La escritora colombiana afirmó que el cruce de diferentes voces y posturas es el que permitirá entender cómo se gestó el conflicto. Y agregó que el desafío de las memorias consiste en transformar el pensamiento colectivo.

 

Por: Comisión de la Verdad

Foto: oficina de comunicaciones de la Facultad de Artes de la Universidad de los Andes

En diálogo con Hablemos de Verdad, la escritora Piedad Bonnettt habló sobre la necesidad de que las memorias del conflicto circulen ampliamente y tengan multiplicidad de voces para lograr una conciencia colectiva que se oponga a la continuidad de un conflicto armado como el que hemos vivido en Colombia. También destacó la labor de Francisco de Roux como presidente de la Comisión de la Verdad.

Hablemos de Verdad es un espacio que amplía las conversaciones necesarias alrededor de la tarea de la Comisión de la Verdad. En este espacio, diferentes voces nacionales hablan sobre lo que espera el país del informe final, las verdades que se necesitan, los retos para construir un relato nacional sobre el conflicto armado y la verdad para otros futuros posibles. Si bien las personas entrevistadas contribuyen a un debate amplio y pluralista, sus respuestas no son reflejo de la posición de la Comisión de la Verdad.

 

¿Para qué una comisión de la verdad?

Es muy importante que no tenga efectos judiciales. La tarea es darles voz a víctimas y victimarios sin que tengan el temor de entrar en un territorio que los atemoriza, como es el de lo judicial. El silencio nunca es bueno, en ningún sentido, menos cuando se trata de ocultar verdades; ni siquiera en el ámbito de lo familiar el silencio es benéfico. Las familias que tienen secretos muy grandes o cosas de las que no hablan pueden acumular penas, rencores. En el mismo sentido pasa en un país: un país que no tiene memoria no va a poder comprender su proceso. Creo que la Comisión es importante porque si se suman muchos relatos se van a encontrar los nudos, las maneras en que se procedió durante un periodo, y eso ya es mucho como esclarecimiento de un momento histórico y como lección para un futuro.

¿Cómo contar eso?

Los relatos, los recuerdos, son construcciones muy personales y desde el presente. Las cosas se reconfiguran en la memoria de una manera especial y responden a unas vibraciones emocionales. El relato siempre estará teñido de una emocionalidad que ese recuerdo trae. Lo que no podemos dejar de transmitir es esa vibración emocional, porque eso es lo que va a conmover al otro. Eso es lo que hacemos los escritores: tratar de no aplanar las cosas y dejarlas en el mero relato, sino infundirles la emoción, no sé si es de la verdad necesariamente, pero sí de lo vivido. Se necesita que las personas que recogen esos testimonios no estén lastradas por tonos académicos, generalizaciones periodísticas o cosas de esa naturaleza, sino que puedan recogerlos de manera que haya una resonancia en el que lo lee, y una conmoción, porque solo a través de la emoción y de la conmoción podemos sentir empatía por el otro. Lo demás va a ser un testimonio frío. Los escritores hacen otras cosas, como hizo García Márquez con la matanza de las bananeras, que es recurrir a unas estrategias narrativas, como lo fantástico, para crear esas mismas emociones, pero a un nivel estético. Son dos territorios que posibilitan la recuperación de la verdad, pero los dos tratan de conservar esa emocionalidad.

¿Y si ya están muy contadas nuestras historias de la guerra?

Es imposible una articulación racional de todos esos relatos. Eso tiene que ser una proliferación de voces, y que juntas vayan desentrañando cosas. Creo que ya el hecho de darle voz a la víctima o al victimario justifica la Comisión: hay una especie de empoderamiento de esa persona que cuenta su relato. Ese empoderamiento es individual, pero cuando se multiplica puede haber un empoderamiento social, en principio grupal, y puede, tal vez, tener repercusiones locales y luego nacionales. El hecho mismo de que la voz exista justifica eso. ¿Para qué más relatos? Porque no es lo mismo el relato de la JEP que el del historiador que recopila para la memoria histórica. Las comisiones de la verdad después de un conflicto en lo que se llama la literatura del daño tienen una justificación siempre: que no se ahoguen esas voces. Las omisiones de unos pueden ser subsanadas por las palabras de otros. Por ejemplo: una mujer que fue violada y no quiere hablar de eso, sino solo mencionarlo. Su silencio también es significativo. Y si hay una multiplicidad de voces, habrá otro que venga a subsanar ese silencio y a iluminar desde otro ángulo. El solo hecho de saber que eso está pasando, que hay una comisión que está tratando de esclarecer la verdad, ya es sano para un país.

¿Cómo incide la forma en que contamos esos relatos en la posibilidad de que no continúe el conflicto armado?

Eso es difícil asegurarlo en un país que parece no haber aprendido ninguna lección. Nosotros ya leímos sobre la violencia de los años 50 y tenemos casi que catalogadas todas las formas de violencia, porque lo hicieron los especialistas. Pero pareciera que, como hay unos odios ancestrales y unas motivaciones muy profundas, esos relatos no lograran cambiar el rumbo de la historia. Lo que pasa es que esa conciencia no debe quitarnos el ímpetu ni el deseo de que esto sea así, lo que sería darnos por vencidos. De todas maneras, somos una sociedad que ha evolucionado mucho. De tanto hablar de la violencia contra las mujeres en los últimos años, los comportamientos están cambiando; de tanto hablar de la necesidad de aceptar la diferencia, hoy podemos tener una persona trans en la alcaldía de Manizales o a Brigitte Baptiste dirigiendo una universidad o manifestándose en un territorio con todo el peso de su conocimiento. ¿Por qué no vamos a pensar que habrá evolución también en lo referente al conflicto armado? Haber hecho conciencia sobre cómo fue la masacre de la UP ha sido una lección para este país; ahora decimos “que no se repitan hechos como ese”. Masacres de indígenas que se dieron cuando los colonos afirmaban impunemente que los indígenas no tenían alma… sobre eso ahora hay sanciones sociales que han incidido en la manera en que vemos hoy a las comunidades indígenas; aunque todavía hay maltrato e inequidad, hay una especie de conciencia colectiva del valor de esas comunidades y ya sabemos muchas cosas de su relación con la naturaleza. La palabra sirve mucho; si no, los escritores desapareceríamos. Es en el entrecruce de voces donde aparecen los grises y podemos entender cómo se gestó el conflicto. Por un lado estará el ganadero, está la versión del campesino que fue desalojado, de la maestra, del que cuando era niño vivió la violencia, del desplazado que llega a la zona urbana, y nos vamos conociendo como país y va apareciendo como una especie de mapa de lo que somos y de las distintas violencias.

¿Qué cree que debe pasar con el informe final?

Lo importante es que eso no se quede encapsulado en unos documentos a los que llegan politólogos, historiadores, sino que sea de verdad un relato que tenga eco colectivo, y creo que en eso los medios podrían ayudar mucho. El buen periodismo. Las memorias de este conflicto deberían circular, para que el pensamiento colectivo realmente tenga una transformación. En Argentina o en Chile cuando uno va al Museo de la Memoria se conmueve profundamente. Uno va a Alemania y ve lo que pasaba en los campos de concentración… yo lloré viendo los dibujos de los niños en Auschwitz… se pintaban ya sin su mamá, sin su papá. Muy doloroso. Hoy sabemos que una gran mayoría del universo no va a permitir que suceda una cosa semejante al nazismo. En Colombia podemos llegar a esa conciencia: no vamos a permitir que haya un conflicto de esas magnitudes.

 


Esta entrevista se publicó originalmente el 29 de agosto de 2020, aquí.