Antioquia es uno de los departamentos de Colombia que le dio más votos al No en el plebiscito del 2 de octubre. Es, dicen aquí, el corazón del uribismo y fue la zona de mayor influencia del caído jefe paramilitar Carlos Castaño. También es la tierra de Pablo Escobar y de Don Berna, los últimos grandes capos de las drogas. En esta región están algunas de las claves para entender el resultado del plebiscito. Estas son sus pequeñas historias.
Por Pie de Página
Fotografía Natalia Natera
1. Imaginarios de Paz
Lo bello del exvoto es que te permite pensar en el otro: Julissa Palacios.
Foto: Ana Cristina Ramos
El color marca las figuras, pero no las rellena. Ilustra en amarillos, naranjas, rosas y azules a 10 personas, la mitad a la sombra de la lluvia, y la mitad sonriendo bajo el sol. Bajo las figuras se lee: “Gracias Dios por ayudarme a recordar cada día que el ser humano es lo más importante y que todos somos iguales aunque a algunos se les olvide”.
Es el exvoto de Julissa Palacios, una joven afrocolombiana que vive en la Comuna 8 de Medellín. Desplazada por el conflicto armado, como 7 millones de colombianos, desde hace dos años trabaja en el Museo Casa de la Memoria, donde anhela ayudar en el proceso de sanación.
Para Julissa, perdonar no es olvidar.
Habla de Imaginarios de Paz, un proyecto que inició como una serie de talleres en la comunidades para ayudar a las víctimas a expresarse y confrontar la violencia que viven en sus barrios, pero que también abrió una puerta al perdón, pues algunos guerrilleros que se encuentran en proceso de reinserción se sumaron al proyecto, contaron sus historias y, en este ejercicio compartido, víctimas y victimarios caminaron unos en los zapatos de los otros.
Después de compartir su experiencia, cada participante realiza la primera parte de su exvoto: una plegaria o agradecimiento que toma forma en el arte. En las ilustraciones se ven familias, ojos, entornos, conceptos de tiempo y paz que se transformaran en piezas de arcilla.
Es lunes 26 de octubre. Falta una semana para el plebiscito en el que los colombianos definirán si refrendan o no los Acuerdos de Paz de la Habana. En este espacio palpita la esperanza. (Ana Cristina Ramos)
2. La firma
Que nadie dude que vamos hacia la política sin armas. Preparémonos todos para desarmar las mentes y los corazones (…) Nosotros vamos a cumplir y esperamos que el gobierno cumpla: Rodrigo Londoño, conocido con el alias de ‘Timoleón Jiménez’, jefe de las Farc.
Es 26 de septiembre de 2016 y el mundo tiene los ojos en la caribeña ciudad de Cartagena. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, convocó a 13 jefes de estado y 2 mil 500 invitados a atestiguar la firma del Acuerdo de 297 páginas que concentra más de cuatro años de negociaciones con las Farc para el cese al fuego. Es apenas el primer paso para el fin de la guerra más prolongada del planeta.
El líder guerrillero Rodrigo Londoño, más conocido como Timochenko, se encarga de aclararlo en un discurso de 30 minutos en el que cita a Gabriel García Márquez; recuerda a sus predecesores (Manuel Marulanda, Jacobo Arenas y Alfonso Cano); agradece el apoyo de Cuba, del reino de Noruega, la ONU y la Cruz Roja y los presidentes de Venezuela y Chile (con mención especial al fallecido Hugo Chávez); reafirma sus ideas políticas (“paz con justicia social”); y hace votos por que palestinos e israelitas y otros países en guerra encuentren el mismo camino. Luego pide perdón: “En nombre de las Farc ofrezco sinceramente perdón a todas las víctimas del conflicto por todo el dolor que hayamos podido causar en esta guerra (…) Bienvenida esta segunda oportunidad sobre la tierra”.
