La última edición del del Periódico Alma Mater, de la Universidad de Antioquia, resalta la Constitución Política de 1991 como herramienta para la soberanía de afrodescendientes, los territorios indígenas, los derechos de las mujeres, la libertad de credos y la confirmación de que los ríos y bosques, entre otros recursos naturales, tienen garantías.

 

Por: Redacción Periódico Alma Mater

En portada: indígenas de Cesar. Foto: cortesía Juan Diego Restrepo Echeverri

Antes de la Constitución Política de 1991, en Colombia se firmaron ocho constituciones de carácter nacional. La primera de ellas en 1811 bajo el nombre de Constitución de la Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada. La última en 1886 con el nombre de Constitución Política de Colombia, la  Carta Magna con más vigencia en la historia de vida republicana.

Pasaron 104 años para que la mayoría electoral del pueblo colombiano se pronunciara, por voto popular, a favor de modificar el texto de aquella Constitución. ¡Un siglo! A la luz de esos años Colombia vivió una intensa transformación en la vida de sus habitantes: la separación de Panamá; la Guerra de los Mil Días; la peste de 1918; la masacre de las bananeras; una guerra contra Perú; la violencia política que se profundizó el 9 de abril de 1948; la toma del Palacio de Justicia en 1985; la influencia económica, social y política del narcotráfico; la tragedia de Armero y el magnicidio de cuatro candidatos presidenciales en 1989.

La mayor parte del siglo XX fue precedida por una constitución conservadora en la que «ser colombiano era una totalización de la identidad», como explicó el filósofo y semiólogo español Jesús Martín Barbero en la conferencia «Multiculturalismo vs. Universalismo en la Constitución de 1991»,  dictada hace 10 años. Allí resaltó la diferencia de la anterior Carta en relación a la diversidad real del país: «Era una contradicción radical para cualquiera que saliera de Bogotá y fuera a la costa Pacífica o del Caribe y después pasara por Antioquia y se fuera para Arauca y viera los Llanos. Ahí uno se da cuenta que la diversidad es un hecho ostensible, plasmable y contrastable».

Pero un siglo es una eternidad y más para una Nación que está en constante construcción. Durante el proceso de paz con el M-19, a finales de los ochenta, la idea de una constituyente que transformara la carta de 1886 —que además ya había sufrido decenas de reformas durante años— quedó flotando en el estado de ánimo de un sector de la sociedad colombiana.

Esa efervescencia fue capitalizada por un movimiento estudiantil de diversas universidades, públicas y privadas, que propusieron un mecanismo —Séptima Papeleta— en las elecciones legislativas de marzo de 1990, para decidir si se convocaba o no a una asamblea nacional constituyente. Ante la importancia de los resultados, la Corte Suprema de Justicia avaló una consulta formal en las elecciones presidenciales de mayo del mismo año. El 86 por ciento de los votantes se pronunció a favor.

El camino recorrido en los cien años que separan un documento del otro enseñó que no hay una única forma de ser colombiano: reconocer y proteger esa otredad es, quizás, uno de los avances más importantes del texto de la Constitución que fue promulgada en 1991. 

«En esa especie de prólogo que tiene la Constitución, la cultura aparece en su aporte más novedoso, en su mayor apertura, a través de esta frase: el Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana. Por primera vez aparece en una constitución colombiana la palabra diversidad étnica y cultural, lo cual ha tenido unas consecuencias muy grandes, de fondo, sobre la vida de todos los colombianos», expresó el académico Jesús Martín Barbero, fallecido en junio del 2021. 

Además de estos aciertos, la nueva Carta elevó a rango constitucional la protección de la diversidad y el respeto por las diferencias. Es por esto que, a propósito de los 30 años de la Constitución Política de Colombia de 1991, en esta edición ponemos el foco en el poder que tiene este documento como instrumento para el reconocimiento y la protección de los derechos de comunidades que han sido invisibles y excluidas, la soberanía de afrodescendientes e indígenas en sus territorios, los derechos de las mujeres como sujetos autónomos y responsables, y la protección y preservación del medio ambiente.

«No hay una sola manera de ser colombiano. La manera como son colombianos los pastusos o como son colombianos los llaneros; como son colombianas las mujeres o son colombianos los hombres; como son colombianos los niños o los viejos. Como son colombianos los indígenas o los afros. Como son colombianos los homosexuales. Son diversas las maneras como sienten a Colombia, como la piensan, como la disfrutan o la sufren. Es diferente. Y esto es muy fuerte», Jesús Martín Barbero, semiólogo y filósofo español.

 


Este artículo fue publicado originalmente el 15 de julio del 2021, aquí.