El profesor Hernán Henao Delgado fue asesinado en su oficina, en el Campus de la Universidad de Antioquia, el 4 de mayo de 1999. Ante su crimen, aún impune y a punto de prescribir, su familia pide la declaratoria de lesa humanidad.
Por: Natalia María Maya Llano
«Si lo hubieran escuchado hablar cinco minutos, no lo habrían matado», repite, una y otra vez, Dora Tamayo, la profesora universitaria con la que Hernán Henao Delgado se casó, tuvo dos hijas y compartió su vida hasta el día de su asesinato.Quienes lo conocieron coinciden en una pregunta: «¿Por qué lo asesinaron?».
De su natal Manizales viajó a Bogotá para estudiar antropología en la Universidad Nacional, donde la maestra Virginia Gutiérrez de Pineda le inspiró el interés por estudiar la familia en Colombia. Luego, en 1970, Henao llegó a la Universidad de Antioquia. Tras esa primera experiencia viajó a Estados Unidos para cursar una maestría en Antropología, en la Universidad de Berkeley. Su regreso marcó el inicio de una trayectoria promisoria en la Alma Máter: fue decano encargado de la recién creada Facultad de Ciencias Sociales, jefe del Departamento de Antropología y delegado ante el Comité Regional para la Promoción de la Familia.
En 1993 asumió el cargo de director del Instituto de Estudios Regionales —Iner— hasta el 4 de mayo de 1999, día en el que dos hombres y una mujer —con capuchas y armas con silenciador— ingresaron a su oficina en el bloque 9 de la Ciudad Universitaria y le dispararon.
Desde 1991, «el hombre del optimismo y la franca sonrisa» —como lo describen sus amigos—, había insistido en que a la universidad y a las ciencias sociales y humanas les correspondía hacer escuchar su voz en medio de metrallas y sangre derramada: «Hasta que se entienda que su palabra no es de guerra ni amenaza el bien público».
Según recuerda Sandra Turbay, estudiante y posteriormente colega de Henao, su voz siempre se hizo escuchar, incluso cuando en medio de la violencia sin tregua que padeció Medellín en los años noventa, fue llamado a integrar la Consejería Presidencial, que tenía como propósito formular políticas y acciones para superar la inseguridad y violencia que vivía la ciudad.
Pero su voz, según investigadores y fiscales* adscritos al Despacho 15 de la Fiscalía de Justicia Transicional —antes Justicia y Paz—, también fue escuchada por los grupos paramilitares: «En el libro Mi Confesión, Carlos Castaño acusa al doctor Henao de hacerle un doble juego a la guerrilla con la publicación, en 1998, Desarraigo y futuro: vida cotidiana de familias desplazadas de Urabá. Creemos que esa investigación les generó mucha incomodidad a terratenientes y al sector paramilitar de Urabá, desencadenando la ira de Castaño y de su gente».
Con esta información, un video y una carta pública del 29 de noviembre de 2000, donde integrantes anónimos de la banda La Terraza se atribuían los asesinatos de Jaime Garzón, Elsa Alvarado, Mario Calderón, Jesús María Valle, Eduardo Umaña y Hernán Henao, en 2017 los investigadores y fiscales le solicitaron a Dora Tamayo el reporte del asesinato de su esposo, que hasta entonces solo tenía proceso abierto en la justicia ordinaria —Fiscalía Nacional Especializada de Derechos Humanos—.
Los investigadores y fiscales de Justicia Transicional encontraron numerosas coincidencias en los casos de Eduardo Umaña y Hernán Henao, que comportaron un mismo modus operandi a los de Jesús María Valle y los investigadores del Cinep, crímenes previamente aceptados por Diego Fernando Murillo Bejarano, alias ‘Don Berna’, quien atendiendo las órdenes de Carlos Castaño contrató los servicios sicariales de La Terraza.
«El perfil de todas estas víctimas, los dos hombres y la mujer que los abordaron en sus oficinas, el tipo de arma, las heridas causadas en el parietal a la altura de la oreja, nos llevan a concluir que no se trató de homicidios aislados, se trató efectivamente de un ataque sistemático en contra de defensores de derechos humanos, catedráticos y todo aquel que pusiera en evidencia las actividades paramilitares y de algún modo el vínculo que estos tenían con algunos miembros de la Fuerza Pública», recalcó el investigador.
En septiembre de 2018 se le realizó una audiencia de imputación de cargos a ‘Don Berna’ por los asesinatos de Umaña y Henao. El exparamilitar no asistió, pero envió a su abogada. De acuerdo con un fiscal del Despacho 15, «los hechos completos se presentarán en las sesiones de las audiencias de formulación de cargos, cuyas fechas deberán ser programadas por la Sala de Conocimiento de Justicia y Paz, ahora Justicia Transicional, a partir de la petición que ya se radicó».
