Pensando en sus tres hijas y en su propia curiosidad, esta profesora se propuso conocer qué tipo de literatura infantil y juvenil sobre el conflicto armado se escribe en Colombia y qué tanto es utilizada en la educación del país.

 

Por: Pompilio Peña Montoya

Imagen: portada del libro Retrato de niños con bayonetas

Profesora Luz Adriana Giraldo. Foto: cortesía.

Luz Adriana Giraldo Mueller es una colombiana que desde hace dos décadas vive en el estado de Virginia, Estados Unidos, donde labora como docente en la Universidad George Mason. Allí ha realizado varias especializaciones y un magister en Literatura Latinoamericana. Este último estudio le permitió sumergirse en la literatura infantil y juvenil producida en Colombia en los últimos años tomando como eje el conflicto armado. Si bien encontró una rica variedad de autores y temáticas, advirtió con preocupación que este tipo de producciones no estaban siendo aprovechadas adecuadamente en las instituciones educativas del país, básicamente, por falta de promoción y apoyo institucional y gubernamental.

Luego de conocer esta realidad y de terminar su trabajo de maestría, titulado Leer para la paz: narrativa histórica en la literatura infantil y juvenil de trauma en Colombia, Luz Adriana, quien es madre de tres niñas y siempre ha procurado enseñarles a sus hijas la riqueza cultural de Colombia y el complejo conflicto armado que ha transitado el país, quiere embarcarse en un doctorado para profundizar en el tema desde una perspectiva de memoria histórica.

 

¿A partir de qué obras de literatura infantil y juvenil exploró asuntos como el trauma y los hechos victimizantes?

Lo primero que hay que decir es que la literatura infantil ha crecido paralelamente con la idea de la infancia. Por mucho tiempo y antes de la promulgación de los Derechos Humanos y de los niños y niñas, estos eran considerados como pequeños adultos y eran educados, básicamente, para trabajar y seguir normas rígidas de moralidad y religiosidad. Con la declaración de los Derechos del Niño en 1948, comienza una nueva forma de verlos, educarlos y tratarlos. Esto se dio a la par con la terminación de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), pues el Holocausto mostró el horror de una guerra donde la pretensión del exterminio de comunidades enteras demandó una nueva forma de ver a la humanidad.

Lo primero que surgió fue cómo contar esta historia a los adultos, la historia de los hornos y el maltrato. Eventualmente comenzaron a surgir relatos, memorias, testimonios. Resulta que muchas de las personas que sobrevivieron a este hecho eran niños cuando sucedió, por lo que esas historias contaban experiencias infantiles con una intensidad y una trama desconocidas para el mundo. Sobre este hecho encontré libros como Grace in the Wilderness de Aranka Siegal (1985), y La maleta de Hana: Un relato verídico de Karen Levine (2006).

Luego me trasladé al Cono Sur de Latinoamérica, con sus dictaduras y su intensa violencia política donde también se presentaron asesinato, persecución y desapariciones. Esta parte de la historia fue contada a los niños de una manera particular, pues los autores fueron activistas políticos y exiliados. Ellos fueron los que escribieron esos cuentos, mezclando la fantasía y la ficción. Un cuento particular de esta época es la historia de un elefante que hace parte de un circo y bajo ciertas circunstancias crea un sindicato de animales ante el abuso humano, dueños de la carpa. Es un texto que habla en el fondo de la libertad de expresión, la libertad de trabajo. Este texto fue de hecho censurado en Argentina. El cuento se llama Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann. Otro libro de este periodo es La torre de los cubos, de Laura Devetach.

Por otra parte, los conflictos sociales en el siglo XX parecen haberse normalizado, y en los 80 y 90 se dio algo igual de horroroso: las limpiezas étnicas y raciales en algunos países africanos. El caso que analicé fue el genocidio en Ruanda. Allí la literatura escrita es casi inexistente, pero tienen una fuerte tradición oral. Lo de Ruanda fue muy cubierto por los medios y esto permitió que reporteros entraran y comenzaran a escribir sobre la situación de los niños en medio de esa persecución. Lo que encontré no fueron en general historias personales, testimonios, sino historias escritas por personas blancas, de otros países, que no terminaron por captar en su totalidad la cultura del momento, una atravesada por muchos años de conflicto entre etnias y tribus. Es decir que fueron extranjeros quienes narraron la situación de los niños. Sobre este hecho encontré libros como Broken memory: A Novel of Rwanda de Élisabeth Combres (Canada 2007), y Shattered de Eric Walters (Canada 2006).

En su exploración de la literatura infantil y juvenil en Colombia, ¿Qué encontró?

Mi interés en Colombia se centró en lo que se había escrito después de la firma del Acuerdo de Paz en 2016, pero también tuve en cuenta textos anteriores. Lo primero que hice fue ir a la Biblioteca Nacional. De un cuadernillo de 112 páginas con cientos de reseñas de libros para menores, encontré para mi trabajo menos de doce títulos, pero que abarcaban toda la gama de la literatura infantil, como el libro álbum, la novela corta e incluso descubrí una novela gráfica.

