Con una serie de cuadernillos que contienen la historia de 30 víctimas de desaparición forzada, en este municipio del Chocó un grupo de mujeres construye memoria mientras continúa la búsqueda de sus seres queridos.
Por: Pompilio Peña Montoya
Fotos: cortesía Rostros que Caminan
Ochenta casos de personas dadas por desaparecidas en el departamento de Chocó desde los años noventa, ha registrado hasta ahora el misionero claretiano Marcial Gamboa Valencia en sus viajes a esa zona del noroccidente de Colombia. La información está consignada en una serie de cuadernillos en los que los familiares de las víctimas escriben la historia de sus seres queridos. Con esta iniciativa, llamada Rostros que caminan, el misionero y las familias buscan honrar la memoria de las víctimas de desaparición forzada en medio del conflicto.
Rostros que caminan es un proyecto que surgió a finales de 2020 cuando, gracias al apoyo de entidades como el Centro Nacional de Memoria Histórica, Marcial Gamboa y un grupo de víctimas pudieron adquirir los cuadernos en los que empezaron a consignar los recuerdos, las fotografías y las historias de vida de personas desaparecidas en la región.
Hasta el momento, la única mujer registrada en los cuadernillos es Clara Inés Martínez, de quien lo único que conoce con certeza su familia es que la tarde del 5 de marzo de 1997 un grupo de hombres ingresó a su parcela, a orillas del río Chintadó, y se la llevó. Cuando la desaparecieron tenía 21 años y era madre de una niña de cinco años. Veintitrés años después sus familiares la siguen recordando, y hoy lo hacen escribiendo en un cuadernillo que lleva su fotografía. Allí evocan todo cuanto recuerdan de ella: sus anhelos, sus alegrías, sus miedos, sus esperanzas, su trabajo como campesina; sembrando arroz y maíz junto a su pareja e internándose cada tanto en el bosque para extraer madera, una de las principales actividades económicas de la región, junto a la pesca y la ganadería.
La desaparición de Clara Inés, según recordó su hermana Ana Rosalba Martínez, dividió en su momento a la familia a causa del miedo, el asecho de los grupos armados y el afán de conocer una verdad que hoy continua en la sombra, pues este crimen no se lo ha adjudicado ni las Farc ni el bloque Elmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia, que a finales de los años noventa y principios del dos mil se enfrentaron en la zona. Pero ahora, de alguna manera, el cuadernillo convoca a la familia entorno a los recuerdos de esta víctima.
Con el de Clara Inés son 30 cuadernillos los que, bajo la custodia de Marcial Gamboa, hoy recorren selvas, ciénagas, ríos y senderos montañosos, entre Riosucio y el vecino municipio del Carmen del Darién, recopilando y dando a conocer la historia de las personas desaparecidas.
En Riosucio, según datos del Observatorio de Memoria y Conflicto, hay 505 víctimas de desaparición forzada, siendo la población afro la más afectada por este flagelo. En total, en este municipio el Registro Único de Víctimas reporta 24 mil 229 víctimas del conflicto armado, lo que equivale a poco más de la mitad de su población actual, conformada según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) por 48 mil 257 personas, el 70 por ciento de las cuales viven en zona rural.
Un registro fruto de la vocación
Marcial Gamboa ha recibido por años en su parroquia a cientos de personas que requieren ayuda. Conociendo historias de violencia, le llamó la atención la cantidad de feligreses que manifestaron tener a un familiar desaparecido desde hace cinco, diez, quince y hasta más de veinte años; fue por ello que decidió llevar su propio registro de desaparecidos, pidiendo aquí y allá: nombres, edades, circunstancias que envolvieron los hechos y fotos, siendo este último recurso el más difícil de obtener debido a que hace veinte años tomarse una foto era difícil, más aún si se habitaba en zonas de difícil acceso.
“Mi misión es la reconciliación con el otro, entonces desde el anuncio del evangelio he acompañado a la comunidad en su lucha por el territorio, defendiendo economías solidarias e impulsado proyecto con mujeres, jóvenes y niños, trabajando de la mano de aquellas familias afectadas por la violencia; siempre hablando de las realidades de los pueblos y denunciando injusticias”, manifestó Marcial Gamboa acerca de su labor y de la vocación que lo llevó a emprender Rostros que caminan.
El trabajo por los desaparecidos nació en la Asociación del Darién Chocoano Canto a Nuestros Ancestros, que surgió con el apoyo del misionero y que está conformada por nueve mujeres, representantes de familias afrodescendientes que, de una u otra forma, padecieron el conflicto armado. Ellas no solo promueven la memoria de las víctimas de desaparición forzada, sino que también están al tanto de los avances y programas que se han ido gestando para Riosucio desde instituciones como Comité Internacional de la Cruz Roja, la Unidad para las Víctimas, el Centro Nacional de Memoria Histórica y el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición.
