Hace 10 años Federico Ríos empezó a fotografiar la vida al interior de las FARC. Hizo fotos de este grupo armado cuando era la guerrilla más longeva del continente.

Por: Karen Parrado Beltrán & Laura García Giraldo*
Ilustraciones: Karen Parrado Beltrán

Sábado, 18 de mayo de 2019. Un almuerzo familiar con fríjoles fue interrumpido por la llamada del jefe de Federico Ríos desde Nueva York. La voz en el teléfono le avisaba que aparecía en una fotografía tuiteada por la congresista María Fernanda Cabal. En la imagen Ríos está montado en una moto conducida por un integrante de las FARC, también aparecía un primer plano de Nicholas Casey, el jefe de The New York Times (NYT) para los Andes.

La congresista publicó esa composición digital para “demostrar” que Casey había estado “de gira con las FARC en la selva”. Cabal, al parecer, no sabía que el hombre de la moto era Ríos y no el periodista estadounidense. Horas antes, el NYT había publicado “Las órdenes de letalidad del ejército colombiano ponen en riesgo a los civiles, según oficiales”, un artículo escrito por Casey, en el cual denunciaba la posible reinvención de los “falsos positivos” por una directriz del Ejército.

La fotografía había sido tomada tres años antes, en 2016, cuando Ríos hacía un reportaje con Casey en un campamento de las FARC, e incluso estaba publicada en sus propias redes sociales. “Una persona que no conoce no se hace ese scroll hasta allá buscando esa foto en mi Instagram para cogerla y confundirla aleatoriamente con Nicholas Casey”, dice Ríos.

El impacto mediático de esa imagen hizo que el fotoperiodista saliera del país una temporada de acuerdo a la recomendación del NYT, el medio que ha proyectado su trabajo por latitudes donde el conflicto colombiano era poco más que un cuento salvaje. “¿Qué voy a hacer? Pues cuidarme el pellejo, pero no es una tipa a la cual voy a enfrentar legal ni públicamente”, dice casi un mes después del incidente, de vuelta en Colombia y sentado en el estudio de su casa en Medellín.

Un testigo de mirada obstinada

Hace 10 años Federico Ríos empezó a fotografiar la vida al interior de las FARC. Hizo fotos de este grupo armado cuando era la guerrilla más longeva del continente, pero también cuando se convirtieron en el partido político más nuevo de Colombia y había muchas dudas sobre la implementación del acuerdo de paz. En 2018, fotografió a un grupo de milicianos disidentes en el Nudo del Paramillo para un reportaje del NYT.

“Cuando publicamos ese artículo pisamos muchos callos porque las FARC no querían reconocer que había disidencias, el gobierno saliente tampoco quería reconocer que esa era una situación que los confrontaba, y el gobierno entrante no quería reconocer todo lo que estaba pasando. Hubo mucha gente incómoda”, señala Ríos.

Después de lograr ingresar por primera vez a un campamento de las FARC, en 2010, Ríos visitó varios de ellos en las montañas más profundas del territorio nacional. Su trabajo reúne lo que él denomina un “ejercicio notarial” o un registro visual dispuesto a capturar la diversidad de un fragmento de la historia de Colombia: “Una fotografía que está proponiendo, no solo haciendo un domicilio” por encargo de algún medio de comunicación.

“El fotógrafo no solo es testigo, es autor. Ahí es donde yo siento que hay que ponerse esa ruana”, dice sobre su obstinación por convertirse en el creador de un relato visual incómodo para el discurso público. “Desde siempre mi trabajo ha sido atacado, cuestionado y yo creo que eso le pasa con frecuencia a los autores”, comenta. El amplio trabajo fotoperiodístico de Ríos se ha convertido en un conjunto documental sobre las FARC. En muchos casos descubrió facetas reveladoras de la vida más íntima de este grupo armado. Además, como autor, su obra expone otra óptica sobre lo que el país imaginaba como un enemigo de una sola cara.

“Lo jodido es que nos pintaron a las FARC como los asesinos y secuestradores. Yo no tenía un preconcepto de las FARC y sabía que no podía llegar con él. Lo que me encontré fue una cosa muy diversa, unos tipos que luchaban por unos ideales, que ayudaban a la comunidad de algunas maneras y que también usaban los métodos armados: minas antipersonales, ataques sorpresa, guerra de guerrillas, pero eso es un entramado de una complejidad absurda. ¿Qué hice? Pues documentarlos”.

En la relación de confianza con las FARC, Ríos siempre fue enfático sobre el lugar de su trabajo. Es periodista, no publicista. “Son un grupo armado al margen de la ley, no son las hermanitas de la caridad”, dice. Acopló su mirada a verlos como seres humanos en dinámica de conflicto, recorriendo con ellos los escondites de una democracia violenta, a la que él con su cámara quiso fotografiar como parte de un manojo de evidencias sobre uno de los bandos violentos, el que menos caras tenía fotografiadas.

*Este artículo fue publicado originalmente en la edición 96 del periódico De la Urbe.