El presidente Santos, por su parte, cita líneas del himno colombiano, saluda a las víctimas, agradece a los jefes de estado, al rey de España, a la comunidad internacional, al equipo de negociadores –que se lleva una ovación-, a las autoridades “civiles, militares y ecleasiásticas”, a Dios y a Gabo, “el gran ausente”. “Hay una guerra menos en el mundo”, insiste, antes de rendir homenaje a los “héroes” de las fuerzas armadas y hacer una mea culpa, pues aclara que él, desde el Ministerio de la Defensa, combatió y golpeó a los guerrilleros “cuando la dinámica de la guerra lo requirió”. Ahora, entre lágrimas, les da la “bienvenida a la democracia” y defiende su pacto de paz, que es “imperfecto”, pero “el mejor posible”. Ya encarrerado, manda un mensaje de cierre de campaña por el SÍ: “los colombianos escogerán el próximo domingo entre el sufrimiento del pasado y la esperanza del futuro”.
A 600 kilómetros al sur, en Medellín, los del SÍ se concentran afuera del Teatro Pablo Tobón para ver la transmisión en vivo. En la glorieta de la vida, donde se ubica el cuartel general de los movimientos que apoyan los acuerdos, hay fiesta y esperanza. Parece que la paz es inevitable.
Pero cuando uno sale de esta burbuja, se topa con la realidad: Medellín votará no. Lo confirma cada taxista y cada trabajador con el que platicamos. El no es liderado por el expresidente y senador Álvaro Uribe, el mayor opositor al acuerdo de paz, al considerar que se otorga impunidad a guerrilleros culpables de crímenes de lesa humanidad. Su rivalidad política con Santos ha transformado el plebiscito en un concurso de popularidad entre él y su exministro de Defensa.
Hay sin embargo muchos otros actores involucrados en la decisión que tomará la ciudad más innovadora del mundo. Los pastores evangélicos y sacerdotes los católicos, por ejemplo, que en contra del Papa Francisco -quien en un último intento por equilibrar el voto religioso, prometió visitar Colombia en el 2017, si hay paz- satanizaron los acuerdos y a los votantes del SÍ “por amenazar valores familiares” al incluir la diversidad. (Ana Cristina Ramos y Daniela Pastrana)
3. La rebelión de los jóvenes
Colombia es un país de muchos ejércitos que defienden intereses muy distintos: Robinson Úsuga.
A Robinson lo despertaron las balas de los militares y de la policía nacional. Balas y balas que creía que iban a entrar en su casa y que lo obligaron a esconderse debajo de la cama. Era la madrugada del 21 de mayo de 2002. Desde que las milicias urbanas se instalaron en su barrio, a finales de la década de los ochenta, era la primera vez que en Medellín había un operativo de esa magnitud. Robinson supo después que en el gobierno le llamaron Operación Mariscal. El joven lo recuerda desde una loma, donde se puede ver prácticamente toda la Comuna 13, y el Barrio San Javier, donde ese día, la gente que no podía salir a sus trabajos se subió a las azoteas de sus casas con unos trapos blancos. “Gritaban: ¡Ya no más!, ¡ya no más!, pero las balas siguieron. Era el estreno de la política de seguridad democrática de Álvaro Uribe”, dice.
Robinson dejó el barrio días antes del siguiente operativo: la Operación Orión, que comenzó el 16 de octubre de ese mismo año. Aún hoy, 16 años después, se desconoce el número de desapariciones forzadas.
Entre las bajas está el seminarista Elkin de Jesús Ramírez, quien rodó por un barranco y era tanta la bala que su hermano no pudo acercarse a recoger el cuerpo. Esa historia fue la primera reconstrucción periodística que hizo Robinson, creador de “Lluvia de Orión”, un proyecto que busca la construcción de la memoria a través de videos animados, cómics y talleres para niños y jóvenes del barrio.
Al otro lado de la ciudad, en otro de los barrios populares a los que ha “beneficiado” el metrocable (que por estos días estamos estrenando en la ciudad de México), otro grupo de jóvenes busca construir tejido social en Bello Oriente con expresiones culturales y huertas autosostenibles. La Fundación Social Paloma, y el trabajo de estos jóvenes que crearon el colectivo audiovisual de Señales de Humo, ha permitido que las familias rurales desplazadas por el conflicto que llegaron a vivir a la Comuna Nororiental de Medellín se sientan más cerca de sus veredas. John Edwin Garzón, integrante del colectivo, vivió de niño la guerra de combos (pandillas) que no permitía que los de una calle fueran a la escuela que estaba en la otra calle. Ahora, dice, eso ha cambiado, por el pacto del fusil (acuerdo entre grupos criminales para dividirse territorios), pero en su lugar estos grupos tienen el control de la canasta básica. “Es el cartel del huevo”, dice entre bromas.