Ana Rosalba Martínez, quien hace parte de la asociación, manifestó que poco a poco el proyecto de visibilizar a sus seres desaparecidos ha motivado a otras personas a acercarse a la parroquia de Marcial Gamboa para dar a conocer su caso dentro de un ambiente de confianza en el que la mejor terapia, según ella, ha sido reunirse y desahogar la frustración, no solo por la ausencia de sus seres queridos, sino también por el peso difamador al que muchos desaparecidos fueron expuestos en su calidad de víctimas. “Queremos limpiar sus nombres y además divulgar el hecho de que en Riosucio tenemos desaparecidos y los estamos buscando; pero lo que más pedimos es que los responsables cuenten por qué hicieron lo que hicieron”, manifestó.
Al trabajo emprendido por Marcial Gamboa y la asociación de mujeres, también aportó el Centro Nacional de Memoria Histórica que realizó capacitaciones y entregó recursos para Rostros que caminan. Luz Mary Hincapié, enlace del Centro en Antioquia y Chocó, manifestó que este trabajo de memoria es bien relevante, pues es el primero que se da en Riosucio entorno a personas dadas por desaparecidas en medio de conflicto armado.
Luz Mary contó que ella y su equipo escucharon a las mujeres de la asociación y se dieron a la tarea de apoyarlas, haciendo seguimiento a los procesos de memoria que llevan a cabo y resolviendo sus inquietudes. La funcionaria también destacó el deseo de la asociación de crear, con la ayuda de Marcial Gamboa, una casa de la memoria en Riosucio, para lo cual ya cuentan con materiales de exposición como pendones, imágenes y elementos elaborados por víctimas.
Mientras el sueño de una casa de la memoria se materializa, los cuadernillos siguen su camino, alimentados por la escritura, pasando de mano en mano y recopilando recuerdos, como una memoria viva dispuesta a revelar íntimos recuerdos. “Así, poco a poco, vamos construyendo nuestra memoria, tan olvidada en nuestro municipio”, señaló Ana Rosalba Martínez, quien después de veintitrés años de la desaparición de su hermana Clara Inés, aún no pierde las esperanzas de hallarla, viva o muerta. Solo hasta ese momento, afirmó, podrá desaparecer el peso que la consume por dentro.
Riosucio vive una permanente crisis
Ana Rosalba Martínez recordó que cuando en el municipio se conoció la conformación de la Asociación del Darién Chocoano Canto a Nuestros Ancestros y su iniciativa de memoria, fueron muchos los que, por temor o deseos de sepultar el pasado, en su momento no quisieron participar. Y agregó que la apatía también se debe a que la pobreza y el abandono estatal que vive Riosucio, ha provocado en parte de sus habitantes un desinterés enorme por la institucionalidad, más aún cuando a lo largo del Bajo Atrato y el Urabá las disputas entre grupos al margen de la ley y al servicio del narcotráfico continúan repitiendo la historia de violencia que vivido esta población.
Uno de los acontecimientos del conflicto armado más recordados en este municipio es la toma paramilitar que vivió Riosucio el 20 de diciembre del 1996, cuando hombres en lancha al mando de Freddy Rendón Herrera, alias ‘El Alemán’, comandante del Bloque Élmer Cárdenas de las AUC, raptaron a cuatro personas que luego fueron halladas muertas y con signos de tortura. Entre las víctimas, según registró el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), estaban el alcalde encargado del municipio y un menor de edad. Dos meses después los paramilitares, que buscaban repeler a la guerrilla de las Farc, cometieron otra masacre con ocho víctimas. Por estos hechos, a finales de los años noventa se desplazaron miles de personas, muchas de las cuales nunca regresaron y terminaron asentadas en ciudades costeras como Turbo o Montería. Como en ese entonces, aún hoy, el desplazamiento forzado y la violencia hacen parte de la realidad que vive el municipio.
Amancio Valoyes, líder social de Riosucio, manifestó a Hacemos Memoria que la crisis que vive esta población, ubicada a 380 kilómetros de Quibdó, capital del Chocó, se debe a las tensiones ocasionadas por grupos armados y a la falta de presencia estatal. De hecho, describió, el casco urbano de Riosucio no cuenta con acueducto ni alcantarillado, y se estima que al menos el 80 por ciento de las viviendas son de madera y están sobre pilotes del mismo material para evitar el agua en los meses de inundación.
El líder social también contó que en las primeras dos semanas de febrero del 2021 hubo manifestaciones en el casco urbano en las que participaron al menos 700 habitantes de la cuenca del río Salaquí y de la quebrada La Balsa, quienes denunciaron el riesgo al que están expuestos debido a los continuos enfrentamientos entre el ELN y el Clan del Golfo, así como las amenazas a líderes y la falta de vías e infraestructura educativa y de salud.
En general, dijo Amancio Valoyes, “la situación de Riosucio es grave, comenzando por el hecho de que solo tienen trabajo aquellos que hacen parte de partidos políticos. Además, los colegios están deteriorados y no hay clases por falta de insumos, energía y equipamiento”. Toda esta situación, añadió, obliga a la población a ocuparse del día a día, lo que pone como prioridad la atención de las necesidades básicas y relega la posibilidad de denunciar o de hacer memoria sobre la violencia que atraviesa el municipio. Por eso, este líder destacó el trabajo de la Asociación del Darién Chocoano Canto a Nuestros Ancestros como una iniciativa que se ocupa de las víctimas y la memoria del conflicto armado.