Los relatos sobre el conflicto y el desplazamiento que narran los desplazados asentados en el barrio Moravia de Medellín, son recuperados por el artista plástico John Mario Cárdenas, quien además se interesa en rescatar las recetas tradicionales que aprendieron las personas en aquellos lugares de donde fueron expulsadas. El lienzo para sus dibujos son las ollas que trajeron los desplazados cuando sufrieron el desarraigo.

 

Por Camilo Castañeda

John Mario Cárdenas Zuluaga encontró la inspiración cuando era estudiante de artes plásticas en la Universidad de Antioquia. Como vivía en Castilla, noroccidente Medellín, y muchas veces no tenía dinero para el pasaje, debía caminar desde su casa hasta la Universidad. En el trayecto pasaba por Moravia, un asentamiento poblado por personas desplazadas a causa del conflicto en diferentes zonas de Colombia. Recorriendo las calles de este barrio el artista escuchó los relatos del desarraigo y un día, decido a darle forma a su obra, comenzó a entrar en las cocinas de algunas viviendas para recuperar las memorias de sus habitantes y grabarlas en ollas.

Las fachadas de ladrillos naranjas, las viviendas construidas con tablas y latas, las tejas grises de zinc, y otras imágenes que componen el paisaje de Moravia, son recurrentes en la obra de este artista que recrea la realidad de un país con más de 7 millones 993 víctimas de desplazamiento forzado, según datos del Registro Único de Víctimas de Colombia.

Con su arte, dice John Mario, además de mostrar las memorias de estas víctimas ayuda a tejer relaciones sociales y a sanar las heridas abiertas del pasado. Su obra fue exhibida hasta mediados de diciembre en el Centro Cultural de Moravia, en una exposición que se tituló Gastrografía.

 

Mario, ¿hace cuánto tiempo empezó esta experimentación con objetos cotidianos?

Tratando de pasar del asunto del lápiz y el papel, y llevarlo a intervenir objetos propios del espacio y del ambiente, y de  jugar con otras cosas que no son elementos hechos para el arte, llevo experimentando más o menos unos ocho años. Lo he hecho con muchas cosas, sin abandonar los elementos del arte, pero lo que he tratado es de aprovechar los elementos propios del paisaje informal.

¿Qué lo llevó a esa experimentación?

Muchas veces cuando venía a la universidad, por falta de recursos, me venía y me volvía caminando a la casa. Yo vivía en Castilla y estudiaba en la Universidad de Antioquia y siempre me tocaba pasar por el puente del Mico y este lugar linda con Moravia. Allí veía esos espacios tan llenos de un montón de necesidades, pero que mostraban una gran cantidad de colores que para mi lo hacen hermoso. ¡Cómo se ven en un una mañana soleada estos espacios! Sacan toda la ropa a los balcones: un naranjado al lado de un azul, del jean, una camisa amarilla, al fondo una lata roja. Entonces, es todo un contraste, el café del óxido, la lámina que brilla por el sol. Son una cantidad de componentes que si los miramos en el estadio del arte es una riqueza impresionante.

¿Y al fenómeno del desplazamiento forzado por qué te acercas?

Me di cuenta, a través de conocer un poco la historia de nuestro pueblo, que el fenómeno del desplazamiento, como dice Maria Teresa Uribe, es algo transversal en la historia del pueblo colombiano y es algo que continúa, porque en nuestra historia parece que la guerra no está terminando.

¿En qué barrios y zonas de la ciudad trabajas con esta temática de las ollas?

Han sido varios espacios, no solamente Moravia. También, arriba en Altos de la Torre, el Pacífico, es como la zona centro oriental, incluso en mi barrio, Castilla, he encontrado casitas que hacen parte de ese paisaje que me llama la atención, más que cualquier otra cosa, porque he pintado otros paisajes… la figura humana. En estos trabajos nunca he metido la figura humana, muchas veces siento que estas personas no quieren ser visibilizadas porque son señaladas, estigmatizadas.

¿Cómo es el trabajo con cada persona que te encuentras para que te ofrezcan su olla? ¿Es la misma que llevaban cuando salieron desplazados?

