En junio de 1991 el capo Pablo Escobar aceptó entregarse a la justicia colombiana bajo la condición de no ser extraditado. En Lluvia de Orión recordaron el polémico papel de mediador que cumplió el padre Rafael García Herreros, quien empleó la televisión para enviar mensajes halagadores al narcotraficante.

 

Por: Róbinson Úsuga Henao – Lluvia de Orión

El padre Rafael García Herreros tenía un don: sabía tocarles el corazón a los ricos y poderosos. Uno de ellos fue el mismísimo Pablo Escobar Gaviria, el mafioso colombiano que lideró el Cartel de Medellín.

En 1950 y a la edad de 41 años, el cura Rafael García Herreros creó un programa radial llamado el Minuto de Dios, que un lustro después pasó a la televisión. Consistía en sesenta segundos de oración en vivo y en directo, para que los colombianos se conectaran con Dios antes de que empezara la procesión de trágicas noticias que emitían los noticieros de las siete de la noche.

Y lo más trágico que sucedía en Colombia en 1991 era la guerra que Pablo Escobar libraba contra el Estado colombiano. Extermino de jueces, políticos, agentes de la policía y de quienquiera que osara plantarles cara a los carteles de la droga. Explosiones de carros bomba en edificios públicos, guarniciones militares, hoteles y locales comerciales. Secuestro de periodistas y personalidades de la política. Masacres en los barrios populares de Medellín. Tal era el panorama a nivel nacional.

Pero Escobar también estaba agotado. Había perdido a cientos de hombres y se quejaba de que sus parientes eran perseguidos y atropellados por las autoridades. Aun así, no daba su brazo a torcer. En su guerra contra el establecimiento había secuestrado a los periodistas Francisco Santos Calderón y Maruja Pachón.

El esposo de esta última, Alberto Villamizar, buscó hacer contactos para su liberación, pero más allá de eso, quería que Pablo Escobar hiciera las paces con el país. Era un clamor nacional. Villamizar se reunió con la familia Ochoa, antiguos socios de Escobar y co-fundadores del Cartel, y con abogados del capo. La situación era tensa en todo el país. Había muertos de todos los bandos y Pablo Escobar era un hombre bien esquivo. En aquel momento el Estado desconfiaba de él, tanto como él desconfiaba del Estado. Buscaban que él se entregara voluntariamente mientras que él temía a la sombra de la extradición. Prefería una tumba en Colombia que una cárcel en los Estados Unidos.

Tras las conversaciones con los Ochoa y los abogados, Alberto Villamizar comprendió que urgía la ayuda de un emisario que fuera neutral, querido y carismático. Ese emisario debía facilitar los acertamientos y ambientar entre la opinión pública la negociación del capo con el gobierno nacional.

Para entonces el padre García Herreros era un hombre venerado en Colombia. Además de sus oraciones diarias televisadas, desde 1961 había creado el Banquete del Millón, un evento de élite que servía en la recaudación de fondos para ayudar a familias pobres con vivienda y educación. «El presidente de turno encabezaba la selecta gama de asistentes que tomaban, tras pagar una suma millonaria, una simple porción de caldo, servida por las reinas de belleza de Colombia. Con ese dinero García Herreros construyó viviendas para mucha gente humilde en más de 20 ciudades y pueblos. Además, en Bogotá hizo un barrio completo, con casas, teatros, bibliotecas, salones comunales y centros de recreación», cuenta el periodista Luis Cañón Moreno en el libro El patrón, vida y muerte de Pablo Escobar.

Cuando supo de la delicada misión que por los designios del país se le encomendaba, el líder religioso aceptó sin remilgos. Pero no sería fácil. Entonces desarrolló una estrategia de enviar mensajes cifrados desde su programa de televisión. Así, los colombianos que estaban sentados frente a la pantalla la noche del 19 de abril de 1991, recordarían por mucho tiempo la primera y enigmática oración que el padre García Herreros realizaría en su programa El minuto de Dios. Estaba dirigida al mar.