En Medellín, los universitarios juegan su rol y trabajan por los acuerdos de paz. Porque, resume Robinson: “Los jóvenes tienen mucho que ver en la garantía de no repetición”. (Daniela Pastrana y Ana Cristina Ramos)
4. Las mujeres que perdonan
La esperanza me ha ayudado a perdonar y perdonar me ha sanado: María Roa.
María Roa conoció el rencor a los 13 años, cuando la guerrilla asesinó a su hermana mayor en la sala de su casa mientras los niños jugaban. El atentado estaba dirigido a su hermano, que había decidido ser policía y estaba recién graduado.
Al asesinato les siguió la huida de su comunidad en el corregimiento de Apartadó, al norte de Antioquia. La sentencia de muerte siguió a su familia a cada lugar que llegaba.
María llegó a los 20 años a la ciudad de Medellín, un enorme monstruo rojo que le atemorizaba y confundía, y donde encontró otro tipo de violencia, más silenciosa y discreta: el racismo. Ahora, a los 40 años, María lidera la Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico, un sindicato que lucha por los derechos laborales de miles de mujeres, en su mayoría negras, en su mayoría desplazadas, que trabajan en el servicio de limpieza del país. Desde ahí, hace campaña por el SÍ.
“Para mí, la paz significa la posibilidad de que mi hija vaya a la universidad, que crea que puede llegar a ser lo que quiera. Eso me ha permitido dejar atrás el rencor”, dice.
Lo mismo piensan Marta Rosa Jiménez y Margarita Restrepo, integrantes del grupo Mujeres Caminando por la Verdad.
A Marta, la violencia ya le mató dos hijos y uno más está desaparecido. Pero el proceso con el cual perdonó a los victimarios le ha permitido mirar hacia el futuro: “Yo con ese rencor no le estoy haciendo nada al otro, yo soy la que vivo enferma, amargada, angustiada. No soy capaz de salir adelante, porque siempre aquí va a estar la rabia. Y no… Eso me enfermaba a mí”, dice.
A Margarita, la Operación Orión le arrebató a su hija, Carol Vanesa. Desde la calle donde vive, en el Barrio San Javier, se alcanza a ver un trozo de cerro verde mordido, como si le faltara un pedazo. Es La Escombrera, un predio usado como vertedero, donde las madres sospechan que hay muchas personas desaparecidas. Es, dicen, el escenario perfecto para una fosa clandestina: por las noches los paramilitares tiran los cuerpos, y por las mañanas, los escombros entierran las huellas.
En 2015, las Mujeres Caminando por la Verdad lograron que el Estado iniciara los trabajos para buscar restos de personas en La Escombrera. Pero aún no encuentran a sus hijos.
“De una guerra completa, es mejor una paz incompleta. Porque uno como víctima no quiere que vuelva a pasar lo que le pasó a uno”, dice Margarita. (Ximena Natera y Arturo Contreras Camero)
5. La fiesta del periodismo hace votos por la paz
El hijo y el marido me regañan porque lloro. Me dicen que deje el pasado. Pero uno no sabe si votar una cosa o la otra. (Los guerrilleros) hicieron cosas muy malas. O que se lleven al hijo a la fuerza y si la madre llora la matan. ¿Eso no es terrible?: mujer de Apartadó.
Este año, el Festival Gabo coincide en fechas con el plebiscito. El ánimo de los periodistas -colombianos y extranjeros-, que se encuentran en la gran fiesta del periodismo latinoamericano está con el SÍ. Jorge Cardona, reconocido como el mejor editor colombiano, es el primero en hacer mención al Acuerdo de Paz. Pero más claramente lo dice en su discurso de aceptación del premio a la excelencia el salvadoreño Carlos Dada, fundador de El Faro: “El Faro fue fundado por exiliados que nos fuimos siendo pequeños y regresamos al país después de la guerra. Quizá movidos por nuestra propia experiencia, vemos hoy, aquí, un momento extraordinario que abre la oportunidad de mirar hacia un futuro en paz y feliz (…) Ese trabajo comenzará mañana. Primero habremos de ser testigos de honor en el referéndum del domingo, en el que nos gustaría que se impongan la cordura y la nobleza. Hacemos votos por el encuentro de los colombianos de buena voluntad. Por eso hoy, si nos permiten el atrevimiento, queremos cerrar este discurso aplaudiendo a ustedes, queridos colombianos, por su anhelada paz”. (Daniela Pastrana)
6. El voto del miedo
«El No ha sido la campaña más barata y más efectiva de la historia«: Juan Carlos Velez gerente de la campaña del No
“Estamos hablando de Paz y gastando un montón de plata en la campaña y esos pobres niños de la Guajira muriendo. ¿De qué paz estamos hablando? Si el acuerdo es una cosa tan buena, ¿por qué están en campaña?”