En la actualidad hago unos recorridos en Moravia con personas del sector El Oasis, donde recientemente hubo un incendio. Este lugar es el que se observa entre las estaciones Caribe y Tricentenario del Metro. Realizo las visitas con un líder del centro cultural de Moravia para rescatar inicialmente las recetas culinarias de donde ellos vienen y, así, tratar de crear un vínculo social y familiar para poder estar con ellos, hablar, conocernos y a partir de esa cercanía proponer el cambio: decirle a la persona que esa olla me parece importante y cuál es mi propuesta plástica, y que se la cambio por una olla nueva. Que el objetivo final es que podamos visibilizar ese objeto con una intervención artística y, luego, mirar cómo esa olla ha ido cambiando, cómo adquiere una memoria y cómo establecemos con ella un vínculo, porque el fin no es simplemente transformarla, sino hacer representaciones: en una olla se puede alimentar; donde hay una familia alimentada hay una familia tranquila y feliz.

De alguna manera, es también hacer que estas personas se sientan importantes en una ciudad que al principio no las reconoció. Entonces, visibilizar los problemas asociados a esto, es mostrar que ellos llegaron y se apropiaron del espacio, es como generar una esperanza para ellos.

¿Dirías que tu obra habla de inclusión social?

Sí. La Universidad me enseñó que el arte no es simplemente el hacer, el estado actual del arte es un asunto de socializar. ‘Bacano’ la persona que está encerrada pintando, pero el arte de hoy es mostrar que a través de la sensibilidad, que permite expresar el arte, podemos mejorar la manera vivir y aportar a la solución de los problemas que nos presentan cada día.

¿Hay un compromiso con estas personas y con la sociedad misma?

Sí, incluso desde lo económico. Yo trato de que cada que se vende una obra, parte de ese dinero se destine a comprar ollas nuevas, para poder intercambiar con ellos. Y desde lo personal y social es poder ayudar a esas personas a que tengan un momento diferente y se devuelvan de ese espacio, no físico sino mental, a esos lugares en los que sufrieron una tragedia pero, sobre todo, a momentos en los que fueron felices, y esto lo intento desde el reconocimiento de lo que era su comida.

¿Cómo es la reacción con estas personas cuando te dan la olla y luego la ven intervenida?

La verdad se sienten alegres. Muchos no pensaban que ese objeto, ya casi en desuso y que podía ser desechado por el desgaste, tuviera un sentido simbólico, entonces les parece bonito. Es como ver parte del desarraigo a través de ese objeto y, lo más importante, es aportar a una especie de sanación. El arte puede servir como sanación, a mi me pasó con la muerte de mi madre cuando hice un performance. Es un poco lo que quiero, que desdibujen ese dolor del pasado y que se centren en las pocas cosas buenas que traen como todo el asunto de su comida.

¿Para dónde va esta obra?

Lo poco que avizoro en el panorama es poder lograr que estas personas, a partir de recordar la memoria de unas comidas, en unos mismos barrios, se vuelvan amigas, que reconozcan sus recetas, se reconozcan como vecinas del mismo territorio, y traer eso a un espacio donde se pueda exponer para que otras personas lo miren y se produzca una interacción con habitantes de otros sectores y barrios que han sufrido lo mismo.

Frente al tema de que el objeto de cotidiano se convierta en arte ¿Qué te han dicho?

La verdad se han creado varias sensaciones, hay gente que me dice que eso es simplemente pasar un dibujo de un papel a una olla. Yo les respondo que se quedan cortos en la apreciación porque esta olla no es un objeto común y corriente, tiene mucho uso y ha estado mucho tiempo con esta familia, que ha pasado por momentos de sufrimiento, que es un objeto que habla del desplazamiento y trato de rescatarla como objeto que habla de una vivencia de esas familias, que tuvieron que dejar un montón de cosas y aquí están vulnerables y llenos de necesidades. La gente fue despojada, de sus tierras, de sus animales; entonces, para mi no es simplemente un soporte sino un objeto cargado de memoria. Yo respeto y trato de aprovechar esa memoria con una expresión artística que amplifica su mensaje.

¿Y los dibujos tienen que ver con su historia?

No necesariamente, porque hay historias que me cuentan y a partir de las palabras se puede hacer cierta imagen, pero uno no logra plasmar completamente su historia. Yo creo además que ellos no se sentirían muy halagados si les muestran el espacio donde ellos viven, porque la casa es el reflejo del alma y la casa tiene sus particularidad, vos entrás a la casa de alguien y sabés más o menos como es su personalidad, y estas personas, que son tan vulnerables, no quieren que los descubran porque esa no es su personalidad, no quieren que los descifren, porque ese no es su espacio.