El 23 de septiembre de 2017, Gloria García Herrera conmemoró la muerte violenta de su padre y hermano. Como una casualidad divina, este aniversario coincidió con la misa en que víctimas del conflicto armado y las Farc se encontraron para firmar el Compromiso por la Paz, durante un acto público de perdón en Granada, Antioquia.

Por equipo Hacemos Memoria

Cuando le pedimos a Gloria García que nos mostrara un objeto con el cual recordara a sus muertos, ella escogió una fotografía que puso directamente sobre su pecho. En ese retrato, Gloria y su esposo lucían sonrientes unos sombreros de mariachi. Ella tenía quince años, él veintitrés, y el hijo que esperaban tan solo se insinuaba bajo la blusa de Gloria.

Esta mujer recuerda con picardía que a Godofredo Ceballos lo conoció en un bus, cuando su mamá y ella iban de regreso a su casa, en la vereda La Aguada, camino a San Carlos. El muchacho la invitó a sentarse a su lado y entonces, él bajó a comprar unos dulces para los dos. Los caramelos endulzaron el cortejo por un año, tiempo que duraron las visitas de Godofredo a la casa de Gloria. “Es que es algo muy increíble, quién iba a pensar que uno se iba a casar de 15 años y a los 16 me iba a quedar con un bebé sola”, dice ella.

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Cuando el primogénito del matrimonio Ceballos García tenía solo ocho meses de nacido, una noche de 1993, una “gente tapada” llegó a su casa y se llevó a la fuerza a Godofredo. Los encapuchados mataron al hombre de esta familia y dejaron su cuerpo abandonado por la casa, cerca a un río; “donde esa noche llueva, no lo hubiera encontrado”, cuenta Gloria.

El conflicto no la vio a los ojos, sin embargo, le hirió la vista muchas veces. Le habló, pero ella prefirió acallarlo. La hirió, aunque no pudo quitarle la entereza. Tiene cuarenta años y una vida de ama de casa junto a su segundo esposo, al que conoció en el parque de Granada en una de esas “aventuras de la vida”. Le dio el sí a su segundo matrimonio cuando ella tenía veintiocho años, y su nuevo amor cincuenta y dos.

Vive a unas cuantas cuadras de ese parque, en una casa estrecha y abarrotada de imágenes de Cristo y la Virgen de Los Milagros. Su hogar es ordenado y colorido; acoge una penumbra que solo se barre por el vaivén de unas cortinas fucsias que dejan un rastro de luz a su paso. En el estante de la entrada guarda sus herramientas de trabajo y unos jabones artesanales que vende cada quince días en el mercado campesino del pueblo. Los fabrica con la caléndula, la sábila y el romero que cultiva a unos cuantos metros, en un solar arriba de su casa.

Las cosas del Señor
Un día antes del acto público de perdón programado en Granada; cinco periodistas, Juan Prometeo —un excombatiente de las Farc—, y Gloria García —víctima de los actos violentos de este grupo armado— están sentados en las mesas del Parque Principal. Todos se refieren al perdón en mesas y conversaciones diferentes. Como una casualidad de la vida, Gloria elige sentarse frente al hombre de las Farc que habla en la otra mesa. Ella, ajena a esta casualidad, comienza a enumerar las muertes que tuvo que contar a las malas a causa del conflicto armado.

La primera fue la de su esposo Godofredo, en 1993. En abril de 2002, enterró a su hermano Darío de Jesús García a quien sacaron a la fuerza de su casa para matarlo. El 23 de septiembre de 2002, Fabio de Jesús García, su padre, fue asesinado por unos hombres encapuchados. Horas más tarde, otros hombres sin rostro mataron a su hermano Yiovany García, que en pocos meses sería padre.

“Cuando a mi papá lo mataron, una persona que estaba junto a su cuerpo me habló. Uno tampoco es tan bobo, yo distinguí esa voz como la voz de la persona que fue a matar a mi papá. Él me preguntó: ‘¿quién lo mató?’, y yo le dije: ‘yo no supe quién’. Yo sentía un dolor muy grande por escuchar de nuevo la voz y volver a ver a esa persona ahí”, nos cuenta mientras tomamos una manzanilla caliente, en las mesas del parque.

Quince años después de que ella escuchara la voz del asesino de su padre —a quien relaciona con las Farc—, Pastor Alape, miembro de la dirección nacional del partido político derivado de este grupo armado, se dispone a pedir perdón en una ceremonia de reconciliación en la iglesia de Granada. Gloria carga una veladora y una banderita blanca que dice ‘PAZ’. Mientras tanto, espera con paciencia en el atrio de la iglesia.