Habla Mercedes Valoyes, y se refiere a la campaña que hasta el último momento, incluso el día del plebiscito, hacen los integrantes del partido de la U (el partido de Santos) en la cabecera de Apartadó. Mercedes forma parte del sindicato que lidera María Roa por los derechos de las trabajadoras domésticas. Pero aunque su gremio apoya el Sí ella va a votar por el No.
En esta zona se oye de todo tipo de rumores: que los finqueros le dijeron a sus trabajadores que deben votar por el No. Que le han ofrecido a la gente más pobre 100 mil pesos (unos 35 dólares) para votar por el SÍ. Que ya viene la crisis como la de Venezuela.
En todo caso, lo que queda claro es el que No es un voto de vergüenza. “Somos los malos. Los que no queremos la paz, según dicen los buenos”, me dice con ironía un taxista antes de hacer el recuento de las atrocidades de las Farc.
Mercedes ha perdido dos esposos en el conflicto. Muestra en su brazo derecho la huella de una bala que ella misma recibió. Está convencida de que, así como están, los acuerdos solo darán más impunidad a las guerrillas. “Me entristece que vaya a ganar el SÍ y pase algo que vaya a dañar más la vida de mis hijos y nietos”. (Daniela Pastrana)
7. El festival del banano
Es muy maluco que hayan dividido al país (Santos y Uribe), como cuando se mataban liberales y conservadores por un trapo azul y otro rojo. La paz la podemos firmar usted y yo pero ¿y del hambre de la gente, quien se encarga?: hotelero de Apartadó que fue desplazado por el conflicto.
A pesar de que hay 35 mil hectáreas bananeras en Apartadó, aquí se comen bolejas, es decir, los plátanos que no tiene calidad de exportación y que luciría mal en los aparadores de, por ejemplo, una tienda de Kansas. Pero aquí, en Urabá, con los remanentes se hace una abundante variedad de recetas gastronómicas: desde el patacón pisado, el banano pasa, el choco banano, bizcochos de banano, buñuelos de banano, aborrajados de banano, entre otros. Más de 20 mil empleados recogen y empacan las pencas. La mayoría de los trabajadores vive en el barrio Obrero, un lugar de negros descalzos que en la década de los años 90 protagonizó varias masacres por la disputa territorial entre dos guerrillas: las Farc y el Ejército Popular de Liberación (EPL), un movimiento guerrillero de carácter marxista que se desmovilizó y quedó insertado en la vida política, reutilizando las siglas y cambiando el significado a Esperanza Paz y Libertad.
La masacre más famosa, y por la que ahora las Farc han venido a pedir perdón, fue la de 35 personas que estaban en una fiesta en una finca arrocera conocida como La Chinita. Eso fue el 23 de enero de 1994, cuando las Farc acusaban al EPL de traidores. Hoy, más de 20 años después, los desmovilizados del EPL hacen campaña por el SÍ.
“Hay que saber aprender de los errores y corregirlos. ¿El NO que nos da? ¡Nada!”, cuestionan los integrantes de la Junta de Acción Comunal.
Mientras recorremos las calles del Obrero, cuentan que las plantaciones que alguna vez fueron de la United Fruit Company ahora son explotadas por Uniban, Banacol y Del Monte. La gente en Apartadó se prepara para la fiesta del banano que es en noviembre. Con el SÍ o con el NO, aquí seguirá con su rigurosa dieta de banano. (José Ignacio de Alba)
8. Banderas blancas
La guerra es un negocio muy grande: Brigida González.
