En lo que respecta al tratamiento periodístico de las entrevistas con actores armados, los medios afrontan el dilema entre el derecho a la información y la condena social de la violencia. ¿Qué lecciones nos deja el posicionamiento público y la exposición mediática del jefe paramilitar Carlos Castaño?

 

Por Andrés Suárez*

Imagen: Revista Cambio, 6 de marzo de 2000

Cuando se piensa en las responsabilidades de los medios de comunicación en relación con el conflicto armado, uno de los puntos más espinosos es el debate ético sobre los límites entre la información y la propaganda. ¿Cómo evitar la instrumentalización y la manipulación de los actores armados? ¿Cómo lograr el equilibrio entre el derecho a la información y la condena de la violencia como parte de la función social de los medios de comunicación? ¿Cómo prevenir que la información acabe transformándose en reivindicación antes que en reproche? Son preguntas que deberían orientar este debate.

Más allá de estas cuestiones, las preguntas que quisiera plantear, son las siguientes: ¿puede la función de informar contribuir a exaltar o propagar los discursos de la guerra, antes que a reprocharlos o condenarlos?, o ¿puede elevar el perfil público de los actores armados y darles en consecuencia mayor capacidad de incidencia política?

En cuanto a la cobertura periodística del conflicto armado y cómo la misma pudo contribuir a exaltar más que a condenar algunos discursos que legitimaban la violencia, uno de los casos paradigmáticos lo constituyeron las secuencias de entrevistas en televisión y en horario prime time hechas a Carlos Castaño, comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Estas entrevistas asumieron el estatus de primicias noticiosas y fueron ampliamente difundidas y visibilizadas. Entre las más recordadas están la entrevista del periodista Darío Arimezdi en el programa Cara a Cara del Canal Caracol el 1 de marzo de 2000, o las entrevistas de la periodista Claudia Gurissati del canal RCN que empezaron a emitirse desde el 9 de agosto de 2000. Pero estas no fueron las únicas, ya que otros periodistas y medios de comunicación se sumaron a esa tendencia.

Estas entrevistas fueron hechas en el momento más crítico de la ofensiva paramilitar, cuando estos perpetraban a diario masacres, asesinatos selectivos y otros crímenes de grandes dimensiones. Solo entre 2000 y 2001 los paramilitares perpetraron 581 masacres según datos del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica consolidados en el año 2018. Es decir, una masacre cada 30 horas.  De hecho, Carlos Castaño concedió la entrevista a Darío Arizmendi apenas 10 días después de la masacre de El Salado.

Pero estas entrevistas ocurrieron también en un contexto político de mayor relevancia: los diálogos de paz entre el gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC en San Vicente del Caguán (1999-2001). Un momento de creciente oposición al proceso de paz y de rechazo a los abusos de las FARC en la zona de distensión.

Así las cosas, en las entrevistas a Castaño, las preguntas por las masacres y el conjunto de la violencia paramilitar quedaron rápidamente subsumidas en las narrativas de la “causa justa” de la violencia desplegada por las AUC y de su apuntalamiento con la oposición al proceso de paz; así que toda la violencia perpetrada quedó encuadrada en la “normalidad” de la guerra y las víctimas quedaron sin rostro porque eran guerrilleros vestidos de civil o disfrazados de campesinos, lo cual hizo que la violencia, la crueldad y las atrocidades fueran presentadas como el mal necesario ante la superioridad moral y política del fin contrainsurgente.

Una y otra vez Castaño negó las atrocidades, insistiendo en que las mismas eran contrarias a las políticas y los reglamentos de la organización, y que las denuncias de las víctimas eran en realidad propaganda difamatoria producto de la invención de la insurgencia. Este tipo de situaciones denotan que durante mucho tiempo no hubo en Colombia contrapesos contundentes entre el protagonismo mediático de los actores armados y la marginalidad de las víctimas. A éstas últimas solo se les empezó a escuchar y a creer cuando los paramilitares postulados a la Ley de Justicia y Paz empezaron a confesar sus atrocidades, y aún hoy sus testimonios siguen siendo puestos en duda.

Respecto a la elevación del perfil público de los actores armados, valga decir que durante el proceso de paz del gobierno Pastrana y las FARC, las entrevistas concedidas a medios de comunicación como la televisión, la radio y la prensa no solo proliferaron, sino que recogieron las voces de los comandantes guerrilleros y no únicamente de los mandos paramilitares. Sin embargo, a pesar de que todos participaron, el posicionamiento público de la figura del comandante paramilitar Carlos Castaño fue diferente, en esa distinción residió su alto perfil en la esfera pública y, en consecuencia, su mayor incidencia política.

Si algo supieron claramente Carlos Castaño y sus asesores fue cómo convertir la comunicación en una estrategia para su proyecto político-militar y hacerlo de manera innovadora, tal cual lo había hecho veinte años atrás la guerrilla del M-19, consiguiendo con ello una ventaja estratégica sobre la exposición pública de los comandantes guerrilleros de las FARC.

