Para Esteban Vanegas, más que tomar fotos como un “operario de cámara” el fotógrafo debe formar una mirada propia de su sensibilidad, especialmente si le interesa abordar el conflicto.

Por: Karen Parrado Beltrán & Laura García Giraldo*
Ilustraciones: Karen Parrado Beltrán

Jueves, 4 de noviembre de 2010. Esteban Vanegas salió de la redacción a cubrir un homicidio en el barrio El Limonar, de San Antonio de Prado, y se encontró un enfrentamiento entre los dos combos dominantes de la zona. Llegó justo cuando un niño corría para salvar su vida en medio de la balacera. “Es el único niño que he visto cómo lo asesinan; normalmente, yo llegaba cuando las personas ya estaban muertas”, recuerda.

Esteban era el fotógrafo del periódico Q’hubo de Medellín, famoso por ser uno de los primeros medios en llegar a los escenarios violentos de la ciudad. Hizo ráfagas de fotos mientras sonaban los tiros en esa calle. “Nos quedamos resguardados en el carro, pero yo haciendo fotos, y en una de esas vi que un niño de 13 años, después me enteré de que esa era su edad, salió corriendo a esconderse en una tienda que estaba cerrada y dos tipos que iban detrás lo alcanzaron y le dieron seis disparos en la cabeza”.

Llevaba tres años capturando y archivando en la retina las imágenes diarias del crimen en la ciudad. Al día siguiente, Violento jueves fue el titular de la primera página del Q’hubo con la foto del niño asesinado. En la portada se veía la mano del niño y a su lado el casquillo de una de las balas que lo mataron; un delgado hilo de sangre se deslizaba en el pavimento. “Era ver cómo se estaba perdiendo toda una generación destruida en una guerra absurda por el control de plazas de vicio y por las rentas ilegales en general”, dice Vanegas.

Pronto, cada esquina de Medellín le empezó a recordar algún homicidio que había fotografiado. La ciudad se le convirtió en una herida. “Me puse a hacer cuentas y pasé de los cuatro mil quinientos muertos que vi en tres años y medio”, recuerda. En 2013 abandonó su plaza en el Q’hubo y trabajó en la transformación del área de fotografía de El Colombiano. “Imagínese lo que le hace a la cabeza de uno ver todos los días homicidios y hablar con las familias y sentir su dolor”, comenta.

Agúzate que te están mirando

Durante sus años de trabajo en Q’hubo, Esteban estuvo retenido por unas horas en una tanqueta del Esmad en medio de una marcha del Día del Trabajo, secuestrado en una tienda por el combo de un barrio y atribulado por un sueño que le visitaba todas las noches en el que su mamá era asesinada. La cabeza le disparaba las imágenes que él le arrancaba a la ciudad.

Uno de los trabajos que más recuerda es el que hizo con el Grupo Élite de la Policía, en 2012, a quienes acompañó en sus patrullajes durante seis meses. Allí logró establecer una relación de confianza para observar y retratar lo que sucedía en medio del trabajo policial, especialmente lo que pasaba en los enfrentamientos contra el grupo armado La Agonía de la Comuna 13. 20 días después de publicar una serie fotos sobre esos patrullajes, Esteban tuvo que tomar las fotos del sepelio de tres oficiales asesinados en esa comuna.

“Esas fotos impactaron un montón porque eran fotos de policías uniformados llorando de una forma impresionante encima del ataúd de sus compañeros”, recuerda. La foto, titulada Impotencia, llanto y dolor, ganó el Premio de Periodismo Semana 2013 a mejor fotografía publicada en prensa escrita o internet.

Después de darse un respiro en otros proyectos, siempre relacionados con la imagen, Esteban volvió a El Colombiano donde ahora es editor de fotografía, una figura sui generis en Colombia porque es poco comprendida en su quehacer y casi inexistente en los otros medios nacionales. Si bien la imagen ha estado presente en periódicos, noticieros y documentales siempre ha sido vista como la evidencia de la realidad de un país contado por cronistas y reporteros de guerra y pocas veces es comprendida como un relato autónomo. Ver era necesario para creer aquello que de otra manera no habría sido posible dimensionar.

Para Vanegas, comunicador social-periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana, más que tomar fotos como un “operario de cámara” el fotógrafo debe formar una mirada propia de su sensibilidad, especialmente si le interesa abordar el conflicto. “Creo que en esta ciudad es muy necesaria la fotografía de tinta roja y muy necesaria la fotografía del instante de esta escuela clásica que documentó esto. Es clave rescatarla, aunque no digo que la sigamos haciendo exactamente igual”.

*Este artículo fue publicado originalmente en la edición 96 del periódico De la Urbe.