Los elementos cotidianos guardan una memoria que se resiste a desaparecer. La cultura afro, trasladada del Chocó a Medellín hace más de 50 años, en buena medida por efectos del conflicto armado, conserva algunos de estos artefactos que fueron analizados por la artista Astrid González.

 

Astrid González, autora del libro Ombligo Cimarrón. Foto: cortesía.

Por: Pompilio Peña Montoya

Fotos: Cortesía de Astrid González

La idea de africanía, entendida como la práctica de resistencia que los descendientes de africanos emplearon para resistir a los procesos de esclavización, continúa viva. Así lo asegura Astrid González, una artista de 26 años, mujer afrodescendiente, nacida y criada en Medellín, de padres y abuelos oriundos del Chocó, quien viene investigando este aspecto desde hace varios años.

Astrid González es maestra en artes plásticas de la Fundación Universitaria Bellas Artes de Medellín. Está radicada en Chile en la ciudad de Santiago, donde trabaja en una iniciativa de investigación llamada “Proyecto diálogos”, coordinado por el Centro Interdisciplinario de Estudios Interculturales e Indígenas. Allí, junto con otros artistas pertenecientes a pueblos indígenas, revisa los conceptos de la interculturalidad, las demandas políticas de los pueblos ancestrales y la creación artística como catalizadora.

 

¿Cómo nació el libro? ¿Cómo fue su proceso de creación?

El libro de mi autoría lo titulé Ombligo cimarrón, investigación creación. Recorrido visual hacia una comprensión de la afrodescendencia. Y nació mientras cursaba los últimos semestres de mi pregrado en el año 2016, con preguntas sobre la historicidad de las comunidades, su memoria y los territorios afro en Colombia. Me interesaba revisar en documentos de historia los procesos de simbolización de objetos culturales utilizados en los contextos del cimarronaje, los traspasos de contenedores y significados de estos en las migraciones Chocó-Medellín, en los procesos de destierro a causa del conflicto armado y también, cómo presentar a través de los lenguajes del arte contemporáneo estos símbolos y su memoria desarrollados por dichos agentes sociales.

Estando en Chile, le di continuidad a las preguntas realizadas anteriormente, reformulando apuntes y argumentos con el ánimo de hacer una lectura que, si bien estaba entablada en el contexto colombiano, pudiera tener recepción en este territorio chileno. Por lo que me vi en la necesidad de revisar las citaciones y referencias incluyendo a autores de preferencia mujeres afrodescendientes de diversos países, y testimonios de activadores sociales de Colombia.

Finalmente, en diciembre del 2019, realicé el lanzamiento del libro con la Editorial FEA (Feminismo, Estrías y Autogestión) en el Centro Gabriela Mistral. En el libro participan como prologuistas Ashanti Dinah Orozco, lingüista y poeta afrocolombiana, y la chilena Claudia Arellano, geógrafa e investigadora en temáticas migrantes.

 

¿Cómo delimitas el punto de vista de tu investigación?

Ombligo cimarrón es un libro de 100 páginas, estructurado por tres capítulos que proponen revisar símbolos de la cultura afrodescendiente que habitan en los espacios domésticos y en los modelos de construcción de viviendas en las zonas del Pacífico colombiano, y cómo estas memorias colectivas y sentidos simbólicos se transforman o mutan en las migraciones internas Chocó-Medellín.

Estas reflexiones están basadas en la idea de africanía, entendida como la práctica que los descendientes de africanos emplearon para resistirse a los procesos de esclavización. Este elemento es el fundamento de la memoria afrodescendiente en diálogo con elementos retomados de las prácticas indígenas e hispanas. En otras palabras, podría entenderse como la herencia africana depositada en prácticas, símbolos y experiencias que se preservan a pesar de las transculturaciones que han atravesado los afrodescendientes en el territorio colombiano desde la época colonial hasta el presente.

Se retoma en el libro la noción de la investigación creación, propuesta por la academia de artes, que plantea establecer a los procesos creativos como investigación sistematizable, y replicable. Por lo que, a partir de mi biografía, estudio la herencia simbólica del patrimonio cultural afro presente en objetos como el rayo (instrumento para lavar ropa en el rio), el joto (contenedor de ropa destinada a lavar, que se soporta sobre la cabeza), y la vivienda palafítica presente en las zonas ribereñas del departamento del Chocó, para argumentar los usos, aspectos de su condición física, y la relevancia que poseen en el entramado de la vida social en el territorio afrodescendiente.

 

¿Cómo afectaron las migraciones las producciones de sentido en los símbolos afro?

