Desde la Asamblea Municipal en el 2000 hasta el encuentro por la verdad en 2021, habitantes y líderes de este municipio del Oriente antioqueño han buscado entablar un diálogo con sus victimarios para buscar verdad y reconciliación.
Por Sergio Andrés Sánchez Pérez*
Foto: Facebook Nariño Antioquia Nuestra Nueva Generación
A 1650 metros sobre el nivel del mar y a 150 km de Medellín, se encuentra el municipio de Nariño, en la zona de Páramos del Oriente antioqueño. De este pueblo son representativos su clima frío, las verdes montañas que lo rodean, sus termales y sus glaucos ríos, por lo que se le conoce como el “Balcón verde de Antioquia”.
Actualmente Nariño cuenta con más de 17 mil habitantes, en su mayoría campesinos. La cifra se acerca a las 18 mil personas que vivían allí antes de la incursión de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, en 1999, pues tras los hechos victimizantes la mitad de la población se desplazó. Desde entonces, el pueblo se ha recuperado lentamente, avanzando en comunidad sobre las huellas de ese pasado violento.
Sin embargo, las víctimas aún precisan sanar, y para ello necesitan de un elemento crucial: la verdad. Lo problemático del asunto radica en que una parte de ésta la poseen los victimarios y en Nariño la posición que impera frente a ellos es de hostilidad y profundo rencor.
¿Qué aconteció en el pueblo? ¿Cómo algunas personas se han hecho de valor para iniciar procesos de sanación y reconciliación?
La llegada de la violencia a Nariño
Según Orlando Medina, exalcalde de Nariño durante la toma guerrillera de 1999, las FARC hicieron presencia en el territorio desde 1994, con la llegada del Bloque Noveno, y dos años después con el Bloque 47.
El 1 de mayo de 1996, el municipio sufrió su primera toma guerrillera. Orlando, que para ese entonces se desempeñaba como jefe de Planeación, fue testigo del hecho y del consecuente aumento en la influencia del grupo guerrillero sobre el pueblo, afianzada en una violencia que dejó incluso al alcalde de ese momento, Luis Alfonso Giraldo Osorio, como otra víctima.
Pero la escalada definitiva de las agresiones sufridas en Nariño comenzó con la toma del 30 de julio de 1999. Este fue el episodio más aciago en ese intervalo oscuro de la historia del municipio, pues las FARC llevaron a cabo la toma con un exacerbado poder destructivo, devastando más del 70 por ciento de la zona urbana y asesinando a 16 personas, nueve miembros de la fuerza pública y siete civiles, según publicó luego de la toma El Colombiano. “Fue una de las tomas guerrilleras más cruentas del país, tanto por la destrucción física como por las víctimas que hubo”, recuerda Orlando Medina.
Tras la toma, el Estado retiró a la fuerza pública del municipio, por lo que la guerrilla amplió su presencia del área rural hacia la zona urbana y sometió a la población a asesinatos selectivos, extorsiones, secuestros, reclutamiento de menores, entre otras violencias.
La Asamblea Municipal, el poder de un rumor
John Fredy Orozco, víctima de ambas tomas guerrilleras, de desplazamiento forzado por amenaza de muerte y de dos secuestros, uno por parte de las FARC y otro del Ejército de Liberación Nacional, ELN, es actualmente promotor del Comité de Diálogos de Verdad para la Reconciliación en Nariño. Él fue una de las dos primeras personas que intentaron establecer un espacio de diálogo con las FARC en marzo del 2000.
Pero por razones de seguridad el espacio era difícil de crear, por eso se organizó un pequeño grupo de personas que, de manera clandestina, se dedicaron a estudiar diversas estrategias. Así conocieron lo ocurrido en Mogotes, Santander, donde la comunidad se unió bajo una Asamblea Municipal para expresar su rechazo a las acciones del ELN. Entonces, decidieron establecer contacto con los líderes de aquella experiencia para pedir consejos y orientación. Asimismo, recibieron apoyo de otras entidades, como Conciudadanía.
Luego de varias deliberaciones el equipo decidió que la mejor manera de buscar el espacio de diálogo era utilizar un rumor. “Entonces concluimos que la única estrategia para garantizar que les llegara la información, y que a su vez no se identificara de dónde venía, era un rumor”. El cual consistió en lo siguiente: “dijimos que un grupo de gente de Nariño estaba mandando a llamar a los comandantes de las FARC, para reunirse en el coliseo en una determinada fecha”, recuerda Jhon Fredy.