«¡Oh, marl ¡Oh, inmenso mar! ¡Oh, solitario mar, que lo sabes todo! Quiero preguntarte unas cosas, contéstame. Tú que guardas los secretos, quisiera hacer un gran instituto de rehabilitación de sicarios en Medellín. Háblame, tú que guardas los secretos, quisiera hablar con Pablo Escobar, a la orilla del mar, aquí mismo, sentados los dos en esta playa… Me han dicho que quiere entregarse, Me han dicho que quiere hablar conmigo. ¡Oh, mar! ¡Oh, mar de Coveñas a las cinco de la tarde, cuando el sol está cayendo! ¿Qué debo hacer? Me dicen que él está cansado de su vida y con su bregar, y no puedo contárselo a nadie, mi secreto. Sin embargo, me está ahogando interiormente…

¡Oh, mar!».

La plegaria generó confusión entre la opinión pública y surgieron rumores de que el padre octogenario se estaba volviendo loco. Mientras tanto, el sacerdote buscaba otras conexiones. Al día siguiente de su misteriosa oración, viajó a Medellín para reunirse con Fabio Ochoa Restrepo, el patriarca de los Ochoa. Con él visitó a sus tres hijos (Jorge Luis, Fabio y Juan David Ochoa), por entonces recluidos en la cárcel de Itagüí, y allí, en el mismo penal, escribió con su pulso y grafía una carta en la que no sería necesario especificar el destinatario:

«Cárcel de Itagüí, 19 de abril de 1991.

Te deseo que estés bien. El objetivo de esta carta es pedirte que busquemos juntos el camino de pacificar a Colombia. Quiero decirte que estoy dispuesto a ayudarte para llegar a este fin. Igualmente quiero servirte de garante para que te respeten todos tus derechos y los de tu familia y amigos.

Te ruego tengas una actitud de perdón, aunque estés muy lastimado. Te ruego que aproveches mi buena voluntad, pero no me pidas cosas que el Gobierno por más buena voluntad que tenga no te puede conceder. Si crees que podemos encontramos en alguna parte, dímelo. Recibe mis saludos cariñosos.

Rafael García Herreros».

Cinco días después, Escobar respondía la misiva:

«24 de abril de 1991.

Padre, yo confío en usted… Le envío un saludo muy especial. Aprovecho para agradecerle inmensamente su mensaje de paz… Yo también estoy dispuesto a ayudar y a sacrificarme por el bien de mi familia y de mi pueblo. Que el Presidente sepa que la paz con nosotros es mucho más fácil que Io que la gente cree; no estamos pidiendo nada que viole la Constitución o que atente contra la ley. Yo no estoy pidiendo el indulto…»

Escobar confiaba en que la figura de la extradición estaba a punto de caerse en la Asamblea Nacional Constituyente por medio de la cual se redactaría una nueva Constitución Política. Y eso favorecía los acercamientos con el padre García Herreros, con quien se reunió días después en una de las fincas del capo. Para entonces, Escobar era el hombre más buscado del planeta, y por eso el país entero se sorprendía de que el anciano sacerdote pudiera acercarse a él y sobrevivir a los ejércitos de sicarios que lo custodiaban.

Más sorprendente aún es que la vivienda donde celebraron el encuentro a comienzos de junio de 1991 estaba ubicada en zona rural del municipio de Envigado, en el sur del Valle de Aburrá, una región plagada de puestos de policía y batallones militares. El sitio tenía todo el esplendor y la comodidad de las propiedades de los narcos, con jardines colgantes, licores costosos, pinturas en las paredes y un circuito cerrado de televisión que el capo utilizaba para vigilar cualquier movimiento al interior de sus poderosos esquemas de seguridad. Allí el cura reiteró su llamado en tono suplicante: «No podemos seguir en Colombia con esta agonía», dijo. Escobar aceptó la invitación. Se entregaría. Pero con una retahíla de condiciones que el país conocería después.

 

¿Cuáles fueron las condiciones de Pablo Escobar para entregarse en 1991?

Antes de despedirse, el padre preguntó por la salud de los periodistas que Pablo tenía secuestrados y pidió por su liberación. El capo aceptó con una sonrisa y solicitó una bendición. Los guardaespaldas de Pablo también fueron bendecidos.