Carlos Castaño empezó a aparecer en los medios de comunicación cuando el gobierno del presidente César Gaviria (1990-1994) anunció la extensión de su política de recompensas contra capos del narcotráfico a los jefes paramilitares, lo que dio lugar a un aviso televisivo con el habitual cartel de los más buscados. Allí apareció el nombre de Carlos Castaño, aunque por entonces como una figura relativamente desconocida y a la sombra de su hermano Fidel Castaño, en aquel momento mucho más reconocido públicamente por su nombre de guerra, alias “Rambo”, clara alusión al héroe justiciero y solitario que había creado Hollywood en los años ochenta. En ese anuncio televisivo aparecían viejas fotografías de los principales jefes paramilitares, cuestión que será aprovechada ampliamente para el posicionamiento público ante los medios de comunicación unos años después, pues no había una imagen actualizada de la apariencia de los jefes paramilitares, por lo que la foto vieja era una forma de anonimato aún por develar.

Luego de esto, Castaño cobró protagonismo en el marco de la guerra a muerte en Urabá entre las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), las FARC y la disidencia del Ejército Popular de Liberación (EPL), entre 1994 y 1997, lo que provocó una grave crisis humanitaria en la región. Fue justamente en ese contexto en el que el periódico El Colombiano propuso un debate público regional y nacional escuchando a los actores del conflicto armado, razón por la cual publicó sucesivamente las entrevistas a los paramilitares con la vocería de Carlos Castaño (El Colombiano, 11 y 13 de marzo de 1997); pero también a los mandos militares de la región en cabeza del general Rito Alejo del Río, comandante de la Brigada XVII del Ejército (El Colombiano, 14 de marzo de 1997); y a los comandantes del V Frente de la guerrilla de las FARC (El Colombiano, 9 y 10 de marzo de 1997, 17-18A).

Ese momento marcó el inicio del trasegar de Carlos Castaño por los medios de comunicación, construyendo una trayectoria que lo llevaría de la prensa escrita, en el año 1995, a la televisión, en el año 2000.

El jefe paramilitar concedió luego entrevistas a periódicos nacionales como El Tiempo, una de ellas un par de meses después de la masacre de Mapiripán ocurrida el 15 de julio de 1997, titulada en ese momento como si fuera un anuncio de la campaña nacional de la ofensiva paramilitar: “Va a haber muchos más mapiripanes” (El Tiempo, 28 de septiembre de 1997), lo que se cumplió al pie de la letra a partir de entonces y por los siguientes siete años.

Para dar el salto de la prensa escrita a la televisión, Carlos Castaño y sus asesores construyeron una estrategia de comunicaciones basada en la generación de una campaña de expectativa en torno a la figura del máximo comandante de las AUC, pues para entonces ya se conocían las opiniones del jefe paramilitar, pero no se le conocía ni su voz ni su rostro, salvo aquella foto vieja del anuncio televisivo que ponía precio a su cabeza. Esta estrategia empezó con una primera entrevista en la que se veía la sombra del jefe paramilitar, no había rostro, pero sí una silueta y una voz distorsionada. En una entrevista posterior, que lo mostraba de espaldas y con sombras, se dio a conocer su voz, sin distorsión, una voz con un tono particular y difícil de olvidar desde entonces para todos los colombianos. El momento cumbre de la estrategia de posicionamiento público llegó en marzo de 2000 cuando Carlos Castaño pasó de la sombra y la voz a presentar su rostro ante todo el país.

Alimentó la expectativa por lo menos por cinco años y acentuó la campaña desde 1997 hasta llegar a su umbral en el 2000, así que para entonces su estrategia comunicativa le dio una ventaja estratégica sobre el posicionamiento público de los comandantes guerrilleros de las FARC, para ese momento eran menos mediáticos que Castaño en el sentido de que eran más planos, con un lenguaje radical e indescifrable, con rostros conocidos y, sobre todo, siempre portando su uniforme militar y su fusil.

En contraste con esto, Castaño no solo revelaba apenas su rostro sino que hacía toda una puesta en escena, una entrevista en el corredor de lo que parecía ser una hacienda, nada cercano a un campamento de combate, vestido de civil, con un estilo que más parecía el de un citadino que el de un temido comandante paramilitar. Además, el contenido de su discurso era el de un comandante de una organización contrainsurgente, pero las formas eran las de un opositor civil del proceso de paz, quizás con mayor reconocimiento social y erigido en el principal vocero de la oposición al proceso, en comparación con figuras políticas regionales que en ese momento intentaban lograr proyección y reconocimiento nacional.

Toda esta estrategia comunicativa le garantizó un importante impacto mediático y una alta incidencia política que luego se encargó de capitalizar en las siguientes entrevistas de televisión en las que ya se hizo habitual verlo en uniforme camuflado y con un tono más guerrerista e intransigente.

Todo esto fue posible porque en la lógica de la primicia y el acontecimiento que es noticia, los medios de comunicación no tuvieron mayor distancia crítica, ni ética ni política, frente al personaje con el que estaban hablando y al que estaban dando tanta centralidad. Es indudable que el nivel de posicionamiento político y el grado de legitimidad social que había alcanzado el paramilitarismo en la sociedad colombiana, a finales del siglo XX y comienzos del XXI, hubiesen sido menores si éste no hubiera contado con los dispositivos y los mecanismos que proveían los medios masivos de comunicación.

 


 

* Andrés Suárez es sociólogo y magister en estudios políticos de la Universidad Nacional de Colombia. Fue investigador y asesor del Centro Nacional de Memoria Histórica, así como coordinador del Observatorio de Memoria y Conflicto de la misma entidad. Actualmente es el Director del Museo de Bogotá.

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.