Tres cosas llaman la atención de San José de Apartadó: la cantidad de soldados que cuidan la votación, la cantidad de banderas blancas que ondean en las casas, y la cantidad de niños que juegan. Ah, y la cantidad de caballos, todos con sillas iguales y muy bien peinaditos. Esta es una vereda donde la gente no parece muy dispuesta a hablar. Y donde solo los militares parecen respetar la Ley Seca establecida para las votaciones.
A menos de un kilómetro de aquí está Sanjosecito, como le dicen los lugareños al pueblo que el 23 de marzo de 1997 se declaró Comunidad de Paz, neutral frente al conflicto. Es inevitable ver este lugar y no pensar en los caracoles zapatistas de la selva de Chiapas.
La Comunidad de Paz acordó no participar en el plebiscito, así que este 2 de octubre solo están unos cuantos viejos y niños. Los demás se fueron a una reunión porque les han dicho que los paramilitares están acechando.
“Lo que vemos es que le faltó al acuerdo el desmonte del paramilitarismo, porque esos van a seguir, como han seguido después de la supuesta desmovilización. Ya no va a ser ahora la guerrilla su objetivo, sino las organizaciones sociales”, dice María Brígida González, una de las fundadoras de la comunidad y a la que le interrumpimos una película de Pedro Infante. (Daniela Pastrana)
9. La votación
La desaparición es algo tan duro que se le queda la fotocopia en el alma para siempre: Marta Rosa Jiménez.
“Los colombianos que han dicho NO al acuerdo de paz con las Farc son los que tampoco han comido mierda”, opina Juan Camilo Osorio, estudiante de filosofía en la Universidad de Caldas, departamento donde el 57 por ciento de su población votante rechazó la propuesta.
Pero, ¿qué significa comer mierda en este país? Algunas respuestas se consiguen en la Comuna 13. “Estos barrios llegaron a ser señalados por el gobierno como tierra de milicias urbanas, que si bien robaban autobuses con carga de licor o comida, también ayudaban a los más pobres de acá”, dice Marta Rosa Jiménez, madre de nueve hijos, a dos de ellos los asesinaron hace una década, mientras que un tercero, John Alejandro, desapareció cuando tenía 15 años. Es uno de los 45 mil desaparecidos que el conflicto armado de Colombia ha dejado en el último medio siglo, según cifras de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas.
Con todo, Marta votó por el SÍ.
En su rostro asediado por arrugas y ojeras de años de insomnio, se vislumbra algo más que un perdón con resignación, sino con consciencia: “Yo no perdono para que me llegue la justicia, sino para que esto ya no me vuelva a pasar a mí ni a nadie más”. (Miguel León Carmona)
10. Los abstencionistas
¿Usted come carne?”: una de las preguntas que le han hecho a una mujer, víctima de un carro bomba de la guerrilla y a la que, en 20 años, el Estado no le ha reparado los daños porque no es de las más necesitadas.
Domingo 2 de octubre. Día de plebiscito y de metro gratuito en todas las líneas. A las 10 de la mañana, los centros comerciales tienen un mínimo movimiento. No todas las personas de esta ciudad -la segunda de mayor importancia en este país -, piensan votar. Muchos prefieren permanecer en sus trabajos o asistir al mercado «de pulgas». Entre ellos están los empleados de mi hotel. Dicen que si van trabajarán medio día y su paga será solo por dos horas.
Al mediodía el calor aprieta. En la estación Estadio del metro se escucha un gran barullo. Viene de las personas dedicadas a la vendimia tratando de convencer a todo aquel que se cruza en su camino de una compra. Lo mismo se vende una paleta de hielo que un souvenir paisa.
El Estadio, en cambio, muestra lo que en unas horas confirmará la Registraduría Nacional: dos terceras partes de los votantes no fueron a votar. (Paulina Ríos)
11. El llanto
Lo único que ese man quería era estar al centro: grito anónimo en el Teatro Pablo Tobón Uribe cuando aparece en la pantalla el rostro de Álvaro Uribe.
5:08 de la tarde. En su boletín número 12, la Registraduría reporta que, con 98.45 por ciento de las mesas contabilizadas, el NO tiene 50.22 por ciento de la votación. El resultado es irreversible.
