Una víctima, un exparamilitar, un exguerrillero y un exmilitar, todos artistas, aceptaron reunirse y retratarse entre ellos mientras eran grabados para el cortometraje Palomas Grises. El resultado es un ejemplo de reconciliación desde el arte.

 

Por: Laura Cristina Cardon

Fotos: cortesía

Hay una sala con cuatro escritorios que poco a poco se llena de retratos, pinturas, telares. Cuatro personas ocupan las mesas y se presentan ante la cámara. Sus rostros aparecen enfocados bajo una luz amarilla y tras ellos hay un fondo gris. Con su presentación los protagonistas dan a entender al espectador la razón por la que aparecen en el cortometraje Palomas grises: hoy son artistas, pero antes fueron actores o víctimas del conflicto armado colombiano.

El encuentro de estas personas fue convocado por Daniel Mateo Bustos, director del cortometraje y estudiante de Comunicación Social de la Pontificia Universidad Javeriana que realizó este corto gracias al apoyo de Consejo de Redacción y del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Su intención era reunir a artistas que hubieran participado de la guerra o hubieran sido afectados por esta, para que se retrataran entre ellos; quería mediar un encuentro para hablar de las heridas a través del arte. Bajo ese propósito logró reunir a una víctima, un militar retirado, un reinsertado de las Autodefensas Unidas de Colombia y un desmovilizado de las Farc.

El corto duró 11 minutos, pero su ejecución implicó cerca de ocho horas de grabación. En ese tiempo los participantes se retrataron mientras respondían a preguntas sobre la guerra, la reconciliación y el arte. Yamit Amat, periodista de la W Radio, fue el asesor de Mateo Bustos en la realización de Palomas Grises. En conversación con Hacemos Memoria, Yamit explicó que el hecho de pintar, dibujar o bordar era una manera de hilar el relato del conflicto que se tuvo durante esas horas. Y esta característica artística era precisamente el valor de este proyecto. «Había algo más y era la posibilidad de humanizar al otro que había sido en algún momento su contradictor», agregó.

Pintura y tejido fueron las técnicas usadas por los cuatro artistas invitados al cortometraje Palomas grises para retratar a los otros participantes.

La grabación se llevó a cabo a mediados de octubre del 2019 en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Los invitados estaban reunidos en una sala, en el escritorio de cada uno había muestras de sus obras: dibujos con el rostro de un joven reclutado, telares con memorias del conflicto bordadas, pinturas con imágenes de la selva. Allí mismo hicieron los retratos e inició la conversación.

Mateo decidió quién debía hacer la imagen de quién y los cuatro artistas hicieron su tarea. Ninguno sabía el rol de la persona que debían retratar, lo conocieron cuando comenzaron el ejercicio de pintar, este fue un elemento sorpresa que el director decidió añadir: “Yo decía: qué tal que al enterarse de a quién están retratando se vayan o que sean groseros. Pero no. No entraron en ese modo, fueron muy abiertos al proceso, para mí fue algo increíble porque fue casi como una semilla de esperanza en mi corazón de que era posible creer en este país”.

 

Los personajes

La primera voz que se escucha en el cortometraje dice: “Mi nombre es Blanca Nubia Díaz, soy de la comunidad Wayuu de la ranchería Caicemapa que queda a 20 minutos de Riohacha”. Es la única mujer que participó de la reunión. Su hija fue asesinada por paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), es una víctima del conflicto y hace parte del costurero Kilómetros de Vida donde con bordados las víctimas cuentan sus historias y hacen memoria.

En Colombia hay 380 mil 460 personas pertenecientes al pueblo Wayuu, según cifras del Departamento Nacional de Estadísticas (DANE) con corte al 2018. Esa comunidad es la población indígena más numerosa y está ubicada en La Guajira en una zona binacional entre Colombia y Venezuela. Desplazamiento, masacres, asesinatos selectivos son las formas de victimización que ha padecido este pueblo por la presencia del narcotráfico y la otrora disputa territorial entre el frente 59 de la guerrilla de las Farc y las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá.

De las cinco mil 11 víctimas indígenas en Colombia entre 1959 y 2019, en La Guajira se registraron 409, según el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica. Además, en el 2009 la Corte Constitucional, por medio del Auto 004, reconoció el riesgo de exterminio de los pueblos indígenas en Colombia asociado a problemas como el desplazamiento y la muerte natural o violenta de sus integrantes.