Aquellos secuestros, los de los periodistas Maruja Pachón y Francisco Santos, habían sido estratégicos para Escobar. Por medio de ellos había logrado que se redujeran las operaciones en su contra. Y gracias a la intermediación del sacerdote, el 20 de mayo de 1991 se produjo la anhelada liberación en la ciudad de Bogotá. Terminaba el calvario de Maruja, quien había permanecido 195 días retenida, y de Francisco, quien estuvo sin ver el sol durante 243 días.

El gesto del capo fue celebrado en Colombia con esperanza e interpretado por el padre García Herreros como un gesto de corazón grande. Una señal de buena voluntad.

Por eso viajó en breve a Medellín, asegurando que iría a buscar a «Pablo, un hombre bueno al que quiero llevar al cielo». Ese calificativo de hombre bueno generó revuelo. Personalidades de la política se preguntaron si el padre, en su afán de acercarse a Escobar, estaría perdiendo el sentido de la realidad. ¿Cómo podría ser bueno un hombre que estaba estallando bombas por todo el país y asesinando a políticos, policías y jueces a través de un ejército de sicarios?

Desde la iglesia católica el padre también fue cuestionado. El 27 de julio de 1992 Monseñor Pedro Rubiano Sáenz, presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, publicó una carta en donde advertía que García Herreros estaba desorientando a la opinión y sembrando dudas sobre lo que debía ser el ideal de comportamiento en comunidad.

Para colmo, entre los ires y venires de las reuniones con el capo, un día el padre informó a los colombianos que Don Pablo Escobar (así le llamaba) le había donado una «bellísima hacienda» para obras sociales. Al tiempo pedía que no creyeran que se había corrompido, diciendo: «Cuando se hace la voluntad de Dios, no hay corrupción».

Mientras, los abogados de El Patrón negociaban las condiciones de la entrega. Pedían que el lugar de reclusión estuviera dentro de una finca de la parte alta de Envigado, municipio controlado por Pablo Escobar desde principios de los ochenta. Pedían que la prisión fuese administrada por un comité especial, integrado por el procurador de Antioquia, el alcalde de Envigado y un director del penal, el cual sería Jorge Pataquiva, un hombre que venía de dirigir la cárcel La Picota de Bogotá, y que estaba bien recomendado por gente del Cartel de Medellín que estuvo allí recluida.

Los guardianes de la prisión serían 40. La mitad de ellos estarían seleccionados por el alcalde y el procurador, ambos políticos de confianza de Pablo Escobar. Los agentes de la Policía y el Ejército no podrían intervenir en el penal a menos que hubiese un motín. Y el lugar debía contar con una panorámica privilegiada y un circuito cerrado de televisión para que el capo pudiera estar al tanto de quiénes se acercaban a la zona.

Entre tanto, en el país estaban pendientes del programa El Minuto de Dios, esperando nuevas alusiones al capo por parte del padre García Herreros. Y ocurrió justo la noche del 29 de mayo de 1991, cuando el prelado leyó una carta:

«Muy estimado Pablo.

Te quiero decir que he sufrido con el pensamiento de que te vayan a meter a una mazmorra por años. Pero el Presidente me dijo que te tratarían muy bien. Él es un hombre de palabra y cumple siempre… Bueno, Pablo, aquí me dicen que yo he metido confusión y que la gente no sabe si cuando hablo de Pablo, me refiero a San Pablo o a ti. Aquí llaman a preguntar por la Novena de San Pablo Escobar. La gente es fregadísima. Me gustaría traerte al Minuto de Dios, pero se volvería un gran bochinche…»

La oraciones amables y halagadoras del padre García Herreros satisfacían a Pablo Escobar. Por eso seguía conminando a sus abogados a continuar las negociaciones con la institucionalidad colombiana. Al mismo tiempo desmentía las acusaciones de la prensa nacional, donde ya salían artículos denunciando que el capo estaba diseñando las condiciones de reclusión en la cárcel de La Catedral como confeccionando un traje a la medida. Escobar señalaba esas denuncias como difamatorias y llenas de calumnias. Pero se mantenía en las negociaciones.