Confiaban en que los milicianos de la guerrilla, que se mantenían con regularidad en el pueblo, fuesen tocados por la red del rumor y llevasen el mensaje hasta sus jefes. Con esto en mente, el grupo promotor de la estrategia terminó de ajustar detalles para realizar la reunión, y para brindarle tranquilidad a la comunidad solicitaron el apoyo de la Cruz Roja.
Cuando se llegó el día señalado por el rumor, John Fredy y sus compañeros se ubicaron en un sitio desde el cual pudiesen ver la entrada al coliseo, aguardando, esperanzados, que la gente acudiese a la invitación. Faltando diez minutos para la hora señalada el lugar seguía vacío, y las dudas comenzaron a aflorar bajo la vacilante sombra del fracaso. Pero cinco minutos después, cuatro personas salieron de la cantina El Motorista y emprendieron la marcha hacia el punto de encuentro. Tras ellos aparecieron más y más pobladores, hasta que el lugar se llenó.
Los que no se presentaron fueron los comandantes, pues al fin de cuentas se trataba de una invitación acéfala, o cuando menos con un remitente invisible. Pero eso no impidió que se desarrollase la reunión. El sacerdote abrió la jornada con una oración. Y entonces, de manera espontánea, el pueblo se tomó el micrófono, una tras otra las personas hablaron sobre lo que las aquejaba, sus suplicios, sus reclamaciones y sus demandas. Hasta que en un determinado momento uno de los milicianos presentes en el sitio intentó arrebatarles el micrófono, lo que desató la indignación cada vez menos contenida de los asistentes. Pero antes de que el incidente pasara a mayores apareció el comandante de la guerrilla, Moña Blanca, y tras breves explicaciones consiguió calmar los ánimos con la promesa de concertar una próxima reunión con la participación de la organización rebelde.
“Recuerdo que ese día fue como una catarsis. Fue una fiesta: los negocios vendieron licor como si se tratase de un día de fiesta y la gente salió a bailar. Para nosotros eso constituía una victoria, nos habíamos sacado algo de adentro y ya no teníamos tanto miedo. Como comunidad habíamos logrado, sin empuñar un arma y solo con la palabra, decir: ‘aquí estamos’”, expresa John Fredy.
Pero claro, las represalia y el amedrentamiento no se hicieron esperar. A eso de las nueve de la noche un grupo de milicianos recorrió las casas de las personas que habían tomado la palabra en la reunión, para llevárselas en un carro. En ese momento se activó una cadena de llamadas, otra de las estrategias establecidas por el grupo para protegerse, y en cuestión de unos minutos lograron aglomerar un número significativo de personas en la plaza, donde se encontraba el auto.
Dejaron clara su intención de no permitirles marcharse con las personas, ante lo cual el comandante de los milicianos, nada ansioso por ceder su posición de poder, respondió que “se los llevaba a las buenas o a las malas”. A lo que un borracho ripostó: “Entonces haga el primer disparo”. Pero eso no sucedió, pues la masa de nariñenses en pijama que atestaba la plaza, armados con piedras y palos, no dio su brazo a torcer y logró persuadir a los guerrilleros.
“Fue una escena muy particular y conmovedora porque era la unión de toda una comunidad para defender su integridad y sus intereses”, rememora John Fredy. Esa noche las personas que eran buscadas durmieron en lugares distintos a su vivienda, para evitar que se los llevaran en la madrugada. De esa manera consiguieron posponer las intenciones de la guerrilla hasta el día siguiente, cuando se presentó una situación similar.
La consigna para hacerles frente fue: “Si se van ellos nos vamos todos”, y unas escaleras apostadas en la gasolinera del pueblo, listas para transportar a la gente, respaldaban esa intención. El impasse se mantuvo hasta que intervino un comandante de las FARC que convenció a la comunidad de permitir que los líderes viajaran con ellos y se comprometió a garantizar la protección de sus vidas y a retornarlos al pueblo ese mismo día.
