La película “El silencio de los fusiles” narra los detalles del proceso de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc. Natalia Orozco, su directora, habla de la realización de una producción que caminó junto a las negociaciones y fue testigo de sus más profundas intimidades.

Por Elizabeth Otálvaro
Imágenes tomadas del trailer del documental “El silencio de los fusiles”

“Señor Iván Márquez soy una periodista independiente. Quiero hablar con usted, dígame si me van a atender o no porque no tengo mucha plata y no me puedo quedar muchos días”; palabras más, palabras menos, ese fue el texto con el que Natalia Orozco se la jugó para acercarse a las Farc cuando los diálogos en La Habana parecían apenas una alucinación. En la nota escrita a mano que la reportera independiente y sin acreditación le entregó a la guerrillera Camila Cienfuegos estaba toda la ilusión de contar, al mejor estilo de documentalistas como el chileno Patricio Guzmán, la historia de la paz que para fines del 2012 el país comenzaba a escuchar.

La trayectoria periodística de Natalia Orozco había estado marcada por otras guerras, guerras lejanas. Para el 2012 ya conocía de primera mano, como corresponsal y realizadora audiovisual, la crudeza de los casos en Siria, Egipto y Libia, también había sido encargada de cubrir la extradición de narcotraficantes a Estados Unidos y el juicio de Simón Trinidad en Washington; ahora, era el momento de regresar a su país y contar la historia íntima de un capítulo inédito en Colombia: el de cómo los fusiles se silenciaron, al menos el de los pertenecientes a una de las guerrillas más viejas del mundo, con una historia de más de 50 años de lucha armada.

Así, El silencio de los fusiles es el nombre de la película de la paz que Natalia Orozco dirigió durante cuatro años. Con una suma de 25 viajes a La Habana, la periodista antioqueña pudo escudriñar los detalles del proceso de paz que ningún otro medio de comunicación conoció y que el público podrá ver a partir del 20 de julio, día en el que será estrenado el documental de dos horas de duración. En él no escatima en contar los vaivenes del proceso y se da a la tarea de pasar por diferentes momentos, como los silencios y rostros de tristeza de los guerrilleros cuando recuerdan el bombardeo en el que muere Alfonso Cano, así como por las sonrisas cuando sus delegados vuelven a los campamentos con una firma de paz bajo sus brazos. También, y en un esfuerzo por alcanzar un prudente equilibrio periodístico, su obra se convierte en la reunión de las voces protagónicas del proceso: víctimas, negociadores y guerrilleros.

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“Yo tenía muy claro que durante el primer año tenía que acercarme a las Farc y fuera de eso demostrar una cosa que para ellos era importante y era que yo no iba a filtrar información ni a los militares ni al Gobierno, ellos me tiraban bombas, primicias, que cualquier periodista hubiera querido contar, pero yo tenía muy claro que estaba haciendo una película que espero le sirva a las próximas generaciones para saber qué fue lo que pasó en estos cuatro años, entonces, de alguna manera, yo tenía el reto de mantener la confianza, conservando la distancia y el sentido crítico con ellos”, dice Orozco al recordar la ruta que siguió con cada una de las partes de la mesa.

Natalia se describe como todo lo que las Farc podrían despreciar: una mujer joven de clase social privilegiada y reconocida por su trabajo en RCN, medio para el que fue corresponsal y “al que ellos le pegaron sus buenos dos bombazos”, como bien lo recuerda. Aun así, bastaron tres días encerrada en una vecindad de La Habana para recibir la llamada que le daría la puerta de entrada a las Farc, eso sí, luego vino un año de explicaciones a los negociadores de la guerrilla para que comprendieran que su esfuerzo superaría la entrevista plana y sosa, pues, contrariamente, les dijo “yo quiero saber ustedes quiénes son, quiero verlos respirando, quiero verlos peleando…”. Y después, vino un esfuerzo nada inferior: acercarse a los negociadores del gobierno y obtener su aprobación.

“La primera persona a la que intenté aproximarme fue Sergio Jaramillo. Cuando me acerqué a él me encontré una respuesta muy fría e incluso muy dolorosa: a las Farc la han cubierto por mucho tiempo hombres. Cuando comencé a tener una puerta abierta con las Farc, unos periodistas crearon un rumor: dijeron que yo estaba allá casi seduciendo comandantes, lo que me pareció profundamente ofensivo”, cuenta Orozco para explicar el detrás de cámaras de su trabajo de investigación, al relato agrega: “Finalmente, pienso que la verdad se cae por su propio peso, me fueron conociendo, se dieron cuenta cómo era mi trabajo… Estaba desesperada porque no tenía acceso al Gobierno. Le dije a Rodrigo Pardo que me acercara a Humberto de la Calle y paradójicamente lo que no había logrado con el Gobierno durante casi dos años, de la Calle lo entendió en 5 minutos y me dijo: ‘Cuando comenzamos a grabar’”.

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Este trabajo periodístico no solo es producto de la obstinación. La directora señala que además de su familia y amigos, cuando su trabajo independiente había avanzado, recibió el apoyo económico del canal franco-alemán ARTE y de RCN TV, además de una empresa privada antioqueña, de la cual pidió la reserva de su nombre. Lo cierto es que con el mismo carácter con el que Natalia dice haber enfrentado a los comandantes de las Farc y a los negociadores del Gobierno, rechazó la financiación completa por parte de una sola persona que se ofreció a poner todo el capital necesario para su producción, “yo tenía muy claro que esta película no podía ser financiada totalmente por ninguna persona del país que por una u otra razón tenga intereses en esta guerra o en esta paz”, dice.

Los dilemas éticos y periodísticos se convirtieron en el pan de cada día de Natalia. Sus decisiones no podían traicionar sus principios ni traicionar la promesa que le había hecho al país de contar desde adentro el proceso de paz. En compañía de su equipo de trabajo, el cual estaba conformado por talentos como el del montajista Etienne Boussac –quien trabajó en películas como El Abrazo de la serpiente y La mujer del animal–, decidió narrar en primera persona esta historia para, así, decirle al espectador: “esto no es como fue el proceso de paz, esto es como lo viví yo y esto es lo más honesto que puedo hacer”.

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Se trató de una lección de tolerancia y humanidad, sin duda. En medio de la realización del documental, Natalia Orozco perdió a su mejor amigo, el documentalista Alejandro Cock, quien hizo las primeras imágenes de El silencio de los fusiles. Así como ella tuvo que asumir la ausencia, comprendió que quienes estaban en La Habana sacrificaban su vida personal por un fin mayor, fue ahí donde descubrió la empatía que la acercaba a personajes como Humberto de la Calle o Pablo Catatumbo. “Que los soldados y los guerrilleros eran enemigos es una idea creada por intereses que ni siquiera los benefician a ellos”, fue entonces una de esas verdades que Natalia confirmó con su trabajo de inmersión.

“Si yo hiciera lo que hubiera querido estaría grabando lo que para mí es el fin de la guerra, la imagen de todos esos chicos transitando a las Zonas Veredales”. Y aunque este es el deseo más genuino de Natalia, ella tuvo que ponerle fin a su película; terminó cuando los fusiles se silenciaron. No obstante, la paz no está completa y necesita historias que sigan poniendo cara a cara y en el mismo escenario a quienes durante muchas generaciones se han visto como antagonistas, tal como El silencio de los fusiles lo logró al inaugurar el Festival Internacional de Cine de Cartagena cuando los aplausos para Natalia y su equipo vinieron de igual modo de su lado izquierdo, donde se encontraba sentado Humberto de la Calle, como de su lado derecho, en el que estaba sentado el comandante Pastor Alape.