La lucha por la búsqueda de los desaparecidos lleva a las víctimas a crear lenguajes y símbolos de memoria que les permiten interpelar el silencio de los otros, convocar a la solidaridad para reducir la indiferencia y renovar vínculos afectivos con los ausentes para nunca desfallecer.

 

Por Andrés Suárez*

 Foto: Andrés Suárez. Medellín, 20 de abril de 2022

La Asociación Caminos de Esperanza Madres de La Candelaria, una de las organizaciones de víctimas con más de 20 años de trabajo en la búsqueda de los desaparecidos en Antioquia, ha desarrollado un repertorio de lenguajes, prácticas y expresiones de memoria que se despliegan en la esfera pública para visibilizar la desaparición forzada.

Sus consignas transmiten mensajes cortos, pero interpeladores, a quienes circulan por el espacio público, siendo imposible permanecer indiferentes, así sea momentanemente. A su conocida exigencia: “Los queremos libres, vivos y en paz” han agregado nuevos mensajes como: “No se desapareció, lo desaparecieron”, o “si estamos en tu memoria, somos parte de tu historia”. Frases que cuestionan a los indiferentes que dudan del carácter forzado de la desaparición o movilizan sensibilidades para convocar la solidaridad de los otros, sumando ciudadanos a una historia que debería ser compartida.

Pero hay un símbolo que aún no irrumpe en la esfera pública sino que permanece en el laboratorio creativo que demanda inventar e imaginar continuamente, en medio de un mundo que vive de la instantaneidad y la saturación de información. Es un símbolo que afirma la identidad de la organización y sus miembros, que refuerza los vínculos afectivos entre los familiares y los desaparecidos, y que reafirma a la asociación como un hogar que recibe, acoge y acompaña a los familiares de las personas desaparecidas y a los mismos desaparecidos. Es el lugar en el que habitan los que buscan y los que son buscados, pero que son comunidad por los símbolos de la memoria. Se trata del árbol de la vida, un mural pintando en una de las paredes de la sede de la asociación. “Siempre que llegamos vemos a nuestros hijos aquí reflejados, les contamos nuestras tristezas, les contamos nuestras historias, pero luego volvemos y nos animamos”, me cuenta Teresita Gaviria, presidenta de la Asociación Caminos de Esperanza.

El árbol de la vida recrea la forma de un árbol, ese es su molde, pero no tiene tronco, en su lugar están unas manos juntas que luego se abren; no tiene ramas, hay muchas manos; no tiene hojas, hay fotos de los desaparecidos. Podría decirse que es un árbol hecho con manos.

 

¿Por qué las manos?

La Asociación Caminos de Esperanza Madres de La Candelaria resalta el símbolo de las manos para comunicar distintos mensajes. Según el documental Mujeres en resistencia, producido por el Centro Nacional de Memoria Histórica en 2016, éstas simbolizan la búsqueda: son las que arrancan la tierra para buscar la verdad; el sufrimiento: son las desenterradoras de sentimientos y la espera: son las que están ahí pendientes, permanentemente.

Pero las manos son también el sostén, el apoyo mutuo, por eso aparecen como el tronco, dos manos juntas que luego se abren para sostener el peso del árbol, para permitirle seguir creciendo. Ese tronco representa el esfuerzo de todas las mujeres y madres que participan en la organización, que no cesan en su lucha.

Ese sostén lo es también para los desaparecidos, porque las manos son las que llevan en su interior la foto de las personas ausentes, representando el cobijo, el cuidado y la protección de la maternidad, por eso una de las consignas de las Madres de La Candelaria dice: “Una madre nunca se cansa de esperar”.

Esas manos no solo le hablan a las madres o a sus hijos, nos hablan a usted y a mí, porque puestas al frente son las que visibilizan la desaparición forzada con los rostros de las víctimas, son las manos de quienes buscan, pero cuando se está frente al mural es inevitable sentirse interpelado porque, con las palmas abiertas y de frente, piden que veamos la desaparición forzado y exigen que éste crimen se detenga.

