¿Por qué justo ahora el CNMH, el Archivo General de la Nación, el Museo Nacional y la Biblioteca Nacional están en la mira del gobierno de Iván Duque, en lo que algunos analistas han llamado una refundación de la historia del país?

Por: Sandra Patricia Arenas Grisales
Profesora de la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la Universidad de Antioquia

El nombramiento de Darío Acevedo en la Dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) suscitó debates sobre los alcances, sentidos y disputas por la memoria en nuestro país. Se han hecho públicas las dudas y la desconfianza que generan las posiciones de Acevedo en relación con el conflicto armado, con el reconocimiento de las víctimas y con su comprensión de la memoria como una fuente más de información y no como una forma de denuncia y de resistencia por el reconocimiento del daño, el derecho a la verdad, la reparación y la justicia, y por el fin de la guerra.

Las organizaciones sociales temen por el uso que pueda hacerse de la documentación contenida en el Archivo Virtual de Derechos Humanos y Memoria Histórica y lo que pueda pasar con los informes del CNMH y la Base de Datos sobre el Conflicto Armado. Algunos también lamentan que se pierda la confianza y legitimidad ganadas por el CNMH, debido al nombramiento de una persona ligada a un sector político que no reconoce el conflicto armado, no admite la responsabilidad del Estado ni de terceros involucrados en él, rechaza la implementación de los acuerdos entre el Estado y las Farc y la salida negociada a la guerra. Incluso, algunas organizaciones sociales anunciaron el retiro de sus archivos del Archivo Virtual de Derechos Humanos y Memoria Histórica.

Pero, ¿por qué justo ahora el CNMH, el Archivo General de la Nación, el Museo Nacional y la Biblioteca Nacional están en la mira del gobierno de Iván Duque, en lo que algunos analistas han llamado una refundación de la historia del país? Además de nombrar a Darío Acevedo en el CNMH, el presidente pidió la renuncia a los directores de estas tres importantes instituciones culturales, históricas y de conservación y difusión de la memoria y el patrimonio en Colombia.

¿Qué tienen que ver estos cambios en las directivas con la construcción de una memoria sobre el pasado? ¿Cuáles son los riesgos para nuestra democracia en caso de que se cumplan los peores augurios sobre los abusos de la memoria? Estas preguntas son relevantes para comprender los procesos de producción de las narrativas sobre el pasado: el por qué y cómo unas narrativas se imponen y otras se silencian; para identificar qué hay detrás de las formas de construcción del conocimiento y el contexto en el que se originan.

Es necesario comprender que esos silencios se producen al momento de generar las fuentes, de construir los archivos, los museos y las bibliotecas, y de recuperar los hechos a través de lo que luego se llamará “La Historia” (Trouillot, 2017). Entonces, controlar esas instituciones culturales e implementar en ellas políticas de memoria que silencien, nieguen, excluyan e invisibilicen implicará una evidente desigualdad en la posibilidad de registro, enunciación e identificación de las huellas del pasado y, seguramente, la imposición de una versión oficial sobre los hechos.

Como afirma Gonzalo Sánchez (2006), guerra, memoria e historia están profundamente ligadas a nuestros procesos de construcción de identidad, es decir, a los imaginarios y representaciones sociales que sobre nosotros mismos construimos y, en particular, sobre el conflicto armado. Ello hace referencia a una pluralidad de relatos, pero también a prácticas conmemorativas y a la creación de artefactos culturales, símbolos, iconografías y lugares e instituciones de memoria.

Como nos enseñó la profesora María Teresa Uribe (2004), a lo largo de nuestra historia se han construido narrativas que justifican las guerras, alimentan los odios, estimulan la eliminación del enemigo; palabras de guerra que nos llevan a pensar que el pasado no pasa y que los odios se heredan. Pero la profesora Uribe y Gonzalo Sánchez también llamaban la atención para que identificáramos, en esas narrativas del pasado, los permanentes llamados a la negociación, a la paz, al perdón y a la reconciliación.

Aunque ciertos sectores niegan el conflicto, justifican la guerra como una lucha contra el terrorismo e invalidan las voces de sus opositores con señalamientos ideológicos e invocando los fantasmas de regímenes autoritarios; aunque hayan logrado captar la atención de buena parte de la población colombiana y sus palabras airadas y victoriosas pretendan invisibilizar y silenciar otras voces, lo cierto es que en los últimos veinte años hubo un cambio sustancial.

El trabajo de la memoria liderado por organizaciones de víctimas —acompañadas por colectivos, ONG, académicos y organizaciones sociales— ha mostrado que no es solo una lucha por darle un sentido al pasado, es también por la dignidad, por la reivindicación de sus demandas, por la defensa de los derechos humanos, por la justicia y por la reconciliación. Esas organizaciones tienen hoy una gran capacidad de movilización y de influencia en lo público, un reconocimiento social derivado de la persistencia indeclinable de sus denuncias, una legitimidad otorgada por la justeza de sus demandas y por la evidencia del sufrimiento vivido. Esas mismas organizaciones son hoy conscientes del valor de sus archivos, de la relevancia social de las conmemoraciones, de la fuerza de las emociones y la empatía para la acción política.

Así que la memoria está en disputa, si bien es cierto que controlar instituciones tan importantes como el CNMH, la Biblioteca Nacional, el Archivo General de la Nación, el Museo Nacional y definir lo que será el futuro Museo Nacional de la Memoria puede dar margen a intervenir las fuentes con las que se construirá el conocimiento del pasado, no olvidemos que  las memorias subterráneas del dolor emergieron con fuerza y cambiaron nuestra mirada sobre la guerra.

Hoy las narrativas sobre el pasado son múltiples, diversas, plurales y cuentan con escenarios para su enunciación. Hoy los héroes redentores no son aquellos que con la mano en el pecho piden ir a la guerra, sino mujeres que con sus pasos cansados caminan las plazas denunciando los desaparecidos, jóvenes que pintan los muros de las calles marcando los rastros de la violencia y la resistencia, hombres que defienden sus poblaciones y denuncian los atropellos.

Nuestro desafío como sociedad radica en que esas voces sigan siendo escuchadas; que, como afirmaba la profesora María Teresa Uribe (2005), esas disputas por la memoria no se conviertan en otro campo de batalla, lleno de negaciones, de venganzas y retaliaciones. Más que nunca, es urgente su llamado a que las memorias propicien aprendizajes políticos que permitan reconocer los daños, asumir las responsabilidades, hacer un luto colectivo por los muertos y los ausentes, dar espacio a un olvido que sane las heridas, propiciar la reconciliación y evitar los olvidos y los silencios impuestos.

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Sánchez, G. (2006). Guerras, memoria e historia. Medellín: La Carreta.

Trouillot, Michel-Rolph (2017). Silenciando el pasado: el poder y la producción de la historia. Granada: Comares.

Uribe de Hincapié, M. T. (2004). Las palabras de la guerra. Estudios Políticos, 25.

Uribe de Hincapié, M. T. (2005). Memorias, historias y ciudad. Revista de Trabajo Social. 1.

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.