Las sociedades de hoy padecen de un momento punitivo en el que el castigo, que se ofrece como solución a la delincuencia, es un grave problema. Una multitud que se lanza enfurecida a amputar la mano de un joven acusado de hurto es una triste muestra.

 

Opinión por Esteban Tavera – Hacemos Memoria

La noticia sobre la multitud que le amputó la mano a un joven en el oriente de Cali,  a quien  acusaban de robar bicicletas, me sorprendió justo mientras leía Castigar: una pasión contemporánea, de Didier Fassin (2018), un libro que propone una profunda reflexión filosófica e histórica sobre el vínculo que tienen nuestras sociedades con la práctica del castigo. Vi la noticia y algunos videos sobre lo que pasó con ese joven de 26 años y luego de eso no pude dejar de pensar en una frase del antropólogo y sociólogo francés que dice: “considerado como protección de la sociedad del crimen, el castigo aparece con frecuencia como lo que la amenaza” (p. 13).

Entonces me pregunté por aquella gente que, lanzada en sus ansias de venganza o de alguna suerte de deseo de restauración del orden, fue capaz de cortarle la mano a una persona que suplicaba piedad. ¿Será que, en otras circunstancias, habrían actuado de la misma forma? ¿Se les habrá pasado por la cabeza en algún momento que lo que hacían era una tortura, una acción mucho peor que el presunto robo del cual se acusaba al joven? ¿De dónde vienen los discursos que validan y promueven esta forma de actuar? ¿Por qué hay en nuestra sociedad un impulso tan fuerte por castigar, incluso en formas aberrantes?

Fassin dice en su prólogo que vivimos en la época del castigo. En América Latina, según los datos del World Prission Brieff, citados en el libro, durante las últimas cuatro décadas la población carcelaria se ha multiplicado de forma escandalosa. “En cuarenta años, aumentó el 185% en Argentina, el 200% en Chile, el 400% en México y el 1900% en Brasil”, detalla el autor. En Colombia, según las estadísticas de la Corporación Excelencia en la Justicia, entre 2007 y 2020 la tasa de encarcelamiento pasó de 144.3 a 218.2 personas privadas de la libertad por cada cien mil habitantes. Es decir, mientras en 2007 Colombia tenía encarceladas a 61.543 personas, en 2020 ya eran 109.913.

Según Fassin, semejante incremento en el castigo privativo de la libertad no se agota en el aumento de la demografía en los países, ni en un supuesto incremento de los índices de criminalidad, pues, concluye el autor, en el último medio siglo hay un retroceso continuo en las formas más preocupantes de criminalidad, empezado por los homicidios e incluyendo a las formas más graves de la violencia.

Las estadísticas del Banco Mundial refuerzan este argumento cuando muestran que en 1993 la tasa de homicidios intencionales por cada cien mil habitantes en el mundo era de 7,388, mientas que en 2018 era de 5,78.

                                                                                                                             Fuente: Banco Mundial.

Para hablar del caso colombiano, tomando como referencia el homicidio, que es uno de los delitos que mayor impacto genera en la población, según los datos de la Policía Nacional de Colombia, en 2010 en el país se presentaron 15.013 casos, en 2015 fueron 12.460 y en 2020 se registraron 12.018. Esto demuestra que, al menos en este delito, no solo hay una disminución de los casos, sino que además hay un descenso en el número de registros.

De manera que más allá del escalamiento de la criminalidad, el incremento en el número de encarcelamientos y castigos físicos a presuntos delincuentes puede explicarse a partir de un apego por la punición y la venganza, el cual excede el límite del Derecho Penal y se instala en el campo mediático. En esto pienso cuando veo el video de la amputación de la mano del joven en Cali, así como los cientos de videos que circulan semanalmente en grupos de Whatsapp y páginas de Twitter o Instagram, en los que se ve a ciudadanos del común ejerciendo violencia física en contra de personas acusadas de haber cometido un delito, que casi siempre es hurto; un ataque en contra de la propiedad privada.

Para que existan sociedades en las que el primer recurso de solución de conflictos sea acudir a los castigos legales, ilegales y subterráneos, tiene que existir una mentalidad punitivista que se forma por fuera del rango de acción del Derecho Penal. De esto habla el criminólogo y juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Eugenio Raúl Zaffaroni, quien ha acuñado el término criminología mediática, para señalar los discursos criminalizantes que se crean y/o se publicitan en los medios de comunicación.

Zaffaroni dice que no es cierto que las discusiones sobre qué castigar y cómo hacerlo sean exclusivas de los centros de pensamiento antropológico, médico, jurídico, ni que se agoten en los espacios de debate que abren los poderes legislativos al momento de modificar un código penal o de crear nuevos delitos; sino que existe un complejo bosque de saberes y corporaciones que promueven discursos en los que se dice a quiénes hay que castigar, cuándo hay que hacerlo y de qué maneras.