Esta pluralidad de mensajes se sigue extendiendo, porque las manos también expresan calidez y confianza, por eso las estrechamos al saludarnos cuando nos vemos con alguien, lo hacemos como muestra de confianza, de credibilidad en el otro.

Pero las manos no solo reciben, también entregan. Teresita me cuenta que además buscar, arrancan la tierra y encuentran a los desaparecidos en las fosas; en muchos casos los huesos de quienes desaparecieron se disponen en osarios para entregarlos a las madres.

 

¿Por qué un árbol?

Porque el árbol es un símbolo. Teresita me cuenta que las manos que desentierran, las que remueven la tierra, lo hacen cerca o debajo de un árbol, bajo ellos yacen muchas fosas clandestinas que han sido el paradero de los desaparecidos.

Los árboles hacen parte del paisaje natural de la desaparición forzada, dado que muchos desaparecidos, que luego son asesinados, terminan enterrados en fosas ubicadas en parajes rurales, algo deliberadamente calculado por los victimarios para asegurarse el ocultamiento y para dificultar la búsqueda y el hallazgo.

Así las cosas, el árbol, cuando no es él mismo la fosa, es el testigo del horror, el que lo sabe todo y, a veces, el que puede hablar, porque las marcas en sus troncos y raíces se vuelven pistas para la búsqueda. Aunque en muchas ocasiones solo están allí como testigos mudos.

Pero ellos, en tanto paisaje natural de la desaparición, también lo son de la búsqueda, así que se les representa como cobijo y protección, como la sombra ante el inclemente sol, como el lugar para descansar momentáneamente.

El árbol que da cobijo no solo representa a la desaparición y a la búsqueda, simboliza la protección que dan el estar juntos y el esfuerzo colectivo a cada miembro de la organización, a cada familiar y a cada desaparecido. La organización es el árbol que nos da sombra, es el lugar donde podemos resguardarnos y encontrar algo de sosiego, dicen las integrantes de las Madres de La Candelaria.

Las mujeres también destacan en este símbolo la idea de crecer, de recibir a otros que comparten el drama de la desaparición forzada, de contar con más manos y más fotos, de extender la red de apoyo, y de hacer más visible la desaparición ante los que guardan silencio, los que son indiferentes y los que son culpables.

El árbol simboliza para las Madres de La Candelaria la permanencia y la resistencia, una lucha que nos trasciende, que supera nuestra propia existencia humana limitada, que soporta la espera infinita, pero que también transmite resistencia, aquí seguimos, de pie, firmes, porque su fortaleza es como la de aquellos, no se cae fácilmente, resiste los rayos, las tempestades, las sequias, requiere de muchos hombres y muchas herramientas para caer, no se doblega con facilidad.

La fuerza colectiva y la resistencia dan paso a la representación del árbol como fuente de energía. Teresita me cuenta que la búsqueda agota y agobia, que es muy exigente y que está llena de frustraciones, y que hay que llenarse de energía para no desfallecer, recargarse permanentemente. Personalmente, ella encuentra esa energía cuando los abraza o simplemente cuando se recuesta en su tronco. El árbol representa la energía que el grupo le da a las personas y que sus hijos les dan a ellas.

Un árbol es presencia, está ahí, muchas veces frente a nosotros, aunque no queramos verlo, y por eso, como las manos, lo que busca el símbolo es visibilizar la desaparición. Son los símbolos que nos comunican la presencia de la ausencia. Ahora nos corresponde preguntarnos como sociedad: ¿Dónde están nuestras manos? ¿Cuándo veremos el árbol que ha estado frente a nosotros?

 


* Andrés Suárez es sociólogo y magister en estudios políticos de la Universidad Nacional de Colombia. Fue investigador y asesor del Centro Nacional de Memoria Histórica, así como coordinador del Observatorio de Memoria y Conflicto de la misma entidad.