Entre los autores que encontré están Francisco Leal Quevedo, un ensayista, pediatra y escritor, con su libro El mordisco de la media noche, la historia de una familia que vive la violencia en Colombia. También encontré a Gerardo Meneses, con Bajo la lluvia de mayo, la historia de una niña de 12 años que ve cómo hombres armados afectan la tranquilidad de su pueblo. No podía faltar Jairo Buitrago, un escritor que tiene entre sus objetivos explicar la violencia a los niños. Algunos de sus textos son El Edificio, Retrato de niños con bayonetas y Camino a casa, este último un libro que encontré en la sala infantil del Centro de Memoria Histórica de Bogotá, en el que se habla, entre otras cosas, de la desaparición.

Otra autora que quiero resaltar es Pilar Lozano, una reportera que ha trabajado el conflicto armado pero que también ha escrito literatura infantil. El libro que más me impactó fue la novela juvenil Era como mi sombra, que trata la historia de dos muchachos que están en una zona marginada en donde básicamente no tienen más opción que entrar en la guerrilla o hacer parte de los paramilitares.

También encontré a El abuelo rojo, de Isaías Romero, un profesor de primaria. Este libro trata sobre la guerra entre liberales y conservadores luego del asesinato de Gaitán, una historia que nos sumerge en una época que antecedió todo este conflicto que vivimos después. Otro libro que encontré fue Sami el saíno y la búsqueda de dos verdades, de Fabio Silva, y trata de un personaje que va en la búsqueda de su padre secuestrado por un “hombre de botas negras” en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Con todos estos autores pude luego charlar y noté en ellos un alto compromiso y una generosidad inmensa, pues incluso me dieron información, contactos y me guiaron en mi camino.

¿Cómo la literatura infantil y juvenil puede transformar de forma reflexiva la capacidad de los menores de apreciar la historia de Colombia y, en general, la desigualdad social en que vivimos?

Te daré un ejemplo. Pilar Lozano suele participar en talleres de lectura con su libro Era como mi sombra, en colegios del norte de Bogotá. Una vez me contó que una profesora se interesó mucho por el libro e hizo un taller de lectura y en el salón puso dos carteleras en blanco. Les dijo a los niños que escribieran allí lo que pensaran de guerrilleros y paramilitares. Los menores escribieron palabras de odio, de resentimiento, cosas malas, matones, asesinos. Después leyeron el libro y Pilar participó en el taller y les motivó a reflexionar. Luego pidieron a los menores que en la segunda cartelera escribieran ahora qué pensaban de las situaciones de los menores en la guerra, y esta vez fueron más empáticos. Escribieron palabras como injusticia, falta de oportunidades, niños como nosotros, pobreza, etc.

Por eso pienso que en Colombia debe haber un acercamiento a este tipo de literatura a través de una buena mediación. El conflicto en Colombia no es blanco y negro, hay muchos matices, y para poder entenderlos debemos tener acceso a la memoria de todos los actores y no quedarnos siempre con lo que nos dicen los medios o quienes están en el poder.

¿Qué características en común encontraste en las historias de autores colombianos?

Encontré dos rasgos particulares. El primero es que hay muchos eventos históricos ficcionalizados, como por ejemplo la muerte de Gaitán. Y el segundo es que existe una ficcionalización de crímenes en contextos de violencia donde aparece el secuestro, la victimización de comunidades indígenas, las desapariciones, los asesinatos y el reclutamiento de menores.

Ahora, el problema es que la educación en Colombia es como una pirámide. El Ministerio de Educación decide el currículo que se enseñará en las escuelas y, generalmente, los profesores tienen las manos atadas sobre lo que se les puede enseñar a los niños, a lo que se suma que el libro de texto sigue siendo sagrado en Colombia. Durante mi investigación tuve la oportunidad de hablar con profesores de diferentes grados, y la impresión que me dejaron es que la mayoría de ellos tienen que luchar con las directivas de las instituciones si quieren utilizar libros infantiles y juveniles que toquen las temáticas alrededor del conflicto armado.

Otros son más ingeniosos, y lo que hacen es que utilizan algunos de los libros que mencioné, pero con el propósito de enseñar géneros literarios y gramática, en un ejercicio para motivar a los niños a querer la lectura y enseñarles a diferenciar entre un cuento, una crónica, una novela, un comic.

La otra gran problemática es que estos libros no son de fácil acceso. Para conseguir algunos de ellos me tocó ir a las editoriales. No están en las librerías ni en las bibliotecas barriales. Otros libros son más fáciles de conseguir, pero es porque tienen aceptación internacional, como los de Jairo Buitrago, porque él es ya un autor muy reconocido en muchos países.