijeron esas víctimas en La Habana, en ese momento, otra hubiera sido la visión de mucha gente del proceso de paz? No hay que ahorrar esfuerzos en la comunicación ni en mostrar lo que está ocurriendo.

¿Cómo explica la importancia de una verdad que esclarece patrones y no, por ejemplo, el caso de una madre que tiene a su hijo desaparecido?

Volvamos a lo que dijimos al inicio: esto es parte de un sistema. Para tomar el ejemplo que usted acaba de mencionar, ese sistema incluye una cosa que se llama Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas. De manera que eso lo pensamos. Es decir, a un crimen tan grave —tal vez el más doloroso de todos— como es la desaparición de un ser querido, el sistema acordado le da las garantías de que el Estado asume solemnemente la responsabilidad de hacer todo lo posible para encontrar a esa persona. Pero también es cierto que en muchos casos la gente necesita saber por qué. Eso lo alcancé a oír en discusiones con víctimas: “sí, claro, me pueden decir quién mató a mi hijo, quién mató a mi marido, pero ¿por qué?”. Ahí entra esta dimensión de contexto: poner sobre la mesa unos elementos que ayuden a entender mejor por qué ocurrió, entendiendo a la vez —en eso hay que ser humildes y modestos— que incluso el informe de la Comisión va a ser solamente un paso en una construcción de verdad en Colombia, un paso importante por la oportunidad de poner las cosas en su sitio.

¿Qué cree que debería ser el informe final?

Al informe final de una comisión de la verdad hay que juzgarlo, ante todo, por la recepción que tenga. Hay casos —que incluso estudiamos en su momento, no los voy a mencionar porque no se trata de hablar mal de nadie— de comisiones de la verdad que hicieron esfuerzos muy grandes; armaron equipos muy grandes, recogieron muchísimos testimonios, y la sociedad simplemente no oyó, como si eso no hubiera ocurrido. Eso sería una pena. Hay que pensar cómo transmitir, de la manera más ecuánime posible, los resultados de las investigaciones, pero, sobre todo, de la recolección de testimonios que le hayan llegado directamente a la Comisión, que le hayan llegado a través de la JEP, y hacer esto de una manera digerible, que la gente sienta que realmente eso es algo que tiene que leer. Le daría más valor a un informe sucinto, de 400 páginas, con muchos anexos si uno quiere, que a un informe de 3.500 páginas exhaustivo, que ni siquiera los amigos de la Comisión van a leer.

¿Cuáles verdades necesitamos esclarecer?

Esa tarea no puedo hacerla yo. Lo que uno sí puede preguntarse es ¿cuáles son las particularidades del conflicto colombiano? No estoy diciendo que eso sea ni lo único ni lo más importante, pero me parece que es una puerta de entrada para responder a su pregunta. Y una parte de la respuesta, no toda, pero una parte de la respuesta, que está en el mandato de la Comisión, es la relación tan perversa que ha habido en Colombia entre violencia y política, entre procesos electorales y violencia, y, obviamente, una legitimación muy antigua del uso de la violencia para fines políticos, que es lo que, entre otras cosas, acabó al Acuerdo de Paz. Aprovecho para mencionar eso: la idea de que es legítimo usar las armas para llegar al poder ya en Colombia no lo cree nadie. Pero hay que explicar cuáles son las particularidades de la democracia colombiana para entender por qué es tan violenta. Es algo que yo esperaría que nos ayude a entender la Comisión. Y está en su mandato.

¿A qué cree que deberían apuntar las recomendaciones para la no repetición?

Yo les echaría mucha cabeza, porque lo que suele ocurrir en las comisiones de la verdad es que las recomendaciones son un canto a la bandera. Dicen una serie de cosas que son, más o menos, lugares comunes. Yo buscaría caminos para unas sugerencias de cosas muy prácticas, muy concretas, que nos ayuden ahora, y que no sean simplemente aspiracionales, sobre el deber ser de las cosas, sino lo que hay que hacer ahora para seguir avanzando hacia un camino de reconciliación.