En la plazuela que rodea al Teatro Pablo Tobón Uribe, cientos de personas vestidas de blanco se miran unas a otras. Están en shock. La batucada que se había instalado junto a un pequeño escenario, montado desde la mañana, está muda. La gente habla en voz baja. Los abrazos y murmullos son discretos. Una mujer de cabello cano sostiene en sus brazos a una niña de no más de cinco años mientras llora en silencio y la pequeña la acompaña con sus lágrimas, sin entender.
Poco a poco, el silencio es reemplazado por preguntas: ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Ahora qué? Los músicos retoman los tambores y las flautas. Dos mujeres jóvenes, vestidas con faldas largas y flores bailan al ritmo del golpeteo y convierten la desgracia en baile.
“Es una cosa muy dura”, dice una estudiante. “Pero también creo que obtuvimos un aprendizaje y es que nos falta una reconciliación entre los colombianos, ya el camino está hecho entre dos actores que se confrontaron por 50 años, nos falta a nosotros recorrer ese proceso, escucharnos”. (Ximena Natera)
12. El coraje
Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta los límites de la realidad: Cien Años de Soledad.
Foto: Daniela Pastrana
“Los que votaron por el NO, no conocen la guerra, no entienden nada”, repite una y otra vez el hombre, que en un momento parece que va romper algo y al otro parece que va a llorar. Es un hombre joven, informado, que apenas se entera del origen de su interlocutora lanza una condena:
“Ya verán cómo les va a ir ustedes (en México) también de mal con esto, (el resultado del plebiscito) por todo el narco que va a seguir pasando”.
Vamos rumbo a Turbó, el puerto de embarques del Golfo de Urabá y de la Cuenca del Atrato, la última salida a la Serranía del Darién y paso obligado a Panamá.
En media hora, el taxista cuenta su historia de desplazamiento forzado en Santa Fe de Antioquia, en el Occidente antioqueño.
“Mire, aquí había una enfermedad que era la guerrilla y los paramilitares la quitaron, ¿cómo? matando a los que eran y a los que no… La guerrilla en esta zona ha sido una plaga. Dice que lo que hace es para proteger al pueblo, pero no hace nada para protegerlo. Y luego los paracos también, dicen que están para defender al pueblo de la guerrilla y tampoco, solo protegen sus intereses. Por mí que se lleven a todos al Congreso, a los guerrilleros, a los paras, que los hagan políticos y así todos felices. Porque aquí nadie ha ayudado al pueblo”.
Más tranquilo, enfila sus baterías al expresidente Uribe y al presidente Santos: “El viejo Uribe se pasó, atizó el fogón. Pero Santos… como no va a enojarse uno, si montaron al burro sin cogerlo, Santos se sobró haciendo shows y huevonadas y acá está el resultado”.
Antes de llegar a Turbó, donde la gente parece muy poco interesada en el plebiscito, nos detiene un retén de la policía. “Es por lo del narco, ¿ve? Es que por allá en Turbó si está muy maluco todo”. (Daniela Pastrana)
13. Los soldados
Escucho a los que dijeron no. Y escucho a los que dijeron sí. Todos sin excepción quieren la paz: Presidente Juan Manuel Santos, en sus primeras declaraciones después del resultado del plebiscito.
Foto: Daniela Pastrana
Apenas trascendió el resultado del plebiscito se encendieron las alarmas en el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, quien ante la inesperada derrota, ordenó reclutar a exmilitares. Sólo en Medellín fueron llamados mil 500, cuenta un jefe de las fuerzas castrenses retirado.
Según su versión, varios jefes fueron acuartelados esa misma noche para instruir a militares que fueron reclutados, a pesar de que algunos habían sido despedidos en años anteriores. Desvelado e irritado por esa decisión, el militar dice que lo que más le molesta es la mala estrategia que adoptó el equipo del presidente, que provocó que la gente votara en contra del Acuerdo de Paz.
Ahora, los ex militares que se desempeñaban en cargos públicos o administrativos deberán reincorporarse a las fuerzas castrenses. Y varios de ellos, como el entrevistado, contra de su voluntad. (Pedro Matías)
14. El muñón
De allá en el escritorio no piensan en los campesinos. Uno sabe que no va a haber paz, pero son 7 mil fusiles que se quedan parados y regresan con sus familias: Luis Fernando Pamplona.
