Las memorias de las galladas, del punk y de Castilla, marcadas por hechos de violencia y de resistencia, son los tópicos que emergen en una caminata que creó Carlos David Bravo, escritor y baterista de Desadaptadoz, y que tiene como punto de partida su libro Mala hierba, un relato sobre el punk en el barrio entre las décadas del ochenta y del dos mil.

Por: Juan Camilo Castañeda
Foto: Arbey Gómez

Hace 30 años la cancha de microfútbol del sector Francisco Antonio Zea, en la carrera 66 con calle 92F, era el lugar en el que parchaban Los Semen, una de las primeras galladas de punk en Medellín. En el barrio Castilla, en los ochentas y los noventas, las galladas eran grupos de muchachos rockeros unidos por la amistad barrial y el gusto musical.

Los Semen fueron algo así como un escupitajo, una de las galladas más jóvenes, conformadas por ocho adolescentes vistos por otros como “los cachorros”, como los hijos de los demás grupos. Fueron, además, los residuos de otras que se desintegraron: una que llevaba el nombre de The King of The Metal, de la que luego se desprendieron Los Nazis y que, finalmente, se redujo a esos ocho muchachos que los unía, más que otra cosa, ser punkeros radicales.

A Los Semen pertenecían Carlos David Bravo, ‘Caliche’, y Robinson Marín, ‘Robert’. A treinta años de aquella época insipiente del punk en Medellín, ellos siguen siendo fieles a ese espíritu. Conservan, por ejemplo, la estética: Robert todavía tiene su cresta, ambos visten con prendas negras, la camiseta de ‘Caliche’ recuerda a Oscar, uno de sus amigos de la banda Desadaptadoz, que murió hace tres años de un infarto; y caminan con una grabadora de casete donde reproducen temas de grupos locales.

Junto a Eberhar Cano Naranjo, ‘El Flaco’, un punkero de una generación más joven, ahora recorren las calles de su barrio como guías de una caminata en la que hablan de la historia del punk en la ciudad, de la memoria de Castilla, de un puñado de jóvenes que transgredió los cánones de la sociedad antioqueña y que sufrió y resistió a la violencia que envolvió a Medellín en aquella época.

Foto: Arbey Gómez

Las galladas

En la cancha de Francisco Antonio Zea, justamente, con un archivo fotográfico abren la puerta a la memoria de las galladas. Estas funcionaban como una especie de club: se reunían cada ocho días en la misma esquina, en algunas se llamaba a lista, hacían recorridos y recogían una cuota de dinero.

Con la plata compraban elepés y casetes, o licor y otros ingredientes para preparar el chamberlein o el cocoil. Organizaban paseos, normalmente a algún riachuelo para “tirar charco” y acampar, o alquilaban una casa por una noche para armar “la nota”, forma en la que nombraban a la fiesta rockera.

En el recorrido hablaron de La Power, La People, El Arbolito, galladas pioneras que se orientaban más por géneros como las baladas y el pop. Después existieron Los Buitres, Los Gangsters, Los Wastes, Los Ramones, galladas que se sumergieron en la música que proponían bandas como Metallica, Black Sabbath y Venom; y Los Porks, a la que recuerdan como la primera gallada punkera de Castilla.

Foto: Arbey Gómez

El poeta Chucho Peña

Una nube negra que amenazaba con desprenderse del cielo hizo que Caliche iniciara la caminata diciendo: “vamos a paso de punkero, o sea rapidito”. La segunda parada fue en una pequeña plaza, ubicada a la entrada del Hospital La María, en la carrera 68 con calle 92G.

Allí evocaron a Jesús María Peña, ‘Chucho Peña’, un poeta y escritor nacido y criado en Castilla que fue perseguido por su actividad política y por ello buscó refugio en Bucaramanga, ciudad en la que fue desaparecido y asesinado el 30 de abril de 1986.

Van siendo tantos ya
nuestros hombres y mujeres
que simplemente no aparecen
que van siendo suficientes
para fundar una patria
de exiliados de la muerte

Estos fueron los primeros versos de un poema que encontraron en la casa del poeta el día de su desaparición y que fue recitado por ‘Caliche’, quien recordó que la banda de punk Desadaptadoz, donde es baterista, convirtió doce de los poemas de ‘Chucho Peña’ en letras de canciones de punk.

‘Caliche’ y Robert sacaron de la mochila una foto en la que se aprecia a un grupo de jóvenes caminando con un ataúd por la carrera 68 (la calle más importante de Castilla) y contaron que se trató de un homenaje que le hicieron a ‘Chucho’ en el barrio. “En casi cada cuadra había una banda que, al paso del cajón, tocaban un réquiem”, recordó Robert.

Las nubes descargaron, como con rabia, un aguacero sobre la zona noroccidental de Medellín. El azar hizo que la caminata se suspendiera en un taller de carros, donde casualmente se fundó el primer bar de punk de Castilla, llamado El Sótano.

Foto: Juan Camilo Castañeda Arboleda

La memoria subterránea

En la esquina de la carrera 70 con la calle 92CC parchaba la gallada de Los Wates. Hoy este sector es conocido como Francisco Antonio Zea N° 2, un nombre institucionalizado que, según dijo ‘El Flaco’, borra la memoria del que era conocido como barrio Lenin.

En ese punto del recorrido ‘El Flaco’ recordó que el barrio Lenin, como muchos otros sectores de la ciudad, fueron creados y dotados con infraestructura por campesinos que llegaron del campo en la década del sesenta y del setenta y que encontraron apoyo y liderazgo en sacerdotes de la Teología de la Liberación, como Vicente Mejía y Daniel Guillard. Mientras sostenía una fotografía tomada hace varias décadas en ese mismo lugar, en la que se observaba a varios de sus habitantes y a uno de los curas de esa corriente, ‘El Flaco’ explicó cómo “la Teología de la Liberación ofreció en barrios como estos una idiosincrasia distinta desde la iglesia, una experiencia cristiana revolucionaria”.