Y entonces ocurrió aquel impase que estuvo a punto de echar por los suelos todo el proceso de confianza que se había construido. Fue precisamente por un mensaje del mismo pastor García Herreros, donde parecía calificar a Pablo Escobar de pecador.

En los primeros días de junio de 1991, en directo y para millones de colombianos, el cura diría:

«Pablo, entrégateme lo más pronto posible, te tengo un puesto en la Universidad de la Paz, y yo te defiendo. EI ministro de Justicia nos aprobó todo. Este es el presidente Gaviria: extraordinario, humano y cristiano.

Hoy hablemos de ti. ¿Por qué te alejaste de Dios? ¿Por qué te alejaste de la Iglesia? ¿Por qué no has vuelto a misa? ¿por qué cambiaste los libros que antes leías por libros pornográficos, por libros ateos? ¿Por qué te mantienes lejos de tu hogar?… ¿Por qué abandonaste a tus hijos?… ¿Por qué entraste en el montón de católicos sin religión, sin fervor cristiano?… ¿Por qué ya no te preocupas de ser honrado como lo quiere tu Iglesia?… ¿Por qué solamente quieres hacer dinero a costa de cualquier cosa?… ¿Por qué te has vuelto violento, intolerante, sin amor, sin alegría? Hoy quiero que te hagas muchas preguntas sobre ti mismo…»

Escobar se sintió agredido. A través de sus emisarios advirtió a Villamizar que tenía listo un documento donde tiraba por la borda su propuesta de entregarse. Esa airada reacción y la amenaza de no seguir negociando su entrega dejaron en evidencia la vital importancia que estaba cumpliendo el sacerdote. Y su juego de palabras adquiría más sentido.

El padre García Herreros viajó a Medellín el martes 11 de junio. Quería aclarar las cosas. Dijo que todo fue un error. Que el segundo párrafo de su mensaje, decía: «Hoy no hablemos de Pablo. Hablemos de ti». Tres palabras fueron cortadas y el texto salió al aire como si el mensaje fuera un disparo a la conciencia de Escobar, quien se sintió herido. No comprendía cómo alguien que lo venía defendiendo ante la opinión pública, de repente se volvía contra él. Se suponía entonces que el regaño iba dirigido a todos los telespectadores.

Pablo aceptó que aquello fue un malentendido y los planes para entregarse a la justicia volvieron a su curso. Quizá nunca sepamos si aquella prédica del padre García Herreros en realidad sí estuvo dirigida a Pablo Escobar, pues había acostumbrado al país a los mensajes cifrados y había tenido la habilidad de envolver al hombre más buscado del mundo con halagadoras cartas y cantos de sirena que emitía por su programa de televisión.

Pablo Escobar cumplió su palabra y se entregó a la justicia colombiana en la tarde del miércoles 19 de junio de 1991, el mismo día en que la Asamblea Nacional Constituyente prohibía la extradición de los colombianos. Llegó a su sitio de reclusión en un helicóptero, acompañado del padre octogenario que le había hablado a su alma, que había buscado tocarle en el corazón.

«El hecho es que el padre García Herreros y el presidente Gaviria lograron controlar el narcoterrorismo. No el narcotráfico. El narcotráfico siguió. Pero se acabaron las bombas. Es que cada vez que sonaba un ruido en la calle, uno creía que lo iban a matar. Eso se acabó y no se puede desconocer», expresó el periodista Alberto Casas ante periodistas de Caracol TV en octubre del 2020, para el programa Así fue la amistad del padre Rafael García Herreros con Pablo Escobar.

El padre García Herreros murió al siguiente año, el 24 de noviembre de 1992. Dejó este mundo a la misma hora en que se realizaba en el Salón Rojo del exclusivo Hotel Tequendama su legendaria cena solidaria llamada El banquete del millón. Meses atrás, el capo de capos se había fugado de La Catedral, la cárcel que nunca fue una verdadera cárcel.

Desde entonces el padre García Herreros sería recordado como ese hombre que ayudaba a los pobres, buscó la paz para Colombia y deseó la definitiva redención de Pablo Escobar Gaviria.

 


Este artículo fue publicado originalmente el 27 de junio del 2021, aquí.