«Gracias al ejercicio del periodismo, en un país que también lo ataca, nos informamos de las formas como la ciudadanía, sin rendir la mirada, reclama, protesta, marcha, grita, demanda, pide, exige, condena el mundo de desesperanza en el que ha quedado sumida».

Por: Judith Nieto*

En Colombia, un país que hace tres años firmó los Acuerdos de Paz con una de las guerrillas más antiguas del continente, estos son algunos de los titulares de las noticias y las columnas de opinión en la prensa nacional o de mayor circulación[1] que, no obstante, los tiempos de posconflicto, aún anuncian la sinsalida de una sociedad confrontada.

Sí, es la prensa escrita la que entre los medios permite conservar eso que parece dicho sobre piedra y al momento parece disiparse. Gracias al ejercicio del periodismo, en un país que también lo ataca, nos informamos de las formas como la ciudadanía, sin rendir la mirada, reclama, protesta, marcha, grita, demanda, pide, exige, condena el mundo de desesperanza en el que ha quedado sumida ante la precaria gobernabilidad de la dirigencia del momento.

En sus reivindicaciones, la sociedad también parece decir que no quiere leer más titulares de agresión física y verbal como los que fueron urgentes para periodistas y colaboradores de la prensa seria del país en 2019 —algunos de ellos seleccionados para la presente columna—, que cierra una década en la que el miedo, la amenaza y la zozobra golpearon a la población más vulnerable de Colombia.

“La era de la impotencia”, “Contra la desigualdad inicial”, “Hey, loco, no dispare”, “¿Cómo nos atrevemos?”, “Un testigo acallado”, “Hay que evitar que regresen las armas”, “Campaña electoral pasada por balas”, “En ‘la terraza del crimen’”, “Líder indígena emberá asesinado en el Urabá antioqueño”, “Nueva masacre en el Cauca: ¿Qué está pasando?”, “La militarización del Cauca traerá más muertos”, “Indígenas nasas: un pueblo asediado por masacres”, “Radiografía de las disidencias responsables de las masacres en el Cauca”, “Crímenes convertidos en paisaje”.

“La violencia que se ensañó contra los religiosos liberales”, “Los bombardeos donde murieron menores de edad”, “Una estrategia militar cuestionada”, “Si no le hubieran dado la espalda al Acuerdo de Paz, la situación sería otra”, “El bombardeo de niños”, “Los niños de la guerra”, “Informar: un riesgo en el posacuerdo”, “¿Dónde están millón y medio de afrocolombianos?”, “Amenazas, amenazas y más amenazas”, “Rastros de violencia y abandono en los llanos”, “¿Por qué no llega la paz?”, “En Medellín la niñez habla de lo que ha sufrido en la guerra”, “Que no se repita, bajo ninguna condición”.

“Los cuerpos que aún no aparecen en Bojayá”, “El historial de masacres en el Cauca”, “¿Cómo va la reparación a las víctimas?”, “Fueron acciones coordinadas para intimidar a medios”, “Muerte de Dilan Cruz fue un homicidio, confirma Medicina Legal”, “El triste vínculo entre el plástico y el mar”, “Alejandra Borrero: ‘En Colombia a una víctima siempre la revictimizan’”, “Tiempos recios”, “La foto en el cadáver”, “Las mujeres en la calle: ‘y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía’”, “La resistencia de la guardia indígena”, “La mirada de Francia Márquez”, “Hablando con fuego”, “‘Negro hijueputa’ y la degradación social”…

Son todos estos titulares que al acabar de leerlos muy seguramente obligan al lector a recuperar la respiración y de inmediato motivan a pensar en la imposibilidad de construir esperanza en una sociedad en la que continúa siendo recurrente un lenguaje que, ya desde lo cotidiano, alude a la muerte. Imposible unir el pasado con el futuro en una base sólida si la forma de nombrar al otro es sustituida por el improperio.

[1] Titulares seleccionados en su mayoría de ediciones de El espectador, publicados entre el 15 de septiembre y el 8 de diciembre de 2019. Sólo un titular se extrajo de El Colombiano, edición del 1° de noviembre de 2019.

*Profesora de la Universidad de Antioquia. Columna publicada originalmente aquí.

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.