Castilla era un barrio habitado por los trabajadores de las empresas de la ciudad. Por eso allí se consolidó un movimiento obrero y popular, impulsado por sindicatos y organizaciones que se crearon y que formaron el carácter de una comunidad que luchó por una vida digna. “En Medellín hay unas memorias subterráneas que hablan de una ciudad que no solo es de derecha, como se cree hoy”, comentó ‘El Flaco’. Y es que, en esa época, recordaron los tres guías, las marchas del Día del Trabajador salían desde Castilla. Además, llamaron la atención sobre iniciativas como la biblioteca popular del sector de La Esperanza: “Medellín llegó a ser la ciudad con más bibliotecas populares de Latinoamérica”, dijo ‘El Flaco’, quien concluyó esta estación diciendo que ese contexto social y político fue el que permitió que el punk encontrara un espacio en el barrio.

Foto: Juan Camilo Castañeda Arboleda

El punk en medio de la violencia

De camino hacia la escuela Eliza Arango de Cock se realizó una pausa en un mural, ubicado en la calle 95 con carrera 71, en el que se puede ver un mapa de la Comuna 5 con un letrero que dice: “Caos en Castilla”. En la imagen están representadas algunas de las prácticas de los punkeros y se leen nombres como Pichurrias, Desadaptadoz, Peste, Danger, P NE, Imagen, Mierda, Denuncio y Fértil Miseria, todas bandas de punk formadas en la zona noroccidental de Medellín.

Robert y ‘Caliche’ explicaron las primeras informaciones que llegaron del punk a Castilla eran fotocopias de revistas y publicaciones de Estados Unidos y de Inglaterra, por eso, las pintas los punkeros de Medellín en esos primeros años imitaban una estética a blanco y negro. Se rieron con nostalgia cuando rememoraron cómo se vestían para ir a las notas y a los toques (conciertos), algunos de sus conocidos cazaban ratas para usarlas en esas noches como dije de collar. Pero, según Robert, “las familias preferían vernos vestidos de negro y con esta estética a vernos parchados en una esquina con un arma”.

Cuando la violencia se agudizó en la ciudad por cuenta de la guerra entre el Estado contra Pablo Escobar, y la presencia de paramilitares y milicianos en algunos sectores, los punkeros también sufrieron victimizaciones, pero fueron especialmente perseguidos por la policía.

Hablaron, por ejemplo, por qué decidieron dejar de llamarse Los Nazis y asumir el nombre de Los Semen.  En ese momento, siendo unos adolescentes que no habían recibido clases de historia ni en su casa ni el colegio, no tenían idea del significado de la esvástica en Europa. La veían en las revistas y por eso empezaron a portarla en su vestuario. Un día iban de paseo a bañarse en un río del nordeste de Antioquia y, llegando a la estación del tren, se cruzaron con unos policías. El grupo de punkeros arrancó a correr para evitar una requisa: los agentes los persiguieron y dispararon. Al día siguiente se enteraron que en los medios de comunicación se difundía la noticia de que una banda de atracadores, llamados Los Nazis, eran buscados para ser judicializados.

Los desencuentros con la policía se volvieron tan comunes que los viernes, al salir de la casa para verse con la gallada, ‘Caliche’ se llevaba una mochila donde guardaba una cobija, ropa y cepillo de dientes. “Ya teníamos celda fija en la Carlos Holguín. Allá a veces entrábamos el viernes en la noche y salíamos el lunes. Al final hasta nos dejaban entrar la grabadora”, recuerda.

Cada paso del recorrido que dimos por las calles de Castilla era una anécdota, un dato, una puerta al pasado del barrio y de los punkeros. A ese ritmo se llegó hasta la portería de la Escuela Eliza Arango de Cock, en la carrera 72A con calle 98. Allí Robert recordó que cuando la situación de violencia en los barrios populares se agudizó, los punkeros empezaron a tomarse espacios del centro de la ciudad, como el parque del Periodista, la plazoleta del Teatro Pablo Tobón Uribe y las aceras del edificio Coltejer.

En 1991 los profesores de la escuela y de un grupo llamado Los Carruso, organizaron el primer festival punk de la ciudad llamado Más allá de la piel. “Ese festival se realizó en la Feria de Ganado entre julio y agosto de 1991. Ahí tocaron bandas como Rasiz, Agresión Social e IRA. Se hizo en un momento en el que, por la violencia en Medellín, no había conciertos y fue una forma de resistir. Ese Festival, en parte, también fue el que nos animó a volver a los barrios”, comenta Robert.

Después de tres horas de recorrido llegamos a la última parada en la Unidad Deportiva René Higuita. En ese punto, ‘Caliche’ sacó un libro y leyó una de sus páginas:

Soy un ser de finales del siglo XX,
cambalache como dice el tango,
de la época de salsa y rock’n’roll.
Sí, soy de la época de Pablo Escobar, Bareta, Punk, Cocaína y María Auxiliadora.
Soy de ese tiempo lejano
de jóvenes extremadamente violentos,
radicales en sus actos, feroces y altaneros,
soy parte de esa camada
de muchachos que en los ochenta caminaban alegres por Medellín
como amos y señores de la ciudad.

The best

Los versos fueron escritos por Giovanni Oquendo, otro de sus compañeros de Desadaptadoz. ‘Caliche’ enfatizó en que durante las caminatas siente la presencia de los amigos que ya no están y que, por lo tanto, no se trata solo hablar de la historia del punk, sino que es una excusa para recordarlos y traer al presente la memoria oculta de una Medellín que se pierde.