Luego de que los líderes partieran, los comerciantes decidieron cerrar el comercio por el resto de la jornada y reunirse en la iglesia con otros vecinos. En medio de la espera y de los ritos litúrgicos, las personas le pusieron un nombre al movimiento: la Asamblea Municipal. Por la tarde las FARC cumplieron lo pactado y liberaron a las personas. De paso, acordaron una nueva reunión en un plazo de quince días para dialogar y responder las preguntas de la comunidad.
Se escogieron voceros del pueblo y de las FARC para ese fin, y desde ese momento la Asamblea continuó mediando entre la guerrilla y la comunidad, sirviendo como puente comunicativo y como una herramienta capaz de salvar vidas. Con esta iniciativa comunitaria, por ejemplo, la comunidad consiguió el regreso seguro de personas que habían sido obligadas a abandonar el territorio.
A finales de agosto del 2000 el Estado retomó Nariño, por medio de una operación militar llamada Halcón Negro, tras más de un año de dominación guerrillera. En ese momento la Asamblea dejó de operar, pues para el gobierno las comunicaciones de sus líderes con la guerrilla estaban dentro de la ilegalidad.
Veinte años después, nuevos encuentros
Tras el cese de la guerra en Nariño, surgieron en el municipio iniciativas para ayudar a las víctimas a sanar y, gradualmente, prepararse para perdonar. Con el proceso de paz firmado con las FARC se propiciaron herramientas y espacios para entrar en contacto con los victimarios, y trabajar conjuntamente en temas como el reconocimiento de responsabilidades, la búsqueda de la verdad y, en un plano más elevado, la reconciliación.
En ese contexto en 2021 hubo una reunión entre las víctimas de Nariño y exguerrilleros que tuvieron influencia en el municipio. Fue así como en el coliseo, el mismo lugar donde surgió la Asamblea Municipal del 2000, algunas de las personas que participaron en esos diálogos volvieron a encontrarse, tras más de dos décadas, para una conversación que ya no giraba en torno a cómo mitigar la muerte, sino alrededor de cómo construir un mejor futuro, respetando las diferencias y la vida.
Dicho encuentro hace parte de una cadena de iniciativas que se han desarrollado en el municipio, las cuales iniciaron hace más de diez años, cuando organizaciones como Movete y la Asociación de Víctimas Soñando por Nuestro Pueblo, convocaron a víctimas que estuviesen interesadas en iniciar procesos de paz y reconciliación, con apoyo psicosocial por parte de instituciones como Prodepaz y Conciudadanía. Así lo cuenta Daneris Osorio, habitante de Nariño y víctima del conflicto armado, quien ha hecho parte de estos programas.
A principios de 2020 los firmantes del Acuerdo de Paz de la antigua guerrilla de las FARC manifestaron su voluntad de tener un encuentro con las víctimas de la zona de Páramos del Oriente antioqueño. Lo que siguió entonces fue una fase exploratoria para identificar a las personas que podrían estar dispuestas a asistir a la reunión, pero en Nariño no fueron muchas, pues como cuenta Daneris, en esos diez años el número de víctimas vinculadas a esos procesos oscilaba entre veinte o veinticinco, lo que se explica por el ambiente reacio que predomina en el municipio frente a las figuras de los victimarios.
La Comisión de la Verdad jugó un papel clave en la realización del encuentro, con estrategias como “Los cuadernos de la verdad”, una herramienta con la cual las víctimas plamaron sus quejas, reclamos, mensajes y preguntas relacionadas con el accionar de la guerrilla, buscando ayudar a esclarecer hechos victimizantes. Los cuadernos de la verdad fueron entregados a las FARC en esa primera reunión llevada a cabo en noviembre del 2020, en Sonsón, donde las víctimas de ese municipio y de Argelia, Abejorral y Nariño dialogaron con los excombatientes. En este espacio, John Fredy Orozco intervino haciendo un recuento general de lo que había sucedido en Nariño y Orlando Medina hizo una serie de reclamaciones por las actuaciones de la antigua guerrilla.
Este precedente llenó de esperanza a sus participantes en esa búsqueda de verdad y reparación simbólica. En esa oportunidad John Fredy le contó a Pastor Alape, exguerrillero de las FARC quien junto a la Comisión de la Verdad ha venido desarrollando un proceso de contribución a la verdad y reconocimiento de responsabilidades, que tenía el sueño de reunirse con ellos en Nariño, en el coliseo municipal, como lo habían hecho veinte años atrás, pero en esta ocasión para generar un diálogo orientado a la reconciliación.
