En su trabajo como presidente de la Comisión de la Verdad del Perú, Salomón Lerner lidió con detractores de las Fuerzas Armadas, con la negligencia del Gobierno que no acató sus recomendaciones y con el reto de mantener viva la memoria del conflicto de ese país.

Por: Esteban Tavera
Foto: Memorial Ojo que llora, en Lima. Archivo particular

A 16 años de su disolución, el trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Perú sigue generando controversias y demostrando que la memoria es un campo en disputa. Salomón Lerner Febres, presidente de esa Comisión, visitó Colombia para compartir algunos aprendizajes.

Han pasado 16 años desde que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú, presidida por usted, hizo entrega del informe final. A partir de ese momento se produjo un debate sobre los datos que arrojó el informe, ¿cómo evalúa usted lo que pasó con ese ejercicio?

Fue un trabajo con mucho compromiso, honestidad y objetividad. Pero además, sin pretensiones de erigirse como una suerte de enunciados dogmáticos respecto de aquello que sucedió en el Perú. Nosotros dejamos abiertas las puertas para completar ese relato, esa narración y para que, a partir de ella, sucedieran una serie de fenómenos que creo que son necesarios dentro de toda sociedad.

La memoria nos da identidad, nos dice cómo hemos sido y, en ese sentido, explica por qué y cómo somos ahora. Y en tanto que somos inteligentes, ese relato, asumido de forma positiva y no como un discurso que debe aprenderse de memoria, nos da una serie de elementos que indican cómo debemos ser en el futuro. No solo para que en el futuro no ocurran las cosas terribles que esa Comisión debió investigar, sino para ir más lejos, para detectar las razones por las cuales pudo suceder o podría suceder en cualquier país.

Como le pasa a la Comisión de la Verdad en Colombia, ustedes durante su trabajo debieron enfrentarse a múltiples detractores, ¿por qué hubo tantos opositores a la labor de la Comisión en Perú?

Nuestro trabajo tuvo detractores antes de que comenzara y aún los tiene. La razón es muy clara: si es una comisión de la verdad, ella tiene que decir qué es aquello que ocurrió acudiendo a fuentes que sean confiables, estableciendo criterios que nos lleven a una claridad y a una especie de confirmación de los hechos. Pero también buscando esclarecer las causas de esos hechos. Es decir, no solamente se trata de mostrar una serie de estadísticas con la cantidad de muertos, heridos, desaparecidos, sino también por qué sucedió eso. Hacer esa pregunta en un país como Perú, implicó que la Comisión se proyectara en diversas zonas del país que son muy complejas.

Una cosa es estudiar Lima, que es una ciudad con once millones de habitantes, a donde llegan las novedades de tecnología; otra cosa  son la cantidad de ciudades y pueblos en la serranía, a las cuales apenas y el Estado ha llegado. Allí no hay oferta de educación, no está el deber del Estado de abrir caminos para el desarrollo económico de esas comunidades y subsiste algo que viene de la colonia: la presencia del gamonal que tienen a modo de empleados a personas que trabajan simplemente por el sustento.

En Perú, unos de los principales detractores fueron las Fuerzas Armadas, ¿por qué esa actitud de muchos militares hacia la Comisión de la Verdad?

El problema es que ellos esperan que la sociedad les agradezca por habernos salvado del terrorismo y no aceptan que la Comisión de la Verdad les diga que también cometieron crímenes de lesa humanidad, no aisladamente sino de forma sistemática.

La prueba es el cuartel los Cabitos, en Ayacucho; la Casa Rosada, que era una casa de tortura; el estadio de Huanta, que era un campo de concentración; el Pentagonito, en Lima, donde había una gran chimenea a la que arrojaban los cadáveres de las personas que desaparecían.

Lerner Febres también se desempeñó como rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Foto: archivo particular

¿Cómo se pueden explicar esas “sistemáticas” violaciones a los Derechos Humanos por parte de los militares peruanos?