«Habrá justicia y verdad cuando se conozca quién o quiénes fueron los determinadores de esa acción contra el profesor e investigador», insistió el abogado apoderado del caso, Alberto León Gómez. Por esta razón, antes del 4 de mayo —fecha en la que prescribiría la acción penal—, Gómez radicó una petición para que el crimen sea declarado de lesa humanidad, lo hizo ante el Tribunal Superior de Medellín Sala de Justicia Transicional y ante la Fiscalía Nacional Especializada de Derechos Humanos; y, posteriormente, solicitará una medida ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos —CIDH— por la denegación de justicia que ha habido en el caso.
La prescripción del crimen de Henao, según Vladimir Montoya Arango, director del Iner, representaría una enorme frustración y una vergüenza histórica. «Sin el maestro, sin el intelectual comprometido que era —advirtió Montoya—, tenemos un vacío permanente, pero también mantenemos el faro luminoso de su legado y de sus enseñanzas, por eso no permitiremos que la idea de prescripción de este crimen atroz pretenda imponernos la clausura de la verdad y de la memoria, tan necesarias para la reconciliación, la reparación y la insistencia en la no repetición».
Lo que más esperan Dora Tamayo y sus hijas, en palabras de la primera, es que por fin se sepa la verdad: «Quiénes y por qué mandaron a matar a Hernán»
El humanista
Hernán era una persona de avanzada, un tipo muy culto y brillante, de una cultura no solamente en el área de la antropología, sino también en filosofía, en literatura, en historia. La gran característica de Hernán era que fue una persona absolutamente bondadosa, era un tipo del cual uno se enamoraba de su personalidad y de su queridura.
Luis Fernando García, amigo.
Cuando conmemoramos los 10 años de su deplorable asesinato, alguien muy cercano a él dijo que Hernán nos había hecho creer una mentira: que todos éramos sus mejores amigos, y sí, nos convenció de ello y nos hacía sentir como sus mejores amigos.
Olga Lucía López, colega.
El profesor universitario
Hernán era un convencido de la educación, principalmente de la educación pública. Fue un maestro, eso no se lo pueden quitar; un profesor universitario a carta cabal, comprometido con la Universidad de sol a sol, y más. También, por su conocimiento de este país, que tanto había recorrido, al estar seguro de que había que conocerlo, describirlo y proponer, terminó su vida enfocado en los estudios regionales, aunque sin desprenderse del tema de la familia, por el que tanto indagó. Fueron sus principales intereses: familia, región, localidades, tradición, instituciones, cultura.
Dora Tamayo, esposa.
Muchos lo recordamos por la risa. Tenía una carcajada sonora, fresca, alegre, que revelaba lo que había en su interior: una persona bondadosa. Fue un magnífico profesor: responsable, comprometido; quería que sus alumnos aprendiéramos y nos daba todo lo que él sabía, que era mucho porque estaba muy actualizado. Así en esa época no tuviéramos internet, él nos transmitía todo lo que había aprendido. También hay que destacar todas sus experiencias creando vínculos entre la academia y el sector externo, lo que logró desde el Iner para proyectar la Universidad hacia las regiones.
Sandra Turbay, alumna de Henao y, posteriormente, colega.
El antropólogo e investigador social
Hizo de la etnografía un eje fundamental. Empezaba a ser antropólogo desde que se planeaban los viajes de campo. Lo primero que hacía al llegar era reconocer la localidad o el lugar, entender la distribución espacial, iba a los mercados, iglesias, parques; miraba a la gente, sus rutinas, se fijaba en los recorridos que hacían, preguntaba dónde se reunían, iba a los colegios y hablaba con los más jóvenes.
Era muy preguntón, hacía unas observaciones muy interesantes, lanzaba caracterizaciones y promovía talleres en los que construía mapas, mapeaba, graficaba a las comunidades, a las familias y lo hacía con ellas, les pedía que dibujaran la percepción que tenían de los lugares, de la cultura, de los espacios, de esas territorialidades, también lo hacía con su equipo de investigación… Esa era su metodología de trabajo, muy cercana a las comunidades. Y leía sobre todo lo que observaba, porque era un gran lector, luego reelaboraba, repensaba y formulaba nuevas preguntas y les buscaba respuestas, partía de lo local para dar el salto a lo regional. Era feliz generando nuevo conocimiento, todo lo escribía con una soltura, las ideas que le iban surgiendo las volvía un texto.
Lucelly Villegas, colega.
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