Muchos de estos discursos surgieron en una época determinada, ganaron enorme prestigio entre las autoridades encargadas de regular el crimen y hoy, aunque no sean tan visibles o quizá hasta se hayan reformulado, siguen gobernando las decisiones y los pensamientos en este campo. Ejemplos de esto son los postulados de Jacobo Passavanti (1302-1357) y Anfonso Tostado (1400-1455), dos demonólogos que cimentaron los criterios de la inquisición; o los desarrollos Johann Wier (1515-1588), un médicos que confeccionó tenebrosos argumentos que sirvieron para perseguir a miles de mujeres acusadas de ser brujas; o los Cesare Lombroso (1836-1909), cuyas investigaciones con personas privadas de la libertad lo llevaron a escribir que hay personas que nacen sin que en el seno materno se haya completado el ciclo evolutivo, lo cual las hace delincuentes natos.

En la actualidad, como lo dice Zaffaroni (2017), los pensamientos de estas corporaciones científicas o académicas han venido a ser reforzados, reformulados y potenciados en los medios de comunicación. Es allí en donde se proponen los cambios para endurecer la normativa penal, también donde se hacen perfiles criminales y se ilustra sobre a quiénes hay que vigilar y castigar en cada coyuntura.

“Existe una criminología mediática que poco tiene que ver con la académica. Podría decirse que en paralelo a las palabras de la academia, hay otra que responde a una creación de la realidad a través de la información, subinformación y desinformación mediática en convergencia con prejuicios y creencias, que se basa en una etiología criminal simplista asentada en una causalidad mágica”, dice Zaffaroni (2017, p. 365).

Ese proceso de criminalización que despliegan muchos de los grandes medios de comunicación, o que despliegan actores políticos a través de esas pantallas, reduce el mundo a un espacio en el que habitan unas personas decentes que se ven enfrentadas a una masa de criminales, que es identificada a través de estereotipos de clase, género, raza, nacionalidad y edad.

Para retratar lo que describe Zaffaroni, bastaría con sentarse a mirar las ediciones de algunos noticieros televisivos en Colombia. Durante horas nos muestran una tras otra las cámaras de seguridad que registraron un hurto, una riña callejera o un homicidio. Nos construyen un país en el que los ciudadanos de bien están a merced de unos delincuentes para quienes la justicia nunca opera y ante quienes los cuerpos de policía no dan abasto.

Sobre este último asunto, el docente y periodista colombiano Omar Rincón escribió una columna titulada “La Policía TV: los medios / El otro lado”, publicada en El Tiempo el 26 de enero de 2020. En ella, Rincón dijo que “los noticieros de televisión en Colombia, sobre todo ‘Caracol Noticias’, son los noticieros de la Policía Nacional de Colombia. Las imágenes que vemos son las de las cámaras de seguridad de la Policía. Los muertos, robos, riñas, venganzas, sangre, muertes, accidentes que vemos como LA noticia, son producidos y generados por la Policía. Además, los que hablan y explican son policías”.

En muchos de esos contenidos periodísticos se obvian los contextos, las explicaciones a un crimen o las reales dimensiones en que estos suceden. Al ser justamente los policías las fuentes que narran y explican cada caso, se abusa de categorías como delincuente, vándalo, bandido, despojando de cualquier rasgo de humanidad a las personas señaladas.

Posiblemente, muchos de los que conformaron la turba que amputó la mano de este joven en Cali son consumidores de este tipo de noticieros o de alguno de los muchos perfiles que, en redes sociales, se dedican a propagar discursos vindicativos frente a quienes cometen delitos o, peor aún, son señalados de cometerlos. Sólo es posible imaginar una escena como la que protagonizó esa multitud en una sociedad en la que los discursos que transitan por los grandes medios de comunicación construyen todo un entorno que valida, promueve y hasta aplaude esa actitud. La acción vengativa en contra de alguien que presuntamente ha cometido un delito solo es posible en sociedades en las que diariamente se construye un enemigo contra el que todo vale porque ni la cárcel es suficiente. Así pasa, por ejemplo, cada vez que hay un debate sobre ladrones de celulares o violadores de niños en un noticiero.

Así pues, son claras las consecuencias de propagar en los medios un discurso que separa a la sociedad entre buenos y malos, entre delincuentes natos y personas de bien. Con cada argumento que se expone en los medios de comunicación a favor de las políticas de “manos dura” contra el crimen, y con cada apelación a la indignación y no a la razón, ante un delito, se agrega un peldaño a esa pasión por castigar con la que viven muchos ciudadanos hoy día, por lo que, como dice Fassin, “el castigo devino en el problema”. La multitud que se abalanza contra un joven para amputarle su mano es una triste muestra de esto.

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


Referencias:

Fassin, D. (2018). Castigar: una pasión contemporánea. Trad. Antonio Oviedo. 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.

Zaffaroni, E. (2017) La palabra de los muertos. Conferencias de criminología cautelar. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ediar.

Rincón, O. (enero de 2020). La Policía TV: los medios / El otro lado. El Tiempo. Disponible en: https://www.eltiempo.com/cultura/cine-y-tv/la-policia-tv-los-medios-columna-de-omar-rincon-455234