Fue una respuesta al accionar de Sendero Luminoso, que fue el principal grupo subversivo y terrorista del país. Estaba liderado por un profesor universitario, doctor en filosofía, que se empapó de un marxismo político que, en ese punto, era leninismo y maoísmo. Una ideología que se fue radicalizando en su organización y llegando a convertirse en lo que podría ser una especie de fanatismo o de secta donde había un gran jefe del cual dependía todo. Ese señor fue Abimael Guzmán.

Lo que buscaba Sendero Luminoso era la revolución mundial, que se iba a iniciar en el Perú y que iba a crecer por toda Latinoamérica hasta consolidar una suerte de organización mundial. Esto no tuvo un apoyo directo de la Unión Soviética, ni de China ni de Cuba.

Sin embargo, los políticos y los militares no entendieron eso, y al no comprender la naturaleza de Sendero, no supieron combatirlo. Cometieron el gran error, además, de establecer una especie de maniqueísmo en el que o estás conmigo o estás contra mí.

Eso mismo hacía Sendero, que llegaba a pequeñas comunidades, mataba las autoridades y trataba de someter al pueblo, pero en los lugares en los que sospechaban que había algunas personas que no querían a Sendero, lo que hacían era devastar esa población para así dar el ejemplo.

¿Y las Fuerzas Armadas respondieron de la misma manera?

El Estado, en primer lugar, a eso del año 1980, no tomó muy en serio lo que hacía Sendero. El presidente de ese momento, Fernando Belaúnde (1963-1968 y 1980-1985), que había sido derrocado por militares y por lo tanto desconfiaba de ellos, decidió que fuera solo la Policía la que se ocupara de eso, a pesar de que no estaba preparada ni psíquica ni materialmente.

Cuando el presidente se dio cuenta de que con los policías la cosa no va más, miró hacia otro lado y le dio a las Fuerzas Armadas libertad de acción en el terreno militar y político. Los constituyó en autoridades civiles en algunos territorios en los que eran pequeños estados dentro del mismo país.

Lo que hicieron estos señores fue pisar el palito en el sentido de que usaron como excusa a Sendero para castigar a aquellas comunidades que ellos consideraban senderistas o a aquellas personas sobre las que tenían sospechas de serlo. En todo esto quienes más sufrieron fueron los habitantes de estos poblados que apenas si sabían leer, mal podrían comprender a Marx, a Lenin, a Mao. Eran cosas que nunca habían escuchado.

Y, por otro lado, si ellos amenazados por Sendero acogían a algún senderista o le daban comida, de inmediato eran considerados por las Fuerzas Armadas como un enemigo. Entonces, de un lado y del otro sufrieron represión.

¿En qué momento se dio el paso a la estrategia de autodefensas campesinas?

A finales de los años ochentas, cuando los militares se dieron cuenta de que ese camino no era el adecuado y que lo importante era ganarse a esas poblaciones que tampoco querían a Sendero, porque les había llevado muerte, hambre, rapto de niños, migración forzada. En ese momento, el Ejército cambió su actitud. Se acercó a los pobladores, les ayudó a combatir a Sendero, les dio armas, les ayudó a formar lo que se llamaban los Comités de Autodefensa y las rondas campesinas. Y es así como Sendero en verdad perdió la guerra al interior del país y se fueron a la costa.

Ahora bien, dentro de las tesis maoístas, una muy conocida es aquella que dice que hay que vencer en el campo e ir a la ciudad. Cuando empezaron los atentados en la ciudad, realmente hubo temor de que Sendero había vencido en el interior del país y que estaba a punto de tomar el Gobierno. Incluso se hablaba de la posibilidad de una intervención por parte de las Fuerzas Armadas de países amigos.

