El día después del asesinado de Hernán Henao, en medio del caos, la Universidad de Antioquia enmudeció y cerró sus puertas. La única que habló fue la Emisora Cultural, en la que por veinticuatro horas sonó música clásica.

Por: Julio C. Londoño Á.

“Todo depende de mi memoria”, me advierte Beatriz Mejía antes de intentar rescatar su recuerdo personal del 4 de mayo de 1999. “En medio de 20 años de historia… estoy segura de que en ese momento dije que guardáramos la programación en guiones, porque pensé que era inútil grabar 24 horas de música que ya teníamos guardada en los CD de la fonoteca”.

Desempolva un poco entre los 20 años que lleva a cargo de la Emisora Cultural Universidad de Antioquia y me dice: “Me acuerdo de que la Universidad se quedó muda y lo único que funcionaba era la Emisora. La sede de la Emisora en esa época era en Prado Centro, en una casa en arriendo. No recuerdo exactamente cómo me enteré. Pero es que a Hernán Henao lo conocía todo el mundo por cualquier motivo”.

Mientras el profesor Henao moría en el corto trayecto que separan al Instituto de Estudios Regionales de la Policlínica municipal, los estudiantes que se encontraban en asamblea permanente desde las nueve de la mañana de ese día salieron a protestar por los bloques de la universidad exigiendo respeto a la vida. Los profesores, por su parte, comenzaron a reclamar el esclarecimiento de los hechos.

“Supongo que alguien me llamó en ese instante porque esa noticia voló, era impresionante. Todo el mundo decía que no se habían escuchado los disparos, recuerdo que se habló del silenciador. Yo no tenía ningún antecedente de un profesor asesinado dentro de la universidad”.

Retrocediendo un poco más el casete, Beatriz vuelve a 1987, cuando entró a la universidad a estudiar Comunicación Social. Fue el mismo año que mataron a Héctor Abad Gómez, pero afuera de la U. A Luis Fernando Vélez también lo mataron ese mismo año, en su carro, pero afuera de la U. Y a Jesús María Valle, un año antes de Henao, también afuera de la U.

“Lo de Hernán fue violar un espacio que era sagrado para uno. Yo creo que los universitarios, independiente de la postura política que tengamos, no concebimos la violencia dentro de la universidad en ningún sentido; pero menos que te violen, te roben o te maten. Sabemos que ha tenido paradas guerrilleras, mítines fuertes, que el Esmad ha entrado violentamente. Pero de ahí a que unos asesinos te maten dentro de tu oficina en plena universidad, no. ¡Matar dentro de la universidad, eso no puede ser!”

Y me advierte nuevamente que no es que aquellas muertes fueran menores o no hubiesen causado algún impacto, sino que el asesinato de Henao dentro de la universidad fue un desgarramiento simbólico de esa protección virtual que cualquier universitario siente cuando recorre sus bloques. Hernán Henao era una foto cotidiana para el universitario de la década de los noventa, pero además Beatriz lo había recibido en la Emisora en algunas ocasiones y había asistido a las clases de Dora Tamayo, su esposa.

Con su muerte, la Universidad enmudeció y cerró. El Comité Rectoral se reunió en la noche y la orden inmediata fue decretar tres días de duelo y la suspensión de las actividades académicas y administrativas. A la Emisora no llegó directriz alguna. Era tal el nivel de confusión y miedo, recuerda Beatriz, que en algún momento llegó a pensar en apagar la emisión. Pero en términos legales, esa decisión le hubiera acarreado una infracción.

“¿Y la Emisora que va a decir? ¿Le voy a pedir a la esposa que me hable? ¿A la secretaria que reviva el momento exacto? ¿Qué voy a preguntarle a sus compañeros que en este momento no juntan una palabra con la otra? ¿Era ese el sentido de lo que queríamos expresar? ¿Cuál es la manera de decir que la Universidad está desgarrada? Fue una batalla mental enorme. Y aun pasándome por encima de la ley, el silencio no era la solución”.

Esa noche, Beatriz decidió junto a los operarios de la Emisora que cancelarían toda la programación del día siguiente y emitirían durante 24 horas una selección de música clásica que expresara el duelo universitario. Algunos mensajes pregrabados con citas literarias y el nombre de Hernán Henao Delgado sonando en los intermedios acompañaron la emisión.