Con el apoyo de las instituciones y la voluntad de las partes se concretó un segundo encuentro para octubre de 2021 en Nariño, donde las FARC debían dar respuesta a los interrogantes planteados en Los cuadernos de la verdad.
Ese día el encuentro inició a las nueve de la mañana. Los participantes fueron acompañados por distintas organizaciones como Prodepaz, la Jurisdicción Especial para la Paz, REDEPAZ, la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Tras el protocolo los asistentes se dividieron en cuatro grupos. El correspondiente a Nariño contaba con unas diez o doce víctimas que dialogaron con los firmantes de la paz que habían cometido crímenes en su municipio. Así se desarrolló el encuentro que se extendió hasta las dos de la tarde.
En cuanto a las víctimas, el primer aspecto que no se desarrolló como hubiesen esperado fue la duración de ese diálogo, pues dado que allí debían desvelarse las diversas verdades procuradas, los 40 minutos que duró parecieron poco. El segundo sinsabor fue dejado por la postura de los firmantes a la hora de responder las preguntas del cuaderno. Para algunas de las víctimas los excombatientes fueron evasivos en asumir la responsabilidad de ciertos actos. “Digamos que en un 80 por ciento no lograron responder las preguntas que les estábamos haciendo, y eran preguntas muy sencillas, por ejemplo: ¿Por qué asesinaron al alcalde en 1996? ¿Por qué asesinaron al expersonero? ¿Por qué mi escolta fue asesinado vilmente, desarmado? ¿Por qué muchos de los policías fueron asesinados con tiro de gracia, sin estar en combate? ¿Por qué incorporaban a sus filas niñas y niños menores de quince años? ¿Por qué nunca supimos nada de algunos desaparecidos? ¿Por qué durante su permanencia en el territorio vacunaban a los comerciantes? ¿Por qué perpetraron la toma guerrillera en el municipio de Nariño con tanta sevicia? ¿Por qué no planearon bien las cosas y hubo un poder destructivo tan alto?”, señala y ejemplifica Orlando Medina.
De las preguntas que hicieron las personas, solo hubo respuesta y reconocimiento de responsabilidad en relación con la toma guerrillera. Pero lo que más indignó a los participantes, es que los excombatientes no reconocieron su responsabilidad en crímenes probados. Por ejemplo, tras ser preguntados acerca del reclutamiento de menores en el municipio, contestaron que nunca habían hecho tal cosa, y en ese momento Daneris Osorio alzó su mano y dijo: “¿Cómo van a decir que no reclutaron menores? Cuando yo fui reclutada por ustedes”.
Daneris, a quien las FARC intentaron reclutar en una vereda llamada Media Cuesta cuando tenía trece años, señala más actitudes de incoherencia por parte de los firmantes, como negar que los guerrilleros extorsionaban a las personas, cuando su padre, José Raúl Osorio, fue uno de los tantos comerciantes extorsionados, cuyas quejas llevaron a la creación de la Asamblea Municipal en el 2000. O desconocer la realización de secuestros, cuando el que sería su esposo fue secuestrado, exigiendo mil 500 millones de pesos por su liberación, tarifa que acabaría acordándose en 100 millones.
Ante estas contradicciones los excomandantes argumentaban que dichos actos no respondieron a órdenes suyas, sino que fueron realizados por los combatientes localizados en el pueblo.
Algo parecido ocurrió con varias de las figuras importantes de las FARC en el territorio. El caso más representativo fue el de Elda Neyis Mosquera, alias Karina, quien en el imaginario aparece como uno de los personajes más importantes de esta guerrilla, símbolo de su lado más sangriento, pero quien según los firmantes del Acuerdo de Paz desempeñaba realmente una posición poco relevante dentro de la cadena mando.
Esto contradice el hecho de qué Karina es señalada por las autoridades y las víctimas como una persona responsable de múltiples desapariciones forzadas, tomas armadas, secuestros y reclutamientos forzados en el Oriente antioqueño. Además de que fue ella quien, en su momento, se paró en la plaza de Nariño para lanzar el Movimiento Bolivariano de las FARC, a finales de agosto del 2000, una semana antes de la retoma por parte del Ejército.
