La construcción de iniciativas comunitarias de paz y defensa de los derechos humanos ha sido un reto difícil, pero posible en Medellín. Un estudio identificó algunos de esos liderazgos y halló ejemplos destacados en la ciudad.

 

Por Camilo Castañeda y Pompilio Peña

Desde los años 80, Medellín ha pasado por diferentes niveles de conflicto en el que la comunidad y sus líderes sociales han pagado un alto precio, en una espiral de violencias que persisten hasta la actualidad. Para comprender en este contexto cómo se han desarrollado iniciativas colectivas alrededor de la construcción de paz, el Fondo Editorial de la Institución Universitaria ITM publicó la investigación Confiando en la humanidad: iniciativas colectivas de paz en Medellín (1980-2016).

La investigadora social Luz Dary Ruiz Botero, quien esa docente en el Colegio Mayor de Antioquia, habló con Hacemos Memorias sobre este análisis que tiene como uno de sus pilares resaltar las variadas formas en que la población civil se ha organizado para afrontar la represión estatal, los intereses del narcotráfico y las bandas criminales. Asimismo, su compromiso frente a la oportunidad que significó la firma del Acuerdo de Paz con las Farc a finales del 2016.

Este libro fue resultado de una investigación entre investigadores del Instituto Tecnológico Metropolitano (ITM) y la Institución Universitaria Colegio Mayor de Antioquia.

 

¿Cómo surge la idea de hacer esta investigación y producir el libro Confiando en la humanidad: iniciativas colectivas de paz en Medellín (1980-2016)?

Iniciamos con conversaciones en 2014 entre líderes y lideresas, organizaciones sociales de Medellín, egresados, profesores y estudiantes del Colegio Mayor de Antioquia. Estábamos interesados en interrogar a una ciudad como Medellín, no solo desde la perspectiva de las violencias y de la guerra. Empezamos a formular las preguntas en términos de cómo es que la gente ha sobrevivido a esos contextos tan adversos a la vida misma. En ese momento, logramos unirnos con el Grupo de Estudios en Desarrollo Local y Territorial y el Instituto Popular de Capacitación, y con ellos pensamos las preguntas, los problemas. Y de todos esos diálogos nos surgió la siguiente pregunta: ¿Qué tiene para enseñarnos una ciudad como Medellín en términos de cómo la gente ha sobrevivido y ha reivindicado la vida?

¿Cómo entienden ustedes la paz, teniendo presente que es un concepto que tiene desarrollos conceptuales en diversas disciplinas y corrientes académicas?

Debido a que nosotros partíamos con la premisa de estudiar iniciativas colectivas para reconocer la capacidad de la gente de producir cambios en sus contextos, la recomendación que nos hicieron las personas que entrevistamos inicialmente fue que escucháramos qué dice la gente en los territorios. Al escuchar esas experiencias, comprendimos que la gente de Medellín, desde los años cincuenta, al construir sus ranchos, sus canchas, sus escuelas y organizar el convite, viene construyendo la paz, o sea que la paz no es un asunto de hoy.

En esa búsqueda de literatura nos encontramos con la Paz imperfecta de Francisco Muñoz y con Hacer las paces de Vicent Martínez, entre otros textos. Pero, finalmente, lo que la gente nos enseñó y lo que discutimos en las aulas fue la idea de pazes (con z); quisimos dar un giro epistémico, unas pazes que se construyen desde la gente, desde abajo, y empezamos a identificar qué tienen que ver con la vida y, en especial, con el cuidado de la vida, un asunto que pasa por la relación con la naturaleza.

También bebimos de las epistemologías del sur, en especial de la sociología de las emergencias de Boaventura de Sousa. Luego nos encontramos con los feminismos, con los ecofeminismos, los feminismos populares y comunitarios y la reivindicación que hacen del cuerpo, de los territorios.  Fue parte del tránsito que hicimos para armar esa noción de pazes que no está desarrollada tan conceptualmente, sino más desde las experiencias y desde lo que sucede en las iniciativas colectivas.

¿Por qué trabajan un período de tiempo tan amplio, entre 1980 y 2016?

Esa delimitación se dio porque nos interesaba hacer un estudio de largo plazo, que permitiera evidenciar rasgos estructurales de la cultura política de la ciudad, no solo coyunturas. Nos centramos en los ochentas con el supuesto de que esta década configuró un tránsito en la ciudad en relación al tema de la ley y la importancia de la institucionalidad; sentimos que en los ochentas se configuró, ente otras cosas, esa fuerza de la violencia, de los carteles de drogas, y de agudeza en situaciones políticas y económicas. Además, porque había un panorama nacional de represión, de criminalización de la oposición, del movimiento estudiantil y sindical.

