Con estilo, sensibilidad y coraje, en Voces de Chernóbil Svetlana Alexiévich le contó al mundo, a partir de entrevistas y testimonios, cómo fue el cataclismo que sorprendió a Belarús tras el desastre nuclear ocurrido el 26 de abril de 1986.

 

Reseña por: Judith Nieto*

Cuando se está frente a las páginas de Voces de Chernóbil de Svetlana Alexiévich, se está ante un título digno de leerse y difundirse, el cual hace parte de la obra de una mujer periodista que, en un reconocimiento singular por parte de la Academia Sueca, recibió el Premio Nobel de Literatura 2015; merecida distinción al trabajo que en este campo ha hecho la escritora bielorrusa, quien ha dedicado gran parte de su vida profesional a profundizar en el dolor y el sufrimiento humanos, en particular en esta obra de aquello que, en términos de muerte y destrucción, sobrevino a los habitantes de Ucrania, Rusia y Bielorrusia (o Belarús) luego del desastre nuclear de Chernóbil.

Al parecer, aún está por contarse la historia de lo que les ocurrió a los bielorrusos luego del mayor desastre nuclear y tecnológico del siglo xx, cuando varias explosiones destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica Atómica de Chernóbil, apenas pasada la medianoche del 26 de abril de 1986, como se lee en la “Nota histórica” al inicio del libro.

De lo que aconteció ese día y de los efectos devastadores en personas, animales, ciudades y cultivos, se ocupó Alexiévich, quien en esta obra de género periodístico, en forma de reportaje, Voces de Chernóbil, reconstruye tal historia. Con su estilo, sensibilidad y coraje, esta autora contó al mundo, a partir de entrevistas y testimonios, cómo fue el cataclismo que sorprendió al  país de Belarús, ajeno por demás a central atómica alguna.

En Voces de Chernóbil se está frente a los relatos de lo que pasó luego de ese pavoroso incendio. Ese accidente nuclear sobre el que hoy, 34 años después, siguen sin despejarse causas ni responsabilidades; aunque de esto último no ha estado exento el mundo político ruso, testigo de excepción de la conflagración ocurrida en Chernóbil, en un momento en que avanzaban las reformas económicas de la antigua Unión Soviética o aquello que posteriormente se conocería como la Perestroika, audacia dirigida por el líder Mijaíl Gorbachov.

Belarús era un  territorio soviético netamente agrícola, que luego del accidente de Chernóbil en 1986, se convirtió en receptor del 60 por ciento de los radionúclidos arrojados a la atmósfera por el reactor. ¿Los efectos? Por una parte, la casi total destrucción de la tierra cultivable de un país antes eminentemente rural; por otra, las cifras crecientes de enfermos de cáncer, de habitantes con deficiencias mentales y padecimientos de disfunciones neurológicas, así como de mutaciones genéticas.

Solo la muerte y la enfermedad pasaron a ocupar Belarús, tierra ignorada, aún por descubrir, según la autora, pero que se revela a través de voces solitarias y monólogos, llevados a las páginas por una periodista que empezó a contar la historia propia de los bielorrusos. No en vano, al momento de ser confirmada como ganadora del Nobel, Svetlana Alexiévich le dijo a la prensa: “Con este premio, el régimen de Minsk ‘estará obligado a escucharme’”. Minsk es el lugar en el que reside la Nobel gran parte del año. Está gubernamentalmente regido por un sistema autoritario establecido por Alexander Lukashenko, quien dirige el país desde 1994 y se mantiene en el poder como candidato perenne a la reelección, como bien lo confirmaron los comicios de agosto del 2020.

Voces de Chernóbil. Svetlana Alexiévich. 2016. Bogotá (Colombia), Penguin Random House, 406 p.

Antes de que ella obtuviera el Nobel, el régimen de Lukashenko impedía la aparición pública de la escritora-periodista y, desde luego, de sus obras, y en el presente expresa su intolerancia por el trabajo y el ejercicio de denuncia de Alexiévich, el mismo que hizo visible la mordaza que había sido impuesta a las víctimas sobrevivientes del accidente de la planta nuclear. Esta realidad puede leerse en lo expresado por Nikolái Fomich Kaluguin, uno de los entrevistados de Voces de Chernóbil, cuya hija falleció: “Quiero dejar testimonio: mi hija murió por culpa de Chernóbil. Y aún quieren de nosotros que callemos” (p. 75). Esas son las voces que no pudieron ser silenciadas, gracias al trabajo de preguntas y respuestas que adelantó la autora con las víctimas de esta catástrofe nuclear imposible de olvidar.

Así es, luego de lo ocurrido en Chernóbil, Alexiévich recogió las voces repartidas, regadas, confinadas en hospitales, en casas con enseres abandonados, en calles por donde deambulan afectados que aún se resisten a creer lo vivido y en escuelas de las que fueron arrancados los muchachos para la construcción de un cuartel. Son los monólogos de quienes pudieron hablar antes de morir y de aquellos que alcanzaron a contar sobre lo que publicaban los periódicos, entre ellos Serguéi Gurin, operador de cine que expresa: “En los periódicos se decía que, por fortuna, el viento había soplado en otra dirección. No hacia la ciudad. Es decir, no en dirección a Kíev […]. La gente no caía en cuenta de que soplaba hacia Bielarús” (p. 176).

A través del testimonio de tono literario, la periodista bielorrusa convoca a los lectores a saber del horror nuclear experimentado en Chernóbil y luego contado por voces moribundas o enfermas, quienes tras un imperativo a la escritora Svetlana decían: “Apunte usted —me decían—. No hemos comprendido todo lo que hemos visto, pero que queden nuestras palabras. Alguien las leerá y entenderá. Más tarde. Después de nosotros” (p. 47). Esta es la señal enviada por uno de los afectados, quien antes de morir dispuso su prueba para que ni la historia ni el mundo impidieran tapar con hormigón la memoria de quienes presenciaron y padecieron los efectos de esa materialización del mal.

Voces de Chernóbil inicia y concluye con dos conmovedores testimonios femeninos antecedidos por un título común: “Una solitaria voz humana”. Allí, dos mujeres prendidas de pañuelos negros cuentan la forma como perdieron a sus jóvenes esposos, quienes murieron luego de ayudar a apagar el fuego de la planta incendiada. Sus palabras y la inútil espera del cónyuge conforman una imposible catarsis desprovista de la purificación del miedo y de la compasión.

En breves palabras, Voces de Chernóbil es el encuentro coral de exclamaciones fúnebres que, luego del silencio impuesto por el antiguo sistema ruso, consigue un alivio tardío, gracias a los pasajes perseguidos, recogidos y llevados al testimonio por Svetlana Alexiévich.

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


* Escritora. PhD en Ciencias Humanas, mención Literatura y Lingüística, Universidad Austral de Chile. Profesora del módulo: Concepto de memoria. Algunas nociones y reflexiones, en el Diploma en Memoria Histórica: Narrativas de la Memoria, ofrecido por el proyecto Hacemos Memoria de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.