Adolfo dice que la marca de la guerra la lleva en el brazo izquierdo, mejor dicho, en el muñón de lo que era su brazo. La extremidad morena, inútil, sostiene con la axila un par de papeles de la cuenta por pagar del servicio del agua. El hombre, narra a detalle cómo perdió el brazo: estaba sentado en la calle cuando un coche bomba explotó, la lumbrera lo cegó y despavorido se echó a correr. “Me chorreaba la sangre como cuando se desangran las reses”. Eso fue en 2004. Adolfo tenía poco más de 60 años y no pudo avanzar más de 200 metros; sus piernas dejaron de aguantar el peso del cuerpo y se desvaneció bajo un árbol de mango. Lo llevaron a curar a Medellín, a unas 4 horas del municipio de San Carlos, donde platicamos. El día del atentado guerrillero, frente al parque principal de San Carlos murieron 3 personas y hubo más de 30 heridos.
Los cochebombas y las minas personales han dejado en Colombia miles de personas mutiladas. Entre 2008 y 2015 se han destruido en esta región mil 685 artefactos explosivos, dice Fernando Pamplona, responsable del programa de desminado, exhumación y plan de retorno de la zona. San Carlos es el tercer municipio más minado del país. En la época del conflicto, de 28 mil sancarlitanos que había quedaron 4 mil. Y el parque tiene un memorial con los nombres de cientos de víctimas. A pesar de todo, aquí perdió la votación el Acuerdo de Paz.
Adolfo dice que ya perdonó, piensa que las guerras son inútiles. Por eso, dice votó por el No.
-¿Oiga, pero no era al revés?
-No –insite. Es No a la guerra.
En la confusión, el viejo no termina de darse cuenta de su error, pero luce satisfecho con su voto. En Colombia hay 800 mil personas analfabetas. El presidente Juan Manuel Santos declaró al iniciar una campaña de alfabetización en el país que los lugares con más analfabetas “coinciden con las zonas donde ha estado más presente el conflicto”. Aunque, según los análisis, en la mayoría de los lugares donde ha sido más duro el conflicto ganó el SÍ. (José Ignacio De Alba)
15. Nunca más
¿Justicia es meter a unas personas a la cárcel? ¡Eso no es justicia! Yo veo justicia en que hagan obras, trabajo social, que devuelvan un poquito a las comunidades que afectaron: Gloria Quintero.
“Papi hace nueve años partiste del mundo, malditos sean los que te separaron de mí. Pero quiero que sepas que siempre te llevaré en mi corazón. Cuando te mataron mi mamá me contó que tenía seis meses de embarazo de mí, nunca te pude conocer. Ahora te quiero conocer, te extraño. Los que te separaron de mí fueron los de la guerra. Todo no se paga con la vida de las personas, si estás disgustado con alguien: pídele perdón. Y ahora le pido a Dios que esta guerra y las tales Águilas Negras (paramilitares) que dijo un vecino que eran tan malas que nunca vengan a mi pueblito de Granada. Atentamente Soraya, la hija que nunca pudiste conocer”.
El mensaje de Soraya se puede leer en una de las bitácoras de los asesinados que la Asociación de Víctimas (Asovida) ha construido en este pequeño pueblo del Oriente antioqueño, a dos horas de Medellín. En el Salón del Nunca Más se han encargado de recolectar la memoria de 400 asesinatos y desapariciones cometidos Granada durante el conflicto. Aquí, los visitantes escriben a los muertos, en muchos casos son familiares.
– ¿Por qué es importante revivir los hechos dolorosos e incluso construir un museo?
-Nosotros somos las voces de esas personas que el conflicto silenció, también es una forma de dignificarlos, responde Gloria Quintero.
Desde 2000, cuando un carro bomba destruyó el centro del poblado, los granadinos se reúnen a marchar el primer viernes de cada mes. Encienden velas y caminan por la calle principal – la misma donde hace casi 16 años fue detonado el segundo carro bomba con más explosivos en la historia de Colombia- los niños entusiasmados se arrebatan las pancartas, se queman con la cera y caminan en un calmoso río de luz. (José Ignacio De Alba)