Blanca Nubia Díaz, cuya hija fue asesinada por paramilitares, se encargó de bordar un retrato de Jonathan Ortiz, desmovilizado de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En el cortometraje se muestra el momento en que él recibió este bordado con su rostro y dijo: “Esta es la bandera de la paz”. Luego, usando la porción de tela sobre su espalda, como si se tratara de una capa, agregó: “Es mejor llevarla aquí que dejarla guardada”.

Jonathan Ortiz es artista plástico, fue reclutado cuando tenía 15 años y estuvo en filas por cuatro años hasta su reincorporación a la vida civil luego del proceso de desmovilización de las AUC entre 2003 y 2006. Su obra artística se enfoca en las víctimas del reclutamiento infantil, delito del que él mismo fue víctima. “Me llevaron con engaños. Ese pasado ha sido parte fundamental, una fortaleza para pintar hoy en día y para poder plasmar y cambiar el destino”, dijo Ortiz ante las cámaras que grabaron Palomas Grises. Ese día su trabajo consistió en retratar a Illich Leonardo Rojas, reincorporado de las Farc-Ep.

Illich estuvo más de 20 años en esta organización subversiva. Hoy hace parte del partido de los Comunes, conformado por los exintegrantes de la antigua guerrilla como parte de su proceso de reincorporación, y es director nacional de Cultura y Arte del partido. La pintura estuvo en su vida desde joven, al igual que el deporte y la crítica a la desigualdad social. Ver la corrupción en las altas esferas de la sociedad y la miseria en los sectores más pobres lo llevó a participar de la guerrilla de las Farc, primero en la ciudad y después en la zona rural en combate activo contra las fuerzas militares. Fue capturado en La Macarena, Meta, en el 2008 y estuvo preso cuatro años en el Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad y Carcelario de Acacias, Meta.

Illich Leonardo Rojas, reincorporado de las Farc-Ep, se encargó de retratar al exmilitar del Ejército colombiano Henry Becerra.

Durante la realización del corto Palomas Grises, Ilich se encargó de retratar a un representante de la fuerza del Estado, al capitán retirado del Ejército, Henry Becerra Torres, cuyo nombre artístico es maestro Toleddo. El capitán retirado fue condenado en 2013 a 380 meses de prisión porque soldados del Batallón de Apoyo y Sostenimiento para el Combate N° 4 Cacique Yariguies de la Cuarta Brigada, el cual estaba a su cargo, asesinaron el 9 de julio de 2005 a Edgar David Carvajal Arango, desmovilizado de las Farc.

El maestro Toleddo tiene un proyecto personal y artístico llamado Víctimas y reconciliación, una colección de retratos de víctimas que hoy tiene 57 obras, que inició en la cárcel y que hoy continúa vigente. Luego de ser condenado, este capitán retirado del Ejército pasó cinco años en prisión hasta que, en 2018, se acogió a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) que, desde finales de ese año, le concedió la libertad. Él debió retratar a Blanca Nubia Díaz.

 

La fuerza del arte

La obra artística de Jonathan Ortiz, desmovilizado de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), está centrada en el reclutamiento forzado de niños, niñas y adolescentes, un crimen del que él mismo fue víctima.

En diálogo con Hacemos Memoria, Daniel Mateo, el director del cortometraje, afirmó que este ejercicio de producción audiovisual es un ejemplo para lograr la reconciliación a través del arte: “El proceso de la Comisión de la Verdad y la JEP no es tan fácil porque se dicen las verdades y quedan las heridas abiertas, sin embargo, el arte es un vehículo muy simbólico y reflexivo porque ellos, siendo artistas, lo que me contaban era que la manera en que pudieron llenar esas heridas fue a través del arte”.

En el video cada uno usa su técnica, Blanca borda mientras Toleddo usa el óleo y Jonathan el carboncillo. Con las horas surgieron los comentarios de reconciliación como el de Ilich Leonardo Rojas quien confesó su sorpresa por dejarse retratar de un desmovilizado de las AUC: “Estos ejercicios del arte son maravillosos y mágicos porque yo nunca me hubiera dejado, por ejemplo, tomar una foto de un paramilitar como ahorita, pidiéndome el favor y tomándomela con toda la confianza del mundo, y yo decir, claro, tómala. Eso ya es una muestra clara de que el arte nos cura, nos acerca, nos libera de muchos miedos, de muchas ataduras”, dijo en el video.