“No recuerdo las obras particulares. En esa época no teníamos la capacidad que tenemos ahora de archivar, clasificar y digitalizar. Pero hubo Bach, Beethoven, Mozart. Los más grandes. Era lo más selecto de la música que tuviera una historia relacionada con el desgarramiento y el dolor. No era un homenaje, era expresar el dolor que sientes cuando te matan a un hermano y eso no dura una hora. No era contar la historia de Hernán ni explicar el sentido de la obra ni de nada. Empezamos a las 12 de la noche del 5 de mayo y terminamos a las 12 del 6. Era algo muy escueto durante 24 horas”.

Al otro día de la muerte de Henao, las palabras efectivamente sonaron escuetas donde quiera que se las lea hoy en día. Las de Juan Gómez Martínez, entonces alcalde de Medellín, presagiaron el destino del caso: “Lamento esta y otras muertes que se suceden en la ciudad, sobre todo por el atropello que representan contra los derechos humanos. Me temo que este nuevo asesinato se quedará en la impunidad”.

A las 8:30 de la mañana, en el Paraninfo, se reunió el Consejo Académico a quien el rector, Jaime Restrepo Cuartas, hizo un llamado a “la cautela en las declaraciones” y afirmó que “Hernán Henao no era un defensor de los derechos humanos en el sentido político que se ha dado a esa connotación”. A lo que el representante de los profesores, Manuel José Morales, respondió: “Decir que era defensor de los derechos humanos no es un estigma. La Universidad no es neutral en la medida en que el lenguaje no es neutral, incluido el lenguaje científico. Toda palabra nos compromete. Para Aristóteles, el hombre es un ser político. La Universidad no es un edificio sino un conglomerado de profesores y de estudiantes. Tenemos que trascender y plantearnos en este momento propuestas sobre el tema de la seguridad de los profesores y de los estudiantes; es necesario buscar mecanismos de protección. Urge debatir sobre lo que entendemos por universidad pública. La seguridad no viene de los organismos de seguridad, sino del convencimiento de los individuos que integran esta sociedad”.

Tras dos horas y media de discusiones sobre cuál debía ser la posición institucional frente a la muerte de un profesor al interior de la universidad, se desechó la idea común de rendirle homenaje a Henao al interior del campus.

“El mejor homenaje en este momento”–dijo José Fernando Uribe Merino, decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas–, es la asistencia a las honras fúnebres en el camposanto. Posteriormente se decidirá el homenaje que permitirá dejar grabado para siempre su nombre en la memoria de la Universidad”.

La sesión se clausuró a las 11 de la mañana tras un minuto de silencio. Durante 24 horas, la Emisora emitió música clásica en un acto que permanece solo en la memoria de Beatriz Mejía y en una pequeña editorial de El Colombiano del 6 de mayo de 1999: “En estos tres días de duelo, el Alma Mater ha estado afligida con una consternación profunda. Las actividades académicas y administrativas se paralizaron, así la universidad continúe abierta. La Emisora Cultural transmite una conmovedora programación musical que despierta la solidaridad de los antioqueños. En memoria del profesor Henao y en demostración de protesta por este crimen que ojalá no se quede impune, la bandera blanca y verde permanece izada a media asta”.

El homenaje a Henao apareció tras veinte años de su asesinato, en forma de placa a la entrada del INER que recuerda a “el hombre del optimismo y la franca sonrisa” y hace un llamado a “la verdad, la reconciliación, la reparación y la no repetición”.

“La gente no fue capaz de reaccionar, nosotros hicimos lo mejor que pudimos. Fue la manera de expresar por lo menos 24 horas de dolor sin quedarnos mudos, sin apagar la Emisora. Que no fuera el silencio que perturba, porque puede decir mucho pero también puede ser interpretado como miedo, terror, no hay nada que decir, no lo quiero decir; y no era nada de eso. Creo que como Universidad no fuimos capaces de verbalizar esa muerte, nos ha costado nombrarla. Hoy siento que fue un duelo sin hacer, nos quedamos mudos. Nunca lo pudimos resolver ni legalmente ni en términos de duelo”, concluye Mejía.