El camino del perdón
En la Parroquia de Santa Bárbara se escucha la orquesta del municipio. A modo de calle de honor, las dos filas de banderitas de la paz, pegadas al filo de las bancas, guían al grupo de víctimas que con camisetas blancas y veladoras encendidas caminan hacia las sillas ubicadas frente al altar. Allí, en compañía de tres miembros de las Farc, toman asiento, mientras las demás personas ocupan cada espacio de la iglesia.

—Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? No te digo siete sino hasta setenta veces siete”, respondió Jesús en uno de los pasajes del evangelio de San Mateo, que lee el sacerdote en la misa.

Durante la eucaristía, en medio de un ambiente acelerado por los flashes de las cámaras y los periodistas, Gloria se mantiene tranquila sentada a un costado del altar, mirando siempre al frente donde se prepara el cuerpo y la sangre de Cristo. El Perdón le da sentido a las palabras de los discursos. La iglesia llena responde en coro a los salmos y a los cantos del ritual religioso.

Acto de perdón_GloriaGloria García y Pastor Alape, miembro de la Dirección de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, en el acto de perdón que se llevó a cabo en el templo de Santa Bárbara. 

—“Está bien comprobado que el ojo por ojo, diente por diente, no hace sino estragos en nuestras vidas. Perdonar no es un sentimiento, es una decisión”, dice el padre durante una homilía que impone el silencio en el recinto.

Gloria aplaude el final de estas palabras como el resto de los asistentes. Recibe la comunión, se entrega a los cantos y al ritmo inmaterial de la fe. En su regazo, conserva una hoja de cuaderno donde tiene escritas las palabras que le ayudaron a redactar para el evento que se realizaría posterior a la eucaristía. “Yo estoy tranquila”, dice, entregando su confianza a una camándula y a la medalla de La Milagrosa.

Nunca más
El acto de perdón de Granada, posterior a la eucaristía, es el primero del país abierto a los medios de comunicación. Los periodistas que colonizan todo el lugar con cables, cámaras y micrófonos, se deslizan entre la gente persiguiendo el mejor ángulo y buscando una historia que contar. Solo el Cristo en la parte más elevada del altar, tiene una vista plena de la escena. A él nadie llega quizá por una pizca de respeto.

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Cobijados bajo un manto divino, en la casa de Dios, víctimas y victimarios se sientan junto al altar. Al llegar su turno, Gloria se enfrenta al público con humildad. Lee pausadamente una hoja de cuaderno escrita a mano con palabras que tratan de ser suyas, mientras los lazos de fe que le cuelgan en el pecho y las orejas se sacuden al contar los dolores que la guerra le dejó en su corazón.

Bajo su fleco ondulado, la mirada azul que había permanecido oculta tras sus lentes, se muestra indiferente al dolor que lee. Frente a ella pasan las sombras de sus muertos y nombrar lo que les hizo la guerra, ahoga sus palabras. Las lágrimas contenidas la repliegan en el silencio, cediendo la voz a alguien que se ofreció a terminar de leer esa historia.

Es difícil olvidar
Encomendada a Dios y a la Virgen, ha “asimilado” su duelo. Gloria García ha aprendido a mirar hacia atrás con fervor, manteniendo vivo ese pasado que asume como la voluntad de su Dios. “A mí una persona me dice que la perdone y yo la perdono. De todas maneras hay que perdonar. Si uno no perdona, Dios no lo perdona a uno”, dice.

A pesar de haber perdonado, hay muchos recuerdos que no olvida. El de las personas sin rostro que se llevaron a sus muertos, persiste. En un taller para víctimas al que asistió hace algunos años, uno de los asistentes se puso una venda negra en los ojos, “¡yo me sorprendí, me asusté! Dije: ‘¡ay dios mío!’. Ahí recuerda uno cuando la gente tapada se metió aquí y acabó con el pueblo”, relata.
Para Gloria, el dolor ya está sanado y en ese proceso ha entendido que como ella “hay mucha gente que también es víctima”. Del mismo taller, ella recuerda que mientras una señora se ponía a llorar, el esposo le decía: “esta si es chillona. ¿Usted por qué llora?, parece boba”. Esa imagen la hizo pensar que aquella mujer “estaba muy afectada por la violencia y que todavía no había sanado eso”.

Gloria es fiel a la voluntad de Dios; acude a ella para sobrellevar su pasado. Aunque no lo dice, con su fortaleza espera un poco de esa “gloria” que la fe católica menciona en la Biblia: los justos y los limpios de corazón alcanzarán la gloria”. De sus muertos, le queda una mirada inerme. De sus historias de amor, el eco de un “sí, acepto” que aún la hace sonreír. Y después del perdón, un fuerte abrazo a la esperanza.

 

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