Cuatro mujeres del colectivo Madres de la Candelaria abrieron su corazón para contar episodios de sus vidas que reflejan coraje y valor, cualidades que, aseguran ellas, solo la muerte les quitará.

 

Por: Pompilio Peña Montoya

Imágenes: cortesía

Al fin, y tras ocho años de espera, Teresita de Jesús Gaviria pudo detallar a un palmo de distancia la cara curtida y manchada por el sol de Ramón Isaza, un hombre mal envejecido, de cejas erizadas y de ojos vidriados que entró escoltado a la Sala de Justicia y Paz donde, en 2007, rindió versión libre sobre los crímenes que cometió como comandante paramilitar del bloque Magdalena Medio. Un año atrás, Isaza se había desmovilizado junto con 991 hombres bajo su mando. Teresita esperaba, acompañada de otras mujeres, la oportunidad para lanzarle una sola pregunta: ¿Qué había pasado con su hijo Cristian Camilo, desaparecido en enero del 1998, en Doradal, Caldas?

Estos y otros pormenores de aquel encuentro le fueron revelados a Stephanía Aldana Cabas, quien en su trabajo de grado para alcanzar el título de Periodista de la Universidad de Antioquia se propuso reconstruir cuatro historias de madres que buscan a sus hijos desaparecidos en medio del conflicto armado colombiano. Este trabajo lleva por título Mis ojos aún te buscan en la penumbra, Historias de desaparición forzada de la Asociación Madres de la Candelaria.

Las protagonistas de esta serie de crónicas son Teresita Gaviria, Ruth de las Misericordias Sosa de Sosa, Lourdes del Socorro Zapata y Ruth del Socorro Calle Rivera. Ellas hacen parte de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria, un colectivo que reúne a cerca de cien mujeres cuyas historias de dolor y búsqueda reflejan la crueldad del conflicto armado, la ineficacia del sistema judicial, la estigmatización de una sociedad que poco se conmueve con el crimen de la desaparición, y la precaria situación económica de algunas de estas mujeres que buscan a sus seres queridos.

Stephanía Aldana con esta investigación se propuso dar rostro humano a las víctimas de desaparición forzada que, según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica, suman 82 mil 998 víctimas, entre 1958 y 2018. De estos casos, el 99,5 por ciento está en la impunidad, según el investigador Erik Arellana, cofundador del portal web Desaparición Forzada.

 

Historias cruzadas

El segundo relato lleva por título Centinela, es la crónica de Ruth de las Misericordias Sosa de Sosa, una mujer que enfrenta una larga lucha por cuenta de la desaparición de su hijo Nodier Alberto Sosa Sosa, cuando este tenía 19 años en el 2001. Un año antes ella y sus hijos habían sido desplazados del barrio El Popular, de Medellín, por amenazas de paramilitares. Años después, otro hijo suyo sería reclutado por este mismo grupo armado, lo que la conduciría a otro desplazamiento.

En su relato, Stephanía Aldana sumerge al lector en episodios en los cuales se aprecia el valor inquebrantable de Ruth, una mujer que utilizó sus manos para remover tierra de presuntas fosas comunes, y se atrevió a visitar en la cárcel a algunos de los hombres más temibles para hacerles la pregunta que toda madre angustiada por el paradero de su ser querido quiere hacer: ¿Qué pasó con mi hijo?

Acerca de esta experiencia, la periodista, que ahora trabaja en la Agencia Internacional Pressenza, dice: “Tuve la oportunidad de acercarme incluso a muchos de los archivos que las Madres de la Candelaria guardan sobre sus procesos de memoria, sus testimonios, sus denuncias, sus historias. Comprendí el proceso de lucha de estas mujeres y el duro camino que han recorrido por décadas para que se conozca la verdad de la identidad de los responsables de los crímenes que las convirtieron en víctimas”.

Lourdes del Socorro Zapata (foto a la derecha), protagonista de la tercera crónica, ha pasado los últimos 25 años sorteando la violencia urbana y rural. Su hijo menor Ricardo fue desaparecido en el centro de Medellín, donde continuamente intentaba conseguir un buen empleo que el destino le negó. Antes de su desaparición, Ruth venía ya padeciendo la amenaza y la extorsión de un par de mellizos integrantes de una banda en el barrio Sucre, en donde vendía arepas, y que la obligaron a desplazarse. Años después, al regresar a aquella casa, la encontraría desmantelada y saqueada. La soledad la acompañó por muchos años en la búsqueda de su hijo, hasta que una amiga la invitó a hacer parte de las Madres de la Candelaria. Este relato lleva por título No fue mi culpa, pero su ausencia me duele.

La cuarta crónica es la de Ruth del Socorro Calle Rivera (foto abajo), titulada No me llame más, y comienza de la siguiente manera: “¡Geovany!, así le grité a un joven que iba por la otra calle cerca a la estación San Antonio en el centro de Medellín. Como pude crucé lo más rápido posible hasta la otra acera para poder verlo de frente mientras el corazón se me quería salir por la boca. Cuando lo alcancé, lo cogí duro del brazo. Él joven se volteó a verme y, en ese momento, me di cuenta que no era mi hijo».  

Ruth, integrante de las Madres de la Candelaria desde hace 17 años, pasa hoy gran parte de su tiempo atendiendo a otras mujeres y a otros hombres que buscan orientación para denunciar la desaparición de sus parientes. También se ha dedicado a ayudar a planear y a programar las actividades del colectivo que gracias a ONG’s, entidades civiles y estatales, voluntariados e instituciones educativas, puede ofrecer asistencia psicosocial, capacitaciones y talleres artesanales. Reunidas en una oficina que tienen en el centro de Medellín, ellas se desahogan, se abrazan, se secan las lágrimas: unidas son una familia.

Ruth tiene 62 años y no sale de su casa sin la escarapela de su hijo Geovany Montoya Calle, del que se desconoce su paradero desde el 4 de enero del 2002, cuando fue visto por última vez en el corregimiento de San Antonia de Prado. Ella confiesa que le cuesta reír y que cada tanto cree ver a su hijo caminando por la acera opuesta: es imposible no verlo en todas partes. Y en más de una ocasión, cuando al escuchar las noticias se entera del paradero de una nueva fosa común, contiene el deseo de salir corriendo hacia allá: cree, siente y anhela que podría hallar los restos de su hijo bajo esa tierra.

Estas cuatro realidades son ajenas a la mayoría de la gente y por eso fueron contadas por Sthepany con las herramientas que brinda la crónica. En los relatos de estas mujeres el lector puede sentir las angustias y también los triunfos que han tenido estas cuatro madres en ese largo camino por encontrar a los hijos que les arrebató la violencia.