Los habitantes de la vereda La Esperanza del Carmen de Viboral conmemoraron 20 años de la desaparición de sus amigos y familiares. Un grupo paramilitar comandado por Ramón Isaza se llevó a sus seres queridos bajo la presunción de que eran colaboradores de la guerrilla. Durante la conmemoración se escucharon las canciones de Rubén Castaño, un campesino que con sus letras mantiene vivo el espíritu de resistencia.

Por Juan Camilo Castañeda y Esteban Tavera

En agosto de 1996, antes de que la noticia sobre algunas desapariciones en la vereda La Esperanza del Carmen de Viboral se difundiera por todo el país, ya los campesinos de la zona habían emprendido una serie de valerosas acciones de resistencia para reclamar de vuelta a sus padres, esposos, hijos o amigos. Por su valentía fueron conocidos.

Las primeras desapariciones empezaron en abril de ese año. Luego, en junio, un grupo de paramilitares conocidos como ‘Los Halcones’ y comandados por Ramón Isaza, entraron a la tienda de Aníbal Castaño y lo desaparecieron junto con un joven que estaba pasando la noche en su casa. Para el mes de diciembre las víctimas llegaron a 16; además, Helí Gómez, el personero de El Carmen, fue asesinado.

En medio de ese ambiente de intranquilidad, aun cuando no habían cesado las incursiones paramilitares, los campesinos salieron de sus fincas a marchar por la autopista Medellín-Bogotá para gritarle a los armados y al Estado que su resistencia no iba a parar hasta conocer el destino de sus amigos y familiares. Y así fue. Aún hoy, 20 años después, los habitantes de La Esperanza siguen caminando por la autopista, como cada agosto, para dignificar la memoria de los que se fueron y para que no se olvide lo que allí ocurrió.

El último acto conmemorativo fue el pasado 20 de agosto. Aquel fue, como siempre, un momento de rememoración en el que la comunidad usó el arte y la cultura como vehículo para sus reclamos. Ese fue el espacio apropiado para que Rubén Castaño presentara su canción 20 años con la que les rinde un homenaje a los amigos que ya no están y a su hermano Aníbal, una de las primeras víctimas que dejó el accionar de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio.

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“Yo, religiosamente, bajaba todos los viernes en la tarde a jugar ajedrez con Aníbal a la tienda que él tenía al borde la carretera. Nunca fallaba. Pero ese viernes estaba en la finca sembrando unos tomates y me cogió la noche. Recuerdo que el último pedacito lo tiré ya estando oscuro. Mientras fui a la casa, comí y me bañé, se me hizo tarde y dije: ‘no voy a bajar hoy a jugar’. Al otro día en la mañana no me había levantado cuando un vecino me tocó la puerta: ‘Rubén, levántese para que se vaya con Obeida (mi cuñada) para el pueblo porque se llevaron a su hermano’”.

Ese día comenzó a escribirse la canción de Rubén: “La letra trata de hermanos, esposos, primos y amigos porque todos los que se llevaron como mínimo eran amigos de alguien. También quise hablar sobre las esposas que deben encargarse solas de sus hijos y de niños que nunca conocieron a sus padres. Eso fue lo que le pasó a mi cuñada: ellos tenían un hijo pequeño y el mismo día en que interpusimos la denuncia por la desaparición de Aníbal, nos enteramos de que estaba embarazada por segunda vez. Hoy, esa hija es toda una señorita”.

Sin embargo, no es una canción sobre su historia. Para él lo más importante es que sea una prueba de que la vereda La Esperanza se resiste al olvido. Pero cuando cuenta la suya, insiste en que para vivir tan bien como vive hoy debió superar varios “reveses de la vida”.

“Cuando yo me fui de La Esperanza lo hice porque sentía que todos estábamos en peligro. Por el simple motivo de uno ser apto para combatir se convertía blanco de los paramilitares y del Ejército, lamentablemente. Esto se puso invivible. La confianza se perdió. Uno tenía que guardar silencio porque no se sabía con quién estaba hablando. Por eso me fui a buscar vida por otras partes del país. Estuve por Cartagena, allá duré como siete años trabajando en el comercio. Después me fui para El Santuario y de ahí salí para Medellín, pero de nuevo sufrí un revés de la vida”.

Cuenta que desde pequeño aprendió de su familia a mezclar el trabajo del campo con el comercio de víveres. Sus padres eran los dueños de la tienda de la vereda y al mismo tiempo sembraban café. Igual su hermano Aníbal. Por eso a donde llegaba abría una tienda que le permitiera sostenerse. Dice que corrió con suerte en casi todas las que tuvo, hasta con la de Medellín que debió cerrar por la violencia en la ciudad.

“El negocio mío estaba en Belén San Bernardo. El problema fue que la esquina en la que estaba ubicado comenzó a ser frecuentada por los vendedores de drogas. Una vez, uno de los que surtía vicio a los reducidores de la esquina, apodado ‘Bombombum’, llegó en una camioneta acompañado de un jovencito. Uno de los pelaos que se mantenía en la esquina entró al negocio a pedirme una media de aguardiente y yo se la vendí. Se la tomaron ahí conversando y cuando el tal ‘Bombombm’ se fue a subir a la camioneta llegaron unos tipos que soltaron una ráfaga tremenda. Yo pensé que estaban matando a toda a esa gente y me escondí en la bodega, pero solo mataron a ese señor y al muchacho que lo acompañaba. A raíz de ese hecho bajó la rentabilidad del negocio porque nadie quería ir. Cuando vi que estaba trabajando a pérdida, recogí eso y me vine para mi tierra”.

Desde el momento en que desaparecieron a su hermano ha estado en contacto con la Corporación Jurídica Libertad, que ha acompañado todo el proceso de reclamación de derechos de las víctimas de La Esperanza. Eso le ha permitido mantenerse informado del caso que lleva la comunidad, del que hoy habla con la propiedad de un litigante.

Durante los años que estuvo por fuera de su tierra, siempre tuvo el deseo de retornar, pero no lo hizo por temor a las consecuencias. Cuando volvió a su finca, se percató de que la confianza de la comunidad había regresado. También recuperó la confianza en él porque, como dice, “uno no sabe de lo que es capaz hasta que se pone a hacerlo, así me pasó con la composición. Yo no sabía que podía hacer eso hasta que vi que se iban a cumplir 20 años de lo que pasó y me senté a escribir una canción que, afortunadamente, le gustó al público”.

Además de la canción 20 años, escribió el bambuco Lo que pasó. Ahora, está componiendo dos canciones que hablan del amor de pareja y de la vida campesina. “La experiencia amarga que nos ha tocado vivir nos permite decir que no vamos a permitir que eso vuelva a ocurrir. La persistencia sigue, eso es lo que quiero plasmar en las canciones. Que quede escrito, que no se olvide”.

La resistencia de los campesinos de la Esperanza les ha dado victorias que van desde ser reconocidos en el país como un ejemplo de lucha por la defensa los Derechos Humanos, hasta llevar su caso a instancias internacionales. Y todo redunda en un logro que es fundamental para la vida cotidiana de Rubén Castaño y que resume en una frase: “lo que antes callábamos por temor hoy lo cantamos».

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