Todas estas incertidumbres e inconformidades en torno al segundo encuentro del diálogo para la reconciliación, se agrupan bajo la contundente frase de Daneris: “Dentro del cuaderno de la verdad ellos no dijeron la verdad”.
En parte, esta situación se debió a que para algunas personas los victimarios que hicieron presencia en el encuentro no eran los mismos que habían hecho presencia en el territorio en la época de más violencia. Por ello, las víctimas esperan que esos victimarios puedan acudir al municipio en encuentros que sean más extensos e íntimos, para posibilitar un auténtico acercamiento a la verdad. Así lo refiere Alba Gallego, quien en el encuentro dio el paso de valentía para perdonar a los victimarios, pero quien tras las evasivas por partes de estos para esclarecer y asumir las responsabilidades de los hechos victimizantes, les expresó con lágrimas en los ojos: “Es que sí, nosotros ya los perdonamos, pero ustedes siguen sin decirnos la verdad”.
Respecto a lo anterior John Fredy Orozco dijo lo siguiente: “De los victimarios no queremos justificaciones, solo buscamos la verdad, ese es el centro de los Diálogos de Verdad para la Reconciliación. Es que ese es un derecho que tenemos las víctimas, el poder conocer las razones y las consecuencias de los hechos derivados de la guerra”.
Por eso el mensaje que las víctimas partícipes de estas iniciativas les envían a los firmantes, es uno que apela a su honor, a mantener la palabra y voluntad que ofrecieron para buscar la reconciliación, y que ante todo prime la transparencia, para que estos espacios y reuniones sean cada vez más fructíferos y contribuyan a la construcción de paz en el municipio.
De igual manera, es menester señalar que incluso con el parcial descontento, ese encuentro realizado en octubre del 2021 es percibido por sus asistentes como un buen primer paso, pues el solo hecho de que esa reunión entre las partes se haya dado ya es un buen comienzo.
“A pesar de la insatisfacción, este acercamiento es absolutamente importante, porque en nuestro país algún día debe haber una verdadera paz, y para que esta llegue debe haber reconciliación, la cual se propicia por medio de estos encuentros. Con ellos esperamos que en un determinado momento nos dejemos de ver como víctimas y victimarios, para reconocernos como miembros de un mismo país que tienen que velar de manera conjunta por la edificación de un mejor futuro”, dijo Orlando Medina.
Lo que sigue en la búsqueda de paz y verdad
Según Orlando Medina y Daneris Osorio, Nariño tiene en su haber distintos proyectos para continuar con su paulatina, pero constante búsqueda de la verdad, la reconciliación y la paz. Entre estos se hallan: un encuentro con los firmantes para tratar la Implementación de planes de Búsqueda de Desaparecidos y una segunda reunión de diálogo para reconocimiento de verdad, que espera llevarse a cabo entre octubre o noviembre de este año.
También, desde el comité local para procesos de paz se va a producir un documento para la JEP, en el cual se cuente cronológicamente todo lo acaecido en el municipio durante la presencia de las FARC. Con la selección de algunas historias personales, que serán narradas a cabalidad, se ejemplificarán cada uno de los hechos victimizantes que sufrió la comunidad. Dicho documento busca visibilizar al municipio y servir como apoyo para imputar los cargos pertinentes.
De igual forma, se contempla realizar actividades de carácter cultural, como un proyecto de memoria con los estudiantes de la secundaria del municipio, con el cual los jóvenes puedan conocer esas historias ocurridas en el contexto de la guerra. Asimismo, se espera iniciar, con el apoyo de entidades como la Presidencia del Consejo de Juventud, un programa que narre por medio del teatro esas mismas experiencias.
Los resilientes protagonistas de esta historia, y de otras personas involucradas en la misma, esperan que con el tiempo esta disposición a dialogar gane más fuerza entre sus coterráneos, y que la búsqueda de la ansiada verdad llegué a buen puerto, para que el perdón, la reconciliación y la paz, retornen en toda a este pueblo encumbrado entre montañas.
Sergio Andrés Sánchez Pérez es estudiante del pregrado en Periodismo de la Facultad de Comunicaciones y Filología de la Universidad de Antioquia. Este podcast fue elaborado en 2022 como actividad de clase en el curso Periodismo y Memoria a cargo del docente Víctor Casas, coordinador de Hacemos Memoria.