Esta escena, por ejemplo, impactó a Jonathan Ortiz cuando meses después vio el resultado final del corto, recordó Daniel Mateo: “Él se puso a llorar y le dio bastante nostalgia. Esa parte le remordió el alma a Jonathan porque él se desmovilizó hace mucho, pero hace 20 años ese era su enemigo, ese era el que había que matar y ahora estaba retratándolo […] Él no dimensionaba la fuerza del arte hasta que llegó a Palomas Grises y se dio cuenta de que sí era posible darle un uso al arte para hablar de procesos de reconciliación en el país”.

Yamit Amat consideró que el resultado fue fiel a la idea que se tenía desde un principio: lograr conmover, generar empatía y, además: “Se puede ver que en los participantes hubo una catarsis, hubo una posibilidad de reconocerse mutuamente como seres humanos, que hubo un deshago, se notan distintos. Eso le lleva a uno a pensar que valió la pena”.

Una escena que no quedó en el corto final, pero fue significativa para Daniel Mateo fue cuando el maestro Toleddo le pidió perdón a Blanca Nubia Díaz por las ejecuciones extrajudiciales del Ejército. Otra escena, agregó el realizador, fue cuando Ilich y Jonathan conversaron sobre la forma en que se iniciaron en la guerra, afirmando que ellos también eran víctimas del conflicto. “Decían que si habían llegado allá había sido por engaños, pero al final los dos eran víctimas y que realmente se debían comprender era a través de su humanidad”, contó el director.

En entrevista con Hacemos Memoria, Ilich Leonardo Rojas afirmó que este es un paso para la reconciliación, pero para que se logre debe haber verdad: “Yo he estado en muchos escenarios con oficiales y paramilitares hablando y hay muchos que la tienen clarita, quién financió, quién puso la plata, quiénes son los que se benefician del conflicto en Colombia y ellos dicen: ‘Tiene que conocerse la verdad, que se conozca la verdad del conflicto’”.

Ilich accedió con gusto a participar en el proyecto Palomas Grises porque es un convencido de que en este momento una tarea es la reconciliación: “Indistintamente de dónde vengan, el Ejército, el paramilitarismo, hay gente que ha logrado entender que no se puede seguir en esta mierda, no podemos seguir dándonos plomo, es una estupidez y, además, dándonos plomo entre los mismos de siempre (…). Seguramente dentro de un proceso de reconciliación entre los que combatimos, puede haber un proceso de reconciliación con los que vieron la guerra por la televisión”.

Los cuatro artistas que participaron en el corto intercambiaron contactos y se siguen hablando entre ellos. Y aunque la situación en marzo de 2020 con la llegada de la pandemia por la COVID-19 pausó la continuidad del proyecto Palomas Grises, el propósito es generar más espacios de arte para la reconciliación. El sueño de Daniel Mateo es lograr una galería para que los actores de la guerra y las víctimas expongan y trabajen por la reconciliación.

Palomas Grises merece una segunda parte, esa es la opinión de Yamit Amat. Una más larga y que permita sacar al aire conversaciones que quedaron guardadas en las horas de video de archivo y en la memoria de los participantes. Para Amat este tipo de proyectos de la mano del arte ayudarán a hacer una memoria del conflicto: “Iremos encontrando, en la medida en que las realidades nos lo demuestren, maneras más artísticas y periodísticas de ir dándole voz a la memoria. Con un propósito fundamental de todo esto y es que esa memoria responda a la verdad, porque solo en la medida en que haya verdad se contribuirá a sanar heridas de la guerra y a evitar que nuevas surjan”.

Mateo Bustos sintió que faltaron un indígena, un afro, alguien de la comunidad LGBTI, otros actores que también hacen parte de la historia del conflicto y a los que desea integrar al proceso. Por ahora lo claro es que quieren proyectar este tipo de encuentros artísticos en el futuro y, sobre todo, quieren que el país vea el corto.