Pero en realidad Sendero estaba de capa caída. Ahí entró a trabajar el grupo de inteligencia de la policía y fue capturado Guzmán, en Lima. Como era una especia de ‘Ayatola’, tomándolo prisionero a él y con las delaciones que él mismo hizo de su gente más cercana, fue desestructurado Sendero. En el fondo, el Senderismo desapareció o se ha disfrazado, por lo menos en los lugares en donde fue fuerte, y ha crecido en medio del cultivo de la coca. En realidad, se han convertido en sicarios de los narcotraficantes.

El Colombia enfrentamos el reto de mantener activa la labor de las instituciones creadas por el Acuerdo de Paz, como es la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, a pesar del Gobierno actual, que no se ve comprometido firmemente con el trabajo de esa entidad, ¿cómo fue la experiencia peruana en ese sentido?

Le voy a contar una historia que lo ilustra bastante bien. Cuando se entregó el informe final, yo viajé a Europa a dar cuenta de los resultados en la Unión Europea, en Bélgica y Alemania. En Alemania visité al presidente del Bundestag, que era el doctor Wolfgang Thierse. Le conté todas las cosas que se habían hecho y le dije que lo que faltaba era reparar a aquella gente que había sufrido por parte de Sendero o por parte del Estado, bien sea por acción u omisión.

También visité a la Ministra de Cooperación para el Desarrollo y le conté lo que había ocurrido, así como lo que teníamos por delante. Meses después me llamaron de la embajada de Alemania en el Perú porque el Embajador había recibido desde Alemania correspondencia que se enviaron entre la ministra y el presidente del Bundestag, y quería que yo me enterara de eso.

En síntesis, las cartas decían que el presidente del Bundestag se había comunicado con la ministra para contarle de mi visita y de la necesidad de las reparaciones que yo le mencioné. La respuesta de ella fue que Alemania podía y quería ayudar en la reparación, y que se lo había dicho al presidente Alejandro Toledo (2001-2006) en una visita que él hizo después de mí, pero que el presidente nunca envió alguna respuesta.

Uno de los grandes retos de este tipo de iniciativas es lograr que el relato del pasado se mantenga vivo en la memoria de quienes no vivieron esos hechos, ¿ustedes lo han logrado?

Todavía estamos luchando para eso, pero en el terreno de lo político. Luego de terminado el conflicto, quienes subieron a la presidencia y tuvieron el manejo del país no han mostrado voluntad. Afortunadamente, no solo la academia se ha ocupado de esto, sino que también lo ha hecho el arte desde muchas de sus manifestaciones. Se han hecho películas, obras teatrales, artesanías, pinturas y estas son las que han mantenido vivo aquello que ha ocurrido y de alguna manera van abriendo el campo.

Pero yo creo que el plano de la educación es fundamental, y si los colegios oficiales no aceptan incluir cátedras que aborden la historia del conflicto, por lo menos que estén en la Universidad. No mostrando algo que haya sido escrito en piedra, sino algo que es perfectible pero que tiene que ser sabido y que además presenta una serie de recomendaciones para reformas.

Por cierto, ustedes presentaron un listado de recomendaciones para la superación de las causas del conflicto, ¿qué suerte han corrido esas reformas?

Han sido vistas con desdén. Cuando se pidió que se hiciera la reforma a la educación, de inmediato sonaron las voces que tildaron de apología al terrorismo a quienes pedíamos que esto se enseñara en las escuelas. En el terreno judicial, que fue penetrado por un partido político, hay varios jueces que ya están siendo juzgados por corrupción. Es decir, el poder judicial no avanza. Y el Congreso, bueno… no es en absoluto inteligente más allá de tres o cuatro personas.

Es la sociedad civil la que tiene que entrar allí, las organizaciones de derechos humanos y todas estas personalidades que en el terreno artístico de alguna manera hacen conocer a la población lo que ocurrió. Ahora, allí tiene que irse con cuidado porque la acusación de “terruco” o “proterrorista” está a la vuelta de la esquina como una forma de callar a la gente.