Los barrios periféricos de la ciudad de Medellín como Nuevo amanecer, se han constituido por un gran número de familias afrodescendientes desterradas y desplazadas desde el Pacífico a causa del conflicto armado; los panoramas llenos de vida y abundancia en un amplio sector del Pacífico se vieron perturbados a raíz de la violencia y el conflicto armado que aumentaron significativamente las tasas de desplazamiento forzado. Aun en momentos de posconflicto, sigue siendo deficiente la presencia institucional en los territorios rurales en Colombia en específico en las zonas de Nariño, el Urabá antioqueño, Chocó, San Andrés, Magdalena, Bolívar y el Valle de la Cuaca, territorios predominantemente de herencias afrodescendientes, negras, raizales y palenqueras.

Además de revisar las razones por las que estos grupos afro se movieron del Pacífico a Medellín, en la investigación me centro en las maneras de recepción de los nuevos códigos territoriales y las relaciones o discrepancias con los propios. Medellín comenzó a crecer rápidamente luego de 1940, cuando comunidades negras del departamento del Chocó migraron a la ciudad. Los recién llegados a Medellín fueron trasladados hacia proyectos municipales de vivienda en diferentes barrios de la periferia. Estos barrios estaban constituidos por personas de clase trabajadora que buscaban la venta de lotes.

Los afrodescendientes recién llegados se encargaron de construir enclaves étnicos en comunión, fomentando los espacios para la recreación de sus conocimientos, al mismo tiempo que sumaban experiencias del nuevo territorio habitado. Me importaba resaltar que estos movimientos interdepartamentales no devinieron específicamente en una muerte de las formas tradicionales afrodescendientes, sino que estas formas de vida dialogaron y se modificaron de acuerdo con las solicitudes del contexto. Entonces nuevas formas urbanas de “presencia negra” comenzaron a ser elaboradas.

El rayo, como comentaba, es uno de los objetos símbolos que estudio en la investigación porque lo considero un elemento de uso doméstico que tiene una fuerte relación con la vida cercana a fuentes de agua en el Chocó y que, al trasladarse los grupos y familias de este territorio a la capital antioqueña, llega a verse perjudicado por su naturaleza misma. Dado que en la ciudad de Medellín y sus periferias los ríos no permiten lavar ropa.

Entonces bajo esta preocupación, realizo una serie de esculturas en concreto que abstraen la forma del rayo para construir nuevas formas y figuras que más bien apunten hacia una representación de techos industriales. Tomo el concreto para la materialización de estas ideas, porque es un material significante, es decir, el concreto puede homologarse con la idea de industrialización, de fábrica, con la noción colonial de modernidad, desarrollo y urbanización.

 

¿Qué tanto de esa herencia simbólica del patrimonio cultural se ha perdido con los años según su investigación?

Una vez en el municipio de Tadó, con mi abuelo materno, Luis Quintero, conversamos sobre la casa en la que él y su familia vivieron. Me comentó que la construyó en palafito al igual que el resto de las personas que llegaron allí, para que no se les entrara el agua ni los animales. La mayoría de las casas tenían las puertas y ventanas frente al río y, en la parte de atrás, contaban con un patio grande en el que se sembraba, luego, en un límite difuso, comenzaba el denominado “monte”. De manera que cuando mi abuelo se refería a que debían ir al monte a cortar madera, se refería a que debían entrar en la parte trasera de sus casas, mientras que cuando regresaban del monte hacia las casas, decían que iban hacia afuera. Esta organización del espacio se repite en varios sectores de este departamento, en una colocación de la vida al margen de las aguas y los montes.

Fueron las comunidades indígenas del Pacífico colombiano las que, en esta región, desarrollaron el palafito como alternativa para evitar inundaciones en sus viviendas, las cuales constan predominantemente de una base circular y un techo puntiagudo que apunta hacia el cielo para evitar estancamientos de agua y la posible caída del techo sobre la estructura. Cuando llega el europeo a territorio indígena, copia los modelos de vivienda palafítica y los replica cerca de las zonas de explotación minera y agrícola, para que sus esclavizados las tomaran como casas itinerantes.

Cuando el africano es transportado a América en condiciones de esclavizado, se le interna en las zonas selváticas y ribereñas, y es obligado a la construcción de cabañas y chozas con el modelo palafítico de los pueblos originarios del sector, para ello aprovecha la madera disponible que el contexto le ofrecía para la construcción. Las bases o pisos de estas viviendas construidas por africanos tendrían una forma cuadrada y equipada con divisiones, aspectos que no tenían las viviendas indígenas.

En el siglo XX, cuando grupos y familias afrodescendientes provenientes del departamento del Chocó llegan a Medellín, replican la memoria del palafito en las montañas periféricas, donde estas viviendas son resultado de las variables del tiempo de permanencia en el barrio, la falta de capital o la falta de recursos naturales disponibles. Las condiciones de vivienda están divididas como “rancho” (choza hecha con tablones, materiales de desecho), casas “de tránsito” y estructuras “consolidadas”. Podría decirse que son fotografías trasladadas de contexto y realidad socioeconómica, sociocultural y estética. Sin embargo, esta dimensión espacial del monte y el río, o del adentro y afuera, se ve interrumpida en el contexto urbano de Medellín.