Volver a la tierra —documental audiovisual e investigación universitaria—, retrata la relación entre alimentación y memorias del conflicto armado, y cómo un grupo de campesinos, tras su desplazamiento, enfrenta la esperanzadora tarea de reactivar su vereda para retornar a la seguridad alimentaria que les arrebató la violencia. 

 

Por: Julián David Ospina Sánchez – Periódico Alma Mater

Foto: cortesía de Marcela Ocampo Buitrago

A mediados de la década de los noventa El Vergel —y otras veredas vecinas— no solo era una despensa que abastecía a sus habitantes. Desde allí, cada semana, salían cuatro camiones escalera cargados de café, panela, maíz, plátano y otros productos que eran distribuidos en municipios del Oriente antioqueño.

Pero la crudeza del conflicto armado llegó a ese territorio del municipio de San Carlos, y marchitó de tajo su «florecer campesino», como lo evocan hoy sus habitantes. El 22 de noviembre de 2002, los paramilitares asesinaron en El Vergel a 11 personas. 

Y es que, a la histórica deuda que tiene el Estado colombiano con su campo, se suman los efectos de un largo conflicto armado que, además, puso en riesgo la seguridad alimentaria de sus pobladores. Así lo explicó Marcela Ocampo Buitrago —nutricionista, especialista en Antropología y docente de la Escuela de Nutrición y Dietética de la Seccional Oriente de la Universidad de Antioquia—.

Ocampo investigó la relación entre alimentación, territorio y memorias del conflicto en esa vereda sancarlitana, mediante un proyecto financiado por el Comité para el Desarrollo de la Investigación de la Universidad de Antioquia (CODI). Producto de ese trabajo investigativo, que culminó en 2019, surgió Volver a la tierra, un documental que explora la relación entre alimentación y territorio, a través de las memorias del desplazamiento forzado y el retorno a esa vereda.

Este es apenas un ejemplo de las muchas experiencias de regeneración social y territorial que se vienen dando en otras veredas colombianas. «Tomamos como eje de la investigación a la alimentación, que es un tema vinculante y que genera empatía para reconstruir la memoria colectiva», explicó la investigadora.

 

Lo que la guerra se llevó

Sus pobladores resaltan a El Vergel como «una tierra agradecida en la que se puede cosechar cualquier cosa que se siembre». Los testimonios recogidos evocan aquellos años de abundancia cuando cada familia tenía animales y huerta, y había un mercado veredal con lo necesario para comer bien. «Era una época de cocinas de leña, pilones de almendrón; en la que las abuelas tostaban y molían el café en la casa», relató Ocampo.

Pero, según el Centro Nacional de Memoria Histórica —CNMH—, entre 1998 y 2005 salieron desplazadas de San Carlos 18 000 personas. «La zozobra no dejaba trabajar, se comía lo que se podía, no se podía ni mercar; es que hubo muertos hasta por llevar un mercado, incluso, para el restaurante escolar», señaló la investigadora.

Paramilitares y guerrilleros perpetraron en San Carlos 30 masacres. La de El Vergel —noviembre del 2002—, provocó que sus habitantes se desplazaran a otros municipios o ciudades. En su vereda la seguridad alimentaria estaba garantizada, pero el desplazamiento marcó su supervivencia: había que tener, sí o sí, dinero para comprar comida.

En el documental, las voces de los campesinos evocan lo que dejaron atrás: 14 marranos, una prometedora frijolera, 10 000 palos de café, un corral con 15 pollos blancos, 120 matas de plátano de las que no se pudo coger ni un solo racimo…

Jaime de Jesús Duque Atehortúa, uno de los campesinos que participó en el proyecto, relató que él, su esposa y sus dos hijos, se desplazaron en 2006 por miedo a la violencia. “La gente pensaba que iba a haber más guerra, el conflicto nos afectó de muchas formas, nos perjudicó el trabajo, al campo lo afectó, todo se perdió: animales, cultivos. La tierra se volvió monte”.

Además de lo material, observó Luis Enrique Giraldo, otro de los agricultores articulados al proyecto, el impacto del desplazamiento masivo implicó que “los conocimientos del campo se perdieran. Y al estar desplazados en las ciudades, los campesinos nos quedamos atrasados en tecnología y en producción agropecuaria”.

 

El retorno de la esperanza

El documental "Volver a la tierra" fue dirigido por Juan David Ceballos Carvajal.

 

En el año 2007, cuando el conflicto menguó, algunos sancarlitanos se aventuraron a retornar. La investigación encontró que, sin embargo, hasta el 2019 El Vergel no tenía ni el 50 % de la población que tenía antes del desplazamiento, el efecto más notorio es el déficit de mano de obra para reactivar su potencial agrícola.  De las cuatro escaleras que semanalmente distribuían sus cultivos, se pasó a una; y la escuela pasó de 40 estudiantes a 11, pues algunos de los hijos de quienes regresaron optaron por quedarse en la ciudad, al igual que sus madres.

Este último fue el caso que vivió Jaime de Jesús Duque, quien regresó a su finca en 2009 junto con su esposa y su hija, dejando en la ciudad a su hijo que no quiso retornar. Pero las manos de estas dos mujeres bastaron para que la familia pudiera recuperar la productividad de su tierra en la que ahora cultivan gallinas, café y pollos de engorde.

Como muchos otros campesinos de la zona, Jaime de Jesús siente que este proceso fue posible no solo por el trabajo propio sino también por el apoyo de la Universidad de Antioquia. “La Universidad nos formó, nos capacitó. Nosotros le agradecemos por eso, porque del proyecto aprendimos formación humana, autoestima,  formas de trabajar unidos, cómo manejar los alimentos perecederos”.

Para Luis Enrique, por su parte, “la capacitación de la profesora Marcela Ocampo fue muy importante porque fue un despertar, la gente aprendió que tenemos que producir más en menos espacio, que los químicos dañan la tierra, que la seguridad alimentaria es entender que hay que mejorar las condiciones de productividad y diversificar los productos para tener alimentos que antes nos tocaba traer del mercado”.

A pesar de que la reactivación y reapropiación de la vereda es lenta y difícil, quienes retornaron coinciden en que el retorno garantiza su seguridad alimentaria y trae efectos positivos para su salud. Cambiaron la comida chatarra y gaseosas, habituales en sus épocas de desplazados, por verduras y frutas nutritivas que ellos mismos cultivan, o el agua de panela que sale de sus trapiches. Por ello, la investigación impulsó también con la comunidad una escuela de agroecología que hoy es aprovechada por los campesinos. 

«Cuando desaparece una vereda, desaparece un tejido relacional construido por años, unas prácticas sociales, culturales y productivas. Pero retornar es resignificar el territorio, darles un nuevo significado a esas prácticas sociales», es una de las conclusiones que plantea la investigación, mientras advierte que en el retorno hay también un olvido: «olvidar también sabores e incorporar otros, porque hay cosas que se deben quedar ahí, en el olvido. Otros hacen parte de una memoria viva, presente en la fuerza de volver a empezar».

 


Este artículo fue publicado originalmente el 29 de mayo de 2020, aquí.