Nos venimos hasta el 2016 porque fue el tiempo del estudio, cuando estábamos haciendo la investigación, pero también porque en ese año se da el Acuerdo de Paz. Vimos una ventana de oportunidad interesante desde donde se podían explicar nuevamente esas maneras de establecer relaciones entre los colombianos. El Acuerdo dio la posibilidad de algo distinto, de dar las disputas no desde el ámbito armado, sino retomando el diálogo, la palabra, la posibilidad de caminar juntos como otro país.

Ustedes en ese periodo de tiempo priorizan a tres organizaciones en la ciudad, marcadas por contextos de violencia particulares ¿Por qué las seleccionan y cuáles fueron esos contextos de violencia?

Ahí nos guiamos por el trabajo que hizo la profesora Adriana González con los conceptos de violencia y las acciones colectivas, de cómo la violencia configura territorios y entra en disputa con soberanías en el país.

A lo largo del trabajo, nos encontramos con que era posible dividir a la ciudad por décadas, mirando acontecimientos relevantes. Cuando miramos la década de los ochenta nos encontramos con el tema de la represión, de la criminalización de la vida y el control de las acciones en los territorios. Advertimos que durante esos años emergió una notoriedad por los derechos humanos como reivindicación inmediata de la vida y en contra de la desaparición. Encontramos que uno de los actores que promovió esa agenda fue el Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, que para muchas personas es una de las primeras iniciativas que se sentó a pensar la paz en la ciudad.

En los noventa surgieron procesos de paz, la nueva Constitución Política, la apertura de la democracia y la posibilidad de la planeación local de los territorios. En este contexto tenemos al Plan Alternativo Zonal (PAZ), en el nororiente de Medellín, una experiencia que rescató mirar ese territorio con sus deudas históricas, valorando la vida, pensando el futuro que soñaban; eso se concretó con el PAZ.

Y finalmente, en la primera década del 2000 tuvo lugar la emergencia de actores como las víctimas, con su agenda alrededor de la memoria. Encontramos a organizaciones en toda la ciudad que tenían como propósito rescatar esas memorias desde la experiencia de los territorios y de los sujetos, desde la posibilidad de otras vidas. Ahí priorizamos la plataforma Memorias en Diálogo, de la que también hacemos parte.

El Comité Permanente por los Derechos Humanos fue sistemáticamente violentado por distintos actores armados. ¿Qué aprendizaje deja este Comité para la construcción de paz hoy en Colombia?

En este caso fue muy impactante ver la crudeza de la violencia contra quienes defendieron la vida. Del Comité se resaltó la dignidad de sus integrantes y la diversidad que lo conformaba: personas del Partido Liberal, del Partido Conservador, comunistas, maestros, médicos, enfermeras, abogados, líderes sociales, sindicalistas.

También destacó la valentía de estas personas por reivindicar la vida, la vida digna; es de admirar la labor que hicieron por causas que parecían perdidas como la búsqueda de desaparecidos o hallar solución a situaciones con los indígenas, además de las denuncias que hacían de desplazamientos. El asesinato de varios de sus líderes correspondió a que ellos estaban diciendo verdades. Justamente fue del Comité que retomamos la frase “confiar en la humanidad”, para el titular de nuestro libro. Es de destacar cómo a pesar de todas las dificultades que vivieron, ellos no asumieron una actitud beligerante, por el contrario, continuaron un trabajo pacífico, incluso desde el exilio.

Colombia tiene una amplia experiencia en negociaciones y firmas de acuerdos de paz, experiencias que contrastan con conflictos armados y violencias que persisten ¿Qué reflexión hace sobre el momento actual en el que muchos ciudadanos sufren por diferentes violencias después del Acuerdo de Paz del 2016?

Este país tiene momentos de euforia de la paz, así lo denominó el Comité de Derechos Humanos de los ochenta cuando hubo un intento de acuerdo de paz durante el gobierno de Belisario Betancur. El otro gran momento ocurrió con la última negociación que hicieron el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc (2012 – 2016), que finalizó con un acuerdo con la guerrilla más antigua del país.

Lo que vino luego de las euforias ha sido terrible. Después de esos primeros intentos de acuerdo sucedió lo de la Unión Patriótica, así como el hostigamiento al Comité de Derechos Humanos. Y en la actualidad tenemos unos niveles de violencia fuertes, parecidos a los de la época de los ochenta, a lo que se suma la pandemia que agudizó problemáticas socioeconómicas.

Este libro nos enseñó que es un reto la posibilidad de seguir confiando en la humanidad. Es una deuda histórica y política que los seres humanos debemos asumir transformando los contextos en que vivimos. Creo que hay actores privilegiados como nosotros, profesionales, académicos, vinculados a organizaciones con algún nivel de injerencia y parte de nuestro compromiso es ayudar a impulsar esa confianza en la humanidad.

Debemos ayudar a visibilizar esas capacidades, esas resistencias, esas acciones colectivas, para mostrar cómo la gente construye las paces. Sabemos que es necesario comprender el conflicto, pero invertimos más energía en los sujetos articulados que nos vienen enseñando sobre cómo sobrevivir y transformar esas realidades en la lucha por una vida mejor.